Me parece que los hombres altos son los que poseen mejores miembros. Esta no fue la excepción. Todo comenzó en aquel restaurante de comida griega, donde nuestras mesas, por coincidencia, quedaban de frente. Las risas no se hicieron esperar, miradas y curiosidad provocaron que termináramos compartiendo la sal. Entre tanta risa, intercambiamos redes sociales, muy formales, esas en donde aparece un currículum laboral, el mismo que me permití revisar la mañana siguiente.
Es así como, al mediodía, recibí un mensaje:
—¿Una bella mujer está revisando mi perfil? ¿Café?
Resulta que aquella plataforma notifica si se te ocurre husmear en el perfil ajeno, pero me digné a responder unas horas más tarde.
—¡Claro! ¿Qué te parece mañana (domingo) al mediodía?
—No, mañana debo trabajar, pero hoy, dime a qué hora estás disponible.
—¿7 pm?
—¡Venga! Te espero en Café DeTal.
Llegó la hora y debo confesar que a aquel café no arribé sexymente arreglada. Me cubrían del frío unos pantalones holgados y una blusa negra, mi cabello largo y suelto, más un labial de otoño bastante natural.
Vi llegar a ese hombre de semblante serio, varonil; olía a frescura y su aliento también. Ya mencioné que es alto, 1.85, puedo suponer. Bueno, en comparación con mis módicos 1.63, pues sí es abrumadora la situación, al menos para mí.
Un saludo, algo efusivo de ambas partes, una plática de 40 minutos y decidimos caminar por la ciudad. Washington D.C. es bella, fuerte y fría por febrero. Eso no impidió que hiciéramos un tour por monumentos y, en el camino, tocar nuestras manos a momentos, abrazarnos, incluso me cargó frente a la Casa Blanca y me invitó un trago en aquella terraza del hotel W.
Ya en la barra, comenzamos a soñar:
—Imagina que tú y yo juntos hagamos un hijo que cuente cómo nos conocimos.
—Jaja, yo muy sonriente, ¡qué locuras, ¿no?!
La plática no estaba muy profunda ni intelectual, pero sí llena de risas hasta que se animó a plantarme un beso que yo seguí sin rezongar.
No puedo mentir, es un beso que logró mojarme y, además, me hizo querer más, aunque tuve que comportarme. No recuerdo cuánto se extendió, pero estábamos prendidos.
Más rico no podía estar; su lengua era muy suave y sabía perfectamente cómo seducir mis labios. Tomó mis manos y las colocó en su miembro.
Era una verga rígida, gruesa y larga, me hizo babear. Sin pensarlo, podía haberme hincado y llenado la boca a chupadas. Me estaba enloqueciendo la mente.
—¿Nos vamos?
—¡Claro!
¿Han escuchado la frase de antaño “Es la primera vez que me sucede esto”? Pues sí, era la primera vez.
Como en los casos de urgencia, algo tiene que demorar la situación, y en este caso fue el Uber. No había en la ciudad un auto que pudiera recogernos en el punto. Quiero aclarar que ni siquiera eran las 11 de la noche y ya estábamos en un apuro.
Entre que nos recogían o no, por fin llegó un auto y nos dirigió a un hotel de muchas estrellas, lo cual me hizo sentir bastante halagada y segura. Al llegar, hacíamos muchas bromas; él es muy auténtico y conquista con su actitud. Según él, era nuestra luna de miel.
Me cargó al entrar a la habitación y me dejó caer con un beso en la cama.
—Bueno, esta es nuestra noche de luna de miel —dijo mientras se quitaba el abrigo.
Recordé en voz alta:
—Diablos, tengo el periodo.
Se acercó a mí, me besó y dijo:
—¿Y? ¿Qué deseas?
No podía dejar de mojarme con sus labios en los míos; era tan perfecto, tan tibios.
—No lo sé, quiero todo lo que tú quieras también.
Corrí al baño.
—Espera —le dije.
Me limpié, me quité los panties y el bra, y salí con la bata puesta.
—Estoy lista.
Lentamente, me tomó de la cintura y me dijo:
—¿Por dónde te gustaría intentar? —Colocando mi mano de nuevo en su gran trozo, preguntó—: ¿Te gustaría que lo hiciera por la puerta de atrás?
En mi mente dije NO, este hombre me va a atravesar sin piedad, pero en voz alta dije:
—Sí, despacito… dámelo despacito.
Este hombre no dejaba de acariciar mi cuerpo y lentamente bajó, besando con sus labios gentilmente mi puchita, abriéndola con su boca muy despacio. No podía creerlo, me estaba dando sexo oral suave y deliciosamente. Sin parar de gemir de placer, sentía cómo su lengua atravesaba mi sexo con el ritmo más exacto.
Sus dedos iban subiendo a mis nalgas, y con los flujos y chorros de mi vagina los untaba en mi puerta trasera, estimulándola lentamente. Luego subió y me besó.
—¿Estás lista para dejarme entrar?
Solo asentí con la cabeza, que sí. Yo gemía como en trance, pero a la vez estaba sorprendida de cómo mi cuerpo me pedía su miembro adentro desesperadamente.
Besándome, abrió lentamente por detrás. No puedo describir aquel escalofrío placentero…