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Mi mujer y su amigo
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Creo que en alguna que otra ocasión ya os he explicado mi filia sobre el hecho de ver a mi querida mujer, acostándose con otro hombre.

A veces, no obstante, sin querer planificar las cosas surgen de una manera asombrosa.

Ni con toda la imaginación del mundo hubiera creído lo que iba a suceder una tarde de sábado en la que invitamos a mi mejor amigo a nuestra casa para tomar algo y charlar sobre cómo nos iba la vida.

Él es dibujante de cómics eróticos y tiene un estilo maravilloso, con unas tiras a color espectacular.

Se llama Andrés y su cuerpo es atlético, pelo rubio y perilla, viste a la moda y con camisetas muy ajustadas, lo que le hace resaltar su corpóreo torso.

Mi mujer ya la he descrito en alguna que otra ocasión, es más bien gordita, pecho prominente, un trasero espectacular, ojos marrones, un piercing discreto en la nariz y tiene tattoos en zonas muy íntimas de su cuerpo, pero de los que más me gustan es uno que tiene entre la espalda y su impresionante y erótico trasero y es una flor de loto.

Estábamos cenando animadamente y entre mi mujer y mi amigo empezaron a comentar que podríamos beber una botella de vino blanco, para celebrar que pronto iban a publicar mi nueva novela.

Con la tontería, nos bebimos tres botellas y ellos me animaban a ir bebiendo a salilari.

La cuestión, se hacía tarde y empezó a caer un tormentón de mil diablos, con rayos, truenos y granizo.

Mi mujer comentó a mi amigo que con el temporal no podía salir así en coche y al final se decidió que se quedaría a dormir en el sofá, pero en último momento, el que al final durmió en el sofá fui yo con mi borrachera.

Y así empezó una de las noches más calientes y lujuriosas de toda mi existencia.

El sopor del alcohol hizo que me quedara grogui en el sofá tal y como iba vestido y cuando desperté la luz del comedor estaba apagada, en cambio desde la habitación venía lumbre, de velas y olor a incienso, oía unos susurros y sonrisas…

Mareado, me fui acercando a nuestra habitación y al abrir la puerta me encontré con un espectáculo increíble.

Susana, mi mujer, cabalgaba suavemente encima de mi amigo, gimiendo ambos de placer. Andrés lamía las grandes tetas de mi esposa y podía ver como los dos cuerpos sudaban muy probablemente del tiempo que llevarían follando.

-Diosss, cariño, que bueno es esto. Vaya polla tan hermosa y grande tienes. ¡Métemela hasta el fondo, joder!

Y él se esforzaba en obedecer y presionaba mientras ella respondía aumentando el ritmo.

Era realmente una escena tórrida y brutal. Y más aún en cuanto a la conversación de ambos.

– Mi marido no debe saber nunca lo nuestro.

– Tranquila, que no se enterará de nada, además, está durmiendo la mona.

– Si supiera que tu y yo ya nos hemos visto alguna vez más… y mira que insiste en su fantasía de querer verme en la cama con otro hombre, pero yo siempre le digo que no, que solo lo amo a él, pero con sinceridad, tu polla es tan sabrosa cuando me he agachado a lamértela…

-Vale, cariño, deja de hablar y sigue moviéndote…

-Sí, amor, ufff…

Y mi mujer se entregó a mi amigo con su increíble y fabuloso cuerpo, los pechos bailaban con una pasión desbordante, desde mi ángulo podía ver el trasero de susana como se movía con destreza y total entrega y eso hizo que mi borrachera se pasara de golpe y que mi miembro empezara a crecer de manera mágica y mi excitación subía como la espuma.

– Diosss, ya llego- gritó mi mujer.

Y empezó a cabalgar sobre mi amigo con absoluto énfasis y excitación sublime.

El grito que sonó fue bestial, no reconocía a mi esposa. Conmigo se corría, pero sus orgasmos eran gritos suaves, tranquilos. Lo que yo estaba viendo era una mujer distinta, salvaje, apasionada y entregada.

Y mi amigo avisó de su corrida y en ese instante ella se quitó de encima y puso sus labios rodeando el miembro y Andrés se convulsionó como un loco, aullando de gusto y placer absoluto, mientras pringaba la cara y labios de mi mujer.

Se quedaron ambos uno al lado del otro, relajados y sonriendo del gran orgasmo que habían acabado de hacer.

Yo me fui al sofá y me masturbé, corriéndome salvajemente y pensando en la maravilla que había acabado de presenciar.

Lo bueno era, que la noche no había hecho más que empezar…

Continuará…

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