Mi prima cerró los ojos con fuerza y apretó los labios cuando la cabeza de mi pito entró completamente en su ano, dilatándoselo de a poco, recibiendo a cambio el calor del musculo virgen que parecía resignado a tener que abrirse cada vez más. Puede parecerles una pelotudez, pero hasta el rojo furioso que tenían nuestras sábanas esa noche parecía hacer juego con tanto pecado rondando en el ambiente. El infierno entero parecía estar pendiente de nuestros actos, observándonos atónitos por lo que hacíamos en secreto.
-Ay. Ayy. Ayyy. – gritó ante un nuevo empujón de mi parte. – Me duele. Me duele mucho, Ro.-dijo luego, al borde del llanto.
Cuando la mitad de la pija le llegó a entrar en el orto, Julia llevó una mano hacia su espalda y alcanzó a apoyarla en su cola. Un poco para ayudarme abriéndose un cachete del culo y otro poco para sentir la seguridad de que podría empujarme y quitarse el pito de adentro, si le llegaba a doler demasiado.
No crean que fue un descuido. O que de tanta desesperación no lo tuve en cuenta. Los dos teníamos el morbo, encima, de no utilizar ningún tipo de lubricante completamente a propósito. Queríamos que, aunque sea la primera vez, se sienta como naturalmente se debería sentir. Que haya dolor, de ser necesario. Que haya dificultad, si eso era lo natural.
-Dejala así, Rodri.-dijo al sentir otro empujoncito que le di, para intentar meterla toda -Dejame sentir de a poco como me rompes la cola.
No pude ni quise negarme. La sensación de su colita a medio desvirgar abrazándome la poronga, era espectacular. Aunque yo estaba desesperado por probarle el ojete más y más profundo, también quería sentir todo de a poco. Como si ese estado mental en el que me encontraba, no fuese a terminar nunca.
¡Al fin me cogía a mi prima por el ojete! No lo podía creer de todo.
-Ya vas a entender la diferencia entre romperte la cola y hacerte el culito, como estoy haciendo ahora -la corregí y empujé un poco más.
Mi prima respondió con un grito. Seguido de un suspiro, que mezcló en su risita de minita nerviosa, esa que tanto me gustaba.
-No puedo creer que mi primo me desvirgue el culo.-dijo después, como reflexionando un poco – Me siento tan puta… -y volvió a gemir
Con sus palabras no ayudaba en calmarme la ansiedad por enterrarle toda la verga de una. Eran un serio incentivo para ignorar mis ganas de dejar que se amolde bien a su esfínter, de quedarme allí toda la noche de ser necesario. Con movimientos de entrada y salida tan lentos que parecían una simple respiración. Escuchando sus quejidos diluidos entre mis suspiros. Quietitos los dos, de costado, haciendo cucharita, con mi pene a medias metido en el ano, como si todo fuese un simple un juego, nos mantuvimos durante un ratito más, para seguir disfrutando. El roce del glande con el calor de su esfínter y los bordes de la pija con las nalgas de mi prima, nos llevaba al límite de una perversión que conscientemente entendíamos como algo tan prohibido, tan sucio e inmoral, que nos quitaba el aire.
-¿Te gusta, Ro? -preguntó.
Debía ser yo quien le pregunte a ella, pero estaba encaprichada en ser mi putita.
-¿Te gusta la cola de tu primita? ¿Ya está abierta? ¿O le falta pija?
Entonces sentí que ya no podía aguantar más. El momento era el indicado. La morbosidad de desvirgárselo completamente, ignoró todo deseo aparte que se hallaba en mi mente. La tomé de la cintura y me propuse a dar el empujón final. A meterle la pija, finalmente, toda adentro de su estrecho ano. A bombeárselo tantas veces como pudiese aguantar, hasta llenárselo de leche.
Pero cuando estaba a milésimas de segundos de hacerlo, la conexión entre primos jugó, esta vez, en mi contra.
-¡Pará! -gritó -¡Pará, desubicado, que no me podes desvirgar el orto así nomás!
"¡La puta madre!", pensé. Estaba tan cerca y por simple ambición de disfrutar más dejaba que una interrupción me haga correr el riesgo de perderlo todo. No podía permitirme fracasar así.
Pero mi temor duro solo un instante, lo que dura un gemido en una cama prohibida. O menos.
-Esperame que tengo una sorpresa – dijo sonriendo, sabiendo que me había hecho asustar -Casi me olvido.
Julia busco algunas cosas que no llegue a ver que eran y fue al baño. Dejándome en la cama solo, desnudo con la poronga al palo, sin importarle. No tardo mucho, pero me pareció una eternidad. Cuando salió, mis ojos encontraron a la octava maravilla del mundo. La primer y mejor maravilla del mío.
Siendo difícil poder encontrar las palabras para semejante imagen, les escribo esto: Mi prima vestía una vez más como una novia, pero sin el vestido y sin el disfraz.
Llevaba una bombachita blanca de encaje, muy profesional. Parecía haber sido hecha a mano, por un verdadero artista. Por sobre sus piernas crecían dos medias de red, hasta más o menos la mitad de sus muslos, también blancas y un porta ligas haciendo juego. Sus tetas al aire y una pequeña florcita en su cabello, que había peinado en segundos, pero le quedaba perfecto. Incluso una trencita le cruzaba la cabeza, desde adelante hacia atrás, como si fuese una colita de un mechón de pelo perdiéndose en el resto de su cabellera. Los labios pintados a penas de rosa y un gesto de inocente que se acoplaba armoniosamente con su rostro tan angelical. Se había delineado los ojos y el verde de sus retinas se resaltaban aún más. Estaba hermosa. Siempre me había parecido hermosa, pero esta vez merecía una redundancia extra.
-Así me iban a romper el culo por primera vez -me dijo con cierta timidez, mordiéndose la uña de uno de sus dedos -¿Te gusta la bombachita que iba a usar en mi noche de bodas?
Sentí una calentura enorme. Y una emoción indescriptible. Mis veces había oído de este tipo de emociones. La de un padre al ver a su hija caminando hacia el altar de la iglesia. O la de un hermano. O la de un primo. Esa belleza que ronda en una novia, en un momento tan especial como ese. Esa energía tan fácil de percibir por todos los presentes, a su alrededor, en cada paso que da sobre la alfombra roja, hacia una nueva vida.
Esa emoción no era muy complicada para identificar. Era amor. Amaba a mi prima con toda mi alma. Pero que no se entienda mal. No la amaba de la forma en la que ama un novio enamorado. La amaba porque a su lado yo era muchísimo mejor persona. Ella sacaba lo peor de mí, lo peor de lo peor, pero tenía ese poder infinito de convertirlo en algo mejor. Y era tan claro que yo hacía lo mismo con ella…
Lo entendí todo cuando la vi vestida de novia. No disfrazada. No jugando. No para calentarme ni a mí, ni a su futuro marido, ni al chinito de las tarjetitas. No para impresionar a los críticos que parecen salidos de una historieta, cuando hablan mal de la ropa que usa uno. Vestida de novia como si fuese un ángel. El ángel que ya sabía que era. Que ya sabía que tenía a mi lado. Vestida de novia, ante mis ojos y sin vestido, mi prima me enseño que eso que se movía en el aire, entre nosotros dos y solo entre nosotros dos, era amor. Verdadero. Puro. Tomando la forma más humanamente posible entre dos personas que comparten esos sentimientos.
Me puse de pie y le tiré una latita, que otra vez agarró al boleo. Me acerqué con los ojos un poco brillosos, la besé y propuse un brindis.
-Por mi prima, que se viste de novia -dije al aire, antes de dar un sorbo de cerveza.
-Por tu prima, que se viste de novia para que le hagas la cola -respondió. Y aunque Julia ya sentía que iba a desmayarse de tanto alcohol, también bebió un sorbo para dejarme conforme.
Luego, el ángel esquivó mi cuerpo y caminó hasta el pie de la cama. Allí puso sus manos sobre el colchón y dándole un segundo extra al morbo, arqueó la cintura y levantó la cola. La movió de un lado hacia el otro, como para llamarme. Mi mirada estaba perdida entre la fina línea de tela blanca que quedaba entre los cachetes de la colita que me iba a coger y los movimientos tan sensuales de mi prima borracha. Esa era, sin duda alguna, otra de las postales que quedaría en mi memoria por siempre. Para hacerle un cuadro y ni gastarse en ponerle un marco. Nada podría mejorarlo.
Me quedé inmóvil un momento más, para apreciarlo. Sentí que era la primera vez que realmente le veía el culo entangado a mi prima. O la primera vez que realmente me detuve para observarlo con atención. Verlo tan entregado, redondito y duro, del tamaño justo para mis manos, me hizo delirar la imaginación todavía un poco más. La forma y los elásticos de la lencería ajustándose a las curvas de sus nalgas, con agujeros pequeños pero que alcanzaban para que el blanco de su piel contrastara con el blanco de la prenda tan íntima que llevaba puesta.
Di un paso para acercarme y cuando puse una mano en la parte de la bombacha que tenía metida entre los cachetes del culo, mi prima subió una rodilla al colchón. La otra pierna la subió cuando le hice la tanga a un costado. Y sin pensarlo de más le introduje el dedo índice en la cola, justo cuando Julia quedaba en cuatro arriba de la cama.
-Mmmm – escuché salirle de la boca, cuando volvió a apretar sus labios con fuerza.
Nuevamente me dispuse a apreciar el momento. A sentir la tibieza del ano de mi prima apretándome el dedo. Girarlo, lentamente, para ir, de a poco, metiéndoselo más profundo. A disfrutar de sus gestos mientras se lo sacaba para metérselo de nuevo. A ver como de a poco iba cediendo la resistencia y comenzaba a disfrutarlo ella también.
Fue cuando comprendí que ese espectáculo no había sido pensado para mí, que percaté que en mi cerebro quedaba lugar para una gota más de morbo. Esa bombacha era para que la disfrute otro, no yo.
Quien debía estar en mi situación era su marido, no su primo.
Me estaba por coger un culito vestido para otra persona. Y entonces mi mente rebalsó de excitación, de morbosidad y de perversión. Esta vez dudaba seriamente si habría lugar para siquiera un solo pensamiento más sobre lo prohibido. Jamás me había sentido tan completo.
Ese fue el segundo exacto en donde una bomba explotó en mi cabeza, un monstruo que ya conocía se apoderó de mí. Ya no había ni siquiera tiempo para razonar. Como si la luna sobre el océano infinito que veíamos tras el ventanal del balcón estuviese llena, una fiera animal se encarnó en mi piel para hacerle, de una buena vez por todas, el culo a mi prima.
Me acomodé de golpe para penetrarla, con la mente completamente distorsionada. Con una mano la tomé del pelo y ya sin nada de paciencia, le punteé la entrada del ojete sin piedad hasta que la cabeza, nuevamente, recibió el cálido abrazo del esfínter del orto.
-Ahh.-dijo cuando sintió el glande. – Ahhh – cuando ya la mitad de mi pija se encontraba en su interior. – Ahhhh – cuando la sintió entrar entera, luego de un “Trac. Trac. Trac.”, que pensé que había sido un desgarro.
Comenzó a gritar de dolor cuando quise empezar a bombearle. Me frené y como una muestra de cariño, se la deje un rato quieta, toda adentro del culo. Julia movía la cabeza y los gritos se fueron transformando en gemidos. Ahora parecía ser ella quien quería comenzar a moverse y dejé que lo haga. Se la metía y se la sacaba, a penas, ella solita, moviendo su cintura de adelante hacia atrás todo lo que podía.
La agarré de las caderas para volver a tomar el control y se la empujé con fuerza hasta el fondo de la cola. Con una mano tironeé de su pelo para hacerla levantar y que su oído quede más cerca de mi boca.
-Ya tenés la colita hecha. – le susurré -¿Te gusta el pito de tu primo adentro del culo?
Me respondió que sí, entre gemidos. Y nuevamente le empuje la verga con fuerza.
-¿Te gusta ser mi puta del culo? ¿Te gusta? – pregunté con tono más firme. – Decime que sos. Decime. – le ordené un segundo después.
Julia apenas podía respirar. Entre el dolor y la excitación que tenía le resultaba muy difícil poder emitir alguna palabra.
-La puta del culo. – dijo al fin. – Soy la puta del culo.
Comencé ahí nomás a meterla y sacarla. A dejar que todo el pito reciba el calor del culito estrecho de mi primita favorita. A sentir una vez tras otra la fricción que provocaba el ano, recientemente desvirgado, abriéndose. O abriéndole paso a mi pija. A disfrutar lo cerrado que estaba y como me apretaba la verga cada vez que quería metérselo de nuevo, o llegar más profundo. Y saber que nunca jamás volvería a estar tan cerradito como esa vez. A escuchar sus gemidos y hasta sentir su aliento mientras le tiraba del pelo para que me muestre también su cara.
Esta vez el escalofrío que recorría mi cuerpo duró mucho más tiempo. El orto de mi prima ya no era virgen. Ya era mío. Pero me frené antes de llenárselo de leche.
-¿De quién? – le grité como retándola.
-De mi primo. Soy la putita de mi primo. La culoroto de mi primo. – dijo simulando un miedo por no volver a equivocarse.
Le solté la cabeza para que sepa que me había respondido justo lo que esperaba y con fuerza la empujé sobre la cama y me acosté sobre ella, inmovilizándola con mis piernas para que no abra las suyas. Todavía con la pija adentro, volví a tomarla del pelo y giré su cara para poder besarla, pero en vez de hacerlo la dejé con las ganas. Julia tiró dos o tres lengüetazos al aire y como no encontró mi boca, me escupió, simulando estar ofendida.
-Ya te hice la colita. – le dije al oído, con tranquilidad -Ahora te voy a romper el culo como a una putita de cuarta. Ahora vas a aprender la diferencia.
Mi prima se movió con brusquedad, como si quisiese escaparse. Cuando logró liberar una mano, la usó para tocar y golpear varias veces la funda de la almohada que tenía a su lado y arrugarla luego cerrando el puño. El mensaje estaba recibido.
-No sé, Rodri. – dijo con vocecita de nena caprichosa -Ayy. Ayyy. – repitió varias veces cuando le tire un poco del pelo. -Me haces mal, en serio, Rodrigo. Pará. Ya fue, en serio. Pará. – gritó antes de que mi mano le tape la boca.
Sus palabras no hacían más que calentarme. Estaba preso de una enfermedad incontrolable. No sólo me rendí ante la bestia, sino que disfrutaba del extraño ser en el que me estaba convirtiendo esa noche.
A pesar de los movimientos que hacía para intentar quitarme de encima, le enterré la pija en el fondo del culo e ignorando las vibraciones que sentía en la palma de la mano producto del “mmmm” que emitía mi prima sin entender del todo mi actitud, en medio de los “No. No. No.” que lograba pronunciar, comencé a penetrarla con fuerza.
Esta vez el “Trac. Trac. Trac.” se escuchó con más intensidad. Pero continué. Sabiendo que le estaba doliendo a más no poder. Sabiendo que la sutileza se había acabado. Incluso de esa forma, sabía que no iba a parar hasta dejarle el culo roto, abierto y rojo como nunca jamás había estado antes. Romperle el orto había pasado de ser un deseo prohibido, a una obsesión incontrolable, en apenas minutos. La enfermedad crecía y crecía en mi interior y la conciencia se me iba debilitando. Lo sentía con absoluta claridad.
-¡Hijo de puta, me haces mal! Me estas rompiendo el orto, Rodrigo. ¡Pará!. En serio. Que me duele. – gritó desesperada, cuando mi mano le soltó la boca por un instante. Sentía a sus talones golpeármela espalda de las patadas que daba al aire, pero no me importaban -¡Hijo de puta, me estas violando! – dijo luego, resignada al ver que una vez tras otra ignoraba sus pedidos. -¡Me estas violando el orto, hijo de puta!
Sus palabras no hacían otra cosa más que alimentar a la fiera. Todavía con más fuerza que antes, la seguí penetrando. Ahora le dejé la boca libre para escucharla gritar y suplicarme que pare. Una mano la usé para inmovilizar sus brazos y con la otra volví a tirarle del pelo, que ya estaba completamente despeinado.
-Te sale sangre del culo, prima. ¿Te gusta? – le pregunté retóricamente. – Tengo la pija ensangrentada de tanto romperte el orto. Y todavía falta, putita. Te lo voy a romper más todavía.
Ella sólo se movía y me pedía que pare. Sus ojos se llenaron de lágrimas y siguió puteándome desesperada, ahora llorando.
-Por favor, forro. Hijo de puta. ¡Para! – escuché una vez tras otra entre su llanto.
Pero no podía. Ni siquiera con un arma apuntándome en la cabeza creo que habría podido parar. Me seguía cogiendo el culo de mi prima de una forma desenfrenada, con ella boca abajo, la colita parada, sometida completamente a la lujuria de mi pija y las bombeadas que le estaba pegando. Tan fuertes que hasta a mí mismo me sorprendía todo el tiempo que había aguantado sin acabar.
Cuando sentí su sangre recorrer mis testículos, se la saqué de una. No lo había hecho por piedad. Quería observar cómo le estaba quedando el ano. Quería ver bien como se lo había dejado. Quería apreciar los resultados, como un artista revisando su obra de arte, para continuar mejorándola.
Al vérselo tan abierto, tan roto, tan rojo, completamente rojo, no solo por los hilos de sangre que le chorreaban hasta por la parte interna de sus muslos, coloreando la bombachita que alguna vez había sido blanca, me sentí satisfecho.
Se la volví a poner entera, sin aviso. El grito de dolor de mi prima retumbó en toda la habitación, cuando me dejé caer sobre ella, dejándole la verga completamente en su culito. Otra vez sentí su sangre mancharme hasta las bolas y quitándole el pelo que tenía sobre el costado de la cara, volví a hablarle.
-¿Querés que pare? ¿Te duele mucho la cola, prima? La tenés toda rota. No sabes cómo la tenés. Todo el culo roto tenés.
Ver su maquillaje completamente arruinado por las lágrimas, me llenaba aún más de ambición, de perversión bestial. Esos ojos hermosos, ahora tenían los bordes rojos producto del llanto y de la fuerza que tenía que hacer para aguantar el dolor. El negro del delineador se escurría por todas sus mejillas. Mi excitación no paraba de aumentar.
-Si. Pará, por favor. – me respondió ya sin fuerzas – Hago lo que quieras, pero sácamela del culo, Rodrigo. ¡Por favor!
Esta vez le hice caso y me puse de pie. Al ver que Julia seguía llorando con su cara sobre el colchón, la agarré del pelo para que me mirara.
-Arrodillate y chupamela. Limpiamela con la lengua que está toda sucia. Toda la pija sucia de culo y sangre me dejaste.
Me dijo que no. Mirándome a los ojos, buscando un poco de misericordia para que no la obligue a hacer eso. Pero ni sus lágrimas, ni el rostro de pibita abusada, me conmovieron. Volví a tirarme sobre ella y clavándole nuevamente el pito en el fondo del culo, volví a escucharla gritar de dolor.
-Te sigo rompiendo el culo entonces. Toda la noche y todos los días que restan vas a sentir mi poronga desgarrarte más y más el orto. ¿Estás segura que no querés petear?
Le bombee dos, tres y cuatro veces con fuerza, hasta que aceptó mi oferta. Sin dejar de llorar me dijo que estaba bien. Pero que pare. Que me limpiaba la pija sucia con la boca. Pero que por favor pare.
Me puse de pie y al instante mi prima se arrodilló, esta vez sin mirarme a los ojos. Abrió la boquita y a penas la tocó con la lengua sintiéndole el sabor, se la quitó. Tosió varias veces y de forma violenta hacia un costado, como si de tanto asco iría a vomitar sobre la alfombra del piso. Dejé que se le pasen un poco las arcadas y sin necesidad de decirle nada, ella sola y todavía sin mirarme, volvió a ponérsela en la boca para empezar a mamarla.
Esta vez me la chupaba distinto. Como si sus ganas se habrían esfumado. A pesar de que no usaba tanta saliva y cada tanto le volvían las arcadas e interrumpía el pete, a mí me encantaba. Me hacía ver las estrellas el notar a mi prima tan sometida, tan humillada chupándome el pito recién salido de su propio culo. Incluso me excitaba pensar que su amor por la leche parecía haberse terminado.
Me volvía loco reflexionando, entre sus gestos de asco, las diferentes etapas que tiene el amor. No solo por su amor al semen, sino también por aquella emoción que apenas minutos atrás me había hecho sentir a mí, al verla vestida de novia.
Me la estuvo limpiando a los lengüetazos y succionadas por varios minutos. Siempre con actitud de ausente. Cuando quedé conforme con cómo me la había dejado, le dije que vuelva a ponerse de pie. Le costó un poco por el dolor, pero lo hizo sin siquiera decir una sola palabra.
Cuando su cara estuvo a la altura de la mía, pude ver la rabia en su mirada.
-Ponete en cuatro, primita. – le dije sonriendo.-Que tengo ganas de romperte el culo un poco más.
Julia me miró fijamente, haciendo equilibrio por el temblor que sentía en sus piernas. Tenía un gesto de enojo que a cualquiera le habría hecho helar la sangre. Pero a mí no me movió ni un pelo. Se acercó más y me escupió con fuerza, juntando saliva. Cuando me quité el escupitajo que me había pegado en la cara, volvió a escupirme con furia. Luego se limpió la comisura de los labios con una mano y todavía sin decir absolutamente nada, me obedeció. Se puso lentamente sobre el colchón, levantándome la cola para que le haga lo que quisiese.
Otra vez me detuve a mirarle el culo. Ahora roto. La tanga estirada a un costado, manchada de sangre, con el esfínter que comenzaba a cerrarse de a poco. Era, sin dudas, una postal mejor que la anterior.
-Te lo lleno de leche y te dejo descansar – le dije. Y volví a ponérsela de una, ahora agarrándola de la cintura para poder cogerla con más fuerza. Mi prima no me contestó.
No sé si ya no sentía tanto dolor o pretendía aparentar resignada, pero ni siquiera se quejó cuando la sintió entrar y salir hasta lo más profundo del ojete. Una vez tras otra, mientras yo también sentía que me temblaban las piernas. Pero de placer.
Sólo creí escuchar un gemido cuando el primer lechazo le golpeó en el fondo de su intestino.
Hice fuerza para llegar más adentro y los restantes chorros de semen le llenaron el culo.
El orgasmo me duró un montón. Luego de haberla sodomizado a mi manera, saque la pija y le apreté los cachetes para que la leche se quede en su ano la mayor cantidad de tiempo posible, para que la absorba y lo lleve siempre consigo. Pero a pesar de mi esfuerzo, cuando lo solté, una buena cantidad se le escurrió entre los muslos, imitando las huellas que había dejado el recorrido que antes había hecho su sangre, ahora seca y pegada a su piel. Ambos respiramos aliviados de que finalmente había terminado.
Nos quedamos rendidos en silencio un buen rato. Mi prima se acostó y se acomodó en la cama hasta llegar a la almohada, y con el culo para arriba, todavía abierto, suspiró. Yo, en cambio, me quedé sentado, solo mirándola.
El esfuerzo que hacía para respirar y relajarse después de la cojida que había recibido ya me estaba haciendo parar la pija de nuevo. Cuando vi que estaba empezando a amanecer, me di cuenta que le había estado rompiendo el culo por horas.
Nuevamente me ganó la perversión y me acosté encima de ella, otra vez. Todavía con la pija afuera pero apoyándosela entre las nalgas, le corri el pelo de su cara y le sequé las lágrimas que todavía tenía en sus mejillas, mezcladas con la traspiración y los restos de su maquillaje.
Al segundo mi prima reaccionó.
-¿Otra vez tenes el pito duro? – me preguntó. – No creo que aguante otra vez, Rodrigo. De verdad me arde el orto como nunca.
La besé tiernamente y le dije que le tenía fe. Que ella era tan puta que iba a poder soportarlo. Me acomodé para enterrársela salvajemente de nuevo y Julia volvió a hacer retumbar la habitación por su grito, apenas entró glande.
-¡Rojo. Rojo. Rojo! – dijo ahora – Perdoname, Rodrigo, pero “Rojo”.
El tono de su voz me hizo largar una carcajada. Retiré la pija del ano y me acosté a su lado. Mi prima giró su cara hacia la mía y me besó. Una vez tras otra. No sólo en la boca, sino en toda la cara.
-Perdoname, Ro. Perdoname. – me repetía mil veces, sonriendo, entre cada beso. – Mañana voy a poder aguantar más. – dijo al final.
No podía reprocharle absolutamente nada. ¿Qué le iba a reprochar? Si era la prima perfecta.
Le dije que estaba bien. Que se la había aguantado más que bien. Cuando le pregunté si le había gustado, me respondió, con su típica sonrisita que tanto, pero tanto, me gustaba. Luego me dijo que sí. Que nunca se había sentido tan putita y que no sabía si alguna vez volvería a sentirse así. Que le había encantado.
Con cuidado de no apoyar mucho la cola en el colchón, porque todavía le dolía, se puso de costado y me pidió que la abrace.
-No creo que ahora me aguante que me rompas de nuevo el culo, Rodri.-repitió – Pero podés hacerme la colita si querés.
Sin dudarlo la abracé haciendo cucharita, rodeé su cuello con mi brazo y suavemente le fui poniendo el pito adentro del orto que ya tenía abierto.
-Ahh. Sí. Así. – susurró como una putita cuando lo sintió. – Dejamelá toda la noche así.
Haciéndole caso, ni me moví. Y aunque la noche ya había terminado, no pensaba en sacársela hasta que volvamos a despertarnos.
Julia, como ya era costumbre, antes de dormirse definitivamente, volvió a hablar.
-Es hermoso, Rodri. – dijo al ver a través de la ventana que daba al balcón – El océano y el cielo tienen el mismo color. Parece que estuviésemos volando.
Sonreí recordando aquel primer día, pensando en que ojalá nuestra nave nodriza no vuelva nunca más a la Tierra. Hasta que, preso de tanto placer y tanto amor, me dormí yo también.
Satisfecho, pero también tranquilo. Porque la fiesta del culo recién estaba comenzando.
Ni yo sabía, en ese momento, todo lo que le faltaba a la fiesta aún.
Si les gusta, continuará…