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Mi prima se viste de novia (Capítulo 21)
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-¡Felicitaciones, pendeja! –Dijo mi prima, cuando los ceros terminaron de aparecer en su mente.- ¡Ganaste! –Continuó.- ¡Ya sos una experta identificando lenguas con la cajeta! –Tiró después, mientras la rubiecita celebraba, todavía entre gemidos.- ¡La cola recién hecha, la concha toda chupada y la guasca digiriéndose en la pancita tenés ya!-agregó al final. Mirando al papá y sentándose al lado de la cara vendada de Lihuén.

La pibita volvió a celebrar con un “Bieeenn” que me rozó el alma de la ternura. Su padre, en cambio, no podía soltar, ni por un segundo, el pito parado.

Julia volvió a arrodillarse en el piso, esta vez para dejar su boca pegada a la oreja de la nena.

-Llegó la hora de hacer otro juego.-le susurró al oído, siempre mirando al tipo.-Vamos a usar la imaginación ahora. Consentrate bien, porque para que Rodri te rompa la conchita, vas a tener que ganar éste. –le explicó luego.

Aunque quería hacerla asustar un poco, la rubia sólo se excitó más. Tantos lengüetazos que había recibido en el clítoris, sin duda alguna, la habían dejado, otra vez, a punto caramelo. Respondió solamente con un “sí”, con el mismo tono de voz que había usado cuando tenía la pija en la cola.

-Contame tu deseo más oscuro. -le exigió al rato. Le regaló también un beso en la mejilla, tan sensual que Lihuén volvió a gemir.– ¿Te calienta algún profe de la universidad? ¿El director? ¿Te gustaría chuparle la pija al profesor de matemáticas, para aprobar el examen tan difícil? -le preguntó ahora.

La rubia sólo respiraba con esfuerzo, tan excitada que contagiaba.

-¡Contestame! –Gritó Julia, al ver que la piba sólo suspiraba.– Yo le trago la leche a mi primo. Su puta personal del culo soy. El orto rojo tengo de tanta pija indebida. Podes contarme, sin vergüenza alguna. –le explicó luego, con más calma en la voz.– Que acá nadie te va a juzgar.

-Sí. Me gustaría. –respondió al final, suspirando cada vez más fuerte.– Me gustaría chuparle la pija al profesor de matemáticas.

-¿Y en la facu? ¿Vas a mamarle el pito al profe nuevo? Aunque sea viejito, te pone buena nota, dice. –preguntó ahora, simulando preguntarle a alguien que no estaba, como ya sabía yo que tanto le gustaba.– Dice el profe que si le sacas la chele con la boca, te pone un cuatro. Pero lo tenés que mirar como una putita mientras él te toca las tetas. Sino no.

-Sí. –Volvió a decir.– Por un cuatro entrego hasta el culo, profe. –Contestó, ahora hasta imaginándolo.– Pongo el culo y le chupo el pito, pero no me desapruebe, por favor.

El padre estaba que se moría. Se soltaba la pija solamente para no acabar. No podía creer lo que escuchaba de la boca de su propia hija. La nena era flor de trola. Flor de puta le había salido la pendeja. Petera, culoroto y tragaleche. Y todavía, encima, era virgen. Y en vez de ofenderse, él estaba caliente a más no poder.

-¿Me quiere tocar la cola o solo las tetas, profe? –preguntó luego la piba.– O le muestro un poco la bombacha si prefiere. Pero no me desapruebe, que estudie mucho. Por favor.

Y yo también explotaba de la calentura, no puedo negarlo. Pero más por Julia que por la rubiecita. Era verdad que ya había visto a mi prima trabajando. La había visto laburar de puta cara. Pero nunca en su verdadera profesión, y allí, Julia, parecía tenerla atada. Manejaba la psicología a su antojo, parecía que sus técnicas de psicoanálisis le harían parar el pito hasta al propio Freud.

Verla ejercer, era como ver correr a Bolt, o un tiro libre de Riquelme, o ver pintar a Da Vinci. Era un verdadero espectáculo. Tanto, que los dos hombres reales de la habitación, sentíamos un poco de envidia del profesor imaginario.

-¿Y la concha? ¿Quién querés que te toque la concha? –Preguntó Julia después, al notar que la pendeja se moría por masturbarse y acabar.-¿Quién se merece más que nadie manosearte un poquito la concha?

-Por un siete, profe. –dijo al rato. Fascinada por el juego.– Por un siete le dejo que me meta un dedito –aclaró.

Lihuén había logrado frotarse, aunque sea a penas, el clítoris con sus propios muslos. Cerraba las piernas para apretarse la conchita que ya había enchastrado el colchón. El padre sólo escuchaba y se pajeaba con cuidado.

-La concha es importante, pendeja. Quiero otro deseo peor. –la retó.– Quiero un deseo más oscuro. De alguien que valga la pena el morbo para toquetearte la concha. –insistió ahora para manipularla sin escrúpulos.– ¿Tenés un primo, como yo, que te quiera tocar la conchita? ¿Un hermano pajero? ¿O el tío borracho?

Las dos o tres respiraciones profundas que Lihuén había dado para dejarse llevar un poco más, sólo desparramaban kerosene a nuestras mentes. El infierno volvía a abrirnos las puertas, mientras el olor a jugo de almeja ahora era dueño del cuarto entero.

-Mi papá. –dijo al fin, un poco en transe y casi llorando, sin pensar demasiado.- Mi papá es un pajero. Siempre me mira la concha. –Volvió a repetir.- La cola es del profe, pero la conchita es de papá.

Julia la tomó de las mejillas y le ofreció un beso en la boca, como recompensa. Verlas apretándose, buscarse y chuparse las lenguas entre las carnes aplastadas de sus labios rosados, parecían fuegos artificiales en mis testículos. Pero, para serles honestos, el simple hecho de oír su juego empañaba la importancia de la visión.

-¿Papá te mira la concha? –preguntó luego mi prima, para volver al tema.- ¿Y vos? ¿Le miras el pito a tu papá?

-Sí. –respondió, tras dos o tres segundos de agitación.– Le miro el pito cuando pienso que se hizo una paja pensando en mí. O en mis bombachas. –Agregó luego.- Siempre busco semen en las bombachas, para sacarme la duda.

-¡Pero que pajero es tu papá! –exclamó al instante. Siempre, pero siempre, mirando al tipo.– Le deberías chupar la pija algún día, así se deja de joder.

-Sí. –Volvió a responder.- Total ya aprendí. –dijo luego, sin siquiera esforzarse por disimular un poco de orgullo.- Y tragar la leche también sé. -agregó al final, con todavía más orgullo que antes.

El hombre ahora fue tornando, de a poco, el color rojizo de su rostro por uno más pálido. Pero incluso con esa sensación de haber sido descubierto haciendo cosas inmorales, no se le iba la calentura que le provocaba las palabras de su hija. Porque incluso sabiendo que su hija tenía una leve idea de cuáles eran sus secretos y perversiones, parecía haber encontrado algo de aceptación.

Mi prima jugaba tan bien a este nuevo juego, que el viejo hasta se olvidaba que era solo eso: un juego. En todo el torbellino de sensaciones que podía yo imaginarme que le recorrían el pito y el cerebro, hasta tuve miedo de que le dé un infarto.

-Mira cómo tenés la almeja, bonita. -le dijo después.

Ahora no pudo contenerse de ofrecerse una recompensa a ella misma. Acomodó su cabeza en la entrepierna de la rubia y le lengüeteó la empanada un par de veces. La piba tenía todas las piernas mojadas y el simple roce de su clítoris con la lengua de Julia, la hizo retorcer del placer.

-Toda jugosa tenés la concha. Tomá, probá. –le dijo ahora, dándole otro beso para que la pendeja le sienta el sabor salado que le había dejado en los labios.– Si tu papá te ve así, te la va a querer romper él. Dice que te compra un auto si te bancas el pito en la conchita un rato.

El estado mental de Lihuén sólo parecía empeorar y empeorar. Julia la había llevado a un nivel de morbosidad que la volvía loca. Gemía como si le estaría haciendo el culo de nuevo y apretaba los muslos cada vez más exageradamente.

-Sí. Sí. –pudo decir a penas.-Que me la rompa papá. Papi, haceme la concha.– gritó luego.

El viejo casi pega un salto. Con la torpeza que sólo había visto en los programas de “El Chavo del 8”, sacó un forro del bolsillo del pantalón que tenía en los tobillos, casi cayéndose y haciendo malabares con el celular que tenía en las manos, para que no se le vaya al piso. Y nos hizo sonreír a ambos casi al mismo tiempo. Como si lo habríamos ensayado por horas con Julia, nuestros labios se estiraron en nuestras caras casi coreográficamente.

Dos millones de dólares nos eran más que suficientes para largar todo. Dejar nuestras vidas para vivir plenamente en el incesto que tan locos nos había vuelto. Dejar el trabajo pasaba de ser un problema a ser una obligación, con dos palos verdes en nuestras cuentas bancarias. Para elegir el lugar, sólo deberíamos girar un globo terráqueo y comprarnos la mejor casa en donde caiga nuestro dedo. Y el resto de nuestra familia y amigos, que decirles. Nos irían a visitar, si tenían ganas. Y sino, a quién le importaba.

-Papi, quiero pija.-repetía Lihuén. –Pone la pija rápido, que no doy más.

Pero teníamos dos grandes problemas aún. Por un lado Julia estaba enamorada de otro. Y aunque Fabián se había mandado flor de cagada, el corazón de mi prima no sabía aplicar muy bien la ciencia de su cabeza. Y al verlo bien vestido, bailando con otras mujeres, casi superándola por completo, Julia comenzaba a perdonarlo. Porque ella también se había divertido mientras tanto, hasta el culo le había costado, al pelotudo, su travesura. Pero perderlo definitivamente le mostraba en la cara el amor, que ya ni se atrevía a negar que sentía.

No le molestaba tanto el pensar su vida sin él. Pero le apuñalaba la autoestima cuando imaginaba la vida de él sin ella.

Y por otro lado estaba el problema de la conciencia. Los dos sabíamos que lo que habíamos hecho con Lihuén, era un abuso. Si bien había aceptado a sacarse fotos, nunca consintió que se las enviásemos a su padre. Y mucho menos a que la vea en esa situación. Sabíamos también que ya habíamos cruzado la línea de lo moral, pero esto iba mucho más allá.

La rubia gemía, ahora, como si estuviese por llegar al orgasmo, sólo por lo que Julia había hecho con su mente. El padre en cambio, se puso el forro y amagó con acercarse a la cama para desvirgar a su hija. Pero mi prima lo frenó de la única forma posible que podía existir.

Tomó los pañuelos que la piba tenía en los ojos y amenazó con quitárselos. El pito del viejo pareció recibir un hachazo, porque se le achicó de golpe. A mí sólo se me ocurrió pensar a dónde carajos había ido toda esa sangre acumulada, porque su cara también estaba blanca.

Julia movió la cabeza de un lado a otro, tan lento que no completaba más el recorrido. Y por primera vez quitó la mirada del viejo para mirarme a mí.

-Llegó la hora de probar la pija por la concha. –le dijo a la piba.– Esta pija te va a hacer olvidar para siempre la de tu papá. -agregó luego, como dándole el alta a un paciente. Y para dejarle bien en claro, al tipo, la diferencia entre una fantasía y la realidad.

Cuando tomé su lugar, el viejo comenzó a llorar. Y a pedir por favor que no, moviendo los labios. Si había algo que me faltaba para estallar de calentura, era saber que me iba a desvirgar a una chica enfrente de su papá.

Me agaché a darle un beso por última vez a la vagina completa y me empapé la cara con el jugo que salía sin parar.

-Te va a doler un poquito. –le dije cuando apoyé la punta entre sus labios vaginales. La tomé de las rodillas y le abrí las piernas para disfrutar mejor de la vista- La tenés muy cerradita. –agregué luego, para hacer sufrir un poco más al papá que seguía pidiendo desesperado por favor que no. Que no rompa su tesoro.

Cuando el glande comenzó a presionar sobre el himen de la nena, sentí el primer hilo de sangre. Lihuén dio un grito de dolor al sentir que la verga ahora quería romperle la telita del todo.

El padre amagó con retirarse, porque no podía ver ni un segundo más. De tanto sufrimiento que le provocaba su propio morbo, el pene parecía haber desaparecido de su cuerpo, incluso el forro que tenía puesto terminó en el suelo, sin necesidad de tocarlo. Pero mi prima volvió a amenazar con quitarle la venda a la hija. Él también necesitaba ver cómo le hacían la concha. Y si le dolía, se la tenía que bancar, porque eso había deseado.

-Ay. Ayy. Ayyy. –Gritaba.– Me duele. Despacio. Por favor. Despacio, que me duele. Ay. Ayy. –suplicaba.– Pero no pares. -exigía después.

Las paredes de su vagina finalmente abrazaron la pija entera y el calor virginal comenzó, de a poco, a diluirse. Entre los espasmos y la sangre de la conchita hermosa que estaba estrenando, los gemidos y quejidos de la rubiecita, mezclado con algún que otro grito de dolor, y encima el llanto que forzosamente intentaba tapar su padre a mis espaldas, me volvieron loco por completo. Pero no acabé.

Simplemente, seguí cogiéndome a la pendeja con más y más fuerza. El recorrido de mi verga en su interior era un resbaladizo ir y venir, sobre un camino cada vez más limpio, acompañado por un tambaleo de las tetas de la piba que me hacía delirar. Le metía y le sacaba la pija cada vez más fácil, al mismo tiempo que la rubia dejaba sus temores atrás. Y disfrutaba cada vez más de la putita que tenía por delante.

Mi cuerpo entero estaba experimentando una sensación extremadamente placentera. Eso que estaba viviendo y respirando, también era incesto. Era la fantasía incestuosa de alguien más. Pero también era incesto. Esa norma social que se había vuelto mi peor enemiga y que ya había vencido mil veces, cuando superó la barrera del consentimiento.

Como dándome la razón, mi prima se masturbaba al lado. Todavía con una mano en los pañuelos que vendaban los ojos de Lihuén y la otra en la concha. Siempre mirando al padre, a quién no dejaba ni apartar la mirada un solo centímetro de la vagina chorreante de su hija, que cada vez recibía pija con más y más experiencia.

Esperé a que Lihuén tenga su orgasmo, a que lo deje salir de su alma con toda libertad, como a un fantasma representando a su inocencia que se iba para siempre. Y cuando lo hizo, se la clavé más al fondo. Más y más al fondo, para no dejarle ni un milímetro de su sexo sin pija. Y luego se la dejé quieta, para que el nuevo agujero que tenía su cuerpo se acomode y se amolde, todavía más, a mis contornos y ella me sienta bien adentro suyo. Así inmóvil y sin respirar del todo bien, le acabe en la concha. Era tanta la excitación, que en cada eyaculación parecía tener un orgasmo más intenso.

A esta altura, mi prima sólo tenía que hacer un mínimo gesto para que le entienda un manual entero de instrucciones. Nuestras mentes parecían hacer, literalmente, un acto de magia. Creo que esta vez sólo levantó a penas el dedo meñique, para que sepa que quería intercambiar lugares. Y con sólo pestañar supe que quería que le dé la leche del forro a la pendeja, para que el papá viera como saboreaba la guasca. Para que sepa que en alta tragaleche le habíamos convertido a la nena.

Antes de moverse, le sacó una foto al tipo mirando a la pibita, con el pantalón y los calzoncillos en el suelo y el pene fláccido. La sacó para tenerla como una garantía, sólo por las dudas. Y también para humillarlo un poco más.

-Abrí la boquita, que te suelto la leche para que la comas. –le dije ya con el forro preparado y los pañuelos en la otra mano. Para que al padre ni se le ocurra cerrar los ojos o apartar la vista de la cara de su hija.

Lihuén lo hizo al instante. Abrió la boca bien grande y sacó la lengua. Y volvió a gemir desesperada cuando la sintió caer, hasta percibir su paladar lleno de semen. Luego la cerró y saboreó del néctar tibio de mis testículos, como Julia le había enseñado. Finalmente la trago y pudo hablar.

-Me gusta la leche. –dijo simplemente. Y lo volvió a repetir, porque hasta a ella le sorprendía que apenas un tiempito atrás, le daba asco.

Cuando mi prima la escuchó, volvió a excitarse. Esta vez tenía el oasis para saciar su sed, ahí nomás. Y no dudó en mandarse a chuparle la almejita, otra vez. A llenarse la boca, nuevamente, del flujo de la piba, esta vez mezclado con los restos de la sangre virginal que no se había secado y permanecía ensuciándole hasta los pelos de la concha. Mamó y mamó, hasta que la pendeja volvió a acabar. Y cuando lo hizo, le metió dos dedos y al ratito los saco sucios y empapados. Al ponerse de pie, se los ofreció al papá.

Como una ofrenda de paz, o una tortura extra. Hasta el día de hoy me resulta complicado decidir cuál de las dos sensaciones recorrieron la psiquis del tipo. Pero sea como fuere, el viejo abrió la boca y sin dudar le chupó los dedos a mi prima para, aunque sea, sentir, a penas, el sabor tan prohibido de su hija. Se mantuvo lamiendo y llorando por un ratito. Hasta que mi prima vio que el pene le empezaba a crecer y le hizo señas de que se vista y se vaya.

Bastante había aguantado ya la piba con los ojos vendados, y ya era hora de dejarla ver de nuevo. El hombre lo hizo velozmente. Y se fue agradeciéndonos con las manos, como si además de ser brasilero y hablar español, también tuviese cultura japonesa. Tampoco pude saber con seguridad qué nos agradeció en concreto, pero poco importaba ya.

“El trabajo queda concluido. Sepa, sin embargo, que seguiremos en contacto con Lihuén. Si vuelve a ponerle las manos encima sin su consentimiento, volverá a saber de nosotros.” le escribió bajo la foto que mando esta vez, luego de cerrar la puerta que lo dejaba definitivamente afuera.

Cuando Julia le quitó los pañuelos de los ojos, Lihuén volvió a suspirar. Todavía sin creer del todo la experiencia que había tenido. Al igual que nosotros. Pero, claro está, no sólo la de aquella noche.

Nos acomodamos los tres en la cama y nos metimos mano un rato más. Manosearnos y besarnos, era para lo único que nos había dejado fuerzas semejante garchada. Hasta que finalmente nos dormimos. Cada uno con sus excusas, motivo y justificaciones, sabía que al otro día ya no seríamos del todo los mismos. Y nos llenaba de placer.

Cuando volví a despertarme, ya era de día. La pibita ya estaba despierta y hablaba con Julia, quién trataba de tranquilizarla porque se le había pasado el tiempo como un chasquido de dedos y no sabía qué le iba a decir a su padre, si le preguntaba. Esta vez, el más práctico de todos fui yo.

-Decile que estuviste en el casino. -le aconsejé.- Y que ganaste todo esto, que te va a servir para arrancar la facultad. –agregué luego, dándole las diez fichas de diez mil dólares que se había olvidado su padre.

La rubiecita se negó a aceptarlas, diciendo que era mucho dinero. Yo le insistí, en cambio, que lo tomase. Le dije que ella lo iba a necesitar más que nosotros. Que no importaba si su padre tenía dinero o no, que le iban a venir bien para empezar a hacer su propia vida. Y que lo tome como un regalo de los amigos nuevos que se había hecho en el barco. Y con un fuerte abrazo la despedimos. Deseando, los tres, realmente volver a vernos algún día. Aunque sea para tomar un café. Con o sin leche.

Julia se fue a bañar, y como aquella noche en mi departamento, donde no tenía bombacha limpia para ponerse, salió de golpe apenas escuché el sonido de la ducha. Se apoyó en mi pecho e hizo puchero, cuando le besé la frente.

-¿Qué vamos a hacer, Rodri? –Me preguntó con una melancolía en la voz que me erizaba la piel.– Mañana llegamos a Argentina. ¿Qué mierda vamos a hacer, Ro? –me preguntó después, haciendo fuerza para no llorar.

¡Y qué mierda iba yo a saber! Si ni siquiera lo había aceptado del todo.

Sus palabras me habían golpeado el pecho hasta dejarme sin aliento. Tuve en ese momento un escalofrío que se adueñó enteramente de mí.

Eso que sentí, queridos amigos y queridas amigas, era tristeza.

La tristeza más cruda que pude sentir en mi ser. Sentía, incluso, que ni llorar serviría de algo. Porque bien en el fondo sabía que apenas llegásemos a Buenos Aires, Julia volvería a ser solamente mi prima. Y aunque me desesperaba encontrar una solución, de tanta ansiedad, no lo lograba.

Sabía a ciencia cierta que una vez que le plantease claramente las opciones que había, ella terminaría por elegir a Fabián. No importaba cuánto lo pensemos, ni de cuantas formas quisiésemos plantear el dilema. Siempre llegaríamos a tener que tomar una sencilla decisión: era Fabián o yo. Y la encargada de elegir sería ella. Y no iba a ser capaz de ignorar al amor de su vida.

En ese momento fue tanto mi miedo, que me arrepentí profundamente de todo lo que había pensado antes. En creerme noble, o un héroe de cuarta, por priorizar al amor. Me sentí un estúpido, por no haberme dejado la decisión a mí. Haberle cedido, prácticamente, ese poder a ella, me había destrozado. Y era mi culpa. Era tristeza absoluta.

Una a una enumeré en mi mente las oportunidades que había dejado pasar para vivir, por siempre, envuelto en ese incesto tan seductor. Que tanto me había llenado la vida. Y también la de ella.

¿Por qué mierda di por sentado que nunca podría olvidarse de su novio, su casi futuro esposo, que la había engañado tan torpemente? Del pelotudo que sólo debería haberme invitado a su fiesta de despedida de soltero para evitar un libro entero sobre cómo se culearon a su prometida.

¿Por qué mierda puse entre nosotros a nuestros trabajos, nuestros amigos y familiares? Si no me importaban en lo más mínimo. Si sólo ella era lo importante.

Y la peor de todas: ¿Por qué carajos nunca me creí capaz de hacerla feliz? Si la excusa era su felicidad, que realmente tanto deseaba: ¿por qué nunca me creí capaz de hacerla feliz yo mismo?

-Es tu decisión, July. –Dije al fin.– Podemos darle mil vueltas más, pero es Fabián o yo. –aclaré al rato.

Julia se echó a llorar más fuerte. Siempre oír las cosas que lastiman van a sorprendernos, por más que tan bien creamos que las sabíamos.

-Ya lo sé. –respondió todavía con su cara en mi pecho.

Y esta vez, el silencio sólo se interrumpía por el ruido lejano del mar chocando contra las paredes de metal de un barco que nos devolvía. Parecía que podía hasta escuchar las lágrimas de Julia chocar contra el piso, cada vez que una gota se perdía en la alfombra del cuarto. Incluso las risas, las bromas y los festejos del resto de los pasajeros me molestaban un poco, imaginándolos de fondo.

-Ya lo sé. –repitió al ratito, con una respiración profunda entre cada palabra. Llorando como tanto me disgustaba.- Ya lo sé. Pero no puedo. -dijo un minuto después.– Decidí vos, Rodri. Que yo no puedo. ¡Por favor, decidí vos, que yo no puedo! –me gritó al final, como si yo sí pudiese. Como si yo sí quisiese.

Continuará…

Ya sólo queda el capítulo final y el epílogo de esta larga historia, que se publicará en estos días. Muchas gracias a todos los que leyeron y valoraron esta novela. Y pido disculpas si a alguno le molestó que haya publicado un relato tan largo.

Para los que quieran saber más de esta serie, pueden seguirme en mi cuenta de Instagram @psyexa.

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