Cuando mis padres ingresaron al cuarto me hallaron cómodamente echado en la cama, vistiendo mi ropa de verano y fingiendo una siesta. Por suerte no había olor a sexo en el ambiente, pues el tiempo en que mi prima y yo estuvimos dormidos en las sala disipó ese aroma.
Pese a mantener una expresión de tranquilidad para darle veracidad a mi actuación de dormilón, mi mente bullía de pensamientos de todo tipo pues ¡acababa de follarme a mi prima!, esa monumental mujer había sido penetrada por mí, gozando el encuentro íntimo, en un desenlace que jamás pensé que viviría durante ese verano, o en mi vida.
Mis padres no permanecieron mucho tiempo en el cuarto, solo dejaron unas cosas de lo que habían llevado a la playa y entre susurros comentaron lo bien que la habían pasado. Mi padre pensó en despertarme, pero, igualmente con susurros, mi madre sugirió que me dejase descansar. Estábamos de vacaciones después de todo. Por lo que permanecí solo en el ambiente, pensando y pensando; esperando no despertar dándome cuenta de que todo había sido una fantasía.
Pero era demasiado real, cada detalle del cuerpo de mi prima, cada roce y contacto de piel con piel, luego, la humedad de su bella boca, abriendo los labios mientras introducía mi falo hasta su garganta. ¡Rayos le había dado de tomar helado con mi leche fresca directo a boca! Era increíble. Pero luego otros pensamientos surgieron: ¿Qué habría ocurrido si nos hubiesen encontrado? En realidad, habíamos sido muy descuidados al quedarnos dormidos desnudos en el sillón, prácticamente a pocos pasos del ingreso a la casa. No me podía imaginar el escándalo que se habría armado si algún familiar hubiese ingresado pillándonos en pleno sexo. Pero por suerte nada de eso había ocurrido. La cabeza me daba vueltas. Así pasé casi una hora, cavilando cada posibilidad, imaginando el futuro. Si era cuidadoso podría repetir el encuentro íntimo en varias ocasiones, pues el verano recién comenzaba.
Pronto escuché el sonido de loza, proveniente de los platos, y es que ya debían estar sirviendo la cena. «Debo ir y acompañar a la familia» pensé. Tenía que actuar normal, y evitar cualquier sospecha que pudiese malograr mi prometedor futuro veraniego.
Como había sudado y tenía la entrepierna pegajosa por el helado decidí primero tomar una ducha y luego dirigirme al comedor contiguo a la sala, donde seguramente se encontraba la familia finiquitando los preparativos de la cena. Así pues, salí del dormitorio, vistiendo mis pantalones cortos y una toalla. Si bien es cierto la casa tenía varios cuartos, los baños eran solo cuatro. Uno de uso exclusivo de mi abuelo, otro alrededor de la sala (donde acudían visitas ocasionales y donde se había ocultado mi prima) y otros dos a cada esquina de los dormitorios, de uso común para la familia.
El baño más cercano al cuarto estaba ocupado, así que me dirigí al otro, que estaba prácticamente al extremo opuesto del dormitorio que ocupábamos, pasando cerca de donde se hallaba la familia reunida.
—¡Vaya! Al fin despertó el bello durmiente —comentó mi abuelo, sonriendo—. No demores, pronto estará la cena.
—Si abue, me ducharé rápido y los acompaño —dije, acelerando el paso, lanzando rápidas miradas a los presentes. La familia charlaba entretenida, no había rastro de mi prima, pero en medio de todos, mirándome directamente a los ojos, estaba mi tía, la madre de Teresa, que sosteniendo en las manos el pote donde antes había servido helado, y donde había introducido mi verga, untándola de ese dulce para que mi prima mamase a gusto. «¡Ella lo sabe!» grité en mi interior. Instintivamente giré la cabeza y apuré los pasos, aterrado ante la idea de que me delatase.
Ingresé al baño y cerré con llave, mirándome al espejo. Estaba asustado, pero ¿Habíamos hecho algo malo?… «¡Es tu prima!» «¡En qué pensabas pendejo!» imaginé gritando a mi abuelo. Él era un hombre de tradiciones, y la familia se respetaba. Lo había escuchado muchas veces decir esa frase, y, pese a su edad, podría darme con facilidad una paliza.
Tranquilicé a mi alocado corazón, quitándome la ropa, sintiendo mi ropa interior pegajosa, con una mezcla de semen y helado, metiéndome a la ducha con la esperanza de que el agua helada me calmase los nervios. Puse las manos contra la pared y agradecí la sensación del agua deslizándose por mi piel. «me encantaría ducharme con ella» pensé. Podríamos pasar tantos buenos momentos. Tal vez estaba exagerando las cosas, y mi tía no sabía en realidad lo que había ocurrido, puede que solo se alegrase de verme, ¿Quién sabe? Al final, lo hecho, hecho estaba. Y bien gozado, por cierto.
Me sequé y vestí con otra muda de ropa, salí del baño y en el gran lavadero de cemento que se ubicaba en el patio puse una batea con la ropa sucia que después lavaría. Dirigiéndome al comedor para unirme a la familia.
—Hijo, por favor trae las jarras con té que están en la cocina —dijo mi madre, que traía consigo un par de platos con pollo en salsa de almendras, cuyo olor me abrió el apetito de inmediato. «Follar da hambre» me dije, divertido, agradeciendo ver que mi tía ya no me prestaba atención. Hice lo que me pidieron rápido, viendo de lado a lado durante todo mi trayecto, sin lograr ubicar a mi bella primita. Cuando regresé al comedor me ubiqué en una de las esquinas de la mesa, sentándome, observando como los demás adultos charlaban divertidos, quedándome acompañado de uno de mis primitos de solo ocho años que recién había llegado, quien lejos de mirarme, se entretenía con su equipo celular, ignorándome por completo. Vi pasar a mi tío, sonriendo mientras llevaba consigo una botella de vino que acababa de sacar de la despensa.
—Tío, ¿mi prima cenará con nosotros? —pregunté, moderando mi voz para no llamar demasiado la atención—.
—No creo sobrino, dijo sentirse mal del estómago, ya se ha echado a descansar, conociéndola seguramente dormirá hasta mañana —contesto, siguiendo su camino, restándole importancia al asunto.
Cené en silencio, sintiéndome angustiado. Por muy extraño que sonase, ansiaba verla lo antes posible. Desde que había roto mi relación con mi enamorada no me había sentido así de inquieto. Era espléndido y a la vez doloroso.
La noche fue avanzando y mi prima no apareció. Pronto los mayores se embriagaron y empezaron a bailar, yo los miraba desanimado. Justo cuando me paré para excusarme e irme a la cama, mi tía, que acababa de bailar una pieza con otro familiar, se acercó sonriente a la mesa y me tomó de las manos, sacándome a bailar.
No pude negarme, habría sido descortés. Pero el hecho de que fuese ella, quien probablemente conocía mi secreto, hizo que mi corazón perdiese el control. Me dejé llevar, y mi tía, dando saltos a cada paso me conducía como un borrego al matadero. Sonó una salsa romántica, clásica y sensual, de esas que se bailaban pegadito; me limité a estirar las manos, balanceándolas a los costados, evitando hacer demasiado contacto con mi tía, ni físico ni visual, observando a la pared, o a los demás que reían a carcajadas de infinidad de anécdotas de su niñez. Mi tía tomó mis manos, apretándolas, exigiendo mi atención sin necesidad de palabras. Al mirarla me percaté que mi tía me miraba directamente a los ojos, como si pudiese leer mis pensamientos; estando primero seria, luego, al tener mi atención, esbozó una sonrisa que heló mi sangre. Definitivamente esa mujer algo sabía, sino su expresión no me habría intimidado tanto.
Era cierto que nunca le había prestado demasiada atención a mi tía, todo lo contrario, ella solía pasar desapercibida la mayor parte del tiempo, y rara vez compartía momentos con nosotros. Ni siquiera solía verla con Teresa, su hija, que tampoco parecía tenerle mucho afecto. En ese momento mi tía redujo la distancia, llevando una de mis manos a su cintura, alzando la otra, en una posición de baile con más contacto. Y caí en la cuenta de lo mucho que se parecían. Mi tía no llegaba a tener cuarenta años, pues había escuchado que tuvo a Teresa muy joven, y recién, al verla tan de cerca, me percaté de lo mucho que se parecían, hasta hubiesen podido ser confundidas como hermanas.
—Baila Luisito, mueve tu cuerpo ¿o acaso te aburro? —dijo, sorprendiéndome el tono divertido con el que me hablaba.
—Si tía, lo intento —respondí, avergonzado pues ella, al hablarme, había pegado su pecho con el mío. Y al vestir una blusa veraniega de tela muy delgada, pude sentir sus prominentes pechos presionarse. Hasta me pareció sentir sus pezones.
«Rayos, piensa en otra cosa» me dije, pues algo bajo mi cintura empezaba a hincharse.
El baile continuó, mientras que yo rezaba por controlarme y que la canción termine pronto. Era llevado de lado a lado por mi tía, que, sin soltar mis manos, conducía el baile. En cierto punto de la canción ella dio una vuelta, que para todos fue una vuelta normal de salsa, con pausas al ritmo de la canción, pero mi tía, al voltear, rozó mi entrepierna con su glúteos, intercambiando miles de sensaciones.
Ella estaba en perfectas condiciones físicas, seguramente ella también iba al gimnasio, pues esas nalgas, además de sentirse redonditas, tenían una dureza que amenazaba a exprimirme el miembro si lo introducía en medio. Ella por su parte sintió mi verga, definitivamente la sintió, pues hizo una ligerísima y casi imperceptible pausa cuando mi tronco encajó entre sus glúteos, luego, como si nada hubiese ocurrido, siguió girando, volteando sonriente, divertida por tenerme como me tenía.
—Veo que bailas bien —me dijo, haciendo una mueca divertida, acercándose peligrosamente a mi cara, entreabriendo los labios, sus labios más carnosos que los de su hija, abriendo aún más sus ojos de largas pestañas, vaya que era una mujer hermosa. Sin saber por qué pasé saliva de forma ruidosa, preparándome para el beso. En el último momento desvió la cara a un costado y acercó su boca a mi oreja—. Pero… creo que podrías bailar mucho mejor, sobrinito —susurró, de forma tan sensual que me sentí excitado.
—Hago lo que puedo tía —contesté intimidado, escuchando que la canción, que se me hizo larguísima, llegaba a su fin—. Bueno, me iré a dormir —le dije titubeando, aflojando mis manos para soltarla, viendo que ella aún no liberada mis dedos.
—Ve, pero… —hizo una pausa— ¿por qué no pasas primero a ver cómo está tu prima? Dijo que le dolía el estómago, tal vez comió algo que la indigestó —comentó, con total malicia, haciendo que mi alma huyese de mi cuerpo.
—Lo haré tía, buenas noches —respondí, girándome y alejándome del lugar. Podía apostar una fortuna a que esa mujer me seguía con la mirada. Caminé con cuidado, rezando porque mi polo suelto tapase la erección que intentaba acomodar a cada paso.
Pero nadie se interesó por mi ausencia, en esa casa yo estaba en un limbo entre los maduros y los infantes. La música se fue atenuando a cada paso que daba. Pronto me paré, a una distancia prudente, respirando apoyado contra la pared, sintiendo que mi verga volvía a la normalidad. ¿Qué había sido eso? Mi tía me había seducido, o es que solo se burlaba de mi falta de madurez. No lo sabía. Caminé con cuidado al costado de los dormitorios. Eran ambientes muy similares, con espacio para un ropero, un par de camas y una mesita. Todos tenían una gran ventana y su puerta de acceso, nada más. Me acerqué al dormitorio que compartía mi prima con sus padres y dudé. ¿Debería tocar la puerta? ¿Estaría ella emocionada de verme? ¿Y si todo había sido un error?
Carecía de valor para llevar mis nudillos a la madera. Mientras la brisa nocturna hacía bailar las cortinas y yo permanecía en silencio fuera de su dormitorio. En ese instante la música, cuyo sonido dominaba la casa, se terminó, tomando unos segundos para que inicie otra canción. Durante esos escasos segundos, un ligero pero reconocible gemido llegó a mis oídos.
«Pero qué demonios» —pensé, sin tener la certeza de si el sonido provenía de donde creía. Me apoyé en la pared y esperé, justo al costado de la ventana. ¿No estaba actuando como un acosador? Cualquiera que pasase por el lugar me vería de forma sospechosa. No tenía ni idea de qué excusa podría inventar para justificar que permaneciese por largo rato apoyado en esa pared.
Pasaron varios minutos. Desde mi ubicación podía ver que la familia seguía entretenida bailando y bebiendo, llegando el momento esperado. La canción terminó, algunas risas, y el silencio.
—¡Ahh! ¡Uff!
Escuché claramente el gemido, que sin lugar a dudas provenía del interior del dormitorio. ¿Acaso mi prima estaba teniendo intimidad con alguien en ese preciso momento? No podía creer que, a escasas horas de haber estado conmigo, se metiese con otra persona. Una desagradable sensación de celos me invadió, haciendo que apartase la cortina y metiese la cabeza por la ventana.
Acababa de empezar una melodía tropical, y mi movimiento no fue notado en el interior del cuarto, pero gracias a la luz que se filtraba pude ver claramente lo que allí ocurría. Mi prima estaba echada boca arriba, con un polo ombliguero que permitía distinguir sus redondos senos con pezones endurecidos; más abajo, su entrepierna desnuda era frotada por una de sus manos, mientras que con la otra se alzaba una pierna. Ella se estaba masturbando con notorio frenesí. Su cara no era visible, pues la tenía girada en sentido contrario a la ventana, y parecía morder una almohada, intentando ahogar los sonidos del placer que se proporcionaba.
No dije palabra alguna, menos aún pensé en moverme. La escena era exquisita. Ella frotaba e introducía parte de su dedo medio en su sexo, en tanto que ahora su otra mano soltaba su sabrosa pierna y empezaba a pellizcarse un pezón. Fue acelerando el ritmo, alzando las caderas en tanto sus manos trabajaban en su cuerpo, frotando, introduciendo, apretando y volviendo a introducirse en sus orificios y zonas sensibles. Hubiese dado cualquier cosa por estar encima de ella, y tomar el lugar de sus manos. Ella tensionó sus piernas en tanto estiraba el cuerpo con fuerza, viendo como temblaba y sonreía, girando la cabeza, lanzando al aire una palabra: “Esclavo”.
Permaneció tendida boca arriba, con los brazos a los costados del cuerpo, controlando su respiración, pues su pecho subía y bajaba con agitación. La vi abrir los ojos y, sonriendo en la tenue luz, percatarse recién de mi presencia.
Se quedó helada, por un instante pareció que le costase creer que en verdad me encontraba allí, y de pronto se llevó las manos a la entrepierna y tomó aire. Supe en ese instante lo que vendría: Ella iba a gritar y todo se jodería. La había asustado.
—¿Qué haces allí sobrino? —dijo una voz a mis espaldas que me hizo saltar del susto, sacando de inmediato mi cabeza de la ventana, dejando que la cortina tapase el interior —¿Has visto ya a tu prima? ¿Cómo está? —me dijo mi tía, que ya se iba acercando, y cuya intervención por poco me había hecho gritar a mí. Esperé el grito de Teresa, pero nunca llegó.
—No hago nada tía, ya hablé con Teresa, sigue con mal de tripa, pero ya se siente mejor —contesté, mirando al suelo para evitar ser escrutado en mi mentira.
—¿Así? ¿Entonces por qué no viene a la fiesta? —dijo mi tía, que ya estaba cerca. Pude notar que estaba algo subida de copas—. ¿Teresa, vienes o te quedas?
—Mamá voy a dormir, dile a ese tarado que ya no me moleste porfa, no me deja descansar —contestó Teresa.
—¡No le digas tarado a tu primo! —dijo mi tía molesta, acercándose a mí—. No le hagas caso, a veces se comporta como una cavernícola. Además, no eres tarado, solo un poco travieso —me susurró, jalando una de mis mejillas con considerable fuerza.
Pude sentir el tibio aliento con olor a vino dulce, y olvidé el dolor ante el contacto de la suave mano de mi tía, pero estaba consternado. Acababa de ver masturbarse a mi prima, y ella me había visto espiándola (no es que yo me hubiese ocultado, pero permanecí en silencio observando sus tocamiento, y eso ya era malo). Me sentía excitado y confundido.
—Vaya, creo que no podrás dormir así —comentó mi tía, haciendo que siguiese su mirada hacia abajo, donde mi abultado short parecía una carpa de circo por contener mi falo lleno de sangre. Era incontrolable ¡Estaba teniendo muchas sensaciones en muy poco tiempo!
—Lo siento tía, ya iré a dormir, espero que mi prima se mejore —dije en voz baja, tapando mi bulto con las manos, sintiéndome un niño regañado.
—Ya hablaremos luego nene, no andes por ahí de pillo, que te regañaré —me dijo, siguiendo el juego. ¡Vamos yo era un tipo con más de veinte años!, pero ella continuó— Ve directo a la cama, sino te comerá el coco.
Mi tía me lanzó una última mirada picante, me soltó e ingresó a su dormitorio. escuché que empezó a hablar con Teresa, pero no quise saber más detalles, había corrido muchos riesgos ese día y que me vean en ese lugar con tremenda erección no era para nada justificable. Apuré el paso y me dirigí a mi dormitorio, donde fui directo a la cama, como me habían dicho que hiciera.
Pensé en cada cosa ocurrida, en cada posibilidad. ¿Qué más podría ver o hacer en esa casa?, solo esperaba poder gozar sin desencadenar consecuencias desagradables. Entre tanta cavilación, sin darme cuenta, me quedé dormido.
Fui el primero en despertar, había soñado algo que ya no recordaba, pero que me había mantenido dando vueltas en la cama. Me levanté y salí al patio de la casa. Estaba desierto. Probablemente era el primero en despertar. Me di un duchazo con agua helada, y permanecí mirando el vacío, sentado en la sala, en el mismo sillón donde el día anterior había tenido mi encuentro con Teresa. ¿Cómo estaría? ¿Ya se habría despertado? Algunos minutos transcurrieron y vi a mi abuelo ingresando a la casa, él vestía su típica camisas guayabera, y a su costado caminaba Teresa, sonriente mientras charlaba con mi abuelo. Ella vestía una blusa sin mangas, blanca, ceñida y una licra de tela elástica de color negro. Estaba sensacional. Cargaba en sus manos una gran bolsa de pan.
—Abuelo buenos días —dije ni bien atravesaron el umbral de la puerta—. ¡Buenos días primita! —la saludé muy alegre, pero ella, ni bien me vio cambió su expresión, irradiando enojo.
—Hola hijo —saludó mi abuelo—. Trajimos pan, ve con Teresita a la cocina, el agua ya debe estar hervida, hay que revivir a los muertos que festejaron hasta tarde —comentó riendo, caminando hacia su cuarto.
Teresa, lejos de saludarme, hizo esa mirada que yo conocía bien de cuando estaba muy molesta. Como si mirase hacia arriba mientras vibraban sus párpados. Eso difería mucho del reencuentro que yo había imaginado. Ella juntó los brazos, apretó la bolsa de pan y me la arrojó a la cara. Yo, embobado viendo como en ese movimiento sus senos se hinchaban y rebotaban, recibí el bolsazo con gusto, pero allí no se detuvo, sino que nuevamente alzó la bolsa y me la volvió a estrellar en la cara.
—¡Ya! Primita, ¡tranquila! —le decía, intentando calmarla.
—¡No me hables, esclavo tarado! —rugió, bajando los brazos con fuerza, dirigiéndose hacia la cocina dando pisotones.
—¡Oye! ¡espera! No sé que hizo que te enojaras, pero lo siento.
—¿Cómo que no sabes? ¿Acaso crees que está bien espiar a las personas?
—Lo siento, fue sin querer.
—Mi madre me comentó que te vio parado allí por varios minutos ¿A eso llamas sin querer? ¡Esclavo tarado!
—En verdad lo siento primita, no sé qué pasó, de pronto no pude moverme, es como si me hubieses hipnotizado.
—¿Ahora me vas a echar la culpa?
—No quise decir eso, además, lo que hacías es normal, los hombres también se tocan, es normal.
—¡Ay! ¡Y tenías que decirlo! ¡Enserio que eres bruto!
—¿Pero ahora qué dije?
—¡Solo cállate! —respiró varias veces hasta que recobró la calma— Escucha, tenemos que hacer el desayuno, es nuestro castigo por no haber estado en la fiesta con los demás.
Intenté hablar, pero ella alzó la bolsa de pan de forma amenazante, así que comprendí que lo mejor sería guardar silencio.
—Sé un buen esclavo y prepara algo de té, yo haré jugo —ordenó.
Se veía realmente molesta, así que no tenté a la suerte y le hice caso. La tarea era relativamente fácil, por lo que saqué una gran jarra y a llené con agua hirviendo, echando a continuación las especias, en tanto ella iba de aquí para allá, pues la cocina era bastante amplia. Noté que Teresa procuraba mantenerse alejada, como si temiese cualquier contacto conmigo. No tenía idea de cómo romper el hielo, o sacarle una sonrisa.
Cada cierto tiempo volteaba a verla, con miradas disimuladas. Se veía hermosa. La blusa blanca generaba sombras que acentuaban sus atributos, además, al no tener mangas, si esperabas el momento adecuado, podías apreciar el borde de sus prominentes senos; y esa licra, le quedaba a la perfección, como si fuese una segunda piel, marcando a detalle sus cinceladas piernas, los muslos gruesos, y ese redondo trasero que rezaba por acariciar. En cierto momento se le cayó un mango que estaba siendo lavado; ella soltó una palabrota en voz baja y se agachó sin doblar las rodillas.
Al inclinar su cuerpo de esa manera quedó apuntando su cola hacia mí. Gracias a eso pude disfrutar del corazón que formaba sus carnosas nalgas. La licra era muy fina, y en esa posición se estiraba a tal punto que llegaba a transparentarse su ropa interior… ¡Estaba vistiendo un hilo rojizo! Una tanga diminuta que se hundía entre sus glúteos. El mango, como si fuese mi cómplice, rodaba de lado a lado sin que Teresa lograse agarrarlo y levantarlo, generando que hiciese un vaivén con su culo, haciéndome bizquear los ojos, dándome un espectáculo que hizo que se me cayese el cucharón que tenía en la mano. Ella volteó de inmediato.
—Por eso afirmo que tú te debes haber caído de chiquito, Ni creas que yo lo levantaré —comentó, capturando por fin al escurridizo manguito.
—Ya terminé el mango… que diga el té —dije apurándome a recoger el cucharón.
—Esclavo, te ordené que no me hables —dijo con sequedad—. Saca las tazas y ve colocándolas en la mesa.
Hice caso, viendo que ella continuaba picando la fruta. Caminé con cuidado, pues el reciente espectáculo me había hecho bombear sangre y sentía mi bestia interior despertar. Tenía que pensar en algo que lograse apaciguar a mi primita. Al regresar a la cocina la observé alzando los brazos, intentando alcanzar algo de la parte alta de la alacena. Estaba parada de puntitas, estirándose cuanto podía. Era digna de ser pintada en un cuadro para la eternidad. Sus pantorrillas y muslos sobresalían, y sus nalguitas hacían fuerza por la posición en la que se encontraba. Al extender hacia arriba los brazos su blusa sin mangas permitía que asomasen los bordes de sus pechos por los lados, pudiendo percibir esas redondeces que me hicieron salivar de inmediato. Ella alzaba cuanto podía su delicado cuerpo, pero solo conseguía rozar con los dedos el motor de la licuadora que necesitaba para poder preparar el jugo.
No lo pensé dos veces, me acerqué a ella por su espalda, y presionándome contra ella alcé las manos, pegándome cuanto pude, procurando que mi cuerpo tuviese el mayor contacto posible con mi primita. Ella no dijo nada, ni hizo ademán de sentirse incómoda. Presioné mi pecho contra su espalda y, estirando mis piernas froté mi ya erecta verga contra la unión de sus nalgas. Ella se quedó muy quieta. No respirábamos. No hablábamos, solo estábamos allí. Mi falo presionó la licra, hundiéndose entre sus pompas, que se separaron hasta que sentí con el tronco que hacía contacto con la tela de su tanga tipo hilo. Lentamente alcé las manos y tomé la licuadora, bajándola del estante. La sostuve entre mis manos y la bajé frente a ella, envolviéndola en lo más cercado a un abrazo.
—Ya… gracias, sigue con tus cosas— me comentó, moviéndose a un costado, escapando nuevamente de mi presencia.
No sabía qué hacer, tenerla allí tan cerca y a solas, sin que ella correspondiese mis estímulos. Me sentía perdido.
—¿Sabes hacer huevos revueltos? —me preguntó, mirándome—. Vamos tienes que saber, es algo básico, demasiado básico —continuó, sin recibir respuesta de mi parte—. ¡Oye bruto no me ignores!
—Pero tu me ordenaste que me quede callado y que no te hable —le contesté, afligido.
—Ya veo ¿Ahora eres un esclavo obediente? ¿Ya no serás un esclavo fisgón? —preguntó llevándose las manos a la cintura, como regañándome.
—No.
—¿No? ¿No qué? —me dijo de forma altiva.
—No ama Teresita, la más hermosita —contesté, siguiéndole el juego, pues ya no se veía tan molesta. Lo último pareció gustarle.
—Bien, corta unos cuantos limones ¿Supongo que sí podrás hacer eso? y no te vayas a volar un dedo, que no quiero que me regañen —ordenó Teresita.
La escuche más alegre, la tensión se iba yendo del ambiente, además, ambos nos habíamos acomodado lado a lado en el mueble, así que mi primita ya no me evitaba. La vi calentando la sartén y revolviendo los huevos en un gran bol, ella trabajaba rápido, así que pensé en sorprenderla trabajando a su ritmo. Saqué y lavé los limones con agilidad, cogí de la despensa un cuchillo bien afilado y me puse a cortar limones en tajadas regulares. Puede que la sartén hubiese estado húmeda, o que el destino estuviese de mi lado, porque segundos después de que vertió aceite en la sartén, hubo una ligera explosión de vapor, generando que un chorro de aceite caliente saltase hacia ella, cayendo sobre su delgada blusa.
Ella la alzó con rapidez para evitar quemarse, quitándosela de inmediato, permitiéndome ver su brasier y sus prominentes pechos. El brasier era carmín, de tela suave con adornos bordados y un pequeño moño en el centro; debía ser algunas tallas más pequeño de lo debido pues tan solo le llegaba a cubrir medio seno, sobresaliendo la corona de sus grandes pezones rosados. Ella dio un salto hacia atrás y se miró girado el torso, para asegurarse de que no quedase aceite en su blanca y tersa piel. Yo, estupidizado por la vista, bajé el cuchillo, cortando mal un limón que, por la impresión, estaba apretando demasiado, el limón se partió y saltó por los aires, cayendo una pepa en mi ojo, como si de un castigo divino se tratase. Ella logró ver mi payasada.
Tuve que parpadear para reducir el terrible ardor en mi ojo afectado, y observé que ella me miraba divertida, aguantando la risa.
—¡No puede ser que seas así de torpe! —dijo, empezando a reír a carcajadas. Yo también la acompañé en la risa, que era contagiosa, y con ello su enojo se esfumó. Pero la alegría duró pocos segundos, pues ella se puso seria.
—¡Oye! —me dijo—. Te has cortado el dedo ¡Ay! Estás con sangre —exclamó, señalando la mano de la que se me había escapado el limón. Recién en ese momento empecé a sentir el ardor del corte. Mi dedo índice tenía la punta sangrando, era en realidad una herida pequeña, pero sangraba escandalosamente por lo acelerado que tenía el corazón. Ella me tomo la mano y la alzó para verla bien. Me miró y flexionó el dedo, haciendo que sangrase más.
—¡Auch! ¡No lo muevas así! —le dije, adolorido, intercambiando miradas entre mi dedo sangrante, sus pechos casi descubiertos y su carita que ahora transmitía preocupación.
—Tranquilo, lo limpiaré —dijo, tomando un pañito húmedo y pasándolo alrededor de la herida, moviendo con cuidado sus manos—. ¿Sabes? Cuando tenía una heridita mi madre me hacía esto— dijo, alzando mi mano, acercando la boca, juntando los labios y besando el pequeño corte. Lo hizo lentamente, con cuidado, con cariño. Mi mente bullía de sensaciones. Sus labios no se separaban, y ella miraba la mano, y seguía besando mi dedo. Presioné, solo un poco y le separé los labios. Quería sentirlos, abrirle la boquita y ella, obediente, entendió. Introduje el dedo y, recordando, Teresita succionó, lo introdujo a la mitad, y ahora mirándome, lo fue metiendo y sacando. Le acaricié la mejilla con la mano libre, ella entrecerró los ojos y se dejó acariciar, mientras succionaba mi dedo. Ambos nos mirábamos, sabíamos el vínculo especial que habíamos creado. El momento de dudar había quedado atrás.
Mi mano libre rozó su piel, subiendo acariciando su oreja, y colocándose sobre su cabello. Tire suavemente hacia abajo, ella dudó, pero, aún succionando, se fue agachando, estirando su licra, vestida con su pequeño brasier, con la mitad de los pechos a la vista, quedando finalmente de cuclillas. Yo ya no soportaba la espera. Ella succionaba mi dedo, ahora con los ojos cerrados. Su cabeza estaba a la altura de mi entrepierna ¿Cómo podría no hacer lo que hice? Aquí les pregunto… ¿Qué hubieran hecho ustedes?
La respuesta era obvia. Con mi mano libre tiré del elástico de mi short y saqué mi muy hinchada polla. Se la puse contra la mejilla y ante el contacto ella abrió mucho los ojos, pues la tenía contra la cara. Pero el susto dio rápido paso a la excitación. Con cuidado quité mi dedo de su boca la tomé del mentón, acercándole los labios al tronco de mi falo. Sentí su respiración contra mi piel, dudó, pero solo un instante porque sacando la lengua lamio toda la extensión de lo que se le ofrecía. Se fue acercando a la cabeza, y sin dejar de mirarme, se la introdujo en la boca, metiendo milímetro a milímetro cuanto pudo aguantar, luego, con calma, fue sacándola. La tomó con ambas manos y se la sacó de la boca, mirándola de cerca, como si de una gran joya se tratase. No le hablé, no quería sacarla de su trance. Ella sola abrió grande la boca y se la volvió a meter, empezando a mamar mientras la presionaba con ambas manos.
Yo estaba en mi gloria, me limitaba a acariciar su cabello y dejarla ser. Desde mi altura veía una joven lactando, con los senos medio salidos, con su licra transparentando la tanga roja, en tanto ella succionaba con los ojos cerrados, entregada a darse el gusto, envolviendo con sus labios, jugando con su legua. Había aprendido rápido y ahora no parecía dispuesta soltar su presa.
Sentí que se me electrizaba la columna, un ligero mareo, estaba por venirme. Le jalé suavemente la cabeza, pero ella me apartó la mano, lanzándome una mirada de advertencia, empequeñeciendo los ojos mientras seguía mamando. Era imposible detenerla, estaba decidida a seguir mamando hasta atragantarse.
Ya no le toqué la cabeza, sino que apoyé las manos en el mueble de la cocina, con ella succionando mi polla, mientras que yo, fresco como una lechuga miraba a través de la ventana hacia el patio de la casa. En cierto momento Teresa había llevado una de sus manos a su entrepierna y se toqueteaba en tanto chupaba mi verga, habiendo perdido ya todo rastro de cordura. Tensé los músculos, estaba por ocurrir. A la distancia vi a mi abuelo abriendo su puerta, saliendo con toda la calma del mundo de su ambiente.
Me alarmé, llevé de inmediato una mano a la cabeza de mi prima para apartarla, pero ella, apretando fuerte la mandíbula, me mordió la polla en tanto lanzaba un gemido ahogado por mi falo. No pude más.
Borbotones de abundante leche le llenaron la boca, me mordió nuevamente en tanto intentaba tragar cuanto podía. Sus piernas se habían juntado presionando la mano que tenía entre ellas mientras su garganta pasaba y pasaba y sufría toda clase de calambres. Mi abuelo me vio a través de la ventana, le sonreí y levanté la mano a modo de saludo, sintiendo mis piernas desfallecer por la tremenda corrida que estaba teniendo.
Teresa me arañó las piernas, en tanto tenía un par de arcadas. Hizo ademán de querer levantarse, pero presioné mi cadera hacia adelante, dejándola prisionera con mi cuerpo. Si se hubiese levantado y tosido, mi abuelo lo habría visto todo: Una de sus preciadas nietas con los senos apenas cubiertos, tosiendo semen que acabada de recibir mientras preparaba el desayuno de la familia. Hubiera sido catastrófico. Pero ella seguía intentando liberarse, sin lograr sacarse mi verga de la boca, poniéndome nervioso. Tuve que hablar para que entendiese el riesgo que corríamos.
—Abuelo el desayuno casi está listo —dije en voz alta, para que mi abuelo, que ya se encontraba a mitad del patio, me oyese—. Mas bien, ¿podrías ver si la cantidad de tazas es suficiente? No recuerdo cuántas llevé.
—Ya hijo —me contestó, pero cuando estaba a punto de dar media vuelta y dirigirse al comedor se detuvo— ¿No quieres que lleve algo, ya estoy cerca?
—No abuelito, ya no nos falta nada, tal vez habría que despertar a los demás.
—¿Y Teresa? ¿Dónde está? No me digas que te dejó a ti solo haciendo los deberes.
—No, sino que le cayó aceite a su blusa y tuvo que ir a cambiarse.
—Ya veo —dijo mi abuelo, ahora sí emprendiendo su camino hacia el comedor. Durante toda esa conversación mi prima había estado muy quieta y obediente.
Esperé unos segundos y miré alrededor para cerciorarme que no hubiese peligro, entonces retrocedí mi cuerpo y dejé que mi polla saliese de su boca. Ella estaba como un tomate, con la cara enrojecida y los labios cubiertos de espesa leche. Sus ojos vidriosos me miraban con una mezcla de odio y fascinación. Aún seguía agachada, así que le tomé la mejilla y se la acaricié.
—Espero que te haya gustado el desayuno —le dije, esbozando una sonrisa. Ella miró hacia un costado, luego hacia otro, parecía dudosa.
—Casi me asfixias, y me terminé tomando tu… ya sabes. ¿Qué hubiese ocurrido si nos descubrían?
—Pero no ocurrió, tranquila —la calmé, retrocediendo unos pasos y tomando su blusa, que permanecía en el piso. Se la acerqué—. Ten, toma, límpiate.
Ella tomó la prenda y se la pasó por los labios, como mi esencia había rebalsado de su boca, Teresa tenía cubierto hasta el mentón de la sustancia pegajosa, así que se tomó su tiempo, rozando con la tela su carita. Yo pensé en guardarme el miembro, pero también estaba pegajoso en varias partes. Esperé a que ella terminase de limpiarse y tomé su blusita, pasándola por los costados de mi verga hasta que quedó limpia. La examiné y por fin, satisfecho, la introduje en mi ropa interior, acomodándome el short. Solo en ese momento me percaté que mi prima me miraba, incrédula. Su expresión había cambiado.
—Esclavo tarado ¿Te acabas de limpiar tu pene con mi blusa? —vociferó enfurecida—. ¡Ay cómo me haces renegar!
—Lo siento, es qué, como tú te limpiaste, pensé que…
—¡Nuevamente me echas la culpa!
—No es eso… —comencé a decir, pero un desagradable olor nos hizo callar.
—¡La sartén se quema!
Ambos la retiramos de las hornillas de la cocina. La habíamos dejado encendida y, al no tener contenido, el plástico de la agarradera había empezado a derretirse.
—¡Saca eso de aquí! ¡Escóndelo y busca otra sartén! —dijo Teresa, aún amarga—. Iré a cambiarme rápido, cuando vuelva quiero que estén listos los huevos revueltos —ordenó, saliendo de la cocina con la blusa en la mano, mirando a ambos lados antes de irse corriendo hacia la habitación donde descansaban sus padres. La seguí con la mirada, cuando estaba por llegar se detuvo en seco, miró su blusa y luego volteó. Cuando me vio observándola alzó un puño amenazante, seguramente también susurro una palabrota. Cambió de rumbo hacia el tendal donde estaba la ropa que habíamos usado el día anterior para ir a la playa, allí escogió uno de sus polos y se cambió. Hizo bien, pues hubiese sido muy extraño que entrase a su cuarto con esa facha.
Se perdió de mi vista cuando se dirigió al lavadero de ropa. Suspiré y me dispuse a asearme bien las manos. Escondí la sartén estropeada, hallé una nueva y empecé a revolver bien los huevos para el desayuno. Mi primita ya había desayunado, pero faltaba que el resto de la familia lo hiciese. Definitivamente este sería un gran verano.
Continuará…
Llevaba tiempo sin escribir en la página, espero que el relato haya sido de su agrado. Si desean leer otra historia similar prueben "El profe", o los demás relatos que tengo publicados. Saludos y ¡Gracias por su tiempo!