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Mi prima Teresa
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Tiempo de lectura: 14 minutos

Ella no parecía mi prima, no podía serlo. ¿Desde cuándo unas tetas podían crecer tanto? Habían pasado unos cuatro años desde la última vez que nos vimos. En aquel entonces viajé con mi familia a la casa de playa de mis abuelos y coincidimos con un tío que también llegaba con su familia, entre ellos mi prima lejana, llamada Teresa.

Hasta donde podía recordar aquel verano fue muy bueno, yo era un año mayor que ella, y los dos éramos los únicos jóvenes en la casa, así que paseamos, jugamos e íbamos a la playa juntos. Ella solía ser una joven alta y un poco flacucha, parecía que el crecer en altura le había quitado grasa, así que sus pechos y glúteos eran un tanto planos, además vestía ropa algo suelta, lo que ocultaba aún más su silueta poco femenina. No ayudaba mucho que por aquella época yo tenía ojos solo para mi enamorada, así que la traté como una amiga, tal vez hasta como una hermana. Incluso llegamos a dormir juntos, sin que nada raro pasase. Ella tenía un carácter algo explosivo, se amargaba rápido. Y si la memoria no me fallaba, era un tanto tosca, pues me solía dar coscorrones cada dos por tres. Incluso, al ser más alta que yo, me ganaba en fuerza cuando luchábamos, terminando yo siempre en el suelo con ella encima mío, lo que, en aquel entonces, no me generaba morbo ni excitación alguna. A pesar de todo, en esos dos meses estuvimos juntos, que fueron prácticamente todo el verano, hicimos gran amistad.

Cuando el viaje terminó prometimos agregarnos y mantener contacto, pero ella rechazó mi solicitud, mis mensajes y hasta mis llamadas, por lo que ahí quedó la amistad. Cada uno partió a su ciudad y no habíamos coincidido hasta este momento, en el que entrando a la casa de playa me la había encontrado frente a frente, yo cargando unas maletas y ella saliendo de la sala, con ropa de verano muy pequeña, con sus enormes pechos prácticamente rebalsando su ligera playera. Si no hubiese sido porque seguía con la misma cara pecosa no la habría reconocido.

—¡Que sorpresa! ¡Has crecido Luis! —me dijo dando un salto y sonriendo. Se veía muy linda, no solo por la ropa, sino por su ahora bien equilibrada figura.

—Hola Teresa, te ves estupenda, cuántos años… —mientras hablaba sopesé mal lo que cargaba y la maleta de mi madre cayó al piso.

—Veo que sigues siendo bobo, me adelanté en mi opinión —me dijo divertida— deja que te ayude.

—Yo puedo solo, gracias —contesté abochornado por mi torpeza. Vaya manera de empezar un reencuentro.

Instalé las cosas de mi familia en los cuartos que mi abuelo nos había separado. Su casa era enorme, con patio a ambos lados y un bloque de cuartos destinado a la familia que lo visitaba. Así me entretuve junto a mis padres durante parte de la mañana, arreglando nuestro equipaje, hasta que escuchamos el llamado del patriarca de la familia.

—¡Ya! nos vamos a la playa, ¡el que no quiera ir se queda sin comida! —dijo mi abuelo sonriendo, mientras cargaban sus cosas en la camioneta.

Los de más edad de la familia subieron en los vehículos, yo por mi parte decidí ir caminando, la playa del poblado quedaba apenas a un kilómetro, y el camino estaba lleno de distracciones. De paso me ahorraba el trabajo de montar todas las carpas y sombrillas para el grupo.

—Oye bobo espérame —me dijo Teresa, saliendo de la casa mientras se acomodaba sus sandalias.

—¿Piensas ir caminando?

—No, iré volando —me dijo en tono sarcástico mientras me hacía una mueca.

—La escoba está por allá —le dije, muy serio, ella se acercó y dando un salto me dio un coscorrón, un tanto fuerte. Pero ni sentí el dolor pues ella al saltar y caer hizo que sus ubres rebotaran mucho, como dos balones llenos de agua.

—¡Tonto! ¡el último en llegar a la plaza compra las paletas! —dijo mientras salía corriendo, despertando en mí el niño interior que no veía desde hace mucho.

Ella llevaba la delantera, corría de verdad esforzándose, yo en lo que me fijaba era en los pantalones cortos de tela blanca mi prima que vestía. Mientras ella corría parecía que su ropa se metía más entre sus ahora redonditas nalgas. Sus piernas estaban bronceadas, eran largas y contorneadas. El haber ganado peso le había sentado de maravilla a Teresita.

Cuando faltaba solo una calle para la meta, me adelanté, la pasé y le gané la carrera, deteniéndome a esperarla. Ella agitada me dio un golpe en el pecho mientras se agachaba para recobrar su respiración.

—Tramposo, eso no se vale.

—¡Pero si no hice trampa!

—Me ganaste y eso es trampa —dijo haciendo otra mueca cerrando un ojo y sacando la lengua— además mentí sobre la apuesta.

—Ya me imaginaba —ella solía hacer eso, poco a poco recordaba sus travesuras, aun así, me había divertido con la carrera.

El pueblo costero bullía de actividad, por la propia temporada que atraía visitantes. Caminamos un poco casi sin hablar, ella se distrajo un rato en una tienda de ropa.

—¿Cuál de estos me quedará mejor? —me preguntó, mostrándome dos bikinis, uno de color azul y de diseño normal, y el otro de color rojo, excesivamente pequeño.

—El azul, porque en rojo no creo que entres —le dije bromeando, aunque me hacía una idea de cómo le quedaría, en su blanca piel, con la parte de la tanga como hilo, y el sujetador sin abarcar sus carnes, mostrando sus pezones.

—Ay Luis eres un tarado —me dijo, volteando hacia la vendedora y cogiendo el azul— me llevaré este, gracias.

Salió de la tienda molesta, mi broma había sido un tanto excesiva, así que caminamos buen trecho sin hablarnos, al final cedí.

—Teresa era una broma, no te molestes porfa.

—Eres un tonto, antes no sabías como tratar a una fina y delicada dama, veo que ahora tampoco.

—Recuerdo que esa fina y delicada dama me ganaba en lucha, y me dejó un poco tonto de tanto golpe en la cabeza.

—¿Solo un poco? —bromeó. Me alegré de sacarla de su enojo.

—¿Qué ha sido de tu vida primita?

—Pues, salí del cole, ingresé a la universidad, ahora estoy a punto de ser ingeniera mecánica —me dijo con aire de autosuficiencia.

—Wao, si que has aprovechado el tiempo —le respondí, un tanto intimidado.

—¿Y tú qué me puedes contar enano? —me llamó por el antiguo apodo que me había puesto ella, pese a que ahora yo era más alto que mi prima.

—Casi igual, solo que ese año ingresé a una universidad nacional, quería estudiar medicina, pero al segundo año cambié de carrera y de universidad, algunas cosas de allí no eran lo mío. Ahora estudio administración de empresas, aún voy a mitad de carrera. También trabajo a medio tiempo en un cine, para compensar a mis padres por el tiempo perdido.

—Ya veo, las cosas a veces pueden ponerse pesadas.

Caminamos otro trecho, había una pregunta que necesitaba hacerle, pero tal vez malograría el momento, aunque no estaría tranquilo si no se la hacía.

—¿Recuerdas hace años cuando ese verano terminó? te mandé una solicitud de amistad, ¿por qué la rechazaste?

Ella me miró, y nuestros ojos se encontraron. Tenía unos ojos grandes, almendrados y de pestañas cortas, muy bellas y alineadas, pronto apartó la vista.

—No lo recuerdo —dijo cortante.

Recorrimos el resto del trecho con charlas breves y un tanto sosas. Poco a poco nos acercamos al mar mientras atravesábamos el camino repleto de árboles de sombra. Al llegar al malecón nos pusimos a buscar a nuestra familia con poco éxito. Mucha gente había decidido ese día ir a la playa, así que la tarea no era nada fácil.

—El primero que los encuentre será el esclavo del otro durante un día —me propuso. Ese solía ser el costo de perder uno de nuestros juegos, y ella casi siempre ganaba, o si no, se negaba a aceptar su derrota. Yo terminaba cargando sus cosas, lavando sus platos o incluso haciéndole aire con un abanico como esos sirvientes que aparecían en películas de épocas pasadas.

Me despertó mucho morbo, me la imaginé teniéndola de esclava, sometiéndola y ordenándole que me baile de forma sensual mientras se debía ir quitando la ropa. Nunca habíamos establecido límites, así que acepté su reto.

—Acepto, el que los encuentre primero será esclavo por un día del otro.

—Muy bien esclavo, voltea, allá están —me dijo, señalando una carpa donde se encontraba toda la familia riendo y que por el tumulto se me había pasado de largo.

—¡Eso no se vale! —protesté, pero vi en su cara una bella sonrisa triunfal. Sus labios eran equilibrados, ni muy carnosos ni muy delgados, se me antojaban excelentes como para que me de una buena mamada, pero esa idea estaba cada vez más lejos por mi reciente derrota.

—Vamos esclavo Luis, carga mis compras —me ordenó, dándome sus bolsitas.

—Si…

—Si ¿qué?

—Si ama Teresa —le contesté volteando mis ojos, indignado pero obediente. Era fiel a cumplir mi palabra.

Caminamos por la ardiente arena hasta el grupo familiar, nos recibieron y charlamos un rato con todos, ella estaba de un humor excelente, reía por cualquier motivo, y su risa me encantaba, le hacía verse tan infantil y tan mujer a la vez.

Mi madre me alcanzó el bloqueador solar, y me unté un poco en la cara y cuerpo, estiré el brazo para devolvérselo a mi madre y mi querida prima me interrumpió.

—¿Tía me prestas un poco porfa? —le preguntó a mi madre, que sin dudar asintió y siguió charlando con mis tíos, entretenida. Luego Teresa se dirigió a mí:

—Esclavo, ponme bloqueador —me dijo, mientras se sacaba su pequeño polo y short, exhibiendo su apetitoso cuerpo, apenas cubierto por un bikini turquesa de dos piezas, adornado con pequeñas flores de colores. Su tanga tenía un diseño con una pequeña faldita suelta por encima que le llegaba a la mitad de las nalgas, muy provocadora.

—Si ama —le dije, fingiendo estar molesto, pero tragando saliva, acercándome a ella que permanecía de pie esperándome.

Puse bloqueador en mis manos, y empecé por su cara, le puse un poco en la nariz y en las mejillas. Ella cerró los ojos y mi mente voló. Me imaginé que no era bloqueador, sino que era mi esperma lo que ponía en su cara. Se lo esparcí y froté con delicadeza, mis dedos apenas rozaban su tersa y delicada piel, era un toque exquisito. Ella sintió la caricia y se dejó hacer, entreabrió un poco la boca, por lo que le acerqué un dedo a los labios.

—¡No tonto! ¡el bloqueador sabe horrible! —me dijo, limpiándose la boca y haciéndome salir de mi ensoñación.

—Lo siento… —le dije corrigiendo mi trayecto.

—Ponme en los hombros y espalda, ya quiero entrar al mar.

Dicho se volteó, dándome la espalda para facilitar mi tarea. Igualmente procuré no apurarme, había sentido que le gustó el masaje anterior, salvo por lo de la boca, así que hice lo propio en los hombros, muy ligero primero, y con cierta presión después. Mis anteriores enamoradas me habían enseñado como masajear su cuerpo, por lo que me podía considerar un conocedor. Yo no me negaba pues hacerlo me gustaba y excitaba.

Aunque me demoré un poco ella no protestó. Cuando bajé a la espalda se agarró el brasier y me dijo que le desaté las tiras de la espalda, yo lo hice y le puse el bloqueador, se lo esparcí y froté del centro hacia afuera, bajando poco a poco, entre más bajaba más lento hacía los movimientos. No podía verle la cara, pero apostaba a que lo estaba disfrutando, cuando llegué a la cintura vi como le traicionó un reflejo y echó las nalgas hacia atrás, como esperando ir más allá. No sabía si seguir bajando, me pregunté si sería muy atrevido que le ponga la crema en los glúteos y las piernas enfrente a mis familiares.

—Ya es suficiente esclavo, vamos, acompáñame al mar —me dijo, terminando con lo que hacía.

Salimos corriendo hacia la zona húmeda de la playa, pues la arena caliente era intolerable. Nos habían dicho que tengamos cuidado, pues el oleaje estaba bastante fuerte. En la orilla ella se detuvo y miró a ambos lados, decidiéndose a caminar un poco hacia la derecha, yo la seguí.

Recordé que ella le tenía cierto miedo al mar, y yo solía desquitarme todo cuanto me había hecho cuando entrábamos. La mojaba, dejaba que las olas la tumbaran, e infinidad de maldades.

—Esclavo no me vayas a soltar —me dijo, tendiéndome la mano para que la sujete.

—No te soltaré primita —le contesté, tomándola e ingresando al mar —vamos.

Avanzamos hasta que el agua nos cubrió la cintura. Admito que en realidad el oleaje estaba intenso. Lo que me hizo avanzar hasta ahí fue que ella se aferraba a mi con cada ola que venía, y eso hacía que restriegue sus pechos contra mi cuerpo. Sentí su textura, era llenitos, no muy aguados, pero tampoco duros, mas bien perfectos. Su delgado bikini, ahora mojado, me permitía sentir hasta la punta de sus pezones erectos rozándose contra mi pecho cada vez que me abrazaba para que la ayude hasta que la ola pasase de nosotros.

—No debes darle la espalda al mar —le dije, volteándola— yo te abrazaré, cuando venga la siguiente saltamos juntos ¿está bien?

Asintió, pegándose a mí. Ello hizo que pusiera su trasero contra mi pierna. Su piel humedecida resbalaba contra la mía. Cuando la ola nos alcanzó golpeó un poco, con lo que ella se presionó aún más cuando saltamos, llegué a sentir sus glúteos separándose, permitiendo que mi pierna se meta entre las suyas. Eran demasiadas sensaciones, estaba distraído, mi sentía mi falo endurecerse a consecuencia de tanto roce. No me percaté de una ola relativamente grande que se aproximaba, hasta que esta nos golpeó e hizo caer.

Me levanté como un resorte, buscándola, la vi a unos metros, luchando por levantarse, me acerqué a ayudarla cuando otra ola nos golpeó, tumbándola a ella de nuevo de manera muy cómica. No pude evitar reírme mientras la volvía a levantar.

—¡Tonto! ¡te dije que no me soltaras! —me dijo acomodándose el cabello, escupiendo un poco de agua.

Yo tenia los ojos como platos, pues uno de sus pechos estaba en el aire, era redondo como un mango grande, con un pezón también grande y rosado. El pezón estaba endurecido por el frío. Mientras ella me apuntaba con su pecho sentí ganas de mordérselo, pero pensé rápido y la abracé, pegando pecho con pecho.

—¿No que no había que darle la espalda al mar? —me dijo confusa.

—Tampoco debes darle el pecho a todo el mundo primita —le contesté.

Ella bajó la mirada y con urgencia se empezó a acomodar el brasier, en su desesperación lejos de mejorar la situación terminó haciendo que se le suelte el otro pechote. Así, mientras ella jalaba la tela húmeda pegada a su piel, dando pequeños saltos, y luchaba por acomodar sus ubres, yo estaba en mi gloria.

Finalmente logró hacer entrar a sus redondeces en su ropa, volteándose y volviéndose a pegar a mí.

—Esta vez no me sueltes esclavo, pórtate bien, sino te tendré limpiando la casa el resto del día.

—Si lo hago bien ¿me premiarás? —le dije acercándome a su oreja, sonando un tanto atrevido.

—Lo pensaré —me contestó, con un tonito coqueto que me gustó.

Su cara estaba algo sonrosada, no tanto por el sol, sino por el bochorno y la situación vivida.

Seguimos juntos, abrazados, pasando las olas, ella se encajaba bien de espaldas a mí poniendo su cola en mi muslo. Yo gustoso la mantenía lo más junta que podría, con mi cadera un poco girada para que no se diese cuenta de que al costado tenía una erección monumental.

De pronto una enorme ola hizo aparición, no podíamos correr, así que intentamos saltar. De todas maneras, nos hizo trastabillar, por la fuerza del agua la terminé soltando y ella en su desesperación llevó sus manos hacia mi cuerpo, sus brazos se me resbalaron. Ella totalmente cubierta de agua terminó agarrándose del elástico de mi short con una mano, y con la otra me agarró la verga, apretándola con fuerza. El tirón de la cadera me causo muchísimo dolor, pero resistí para evitar que el mar se lleve a mi adorada primita.

Cuando el agua empezó a descender y pude ponerla de pie ella me soltó la pinga y se volteó, yo acomodé mi pedazo en mi short de baño y nos volvimos a abrazar, pues otras olas ya se acercaban. No me dijo ni una sola palabra de lo ocurrido, así que tomé la iniciativa.

—Ya ves, dije que no te soltaría —bromeé con ella.

—¡Tonto! Yo fui la que no te soltó… ¿te hice doler? —me dijo al cabo de un momento.

—Tranquila, solo que casi me arrancas la fábrica de tus posibles futuros sobrinos —continué bromeando.

Se empezó a reír, volteando a mirarme un momento. Se veía fantástica, así mojada, con su cabello pegado al cuerpo y con gotitas resbalándole. Se volvió a pegar de espaldas a mí. En la siguiente ola que saltamos ella se movió un poco a la derecha, encajando mi verga aún erecta entre sus glúteos. Pensé en moverme, pero como ella aceptaba su nueva posición le llevé una mano a la cintura y la abracé, pegándola incluso un poco más.

Era un momento glorioso, cada ola, cada salto, cada movimiento del mar era una gozada, ella colaboraba, incluso sentía que saltaba mas de lo necesario, definitivamente estaba excitada también. Si hubiese estado desierta la playa habría liberado mi falo para hacer a un lado su trusa y penetrarla, pero estábamos rodeados de gente, y la familia andaba cerca, así que la idea de poseerla quedaba muy lejana en mi cabeza.

—Mira —me dijo señalando a la orilla. Mi tía nos llamaba para que salgamos a almorzar, así que lo hicimos.

Mi prima era la viva imagen de su madre. Mi tía por su parte se conservaba muy bien, hasta donde sabía había tenido a Teresa cuando era joven, así que fácilmente podía pasar por su hermana mayor. Confieso que el verano de hace cuatro años había llegado a masturbarme pensando en ella, por lo que sentía un poco de culpa cada vez que la veía.

La comida fue larga, todos contaban anécdotas y nosotros como los menores del grupo nos distraíamos escuchando. Nos habíamos sentado juntos en la arena y comíamos sonriéndonos en complicidad. Mi abuelo sacó del cooler varios tipos de bebidas. Los de mayor edad escogieron tomar pisco, probamos un poco pero luego nosotros decidimos cambiar y tomamos un par de latas de cerveza. Estuvimos brindando un rato, cuando mi prima empezó a quejarse de la barriga, dijo que le dolía.

—Creo que quiero ir a la casa —le dijo Teresa a su mamá, que un poco molesta por malograr el momento le dijo que si deseaba podía ir avanzando.

—Esclavo carga mis cosas —me dijo, en tono autoritario, para después lanzar un pequeño quejido.

Tomé sus cosas y me disculpé, diciendo que la acompañaría, así que emprendimos el retorno a pie. Cuando ya nos habíamos alejado ella se me pegó, la tomé del hombro y la acerqué a mí, para caminar juntos. Cualquiera que nos viese hubiese dicho que éramos enamorados. Desde mi posición le daba pequeños vistazos a sus pechos, que con cada paso vibraban, no me sacaba de la cabeza la imagen de sus rozados pezones.

—¿Te sorprende que hayan crecido? —me preguntó de pronto.

—¿A qué te refieres primita? —le dije, fingiendo ignorancia.

—No paras de mirar mis tetitas —dijo, entrecerrando un poco sus ojos.

—¿Tetitas?… Prima antes parecías una tabla, ahora pareces una vaca —le contesté, sin pensar en lo tosca de mi respuesta. Ella me dio un codazo en el estómago, bastante fuerte.

Así andamos otro trecho, ella molesta y yo recriminándome mi torpe manera de hablarle. Tenía que arreglarlo.

—La verdad te ves preciosa primita, disculpa mi torpeza, me pone nervioso caminar así contigo.

—¿Así como? —me preguntó sonriendo.

—Así tan juntos… ya sabes.

—Creo que en el mar estábamos más juntos y no parecías nervioso primito…

Me limité a sonreírle pues ya habíamos llegado. Saqué la llave para abrir la puerta, permitiéndole ingresar y por fin disfrutar de algo de sombra. El calor era sofocante, así que me ofrecí a darle una bebida.

—No, esclavo quiero helado, sírveme un par de bolas.

—Ya quisiera servírtelas —le dije susurrando mientras caminaba a la cocina.

—¿Qué dijiste?

—Nada ama, enseguida se las sirvo.

Ella se sentó en el amplio sillón de la sala. Se había mantenido con su traje de baño, solo que tenía una especie de tela envolviendo su cintura, al estilo de una falda ligera. Le serví el helado, una bola de chocolate y la otra de fresa, con algo de crema batida, para que se sienta a gusto. Cuando se lo entregué lo miro con aprobación, regalándome una sonrisa.

—Esclavo hemos caminado mucho, masajea mis pies —me ordenó, acomodándose en el sillón, y levantando una de sus piernas.

Yo no me negué, por lo contrario, me agaché frente a ella y le levanté un poco la pierna, mientras ella comía helado le fui acariciando la pantorrilla, haciendo ligeras presiones, subiendo y bajando, cuando llegaba a la rodilla me entretuve en el inicio de su muslo, rozando con ligereza la piel, pasando de largo de la cara interna del muslo. Toda mi atención estaba en su pierna, con la piel un poco tostada, con ese balance entre dureza y suavidad. Al sentarse la tela que usaba como falda se había soltado, por lo que podía apreciar toda la extensión de su piel hasta su cadera, y en medio, donde se unían ambas piernas, una ligerísima mata de pelo proviniendo de su sexo. Levante la cara y vi que ella me miraba como hipnotizada, con la cuchara en la boca, sin moverse. Así, mirándola, llevé mi mano a la parte interna de su muslo, fui acercándome, subiendo, frotando, rozando, hasta que llegué al medio, sobre su vagina. Por encima de la tela la toqué, le acaricié los abultados labios. Ella se inclinó hacia atrás facilitándome la tarea. Empecé a besar su pantorrilla mientras mi mano seguía haciendo el trabajo de tocarla. Subí entre besos y lamidas, sabía lo que ella quería. La tersa piel de su muslo estaba muy cálida, avancé con lentitud y llegué su pubis. Con mis dedos levanté la parte media de su tanguita y se la puse de costado, liberando a mi vista su vulva, que tenía pequeñísimos vellos rubios, casi como una pelusa. Saqué mi lengua en toda su extensión y la lamí de abajo hacia arriba, ella gimió en respuesta, le besé la zona del clítoris y me puse a ensalivarla alrededor. Ella tenía ambas piernas levantadas, mientras yo lamía y relamía su interior. Le introduje un dedo y seguí con mi juego, la masajeé por dentro, introduje mi lengua y dejé que sus caderas acompañaran mis caricias. Ella había dejado a un lado el helado que le había servido y con los ojos cerrados mantenía la boca abierta, lanzando pequeños gemidos.

La eché por completo en el sillón. Con mi boca subí hasta su ombligo y seguí hasta sus pechos, casi con desesperación tiré de su brasier, pero no salía, ella se llevó una mano a la espalda y liberó el nudo que lo mantenía en su lugar, por fin liberé sus tetas, grandes, redondas, con los pezones rozados. Tomé un pecho en mi mano y le succioné el pezón con fuerza, ella gimió y me apretó la cabeza contra sus pechos. Tomé el otro y le pellizqué el pezón, le lamí las tetas en toda su extensión, ambos estábamos gozando. De pronto sentí su mano tanteando en mi short, intentaba bajármelo. Me bajé el short y le llevé la mano a mi verga, ella la agarró y se puso a pajearme, yo seguí con sus tetas, subí a su cuello y la besé. Nuestras respiraciones chocaban, las lenguas bailaban y ella movía con fuerza mi falo, extasiada.

Quería que esos labios me dieran una chupada, así que me levanté y la hice sentarse, jalándola con cuidado de los brazos, ella me miró el pene, dudosa.

—Wao, sí que has crecido primo. Te confieso que nunca he dado una mamada—me dijo, agitada.

Recordé su carita mordiendo la cuchara y tomé el pote con helado que le había servido. Con mi mano unté un poco de helado en la cabeza de mi pinga y se la acerqué a la boca.

—haber primita di a…

Ella me hizo caso y abrió la boca, se la metí un poco, pero ella cerró la boca por instinto. Sus labios lograron tomar algo de helado que relamió. Luego envalentonada abrió un poco más y comió otro tanto de helado, rozando mi glande en el proceso.

—Usa tu lengua, disfruta de tu helado especial.

Saco la lengua y me lamió de costado. Yo unté otro poco para mantenerla así. Ella siguió tomando helado mientras poco a poco me mamaba la verga, hasta que llegó un momento que me lamía el pedazo en toda su extensión, y envolvía la cabeza con sus labios, lamiendo alrededor. Le tomé la cabeza y le introduje un poco de mi carne, ella aceptó y, guiándola, cogió rito para mover la cabeza hacia adelante y hacia atrás.

—Eres una buena estudiante —le dije, gustoso, recibiendo una de las mejores mamadas de mi vida.

Controlándome se la quité de la boca y la volví a tumbar, levanté sus piernas y encajé la cabeza de mi falo en la entrada de su humedecida vagina, deteniéndome un instante a mirarla. Era una belleza, con sus grandes pechos, su piel tostada por el sol, su tanga aún puesta, así se la clavé, introduciendo lentamente mi pedazo en su mojada cueva. Ella cruzó las piernas a mi espalda, tomándome prisionero.

Levanté la cadera, sacándole un buen trozo de mi falo, para volver a introducírselo, todo ello mientras la miraba, viendo cada cambio en su expresión, como gemía, cerraba los ojos y levantaba sus piernas invitándome a seguirla poseyendo. Le di una buena cogida, aumentando poco a poco el ritmo de mis embestidas, hasta que el sonido del choque de mi cadera con sus nalgas parecía aplausos. Nos besamos sin parar la danza, le seguí estrujando las tetas, lamiéndoselas mientras la bombeaba. El sillón crujía mientras soportaba mis embistes contra su cuerpo, en un momento dado ella extendió sus piernas y me mordió el labio, teniendo un tremendo orgasmo. Yo me alcé y saqué mi verga, lanzándole chorros de leche en sus pechos y cara. Así nos quedamos un momento, agitados, con fluidos por todos lados.

—¿Creo que ahora debo mamártela no? —me dijo.

—Creo que sería muy rico que lo hagas —le contesté, acercándole mi pinga a la cara. Ella, aún tímida abrió la boca, sacó la lengua y lamió un poco de mi leche.

—¡Puag! No sabe rico, ¿cómo lo hacen en las películas?

Yo riendo acerqué lo nuevamente el helado, poniéndome otro poco en la poronga. Ella volvió a lamer y, con el sabor camuflado me dio otra mamada. Entretenido use mi verga para llevarle leche con helado a la boca, que ella recibía gustosa.

—Primita eres lo máximo — le dije, dejándome caer en el sillón. Ella se acomodó poniendo su cabella en mi muslo. Me sentía muy afortunado de haber podido hacerle todo eso a ella, una mujer tan bella. Le acaricié la mejilla y jugué un poco con su oreja; acomodé su cabello y le hice caricias, ella cerrando los ojos se quedó dormida. El calor permitía que sigamos así, libres de ropa y sin necesidad de taparnos, así que yo también caí en un ligero sueño.

Me despertó el sonido de un motor apagándose, di un salto al ver que había oscurecido y la familia estaba bajando de los vehículos afuera de la casa, le di una sacudida a mi prima que también se levantó como un resorte, cogió su brasier y corrió hacia el baño, yo tomé mis cosas y corrí hacia el cuarto justo cuando la puerta se abría.

—¿Quién no se ha terminado su helado? —escuché la voz de mi tía que tomaba la dulcera con el contenido derretido y se lo bebía. Yo esperaba que no hubiese sentido nada extraño en el sabor.

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