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Mi particular manera de cobrar la renta
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Tiempo de lectura: 2 minutos

Mi madre tiene una propiedad en el otro extremo de la ciudad, una pequeña casa de dos cuartos. Se la está rentando a dos universitarios de derecho: Oscar y Jaime. Ambos son morenos y altos, pero Jaime es más delgado y Oscar mucho más musculoso. A veces me toca a mí visitarlos para cobrarles la renta, ¿Y de qué manera se las cobro? Ya se imaginaran.

Tengo un trato especial con ellos. Fingimos que yo soy una puta que contrataron para los dos, por lo cual ya me esperan desnudos en la sala, tan diminuta como mi pito y tan apretada como mi culo.

Me quito toda mi ropa a excepción de la tanga que le robe a mi madre, y me dispongo arrodillarme frente a esas hermosas vergas que me vuelven loco. Es cierto lo que dicen: los gordos siempre la tienen pequeña y los altos siempre la tienen gruesa. Mejor para mí, porque es así como me gustan que sean. Pero una buena verga no es todo, también es esencial la actitud de macho dominante hacia su perra sumisa, y para mi suerte ellos dos la tenían. Después de todos, estudian para ser abogados, y deben saber cómo denigrar a las personas su lengua.

—¿Cómo hacen los cerditos? Gruñe como un cerdo.

—Date la vuelta, que no queremos ver tu miseria. Date la vuelta y menea el culo, que es lo único para lo que sirves.

—Se una buena puta y prepara unos sándwiches.

—No voy a dejar de nalguear tu culo hasta dejarlo todo rojo.

—Si te corres antes de nosotros te corto el camarón, igual nunca lo usas.

—Heredaste el culo de tu madre, ya quisiera probarlo también.

—Con razón tu padre te abandonó, por tremendo putito que le salió el hijo.

—Nosotros seremos tus papis, y te daremos todo el amor que él no te dio.

Me humillan y me utilizan a su gusto, siendo mi parte favorita cuando me ponen en cuatro en la cama o en el suelo, con una verga bien afondo de mi boca y de mi culito. Cuando se cansan de cogerme me tiran al suelo donde me escupen y esparcen toda su rica leche sobre mi cuerpo. Preferentemente prefiero que terminé adentro de mi boca o cubran mi rostro con su leche, pero Oscar prefiere terminar encima de mi verguita, como perro que orina para marcar su lugar.

Estando tirado entre sudor, escupitajo y semen, me arrojan el dinero de la renta y se despiden de mí diciéndome:

—Hasta la próxima, nena.

La próxima vez fui con Itzel, ya que le conté sobre ellos y quiso acompañarme, pero esa será otra historia para el próximo relato.

Mándenme un mensaje si también quieren ser mis papis:

[email protected].

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