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Mi prima se viste de novia (Capítulo 20)
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Había llegado, entonces, el momento de aprender.

De todos los posibles pensamientos que podrían estar recorriendo por mi mente en ese instante, el que en verdad se me cruzó, estoy seguro, no lo podría adivinar ni la persona más flashera que pueda estar leyendo esto.

Mientras caminábamos de la mano con la rubiecita hacia el cuarto, no podía dejar de pensar en si había tirado los preservativos de la fiesta, o si estarían todavía sobre la cama. Con restos de semen que mi prima no había comido. Con restos de semen del papá de la piba.

Me sumaba una cuota de morbo que los vea, pero tampoco quería espantarla al primer paso.

Luego pensé seriamente en si los de mantenimiento del barco se escondían todo el día detrás de una columna, espiando cuál criaturas mitológicas, agitando los dedos de sus manos, para no desaprovechar segundo alguno del camarote vacío para meterse y limpiarlo rápidamente. Como si sufrirían una especie de abstinencia a la atención al cliente. Porque, para mi fortuna, al entrar, el cuarto estaba impecable.

Todo limpio, ordenado y el aroma a lavanda que ambientaba perfectamente a lo que ocurriría en unos instantes.

Julia estaba acostada y cuando me vio entrar con su frutillita, se levantó de prisa y nos fue a saludar. Aunque le había avisado por mensaje lo que había charlado con Lihuén, se había quitado el vestido que tan lindo le quedaba, para ponerse un pijama. Quería aparentar más informal. Lo entendía.

Sabíamos ella y yo que hasta el pijama le quedaba hermoso. Salvo cuando lo usaba para que no le manosee la cola, claro está. Pero esa etapa ya había quedado muy atrás.

-Quiere aprender a chupar pija. – le dije a mi prima, luego de presentarlas. – Le dije que eras flor de petera y la ibas a ayudar. – continué luego, guiñándole un ojo a ambas. – La mejor maestra, para la mejor alumna. – tiré al final. Para ver si lograba que vayan entrando en confianza.

Era difícil. También lógico. La rubiecita sólo sonreía nerviosa a mis comentarios. Y mi prima no ayudaba. Le recorría el cuerpo con la mirada, como si iría a devorarla. Con la yema de los dedos le tocaba la tela de la pollerita y le olía el pelo, sin decirle nada.

La sonrisa de Lihuén ahora me sonaba a miedo. Pero quién mierda me creía yo como para andar adivinando lo que expresa un rostro femenino, mientras otro rostro femenino amenaza con lamerla entera, como al más rico de los helados.

-Y concha también. – agregó la brasilera. – Si no es mucha molestia.-dijo luego, simulando una intención de no faltarle el respeto a la profe.

Julia le sonrió rompiendo el personaje. El comentario le había resultado tan espontaneo que no pudo contener la risa. Pero aunque se estaba rompiendo el hielo de a poco, todavía las seguía notando un poco tensas, por lo que les dije que iba a buscar cervezas y que ya volvía. Que charlen un poco y entren en confianza. Que no tardaba mucho, pero cuando regresara quería que la pendeja ya sepa, al menos, cómo poner los labios alrededor del tronco.

Era verdad que nunca antes había estado en una situación similar, y era normal sentir un poco de incomodidad, pero de eso se trata salir de la zona de confort. Y dar el salto, era magnífico.

“Todo aquel que sea vencido por el terror de saltar, jamás conocerá, siquiera, la magnífica experiencia de una caída libre, ni el suave vuelo de un paracaídas” recordé de un viejo libro de Richard Bach, que en algún tiempo había leído.

Repetí esa frase como un mantra y fui, entonces, a buscar las birras. Preocupado más por la incomodidad de las chicas, que la mía.

No recibí ni un “pero” cuándo pedí seis birras en una sola barra. Me las dieron como si oliesen mi necesidad. Al regresar al cuarto, en cambio, recibí como cien, a penas abrí la puerta. Pero por suerte, todos esos “peros” venían de mi mente y eran de los buenos: pero cómo puede ser, pero quién carajos me creía que era, pero por qué tanto miedo, pero por qué no me esperaron.

Percibí, también, que el olor a lavanda se había esfumado. Ahora reinaba el olor a concha.

Las niñas no sólo habían entrado en confianza, sino que ya se chapaban y se metían mano, acostadas una al lado de la otra. La que más manoteaba era Julia, subía y bajaba su mano por el muslo de la brasilera de una manera tan sensual, que hasta me erizaba los pelos de mi propia piel. La pendeja, a su vez, estaba más dedicada a lamerle el cuello a mi prima y a penas rozarle las tetas con los dedos, casi disimuladamente. Se dieron cuenta de mi presencia sólo por el portazo.

-¡Ah! ¿Volvías, Rodri? – me preguntó July, para molestarme.

Le respondí tirándole una latita, pero esta vez no la agarró al boleo, como siempre. Simplemente la siguió con la mirada y ni se gastó en intentar agarrarla.

-No sabía que querías un pedacito de postre vos también. – me dijo, cuando la lata se estampo contra el piso. Ambas se echaron a reír de una forma tan cómplice que me relajó por completo. – ¡Presentanos el pito, entonces! -me indicó luego. Para dejarme bien en claro que, acá, la profesora, era ella.

Ni diez segundos tardé en quedar desnudo, con la chota parada como solo podía dejarla la voz de mi prima. Las chicas se pusieron de pie y luego se arrodillaron una a cada lado de mi pija. La rubiecita era la primera vez que veía un pene y no podía dejar de mirarlo. Pero Julia le cortó el mambo: me agarró una mano y la otra se la dio a ella. Estiró mi dedo del medio y se lo puso en la boca.

-Vamos a practicar con esto. – le dijo cuando lo retiró. – Ponelo en la boca, apretá los labios y succioná un poquito. Después seguime a mí. Tranquila y sin miedo. Que bien chupapija vas a salir de acá. – le anticipó al final.

Lihuén lo hizo de inmediato. Y aunque me chupaba el dedo de una manera un poco torpe, más por la excitación que por la complejidad, me hacía latir la poronga de una forma espectacular. Julia llevó el dedo medio de mi otra mano hacia sus labios e hizo lo mismo.

Allí me encontraba yo, con las manos abiertas y los brazos estirados, cuál cristo hablando con sus apóstoles. Pero en vez de escucharme, metían y sacaban mis dedos de sus bocas. Una sensación increíblemente celestial.

-Después lamele los bordes. Aunque te tientes a metértelo de nuevo a la boca, pegale una buena lamída. – le dijo -Y no te olvides la punta. Lengueteale un poco la punta también. Con respeto, que de ahí sale todo el gustito y el olor.

Julia lo hizo y la rubia la siguió. Le aconsejó que no use tanto las manos, y que me mire, que eso me volvía loco. Que después vuelva a succionarlo un poquito, pero que después vuelva a lamer. Que me haga desear un poco el que me chupe el “dedo”. Y que disfrute del dedito con los labios y la lengua, que no use los dientes y que, de vez en cuando, trate de abrir la boca más grande, para que le llegue al fondo. Que lo haga despacio, que la garganta se iba a ir acostumbrando de a poco.

-Al principio vas a tener que actuar, pero hablale también. Que le encanta. – le explicó al ratito. – Después te va a salir naturalmente, porque no hay nada más lindo en la vida que chupar un pito. ¿Te gusta, Rodri? Como le enseña tu prima a petear a la piba. ¿Te gusta? – me preguntó después. Como para darle un ejemplo. – Maestra en chupapija, resultó ser tu prima.

-¿Y yo cómo voy? ¿Chupo bien o chupo mal? – dijo Lihuén al unísono, como para practicar.

Le dije que venía bárbaro. Y cuando me estaba empezando a acostumbrar al placer de tener dos lenguas de putitas casi en la palma de las manos, mi prima le dijo que era hora de probar con la pija.

Julia sacó un preservativo de las tetas y comenzó a ponérmelo con la boca. Con esa mirada de puta barata que me devoraba la cabeza.

-Toda tuya. – le dijo luego.-Que donde come una, comen dos.

La rubia acercó su cara y pudo al fin inspeccionarla bien. Prestarle atención a todos los detalles de una verga, que por primera vez tenía enfrente. Las arrugas, las venas marcadas y hasta la piel del glande. La olió dos o tres veces y con un poco de duda y con carita de asco, se la metió, lentamente, en la boca. A los pocos segundos cerró los ojos, se rindió al placer y comenzó a chuparla, siguiendo los consejos que recién había recibido.

Mi mente estaba volando de calentura. La pendeja aprendía rápido. Mi prima se quedó mirando bien cerquita cómo otra mujer me comía la pija y la perversión se iba adueñando de ella también. Unos minutos después tomó a la rubiecita de la mandíbula, la piba abrió los ojos y entendió, al toque, que ahora quería chuparla un poquito ella.

Y así estuve un buen tiempo más. Me mamaban la verga, un rato cada una. Y era sensacional.

La piba me apretaba la pija con los labios, cada vez mejor. Y cada vez se la intentaba meter más adentro. Sentir cómo una bebía la saliva de la otra cuando intercambiaban y me la dejaban chorreando, era un disparo que daba justo en el blanco del deseo.

Luego, al ver que Lihuén ya había aprendido bastante, le dejó la chota para ella sola y me comenzó a lamer las bolas. Al menos por un momento, porque luego se fue a mis nalgas.

Tener una lengua en la pija y otra en el ano, era, sin lugar a dudas, otra experiencia celestial. Y como sus respectivas calenturas también iban en aumento, cada vez me lamían mejor.

La pendeja ahora jugaba con mi glande. Parecía que su lengua quisiese penetrarme la uretra, mientras la de mi prima quisiese penetrarme el orto. Yo estaba que explotaba. El calor de la baba se me escurría por las piernas, venían de todos lados de mi cuerpo y parecía que me estaban bañando con su saliva. Mientras ellas parecían poseídas por comer un pedazo más de mí.

Disfruté de sus boquitas todo lo que más pude, pero al rato tuve que interrumpirlas porque no quería acabar. Aunque estaba sintiendo el placer de mi vida, todavía faltaba más. Mucho más.

-¿Aprobé, profe? – me preguntó la piba, cuando sutilmente le saqué el pito de la boca.

-El examen oral estuvo para un diez – le contestó Julia, todavía lamiéndome el culo, casi ofendida porque me había preguntado a mí. Y, acá, la maestra, era ella.

Lihuén aplaudió y celebró con felicidad, como si realmente estaría esperando una nota.

-Ahora te toca a vos, Rodri. – me indicó mi prima. – Ahora te toca a vos enseñarme a comer una concha.

Le dije a la rubia que se ponga de pie y empecé a desvestirla. Me encantaba desnudar poco a poco a una piba que me iba a coger por primera vez. Descubrir de a poco su cuerpo, sólo me hacía aumentar el deseo de hacerle cosas sucias. Pero cuando le quité la pollera y le vi la bombacha de Hello Kiity que pronto iría a mi colección, me volví loco. De un rosa tan inocente, decorada con puntitos blancos y una estampa de la gatita en la concha, que sin dudas iba a juego con su almejita virgen. Estaba mojada de una forma tan sensual, tan artística, que no dude en pedirle permiso y tomarle una foto con el celular.

“La vagina de su hija ya está lista para iniciar la vida sexual” le agregué al mensaje que le envié al papa, junto a la foto. “La boca ya no la tiene virgen” le agregué en otro, sólo para aumentar el morbo en mi cabeza.

Luego se la quité, la acosté sobre la cama y le abrí las piernas. No pude evitar pensar en que la conchita que tenía enfrente, valía 20 lucas verdes. Sólo por la vista. Ni que el cuerpo de mi prima valía casi otras veinte más. Pero ese dinero incluía hasta romperle el culo.

Loco por la almeja que chorreaba jugo virginal de la piba que estaba despatarrada, acostada en la cama, me tiré sin permiso a chupársela. Le lamí los labios mayores, luego los menores, intenté penetrarla con la lengua, pero no pude. Pero mucho, a decir verdad, no intenté. Tampoco le quería quitar el honor a mi pija de penetrarla por primera vez. Entonces me dediqué a lengüetearle el clítoris, mientras la pendeja parecía entrar en convulsiones cada vez que se lo rozaba, siquiera. Gemía de una forma tan insegura, que me excitaba todavía más. Y seguía largando fluidos que me llenaban la boca. Tenían un sabor a inocencia y dulzura como jamás le había sentido a una concha. Era simplemente hermoso. Un platillo al dente, preparado por el mejor chef del universo, que se tenía que comer de a bocados pequeños.

Lihuén tomó mi cabeza con sus manos y estiró su espalda a más no poder, unos segundos después. Casi llorando por haber tenido el primer orgasmo que le había dado un hombre de verdad. Al quitar la cara de su entrepierna, vi que mi prima también había tenido uno masturbándose a mi lado, esclavizada por la escena que había visto en primer plano.

-No me explicaste nada. – me reprochó – Igual creo que aprendí. – aclaró luego. Y se dispuso a comerle la concha a la piba. Ahora le tocaba, a ella, hacer algo por primera vez.

Sigo hasta el día de hoy intentando encontrar las palabras correctas para poder describirles lo que sentía en ese momento. Ver a mi prima besarle los muslos, dejárselos ensalivados por algún que otro lengüetazo que se le escapaba, formando un camino hacia la empanadita que se iba a comer, era sublime. La pendeja que había acabado hacía un ratito nomás, ya pedía lengua otra vez. Desesperada por la aventura. Por la sensación de poder, al tener la concha chupada. Por la idea de que, esta vez, se la iba a chupar otra mina. Y la cara de mi prima, a la vez, mezclando la curiosidad y el deseo desesperado por chuparse una vagina, me taladraban el cerebro, en silencio. Sólo acompañado con sonidos de besos y chupones, que sonaban como una ópera perfectamente compuesta para coger un rato, en secreto, con alguien indebido. Con alguien tan prohibido, que asustaba un poco.

No pude evitar tomar otra foto. Esta tenía la cabeza de mi prima tapándole la concha virgen, la pendeja en tetas, arqueando su cintura para recibir más y más placer. Logré tomarla justo cuando su rostro disfrutaba de un nuevo orgasmo. Como era ideal para aumentar el morbo sin mostrar nada, también se la mande al papá.

“La etapa de lubricación ha sido exitosa”, le puse para acompañar la imagen. “Y su nena se nota contenta”, agregué. Para que no se detenga solamente en mirarle la concha tapada y le dedique atención a la carita de perrita en celo que tenía su hija, mientras le chupaban la almejita.

Incluso con la conchita recién acabada, mi prima no podía dejar de chupar y tragarse todo el jugo que seguía largando la pendeja. La ópera, ahora recibía un coro de gemidos que hasta ni desafinaban y parecían ir a ritmo. Cuando finalmente la soltó, recibí otra postal para mi recuerdo: la cara de Julia, brillante y con gusto a concha, quedó para siempre en mi retina.

Sin decir ni una palabra, se acostó boca arriba, se quitó el pijama y la bombacha de un tirón, quedando desnuda al lado de Lihuén, para pajearse y dejar de aguantar la calentura que todos sabíamos que le llegaba hasta la punta de sus pies.

-Quiero probar yo también. – dijo la rubia cuando volvió a sí misma. Y también, sin decir nada más, puso su cabeza en la conchita de mi prima y se la empezó a mamar.

Exactamente al segundo lengüetazo que dio la rubia sobre su clítoris, mi prima gritó como nunca para dejar salir a su orgasmo en plenitud. La piba, en cambio, se la siguió mamando. De una forma tan sexy que no podía creer que lo haya aprendido en unos minutos y esta vez, sin clase, ni consejo alguno. Ahora las dos tenían la cara brillante de tanto jugo de concha que habían comido.

Por mi parte, yo no daba más. No podía ni siquiera amagar a tocarme la pija, por miedo a acabar. El simple apretón que me daba el forro amenazaba con ser un estímulo suficiente como para sacarme la leche. Pero no podía. Porque ahora me tocaba a mí cumplir el objetivo.

La primer palabra que quise emitir, no salió. La segunda tampoco. Recién la tercera se entendió, a medias.

-Es mi turno, ahora, de cumplir mi fantasía – dije al rato, todavía haciendo esfuerzo.

Ellas, en cambio, hacían esfuerzo para respirar. Y se reían por lo caliente que me habían dejado. Se acariciaban sus rostros tan sutilmente, que parecían amarse desde hacía años. Se ensuciaban los dedos con sus propios flujos, que se resistían a secarse del todo en las mejillas de la otra. Y yo sabía, encima, que me tocaba desvirgarle el orto.

La piba puso una cara de duda y me hizo acordar al gesto de mi prima, cuando supo, también, que le tocaba entregar el ojete. Pero la pendeja se resignó más fácil y se puso en cuatro, sin decir nada. Julia entendió lo que venía y también entendió el rostro de preocupación de Lihuén.

-Quedate tranquila. Es un genio haciendo la cola. – le dijo, para calmarle los nervios. – Yo también tenía miedo, al principio. – agregó para terminar de convencerla. Se moría de ganas de verme culeando esa colita hermosa que tenía la rubia. -A mí me la desvirgó él y ahora soy yo la que le pido. Te va a hacer el culo re bien. Es un genio haciendo el culo. – le repitió -Vas a ver. – la desafió al final.

La pendeja puso sus tetas sobre el colchón y levantó más la cola. Para que entienda que tenía vía libre. Julia, en cambio, se paró detrás de mí cuando me acerqué a la cama, para puntearle el ano a la pibita. No se quería perder nada y desde atrás podía ver todo, bien de cerquita y desde mi punto de vista.

Lo recorrí con mis manos por toda la raya, le presioné un dedo en la entrada del ano, pero me contuve de metérselo. Al notarlo tan rosado y tan cerradito, tan apretado entre las nalgas pomposas, redondas y firmes de la pibita, le tomé otra foto antes de puntearlo otra vez. Cuidando siempre que no se le vea la empanadita. Para agregarle más morbosidad, le pedí que se abra, ella misma, los cachetes del culo.

“Sin costo alguno le envío la última foto del ano virgen de su hija. La virginidad de la vagina la perderá luego de perder la de su cola”, le agregué esta vez. Mi prima leyó el mensaje junto al culito totalmente entregado de la imagen y volvió a tocarse la concha. Su excitación siguió aumentando cuando me pidió el celular y leyó el resto de los mensajes.

“Si la nena mañana no puede caminar bien, no debe preocuparse”, le escribió, esta vez, mi prima.

Cuando le apreté un poco el esfínter con la punta de la pija, volví a frenarme. Había recordado mi colección de bombachas y le dije que vaya a ponerse la suya. Que le iba a hacer la cola con la bombachita puesta, porque después me la iba a quedar de recuerdo.

Lo hizo al instante y a los dos minutos la piba ya estaba en la misma posición. Esta vez le dilaté el esfínter un poco más. Ahora con la bombacha estirada a un costado y con más fuerza.

-Ay. Ay. – repitió la rubia. – Seguí. Seguí. – repitió después. Cuando la cabeza ya le había entrado perfectamente.

De tanta calentura que tenía recorriendo mis venas, no pude aguantar más las ganas de sentirle el culo abrazarme la pija entera. Cuidando de lastimarla lo menos posible, se la clavé de una. Y para no eyacular, se la dejé quieta. Lihuén lloraba apenas, gritaba y gemía mientras me seguía pidiendo que no pare. Que le dolía, pero que le estaba gustando.

El calorcito de otro culito virgen parecía ir deshilachando las neuronas de mi cerebro una a una. Sentir ese ano tan nuevito apretarme la totalidad de mi verga, ese roce tan particular que me ofrecía el intestino mientras la chota se deslizaba, centímetro a centímetro, hacia el fondo de su interior, me quitaba el aliento. Y cuando comencé a meterla y sacarla, primero despacio y luego con más fuerza y rapidez, acabé tanta leche que pensé que me deshidrataba.

-Ayy. Ayy. Si. Si. Si. – exclamó la rubia al sentir los espasmos de la pija adentro del culo.

Esta vez me tocó a mí pegar un grito de placer. El detalle final lo dio el hecho de ver desaparecer del todo las arrugas de su ano. Pero aún sin leche en las pelotas seguí moviéndome dentro del orto de la rubiecita, casi por instinto. Como un reflejo inconsciente que no me dejaba parar de culearle la colita recién hecha.

El placer puro me invadió por completo y al segundo caí rendido sobre la cama. Realmente me temblaban las piernas del orgasmo que las chicas me habían dado. Y todavía faltaba. Mierda que faltaba.

Casi a los empujones, bien a lo bruto, mi prima me dio vuelta para que quede boca arriba. Como si no pudiese contenerse, se mandó la pija recién acabada a la boca, con el forro repleto de sabor del culito recién desvirgado, todavía puesto. Recién al ver que el preservativo estaba transparente, como nuevo, lo retiró cuidadosamente de la chota, lo estiró y abrió la boca para que el semen le caiga en la lengua.

-¿Querés probar la leche? – le preguntó a la piba, antes de soltar los dedos que apretaban la entrada del forro. Deseando que le diga que no. Mi prima era muy buena persona, pero, de ser posible, prefería comerse siempre la chele ella solita.

Lihuén puso cara de asco. Otra vez. No sé si estaba todavía preparada para eso. Por supuesto que estaba más que lista para comerse una corrida, pero directamente del forro recién salido del culo, me hacía dudar un poco.

Julia sintió lo mismo y no volvió a preguntarle. Simplemente dejo escurrir el chorro de leche pegajosa, poco a poco, sobre su lengua. Cuando supo que estaba vacío, cerró la boca y comenzó a hacer pequeños buches, para saborearla bien, con los ojos cerrados y una cara de placer que volvió a calentar hasta a la pendeja.

Bien al fondo de mi mente, en el lugar más oscuro y lejano, permanecía un deseo aparte. Esta vez, la conexión con Julia llegó hasta allí.

Se acomodó de golpe sobre la boca de la pibita, quién por instinto la abrió, dejándome en primer plano el bolo entero de leche y saliva que le compartió.

-Saboreála un poquito y tragála entera. – dijo Julia, cuando su boca se vació.-No hay nada más rico que comerse un guascaso fresco. – agregó al final.

Lihuén mantuvo el gesto de asco por un momento más, luego cerró los ojos y comenzó a dejar recorrer la bebida por todo el paladar, antes de tragarla. Hacía buches y más buches. Pero cuando se dispuso a deglutirla, mi prima la frenó, arrepentida de su propia orden.

-Esperá. Abría la boca y mostramela, que te saco una foto. – le dijo.

La pendeja lo hizo. Y cuidando que no se chorreé nada, la abrió bien grande, para mostrar la leche taparle hasta la lengua. Luego, al notar que mi prima ya había tomado la foto, cerró los ojos y la boca nuevamente, y la tragó toda, apretando los labios.

No sé si le habrá gustado, pero a toda costa quería aprender. En ese instante era imposible no pensar que en realidad no le preocupaba llegar virgen a la universidad. Que lo que en verdad quería, era llegar siendo la más putita de todas. Al menos iba por ese camino.

“No se preocupe si la nena mañana tampoco tiene hambre. Hoy comió bien.” Le escribió al viejo, al pie de la foto nueva que le envió.

-Vamos a cumplirle la fantasía a la piba, ahora. – dije otra vez al palo. La escena no le había dado ni un segundo de descanso a la sangre acumulada en la poronga. – Vamos a romper esa conchita de una buena vez.-aclaré después.

Lihuén me escuchó y me hizo un gesto para que me calle. Me dijo luego que no hable al pedo. Casi copiando los latiguillos de mi prima, me explicó que eso era su objetivo, no su fantasía. Que la rotura de himen podría esperar, pero que ahora quería que le cumplamos sus deseos. Que era lo mínimo que podíamos hacer por ella, que todavía le ardía el culo por nuestra culpa. Que todavía sentía el reflujo de leche en su esófago.

-Quiero que me aten. Y me chupen la concha, con los ojos vendados. A ver si adivino quien de los dos me la está chupando. – dijo tímidamente. Para que veamos que algo de sexo sabía. Que leer relatos por internet era, sin dudas, una muy buena fuente de ideas.

Sin tiempo que perder, tomé uno de mis cinturones. Le inmovilicé las manos, juntándolas por encima de su cabeza y con otro cinto las até en el respaldo de la cama. Mi prima tomó uno de sus pañuelos y le vendó los ojos.

-Todavía veo. -dijo riendo, mostrando la honestidad de que no quería hacer trampas.

Julia le puso dos más y los apretó con un buen nudo, para que no se soltasen. Le dijo que cuando quería frenar, que simplemente diga la palabra “Rojo”. Y me hizo señas, en silencio, para que me acomode y sea yo el primero en chuparle la concha nunca garchada.

-Rodrigo. – dijo al sentir mi lengua en la empanada. Mi prima la felicitó y la pendeja se alegró porque había ganado. -Rodrigo. – repitió al rato. Otra vez había acertado.

Julia aprovechó el intervalo que hicimos para que Lihuén no sospeche quién seguiría, y apuntando con el celular hacia la entrepierna de la rubia, tomó la foto de las 20 lucas. Que en realidad fueron dos. Una de la concha en primer plano y otra más alejada, mostrando a la rubia con las patas abiertas, atada y vendada, como una sumisa secuestrada. Sonriendo, porque se sentía cómoda siendo flor de puta.

“Por diez mil dólares más, puede verla en directo, si se apura.”, le escribió ahora. Las envió y se fue a chuparle la conchita ella. El mensaje me hizo saltar la pija por lo menos dos veces. No puedo imaginarme las veces que se la habrá hecho saltar al viejo.

-Julia. – dijo Lihuén. Y volvió a festejar cuando mi prima se rio entre sus piernas. Luego fui yo. – Julia. – repitió. Y esta vez nos reímos los tres, porque le había pifiado.

Como se había equivocado le dije que, como castigo, me tenía que dejar comer un ratito más. El sabor de esa almejita, era adictivo. Ese caldo saladito me desesperaba. No fue el castigo más original, pero cualquier excusa me venía bien para seguir comiéndole los jugos que largaba sin parar.

Al dejar de lamerla me sorprendí lo mojadita que estaba. Lihuén gemía incluso cuando mi lengua dejó de acariciarla.

Luego me sorprendí porque al lado de mi prima, estaba el papá. Con los ojos abiertos como dos huevos fritos y la frente traspirando a más no poder. Apoyado sobre el mueble al pie de la cama, todavía incrédulo por el espectáculo que tenía enfrente.

Cuando quité mi cabeza del medio, el tipo se encontró con su tesoro más preciado. La conchita virgen de su hija, a sólo unos pocos centímetros de su vista.

Tampoco al día de hoy podría encontrar las palabras para describirles el gesto de perversión que el viejo tenía en la cara.

Julia se había vuelto a poner el pijama y luego de dejarle tiempo al tipo para que siga admirando esa empanadita rosadita que tan loco lo volvía, se agachó a chuparle la concha ahora ella. Para que no sospeche. Al hacerlo, levantó exageradamente la cola, para que el hombre admire, también, el culito que se había cogido unas horas atrás. Incluso sobre el pijama, se notaban las manchas de flujo que tenía en la parte de la concha.

-Julia. -dijo Lihuén. Y volvió a festejar ante una nueva sonrisa de mi prima entre las piernas.

El papá estaba en trance. Tenía la pija tan dura que parecía que iba a romperle la bragueta en cualquier momento. Cuando mi prima dejó la concha de la nena libre, el viejo tomó el celular y comenzó a sacar foto tras foto. Luego fui a chuparle la conchita yo.

-Rodrigo. -dijo sonriendo. Sin esperar confirmación, porque estaba segura que otra vez había adivinado.

El padre sacó tres fichas de diez mil dólares de uno de sus bolsillos. Las dejó en el mueble, mostrándonos que ya había pagado. Y por primera vez contestó uno de nuestros mensajes.

“Cien mil dólares, si me dejan chuparle la concha a mí.”, escribió.

Leí el mensaje y se lo mostré a Julia, quién lo ignoró y se arrodilló, para comerse la vagina ella. Esta vez puso una mano dentro del pijama y se empezó a pajear, para mostrarle al hombre cuánto le gustaba chuparle la concha a su hija.

El viejo en cambio, sacó diez fichas más, igual a las anteriores, de diez mil dólares cada una, y las apiló al lado de las tres restantes. Como para provocarnos. O tentarnos con semejante cantidad de dinero. Luego se bajó los pantalones y comenzó a pajearse.

Su hija acertó nuevamente, Julia la volvió a felicitar y de reojo vio el pene arrugado que el tipo tenía en una de sus manos. Ahora fue ella quien puso carita de asco, y volvió a chuparle la concha a la pibita, como si nada.

El tipo, al ver que no estábamos interesados, comenzó a desesperarse. Todavía pajeándose con una mano, con la otra, torpemente, volvió a escribir en su celular.

Lihuén volvió a acertar. Parecía que ya era toda una experta catando diferentes lenguas con la concha. Me llenaba de ternura escucharla festejar, cada vez que acertaba.

Pero de repente en el cuarto se sintió un silencio sepulcral. De esos que aparecen cuando todo alrededor pierde importancia, o se frena absolutamente todo de golpe. Cómo los que anticipan la aparición repentina de un asesino enmascarado en las películas más pedorras de terror.

Pero este silenció que rondaba a nuestro alrededor, no lo había provocado el miedo, sino la perversión. Era como estar escuchando al morbo hablarnos, paradójicamente, en silencio, directamente a nuestra mente. Y a la excitación del incesto, subir como una espuma negra, hasta cubrirnos el cerebro entero.

“Un millón de dólares. Un millón de dólares, si me dejan desvirgar a mi hija.”, decía el nuevo mensaje.

Al mostrárselo a mi prima, se quedó petrificada. El pijama ahora lo tenía empapado por sus propios jugos vaginales. Pero la situación le había paralizado hasta las manos. No parecía encontrar fuerza ni siquiera para seguir masajeándose la concha. Bien a tono con el silencio escalofriante que nos acompañaba.

Luego, recibió ella misma otro mensaje. Pero esta vez pudo moverse. Aunque sea un poco, ya no se sintió solamente una estatua de cemento, arrodillada con la conchita mojada, entre las piernas de una pendeja.

“Dos millones. Un millón de dólares para cada uno”, insistió el viejo.

Justo en el momento en donde mi prima lograba levantar una de sus cejas.

Continuará…

Quedan los últimos dos capítulos y el epílogo, que los publicaré en los próximos días. Muchas gracias, de antemano, a todos los que leyeron y valoraron esta historia.

Para los que quieran saber más de esta serie, pueden seguirme en mi cuenta de Instagram "@psyexa".

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