Encontré a una nueva mujer en la cual no existen límites en nuestra relación. Ella es mi ama, mi señora, y yo soy su esclavo, su juguete sexual. Se llama Thalía, tiene 26 años, de piel morena, pocas tetas pero mucha nalga. Del rostro es hermosa y su sonrisa es lasciva.
Yo soy suyo en todos los sentidos. Me he quedado a dormir en su casa, en el mismo cuarto donde no hicimos nada, bueno, ella hizo mucho. Ella se desnudó para que yo le tomara varias fotografías en diferentes ángulos, sobre todo de su culo y de su coño depilado. Esas fotos se las envió a varios hombres y me enseñó los calientes mensajes que recibió. Por último la grabé mientras ella se masturbaba.
Ella se durmió en la cama, feliz por el orgasmo que alcanzó gracias a su vibrador. Yo dormí en el suelo como un perro, con el pene bien erecto. Ella me amenazó con que no me tocara, tenía prohibido venirme. La desobedecí, con cuidado y lentitud me masturbé hasta venirme en mi propia mano. Lamí mi propio semen para deshacerme de la evidencia.
Yo ya tenía mis órdenes en la mañana. Quitarme toda mi ropa, ponerme un mandil y hacerle su desayuno. Le estaba preparando unas quesadillas cuando ella entró a la cocina de su departamento.
—Hola, pito chico. —Le gusta decirme así, hablar con la verdad.
—Buenos días, mi señora —le dije sin voltear a mirarla.
—Apresúrate con mi desayuno. —Ella se acercó a mi espalda, acariciando mi piel desnuda, y después me dio una fuerte nalgada.
—Gracias, mi señora. —Mi pene se levantó un poco
Terminé de hacerle su comida y se lo llevé a la mesa junto a su café. Ella estaba esperándome, con una sonrisa de oreja a oreja. Únicamente llevaba unas bragas rosadas, todo lo demás estaba al descubierto: sus piernas, sus muslos, su abdomen, sus axilas, y sus senos.
—¿El café es negro? —me preguntó mientras partía las quesadillas.
—Justo como me lo pidió.
—Cambié de opinión. Lo quiero con leche.
—Pero mi señora, no hay leche en el refrigerador.
—¿No tienes leche aquí? —Metió su mano bajo el mandil y me apretó los huevos. Doblé las piernas por el dolor, me tuve que sostener de la mesa para quedarme en pie—. Saca leche para mí.
—Claro que sí, mi señora. —Liberó mis testículos y prosiguió a comer.
—Pero si no me das mi café con leche antes que termine mi desayuno habrá un castigo, ¿Entendiste, pito chico?
—Claro que sí. —Asentí como perro obediente.
Coloqué mi verga encima del café. Sentía su calor sobre mi piel, sobre mi escroto; eso no ayudaba a mi erección. Intenté mirar las tetas de Thalía pero ella me regañó.
—No me observes mientras te la jalas, cochino —dijo con mucha ironía antes de darme un punta pie.
—Perdóname, mi señora.
Me reincorporé y empecé a jalármela con desesperación. No estaba lo suficientemente cachondo para venirme enseguida, y no tenía nada para estimularme. No sé cuánto tiempo estuve así, pero de la nada ella dejó caer los cubiertos sobre su plato vacío.
—Detente. Mírame a los ojos. ¿Te corriste en la noche, verdad?
Terminé confesando mi crimen. Se notaba su enfado y su malicia en la mirada de mi dueña. Se hizo para atrás con todo y silla. Meneó su cabeza hacia la derecha, indicándome que me acostara sobre sus piernas.
Me quité el mandil y me coloqué en la posición que ella quería. Nalgadas, la verdad es que me gusta recibirlas, por eso sonreía con la cabeza agachada.
—A mí nadie me desobedece, putito —me dijo mientras manoseaba mi culo.
Thalía no fue gentil en ningún momento, lo hizo con fuerza desde la primera nalgada.
—Gracias por castigarme, mi ama. Sé que me lo merezco.
—Cállate y cuenta. —Otra nalgada.
—Uno…
Thalía azotó mi culo con violencia, con odio y con placer. Conté treinta nalgadas que me dejaron las nalgas rojas. Suspiraba con el corazón acelerado y el cuerpo caliente, babeando un poco sobre el piso.
De repente ella metió un dedo en mi boca, lo metió hasta al fondo, provocándome arcadas.
—Chúpalo, pito chico, sé que aguantas más que eso.
Si ella metió un dedo en mi boca era porque quería metérmelo en el culo, y así fue. Separó mis nalgas, escupió en la entrada de mi ano y con delicadeza metió su dedo. Primero la mitad, después el dedo entero. Entraba y salía, primero con lentitud, después aceleró el movimiento y agregó otro dedo. Estoy obteniendo toda la estimulación que no tuve hace unos minutos, mi verga está goteando por el placer.
Ella me ordenó a recargarme sobre la mesa, levantando mi culo sobre el aire.
—No se te ocurra moverte.
Escuché sus pasos dirigirse a la habitación y regresar cuatro minutos después. Era obvio lo que fue a buscar: su arnés con un pene de 17 centímetros. Mis sospechas se hicieron reales cuando ella se posicionó detrás de mí y dejó caer algo grande, grueso y lubricado sobre mis nalgas.
—Es irónico que tengas un pene tan chico pero un culo tan grande. —De nuevo me azotó las nalgas. Ya me dolían demasiado, pero no quería que ella supiera, por eso me mordí los labios—. ¿Qué opinas que te preste a mis amigos para que se diviertan con tu culo?
—No opino nada. Mi culo es suyo y puede hacer con él lo que le plazca.
—Exacto. —Lanzó un gran escupitajo en la entrada de mi ano—. Bien contestado, perra.
Thalía inició con la penetración anal. Metiendo lentamente esos 17 centímetros de placer. Me lo metió todo, bien profundo, y lo dejo ahí sin apenas moverse para que mi culo se adaptará.
—¿Cómo se dice? —me preguntó a la vez que me nalgueaba.
—Gracias mi señora por darme verga. Es lo único que merezco por ser puto y por tener un pito tan pequeño.
—Solo tú me puedes hacer mojar con tu miserable voz. Me avisas cuando te vengas.
Clavó sus unas en mis caderas, aferrándose a ellas para impulsar sus embestidas, las cuales fueron gentiles en un comienzo, pero para la décima metida de verga ya lo hizo con odio. Me follaba brutalmente, haciéndome gritar en una mezcla de dolor y placer. Sabía que si me mordía el labio sangraría, por eso opté por morder la mesa, en sujetarme de sus esquinas. El físico de Thalía es engañoso, porque me está cogiendo con mucha virilidad, al punto de mover la mesa junto con mi cuerpo. Mi pene se aplastaba con la mesa, y no era lo único. El arnés también incluía unos testículos falsos, que igual como el pene, eran bien duros, jodidamente firmes. Chocaban contra mis huevos con cada embestida, aplastándolos y robándome gritos ahogados en compañía de lágrimas.
Era demasiado para mí, y para mi pene, que ya estaba a punto de explotar de tanto dolor y placer. Le avisé a Thalía, tal como me lo pidió. Detuvo la bestial cogida, sacó ese falso pero caliente pene de mi ano, y me apretó más los huevos. Pasó toda su mano sobre mi verga, masturbándome con cariño, lo cual agradecí en mi interior. Sentí el amargo orgasmo acercarse. Expulsé leche como una vaca.
Me dolía todo, en especial el culo, por las nalgas y la cogida que me dio Thalía. Recuperaba el aliento cuando ella apareció frente de mí con el café en manos. Su piel morena brillaba por el sudor, en especial en las partes de las tetas y el abdomen. Su pene de utilería se alzaba cerca de mi cara, con rastros de mierda y sangre.
—Mi café tiene leche, por fin. —Le dio un trago a la taza y después aventó su contenido en mi cara—. Ya está frio. Que no se repita la próxima vez, pito chico. Limpia todo este desorden y después báñate.
—Sí, mi señora.
Ella se encaminó al cuarto, cerrando la puerta de un portazo. A pesar de mi incomodidad, querida quedarme acostado en la mesa por horas, pero tenía que limpiar, aunque me ardiera el culo.