-Quiero la leche en la lengua, Rodro –Me dijo la noche del sábado, mientras le tocaba suavemente el clítoris por encima de la bombacha.– La quiero acá –la escuché susurrarme al oído, a la vez que se ponía un dedo en la boca y lo lamía como una petera fuera de sí. Mi mano entera estaba empapada por el flujo que lograba traspasar la tela.
Esa noche, ella no debía estar ahí. En ese momento ella debía estar entrando en la Iglesia, vestida de novia y siendo el centro de atención de toda nuestra familia emocionada por ver semejante espectáculo. Pero no.
-Toda la leche, Rodro. Para tragarla despacito y sentirle el gusto hasta en la garganta. Toda la lechita en la lengua, quiero. –me repitió.
A esa hora en su lengua debía estar deseando tener la ostia de la misa a la cual habría entrado soltera y salido felizmente casada. El cuerpo de Cristo, perdonando toda tentación y recibiéndola, nuevamente, en su rebaño. Pero no. Allí estaba ella en cambio, acostada en mi cama, llegando al orgasmo y deseando el semen de su primo.
Pero en el segundo párrafo de esta historia les prometí ser detallado y creo que lo mejor es no romperle una promesa a un amigo, ni a una amiga. Porque aunque les parezca exagerado, así los considero: son ustedes los confidentes de mi mayor perversión. De mis deseos más oscuros, sin temor a ser juzgado más que por una coma o una tilde que no puse, o una palabra que repetí más de una vez, sin necesidad.
Debo entonces volver al lunes anterior, cuando me desperté todavía con la mano en el culo de Julia. Ella ya estaba despierta y acariciaba el bulto que dejaba mi verga sobre el bóxer. Habrán pasado dos minutos hasta que sonó la alarma de mi celular. Siempre había sufrido esa especie de situación paranormal de despertarme dos minutos antes de que suene el despertador, pero nunca con mi prima tocándome la pija.
Cuando las primeras notas de la canción “Anhedonia”, de Charly García, usurpó el silencio de la habitación, mi prima retiró su mano y la puso en mi mejilla. Ya no tenía la cabeza en mi hombro, sino sobre su almohada. Me giró tiernamente la cara y nuestras bocas quedaron casi a un centímetro de distancia.
-No podemos coger, Rodri. –Me dijo. Tan cerca, que podía inhalar su aliento.– Somos primos.
Por esas cosas que uno no puede explicar, aún medio dormido, lo primero que me llamó la atención fue el olor a menta. Quizá porque pensaba que de su boca saldría el olor a la verga de Fabián. O al culo de una pendeja desconocida, según la información que ella misma me había dado recientemente. Pero no fue así. Además de bañarse, aparentemente, también había recordado lavarse los dientes, porque las palabras de July se sintieron con aroma a picante, literalmente. Aunque quería corroborarlo con el sabor, con el olor me conformé.
Le respondí que estaba bien, que tenía razón y que coger sería un error. Le di un beso en la frente para darle los buenos días y me fui a bañar.
Por primera vez en la historia me encontraba en una situación que sabía manejar muy bien. Jamás debería mostrarme desesperado ante ella. No importa quién sea, ni cuánto me lata la pija cada vez que la vea. Si existe una chance de comerle la concha a una mujer como ella, tu mejor aliada es su imaginación. Su intriga, su inseguridad y su sensación de que todo depende de ella, siempre terminarían jugando a tu favor.
Estaba seguro de que Julia en ese momento sintió temor de que nunca pasaría nada más entre nosotros. Podía prácticamente leer su pensamiento en ese instante: coger con su primo estaba mal, era incorrecto, pero ¿qué carajos iba a hacer con su deseo? Si el ser, encima, un deseo prohibido (estaba convencido) la excitaba aún más. ¡Y para colmo de males contaba con mi aprobación!
Allí su imaginación entraría a jugar para mi equipo. ¿La estaba rechazando? ¿Estaría yo pensando que ella era una trola cualquiera? ¿Estaría ella más interesada en coger conmigo, que yo con ella? Y lo más importante: ¿Sería ésta la única chance que tendría a su alcance para cumplir su fantasía? Una mina nunca deja esas preguntas sin contestar por una sencilla razón: su inseguridad, ante dos opciones, la haría imaginar la peor. Si o si, por su propio orgullo, estaban obligadas a conocer las respuestas reales. Sea como sea, cueste lo que cueste.
Si todo dependía de ella, con el tiempo, además de libertad de decidir, sentiría una profunda responsabilidad. Tan profunda que se convertiría en temor. En no saber qué hacer. Tener el control ya no le resultaría tan cómodo e, inconscientemente y poco a poco, me lo iría delegando a mí. Ese es, sin ninguna duda, el primer signo que muestra una persona cuando se entrega a otra. Dicho de otra forma: eso finalmente haría que mi prima se me entregue.
Sé que este punto pudo haber sonado ofensivo para algunos de ustedes. No sólo ofensivo sino que manipulador y machista también. Pero déjenme aclararles dos cosas.
La primera: no estoy generalizando a todas las mujeres. Solo revelo la táctica que creí conveniente usar para entrar en la concha de mi prima, que había probado en situaciones anteriores, en otro tipo de relaciones y que me había dado buenos resultados. Una táctica que ni siquiera había inventado yo: guerras enteras se habían ganado a lo largo de la historia de la humanidad gracias a los líderes que supieron cuando retroceder para que el enemigo entre a la zona que ellos querían, donde vencerlos sería mucho más fácil.
Y la segunda: ese enemigo ya no era su consentimiento. El enemigo era un prejuicio. Una norma social a la que ya no le encontraba sentido alguno. El enemigo, en ese momento, se merecía mi manipulación, porque me parecía hasta desagradable. Que una sociedad te condene o que una institución parecida a una empresa cuyo logo es, ni más ni menos, que un arma de tortura, te amenace con mandarte al infierno por el sólo hecho de desear algo que ellos consideraban incorrecto, era una manipulación mucho peor. ¡Ni un pelo se me movería por jugar a su juego! Su mensaje debía ser simplemente amor. Puro. Sin temor. Y debería escribir otra historia nueva para poder explicarle a quien no entienda que la pasión y el deseo, son la forma más humanamente pura de amor que puede existir entre dos personas que comparten esos sentimientos.
En fin, salí de la ducha sintiéndome un campeón. Con la seguridad de que mi morbo más perverso, tarde o temprano, se haría realidad. Podría llevarme un tiempo, era cierto, pero se haría realidad. No tenía más dudas de eso.
Cuando llegué al trabajo lo primero que hice fue cambiar la fecha de mis vacaciones. Pensaba irme, en enero, unos quince días a Cancún, pero las adelanté para quedarme en casa. Lamentablemente había calculado que ese lunes sería mi último día allí, pero sólo pudieron acomodarme para tomármelas a partir del viernes. Podría haber sido peor y no me quejé. Me quedaban sólo cuatro días y tocándole el culo a mi prima todas las noches, se me pasarían volando.
Al llegar a mi departamento, Julia ya me esperaba acostada, con el orto entangado para arriba, sus codos apoyados en el colchón y en sus manos, el celular. Vestía igual: la misma musculosa y la misma bombacha sucia con leche.
Pensé en sacarme el pantalón y tirarme a su lado a meterle mano, pero recordé mi táctica. “No importa cuánto te lata la pija”. Pensé también que podría ir a saludarla con un beso, tiernamente preguntarle cómo estaba y darle un pequeño masaje en la espalda. Lentamente bajar una mano hasta el culo y jugar con mis dedos en la tanguita. No tendría por qué negarse a eso. Sería una buena oportunidad para besarle los hombros primero y luego la espalda, sobre la musculosa, desde arriba hasta abajo, hasta que la prenda se termine. Levantarla un poco para besar la piel de su zona lumbar y a la vez tener su cola bien a la vista. La mano bajaría despacio hasta su concha y ella ya excitadísima se daría vuelta pidiéndome por favor que se la chupe un poquito, o que le meta aunque sea un dedo. Bien sabido es que de los dedos a la pija hay tres minutos de distancia.
Cuando la verga me apretó el pantalón volví a mis cabales. “No importa cuando te lata la pija”, me repetí. Esta operación era bastante compleja y no podía darme el lujo de cometer absolutamente ningún error.
-Ya llegué, Ju. Vení a tomarte unos mates.
Se notaba que había estado llorando, pero eso no era lo único que había estado haciendo. Por su mirada sospeché que, hasta no hacía mucho tiempo, también se había estado tocando la almeja. Cuando se sentó a mi lado, ya con el mate preparado, la tomé de las manos y al besárselas confirmé mi sospecha. Ella soltó una sonrisa que me resultó medio pícara y yo le pregunté cómo había estado, si ya se encontraba mejor.
-Mal, Rodrigo. ¿Cómo voy a estar? Hubiese sido mejor que me deje plantada en el altar -me respondió, haciéndome seña de que le sebe uno.– Me estuvo llamando todo el día el pelotudo encima. Tuve que bloquearlo.
Le acaricié el rostro cómo respuesta y ahora fue ella quien aprovechó para darme un beso en la mano.
-Hasta hace dos días pensaba que lo más difícil del mundo, era planear una boda. –Dijo casi reflexionando– Lo más difícil, es suspenderla. Tengo que hacer mil trámites.
-Yo te voy a ayudar, July. El viernes arranco las vacaciones y tengo tiempo de sobra para acompañarte a dónde tengas que ir.
Mi prima me sonrió de nuevo y me agradeció con otro beso. Quité la mano para cebarme un mate para mí, lo tomé y le volví a dar uno a ella.
-¡Dos mates hijo de puta! Y ya lo lavaste.
Lo dejó en la mesa por la mitad, como si fuese una pendejita cheta, y se metió al baño. Abrió la ducha pero no llegué ni a terminar de agarrar el termo que salió llorando. Otra vez con las manos en la cara. Otra vez hacia mi pecho.
-¡No puedo ser tan estúpida, Ro! ¡No traje más ropa!
“Hace calor, July. Podemos dormir desnudos”
“Aunque te lata la pija, pelotudo”
Les dije que mi táctica era efectiva. Nunca dije que fuese fácil.
-Tranquila, prima. Vamos a buscar. En dos patadas estamos de nuevo acá.
-¿Estás loco? ¡No lo quiero ni ver!
-Entro yo. Me decís qué necesitas, y listo.
Quitó las manos de la cara y me regaló una sonrisa.
-Si entrás vos, una de dos: o lo matas o se muere de un infarto del cagazo cuando te vea.
Era un buen punto. De matarlo, podría contenerme; pero evitarle un infarto estaba fuera de mi alcance. Fabián sabía que Julia estaba conmigo y no se había ni asomado por el barrio. Mi prima sabía, también, que no lo iba a hacer y eso la tranquilizaba bastante. Es cierto que en ese momento lo odiaba con toda el alma, pero nunca antes lo había visto como un mal pibe. Eso sí: desde el primer minuto me pareció muy, pero muy cagón.
Julia agarró el celular, habló unos minutos en el balcón y volvió a entrar. Me dijo que ya estaba arreglado, que una amiga le traería un bolso en un rato, pero que vivía en Mataderos y se iba a quedar a dormir acá. Cuando le pregunté dónde iba a dormir, fue muy clara: yo iba al piso con unas frazadas como colchón.
Pensé en decirle que había estado todo el día esperando la noche para apretarle el ojete, pero en cambio le dije que estaba bien, pero que si la amiga estaba buena la que dormía en el piso era ella. Esta vez no me sonrió.
Me puse a hacer unos fideos y cuando ya estaban listos, sonó el timbre. Mi prima se puso el pantalón con que había venido la noche anterior, agarró las llaves y como si supiese que esa noche no podríamos hacer nada más, me acarició el rostro, bajo por mi abdomen y con un dedo me rozó la pija, mirándome a los ojos.
-Ya llegó. No seas pelotudo y comportate.
Yo la di vuelta, la agarré de la cintura y la traje hacia mí, apoyándole el bulto en la cola mientras que con una mano le acaricié la concha por encima del jean.
-¿Qué te pensás? ¿Qué te voy a manosear la conchita delante de tu amiga? –le dije al oído.
Aunque parezca contradictorio, no estaba yendo en contra de mi plan. Era importante también que sepa que si bien ella manejaba la situación, cuando decidía avanzar debía estar segura de hacerlo porque mi reacción podía sorprenderla. ¡Y vaya que lo hizo! Julia no se lo esperaba, pero pude sentir en su respiración cuánto le había gustado. Solamente debía tener cuidado de no darle a entender que siempre que me buscase me iba a tener a sus pies. Ya encontraría luego alguna chance de rechazarla.
Me permití ahora avanzar un poco yo, después de todo esa noche ya estaba perdida. La di vuelta nuevamente y quedamos enfrentados. Estuve a punto de besarla, pero me arrepentí. En lugar de eso le metí la mano en la cola, esta vez por debajo del pantalón.
-No voy a ser tan desubicado de tocarte el orto delante de ella. –Saque la mano y le di una palmadita –Quedate tranquila, me comporto. –y la solté sonriendo.
Julia tuvo que tomarse unos segundos para recomponerse y acomodarse la ropa un poco mejor. Se había excitado y no lo pudo ni disimular. Yo también lo había hecho, pero me puse a servir los fideos.
Al ratito volvió con un bolso y la amiga. La reconocí de una. Era la pibita rubia del pantaloncito que tuve en la verga un rato, en la fiesta de despedida. La saludé un poco incómodo, asombrado porque también tenía buenas tetas y ni se las había notado aquella vez. Puse los platos en la mesa para los tres y nos dispusimos a comer. Mientras enroscaba los espaguetis en el tenedor me enteré que, además de ser amiga de Julia, era la prima de Fabián.
“Hermosas casualidades de la vida”. O lo habrían sido, si aquella noche lluviosa me la habría cogido.
El resto de la cena fueron puras palabras de odio hacia Fabián. Se notaba que ella no tenía con su primo ni la centésima parte de la relación que yo tenía con Julia. Prácticamente llegó a convencerme de que, lisa y llanamente, lo detestaba.
Supe también que eran amigas desde la facultad, que la pibita le había presentado a Fabián, que le aconsejo mil veces que no sea estúpida y que lo deje, pero July ya estaba enamorada. Que se había peleado con su novio hacía poco y que estaba soltera. Además me contó que era vegetariana y aunque usualmente los vegetarianos me caen mal, gracias a esos labios peteros que tenía, ella no lo hizo. Todo esto en no más de cinco minutos. Es impresionante la cantidad de cosas de las que pueden hablar las minas en cinco minutos.
Cuando terminamos de cenar, la amiga de mi prima se ofreció a lavar los platos. Tenía un shortcito de lycra que le marcaba bárbaro el culito lindo y bien parado que tenía, como si fuese una jugadora de vóley porno, así que le dije que sí. Que vaya nomás. Yo podría mirarle el orto tranquilo mientras lo hacía. Julia aprovechó para sacar ropa del bolso e irse a bañar.
La pibita, apenas escuchó el ruido de la ducha, dejó la esponja, los platos y vino corriendo hacia mí. Me comió la boca tan rápido que me quedé con los brazos abiertos. Se arrodilló y empezó a desabrocharme el pantalón.
-No veía la hora de chuparte la pija –me dijo, con tonada de nenita inocente.
Reaccioné cuando tenía el cierre de la bragueta entre sus dientes. En realidad “reaccioné” es un poco exagerado. Todavía ni entendía lo que estaba pasando, pero la tomé de la cabeza y tras un momento de duda, entre bajársela y dejar que me petee tranquila o sacársela de mi entrepierna para no arriesgarme a que mi prima salga y se me arme quilombo, negocié conmigo mismo.
-Vamos al balcón, que si te ve Julia te mata. Es más cuida que yo esa pendeja. –La estrategia se me estaba yendo a la mierda, pero una boquita en la pija, a esas alturas, era una verdadera necesidad.
Me apoyé en la baranda mirando hacia adentro, a través del vidrio podría ver si había movimiento en el comedor, me prendí un pucho por si lo tenía que usar de excusa por estar allí y le dije a la pendeja que se arrodillara. Ya tenía la poronga dura como un fierro.
No pensé en nada más. Ni pensé en que me podía caer, si seguía estirando la espalda. Estaba sacado y ella desesperada.
-¡Dale, putita! ¡Arrodíllate! –le volví a repetir.- Mostrame lo que haces con esa boquita de petera que tenés.
Noté que la onda dominante le gustaba porque puso carita de caprichosa, como haciendo pucherito, pero me obedeció sin chistar y se puso de rodillas en el piso. Otra vez sus dientes llegaron al cierre de la bragueta y lo bajó con una destreza que me calentó aún más. Después desabrochó mi cinturón y le dio un par de besos húmedos a la pija sobre el bóxer. Terminó de sacármela con la mano, se metió la cabeza del pito en la boca y la abrazó con los labios, mientras sentí cómo su paladar se llenaba de saliva. La pibita era fantástica, cada tanto me tiraba una mirada con una sonrisa de trolita que me mataba. Con los labios, ahora me apretó el pene un poco más, y gimiendo se lo dejó quieto en la boca, para lubricarlo y saborearlo mejor. Cuando lo sacó, pensé que se iba a ahogar ahí nomás. Me dejó la chota chorreando baba en dos patadas, y se entretuvo unos minutos pasándole la lengua desde el tronco hasta el glande, como cuidando que no caiga nada sobre el suelo.
-Te voy a hacer el petiso de tu vida –me dijo, abriendo grande la boca.
-¡Calladita, rubia! –Respondí, con el dedo índice cruzando mis labios- Seguí chupando, calladita.
Como un acto de rebeldía, me bajó la ropa hasta las piernas y me empezó a lamer las bolas. Intercalaba lengüetazos pequeños y rápidos, con lengüetazos lentos y fuertes, por todos mis testículos, mientras me pajeaba despacio con su mano. Cada tanto me daba unos besos ensalivados en la parte interna de los muslos y luego volvía a pasar la lengua por mis pelotas. Me estaba haciendo ver las estrellas.
Metí una mano por el escote de su remera y le manosee una teta esquivando el corpiño, la saque al ratito y le pegue una suave cachetada en la carita.
-Ponéte el pito en la boca, piba.
De vez en cuando se daba vuelta para ver si Julia no había salido del baño, pero yo le volvía a girar la cabeza hacia mi pija. Ahora yo también estaba desesperado.
Sentir la humedad de su lengua, el calor de su aliento y el roce de mi verga entrando y saliendo de su cara, era una belleza que se disfrutaba más con los ojos cerrados. La pibita le daba besitos, lengüetazos, la escupía y se sopapeaba la lengua para volver a metérsela en la boca y saborearla un buen rato más. Cada dos o tres veces que me chupaba el glande, una se la tragaba entera hasta hacerla toser y sacarla toda enchastrada. Me estaba haciendo rebalsar de calentura. Cuando terminé el pucho me prendí otro de inmediato y la hice sentir más trolita todavía: con una mano fumaba, la otra la tenía en mi nuca y encima, ni la miraba mientras me comía la verga. Ahora me la chupaba como compitiendo con el cigarrillo, a ver quién me daba más placer.
-Dame la lechita. Por favor, dame la chele antes que salga Julia. Mira que no me voy de acá sin la lechita –me dijo al rato, con los brazos en la espalda y una mirada de gatito abandonado que daba hasta ternura.- ¡Dale! ¡Por favor! Llename la boquita de leche.
Sintiendo que ya me estaba costando respirar, la tomé con una mano de la mandíbula y le empecé a coger la boca a la fuerza, como si fuese una putita barata que se tenía que adaptar a mi ritmo. Trataba de aguantar lo más que podía, porque en verdad me la estaba mamando de una forma fenomenal y quería seguir disfrutando un rato más. El ritmo lo volví lento, nuevamente. Le seguía cogiendo la boca pero, esta vez, más suave, como si fuese una nena inocente a quién le tenía cariño.
En medio de la excitación, el espectáculo tomó un giro dramático cuando del otro lado del vidrio la vi a mi prima. Estaba apoyada sobre la pared mirándonos, como hipnotizada. Tenía puesto un pijama rosa, con corazones blancos y su mano adentro, para masajearse la concha. Ni tuve que aumentar la velocidad de la cogida, que sentí que no podía aguantar más.
-Te lleno la boquita, rubia. Traga todo, que si cae al piso, lo limpias con la lengua –le dije sin mirarla, cuando se me terminó el cigarrillo. Aunque me pareció abusivo, mi vista estaba esclavizada por la escena que se desarrollaba detrás del vidrio del ventanal.
La amiga de Julia me contestó que sí, moviendo la cabeza, sin sacarse la pija de la boca. Esta vez la tomé de las mejillas y lentamente, ella solita se la fue metiendo toda entera hasta la garganta. Ni un movimiento más hizo falta que le largué el primer chorro de semen bajo la atenta mirada de mi prima, que se tocaba la concha cada vez con más intensidad. Obediente como nadie, la pibita del culito lindo, se lo tragó sin esfuerzo. Los dos siguientes lechazos le dieron algunas arcadas, pero también se los trago de una. Me quedaban dos chorros más que se los dejé en la lengua y volví a mirarla cuando cayó la última gota que salió al sacudirle la chota sobre su cara. Verla ahí arrodillada, con su mirada en mis ojos, la boca toda roja, con una actitud parecida a un pedido de perdón y aguantando una buena cantidad de leche en la lengua para saborearla un poco antes de tragarla, también era un flor de espectáculo. La mantuvo así por un instante y la deglutió, haciendo ruido de satisfacción. Se limpió los labios con la lengua y luego, con la mano y prolijamente, la boquita entera. Y finalmente, dejó al personaje de sumisa a un lado, cuando sonrió.
-Hijo de puta, me empachaste.
Le di un pico y la abracé como agradecimiento. Es cierto que la cara de puta que tenía mi prima cuando se masturbaba viendo cómo me chupaban la pija había ayudado, pero la pendeja había tenido razón: el pete que me había hecho, difícilmente salga algún día de mi memoria.
Cuando espié otra vez hacia el comedor, Julia ya no estaba.
Nunca se me había regalado una minita así, tan fácil. Pensaba que esas cosas pasaban solamente en las historias que contábamos borrachos en un bar o en las películas porno. No sabía bien por qué pero, por las dudas, me dije a mi mismo que, desde ese día, la remera que había llevado a la fiesta de despedidas de July sería, para siempre, mi remera de la suerte.
Entramos y la pibita se fue a terminar de lavar los platos. Mi prima salió del baño un ratito después, ambas actuaron como si nada habría ocurrido.
-Igual dormís en el piso, forro. –Dijo susurrándome en el oído. Como su amiga estaba de espaldas, de pasada me regalo un lengüetazo en el cuello.
Y así fue que llegamos a la noche del lunes.
Entiendo perfectamente que sea la noche del sábado a la que ustedes quieran llegar. Aquella en la que mi prima en vez de estar entrando a la Iglesia para casarse, estaba en bombacha acostada en mi cama deseando tragarse mi leche.
Deberán tener más paciencia. Creo que es necesario que entiendan cómo llegue a eso.
No porque piense que alguno de ustedes quiera cogerse a su prima y tal vez esta historia le pueda servir como un manual para lograrlo.
No… nada que ver…
Digamos que son solamente obsesiones literarias.
Eso sí: Por ninguna razón se les ocurra pensar que esa noche del sábado fue la noche en donde esta historia terminó.
A modo de anticipo les confieso algo:
¿Recuerdan cuando les dije que había dudado sobre si sería correcto comenzar esta narración en aquella noche lluviosa del mes de noviembre?
La razón era porque justamente esa noche del sábado, también hubiese sido un buen comienzo para este relato.
Más adelante entenderán por qué. Y estoy seguro que me darán la razón.
Continuará…