Quedé con mi amigo Tony en un bar-cafetería, después del trabajo. Por lo visto, tenía algo muy importante que decirme. No quiso contarme nada más, quería tenerme delante, según me dijo. Al capullo le gustaba hacerse el interesante, pero no era un fanfarrón, así que le hice caso.
Después de tomarnos un par de vinitos y hablar de chorradas, le dije:
―Bueno, ¿entramos en materia, o qué? ¿Me vas a contar eso que es tan importante?
Él dejó escapar una sonrisilla maligna, pero en seguida se reprimió.
―Berto ―me dijo―, no es broma, ¿eh? Esto no te va a gustar.
―Venga, tío, déjate de rollos y suéltalo ya.
―Ok. Tu mujer te la pega con otro.
Me quedé parado mirándolo.
―¿Qué dices?
―Lo que oyes.
―Tony, me cago en la hostia, no bromees con estas cosas. ¿Es el día de los inocentes, o qué?
―Berto, tu mujer se está tirando a otro. No te vacilaría con algo así.
―Pues, amigo, vas a tener que darme un argumento sólido. ¿En qué te basas para decir eso? Mapy no me ha dado nunca el menor motivo para dudar de ella.
―Las cosas no son a veces lo que parecen. Y que conste que tu mujer me cae muy bien, ¿eh?
―Pues, te lo repito, vas a tener que darme algo sólido para que me crea eso. ¿En qué te basas?
―La he visto ―me dice.
―¿La has visto con el tipo? ¿Dónde?
―En la cama.
Me quedé otra vez parado mirándolo.
―¿Y eso cómo es posible? ¿Te metiste en el armario?
―Tú sabes dónde vivo, ¿verdad?
Pues sí, vivía en un edificio de 14 plantas, y justo delante del suyo había otro idéntico. Yo estaba empezando a acojonarme.
―Sí, ¿y qué?
―Y también sabes que tengo una afición particular.
En cuanto dijo eso, me vino a la mente su telescopio y su cámara con teleobjetivo. Al tío le gustaba espiar a los vecinos de enfrente. A veces pillaba a alguno que otro en las situaciones más indiscretas. Uno de los vecinos era una especie de exhibicionista. Le gustaba llevarse a las tías a la cama y dejar el ventanal de su alcoba con las cortinas descorridas. Yo mismo había visto algunos de sus vídeos en los que grabó al tipo follando.
―¿La has pillado?
Tony sacó su móvil, buscó en una carpeta y le dio al play. Se veía a mi mujer con el exhibicionista follando a todo trapo en la alcoba. El humo empezó a salirme por las orejas.
―Pero me cago en… ¡Qué hija de puta! ―dije.
Se la veía perfectamente comiéndole la polla al tipo, haciendo el 69, a cuatro patas mientras él se la metía por el coño y por el culo. Cómo gozaba la maldita.
Tony se echó hacia atrás en la silla y me dejó a mí viendo el vídeo. Supongo que le parecía feo estar viendo esas imágenes delante de mí, pero me imaginaba que se había hecho mil pajas viendo cómo follaba mi mujer.
―La muy zorra… ―seguía diciendo yo. No podía apartar los ojos de la pantalla, allí en la cafetería.
Me lo tragué enterito. La muy cabrona hacía cosas que jamás había hecho conmigo. El tío la agarraba del pelo y le restregaba la polla por toda la cara. Ella se tocaba el coño mientras él le daba pollazos, se veía que le gustaba. ¿Y cuándo se la había metido yo por el culo? ¡Jamás! Eso eran «cochinadas». Era lo que me decía a mí. Joder, qué pedazo de puta…
Cuando acabó el vídeo, me quedé como alelado, con la mirada perdida. Estaba en shock. Me parecía increíble.
―Lo siento, tío ―dijo Tony―, pero creo que tenía que decírtelo.
―¿Desde cuándo lo sabes?
Tony se calló un momento. Me temía lo peor.
―Un mes, más o menos.
―Ya… Vamos, que te has puesto las botas, ¿no?
Sonrió con un lado de la boca.
―Berto, no te líes. Te lo estoy diciendo. Podía haberme callado.
―Tienes razón.
Me quedé pensando. Entonces, le dije de pronto.
―¿Tienes más vídeos?
Se lo pensó antes de contestar. Era obvio.
―Unos pocos.
―¿Podrías editarlos y hacer uno… para mí?
―No te entiendo.
―Que si podrías editarlos, joder, recortar aquí y allí, sacar planos cortos en los que no se vieran las caras. Y al final vas ampliando el zoom hasta que aparezcan enteritos, como dios los trajo al mundo, con sus caras de disfrute.
―Pues claro que podría.
―Vale, entonces haz uno bueno. Los sacas como te acabo de decir y luego, justo delante, pegas el vídeo original completo, pero sin editarlo, que se les vea todo el tiempo enteritos, ¿ok?
―Claro, tío, lo que tú quieras.
―Ok, hazlo y me avisas cuando lo tengas. Te pago y todo.
―Venga, no seas gilipollas. Te aviso cuando lo tenga. ¿Te vale con diez minutos de grabación?
―Más que suficientes. Pero saca las partes clave, sabes lo que te digo, ¿no?
―Entendido. Eres la hostia ―me dijo descojonado.
Me fui a mi casa echando chispas. Tuve que serenarme en el garaje y respirar hondo, porque no quería que Mapy me lo notara. Estaba con su indumentaria clásica para estar en casa: pantaloncito de pijama de algodón, calcetinitos, y camiseta holgada. Estaba comiéndose una tarrina de helado de Häagen-Dazs. Ojalá se atragantara. Le di un beso al llegar y me fui a la nevera a coger algo de comer.
―¿Qué tal? ―me preguntó.
―Bien. Estuve con Tony. Me contó una historia de lo más rocambolesca.
―De Tony me espero lo que sea. ¿Qué historia?
―Pues algo de cuernos y tal. En fin, locuras suyas.
Ella no contestó enseguida.
―Ya…
Después me di una ducha. Tenía que distraerme como fuera para no saltar. No podía borrar de mi mente aquellas imágenes. Y luego verla a ella allí viendo la tele tan tranquila y modosita, con su pijamita de ositos…
Tras unos días, me las fui ingeniando para hacerle ver que quería hacer cosas «nuevas» con ella, darle un poco de salsa a nuestras relaciones.
―Es que siempre hacemos lo mismo ―le dije―. No está mal variar, ¿no? Todo el mundo lo hace.
―¿Ya estás otra vez con esas cosas?
La muy cabrona seguía haciéndose la señorita recatada. Tenía huevos la cosa.
―«Esas cosas» se llama sexo, Mapy. No pican, ¿eh?
―Mira que eres pesado. ¿Y qué has pensado?
―No sé, ver una peli porno juntos, por ejemplo. Nunca lo hemos hecho.
Ella hizo un gesto de fastidio.
Al final la fui convenciendo hasta que aceptó a regañadientes. Qué suplicio, la pobre, tener que ver esas «cochinadas» conmigo. Me daban ganas de cargármela.
Por fin, el vídeo estaba preparado y fui a recogerlo. Era viernes, así que esa misma noche llevaría a cabo mi plan. Cuando llegué a casa tras el curro, me di una buena ducha, comí algo ligero y dejé que pasaran algunas horas hasta que se hicieron las diez.
―¿Te parece si probamos ahora? ―le dije a Mapy.
―¿El qué, lo del vídeo? ―me preguntó como con desgana.
―Sí. Venga, ponte algo apropiado, bragas y camisa sin sujetador.
Se me quedó mirando con cara de «eres un cerdo salido», pero al final lo hizo. Yo acabé en un santiamén: me puse un bóxer bien elástico y sanseacabó. Ella regresó con unas bragas de encaje azul turquesa y una camiseta suelta. Al caminar, los pezones le bailaban bajo la tela. Pasó por delante de mí y se echó en el sofá. Las braguitas se le metían entre las nalgas, y vaya pedazo de nalgas.
La verdad es que mi mujer estaba la mar de buena, con aquella melena castaña ondulada y espesa y aquel cuerpo de guitarra que tenía. Entonces me asaltaron las imágenes que me enseñó Tony en la cafetería y me comían los demonios. Aunque… puede sonar de lo más raro e incomprensible, pero, ¡también me ponía cachondo!
Metí el pendrive en el reproductor, nos acomodamos en el sofá, muy cerca el uno del otro, y le di al play.
Tony lo hizo de miedo. Sacaba planos tan cortitos que no se les veía nunca la cara, solo los cuerpos, los torsos, las piernas y, por supuesto, las partes íntimas. El tío logró sacarlos besándose sin que se les reconociera. Se veían sus lenguas y poco más. En menos de un santiamén me estaba poniendo cachondo. Saber que aquella era la lengua de la putita que tenía a mi lado me ponía loco.
Se me puso la polla dura de inmediato, así que decidí empezar a tocarme sobre la tela. Mapy me miró hacerlo y negó con la cabeza.
―¿Qué te pasa? ―le dije―. ¿Te molesta?
―Haz lo que quieras ―me dijo con desdén.
Aquellas lenguas seguían moviéndose. Hay que ver cómo la movía mi mujer. Conmigo no lo hacía, desde luego. Me estaba poniendo bastante enfermo. No aguanté más y me la saqué. Mapy se estaba poniendo nerviosa, se lo notaba. Le miré de reojo y tenía los mofletes rojos, y los pezones estaban más picudos de la cuenta bajo la camisa. La muy puta… ¿qué estaría pensando? ¿En cómo se la clavaba aquel tipo por el culo?
Estiré un brazo y le toqué el coño a Mapy sobre las bragas.
―Tú también deberías tocarte un poco ―le dije.
―¿Qué haces? ¡Quita! ―me gritó haciéndose la santa.
Y ¿a que no saben qué? Tenía el coño ardiendo. La muy zorra estaba cachonda. Por supuesto, no se lo dije, pero eso me puso cachondo como un mono. Joder, me estaban entrando unas ganas de follármela que no veas. Le cogí su propia mano y se la puse en su coño.
―Tócate, quiero verte.
―Ay, tío ―dijo la puñetera.
La tía lo hacía a regañadientes, pero sé que lo estaba deseando. Los tipos de la pantalla, o sea, ella y el exhibicionista, se estaban lamiendo el cuerpo. Se veía la boca del tío bajando por el cuerpo de mi mujer y mamándole los pezones, que los tenía tiesos como agujas. Luego pasó a otro plano en el que era la boca de Mapy la que bajaba, hasta que se tragaba su polla. Joder, ¡cómo se la mamaba la cabrona! Yo tenía que controlar la paja que me estaba haciendo, porque sentía que me corría.
Cuando en el vídeo se vio al tío comiéndole el coño a mi mujer, y a ella abriéndose de piernas ofreciéndoselo todo, yo agarré la mano de Mapy y me la puse en la polla.
―Pajéame ―le dije.
Ella volvió a hacer un gesto de disgusto, pero accedió. Yo le agarraba la muñeca y se la movía arriba y abajo.
―Así, que seguro que sabes hacerlo ―le dije a la muy zorra.
Mientras tanto, yo le hurgaba el coño y le metía los dedos. Lo tenía empapado, Dios santo. Le metí bien los dedos y le hurgué dentro, sacudiéndolos. Noté en seguida cómo la tía se controlaba para no moverse, pero estaba más que claro que su coño quería polla. Me estaba encantando aquella situación, hacerla sufrir.
Poco después, en el vídeo se veía cómo el tío le daba con la polla en la cara, planos muy cortos. Mi mujer abría la boca todo lo que podía sacando la lengua y recibía los pollazos. Me ponía como loco verla. Estiré un brazo y la tomé por la nuca.
―Ven ―le dije―, chupa.
―¿Qué? ―me dice toda alterada.
―Que chupes ―y seguí tirando de ella.
―Ay, déjame. ―La tía se hacía la estrecha, pero lo hacía con una vocecilla lastimera que me ponía todavía más cachondo, pero yo sabía que quería hacerlo.
En cuanto tuvo la polla en la boca, comenzó a mamar con deleite. Y encima vi que giraba de vez en cuando la cara y miraba el vídeo. Chupaba y miraba, la muy zorrita. Yo le metía los dedos en el coño mientras tanto. Creo que no se lo había visto tan húmedo nunca. «¿Será cabrona?», pensé.
―Así, cómetela ―le dije. Me habría encantado decirle «así, cómetela, pedazo de puta», pero tenía que controlarme. Lo cierto es que me la comía de cine.
El vídeo avanzó y se veía un plano en el que el tío se la metía a cuatro patas, primero por el coño y luego por el culo. El tío se sujetaba la polla con la mano, se la sacaba enterita y se la volvía a meter. El agujero del culo se veía completamente abierto. La agarraba por la carne de las caderas y le taladraba el culo a mi mujer, que, por cierto, me seguía comiendo la polla como nunca, inspirada por el bonito vídeo.
Entonces, de pronto, el crac de Tony fue ampliando el zoom y fue apareciendo poco a poco la putita de mi mujer a cuatro patas, con el tío tras ella dándole bien duro por el culo. Le cogía fuerte por la melena y se la clavaba una y otra vez. Ella disfrutaba de lo lindo, su cara era la máxima expresión del placer. Y justo entonces, mi mujercita giró la cara hacia el vídeo con mi polla en la boca. Casi se atraganta.
―¡Anda, pero mira quién es la zorrita del vídeo! ―dije yo―. ¡Pero si es la puta de mi mujer!
Ella se zafó de mí como pudo, histérica perdida, y se quedó mirando el vídeo, con la mano tapándose la boca.
―Vaya, vaya, así que te gusta que te follen bien el culo, ¿eh? ―le dije mirándola fijamente.
Ella seguía sin habla, tenía los ojos como platos, se tapaba la boca con las dos manos. Creo que le salía humo de la cara. En el vídeo se veía ahora cómo ella se abría de piernas boca arriba y el tío se la follaba de lo lindo. Su cara de placer no se la había visto en mi vida. Le gustaba tanto que enroscaba las piernas alrededor de la cintura del tío para que no se escapara.
―¿Qué te pasa? ¿Viste un fantasma?
―Pero… ¿dónde conseguiste…? ―trató de decir.
―No te preocupes, cariño. Me encanta saber que has estado buscando polla por ahí. Anda, ven, hazme lo que sabes hacer ―le dije, y volví a agarrarla con fuerza por la nuca y la acerqué a mi polla.
Ella dio un quejidito de gusto, como resistiéndose, y noté que se ponía cachonda perdida.
―Eso es, chupa, sé que te gusta comer pollas.
La tía empezó a comérmela y enseguida se llevó la mano al coño para masturbarse. En la tele, había comenzado la secuencia completa, sin editar. Desde el principio, se veía a la putita de mi mujer con el exhibicionista.
―Mira, ahí estás otra vez ―dije. Su lengua volvía a moverse en la pantalla como una culebra hambrienta.
Empezó a chuparme como loca. Entonces yo me agarré la polla con fuerza, la sujeté por la melena y empecé darle con ella en la cara.
―Toma, pedazo de puta. Te gusta, ¿verdad? ―le decía azotándola.
―Ay, sí, pégame ―me dijo la muy cabrona, abriendo bien la boca y sacando la lengua.
¡Me estaba poniendo frenético! Entonces se la restregué por la cara, se la dejé brillante de saliva y de mis flujos. Me incorporé bruscamente y la empujé hacia atrás en el sofá. Le saqué las bragas a lo bestia y antes de tirarlas al suelo las inspeccioné. No estaban mojadas, estaban encharcadas. Me las llevé a la nariz. Qué rico olía la puta de mi mujer, qué ganas de follármela.
―¿Te gusta que te coman el coñito, cariño? ―le pregunté.
Ella no me contestó, pero abrió las piernas y me lo ofreció, como pidiéndomelo. Así que enterré mi cara en su coño y comencé a mamárselo como nunca. En la pantalla del televisor, ella estaba comiéndole la polla al tío otra vez y recibía pollazos por doquier. Mientras, yo me encargaba de su coño con toda mi habilidad, metiéndole los dedos, chupándole los labios, el clítoris… ¡Cómo gemía, la cabrona!
Me deslicé hacia arriba y empecé a comerle las tetas. Los pezones estaban tan duros que cuando tropezaban con mi boca los sentía como dos garbanzos. ¡Cómo se los mamé, joder!
Entonces me quité el bóxer, me puse encima de ella, me agarré el nabo y se lo metí en la raja. Cuando la tenía dentro, le cogí la cara y se la giré hacia el televisor.
―Mírate, putita, ¿te gusta cómo te lo come el cabrón ese? ―El tipo tenía la cabeza metida entre sus piernas―. Hay que ver cómo abrías las piernas, ¿eh, zorra?
Entonces comencé a follármela con todas las ganas, sujetándola por el pelo. La tía gozaba de lo lindo. Me volvía loco ver cómo giraba la cara para mirarse en la pantalla. Yo me echaba sobre ella y le comía la boca mientras la taladraba. Ella enroscó sus piernas a mi alrededor para que le llegara bien dentro. Yo le hablaba al oído.
―Aquí ya estuvo alguien antes que yo ―le decía―. El coño de mi mujercita ya está usado, ¿verdad que sí? Estuvo buscando polla por ahí ―y entonces la follaba con furia.
Mis propias palabras me encendían a mí y ella gemía cada vez que yo le decía aquellas cerdadas. Después la cogí con brusquedad y la puse a cuatro patas. Empecé a hurgarle el agujero del culo. Me empapé los dedos en saliva y se lo dejé bien untadito. Luego me agarré la polla y empecé a empujar.
―¡Ay, no! ―dijo mi mujercita.
―¿No quieres? Claro, a ti no te gustan las cochinadas, ¿verdad, zorra? ―le dije sujetándola del pelo y hablándole el oído―. Eres muy señorita para eso, ¿no? Anda, toma, so puta ―le dije, y se la clavé toda.
Ella soltó un quejido de placer. Empecé a moverme adentro y afuera con ganas. La cabrona giraba la cara hacia el televisor para verse follando en el vídeo. Me ponía loco. Yo la tenía sujeta con una mano por el pelo y con la otra le agarraba bien la carne de la nalga. Dios, jamás le había hecho esto, qué burrada.
Tras unos minutos, yo ya no podía más, estaba a punto de reventar. Me corrí dentro de su culo como nunca me había corrido. Me apoyé en sus caderas para coger resuello. Estaba sudando como un cerdo, y ella igual. Nunca la había visto así.
Me despegué de ella y me eché para atrás sobre el sofá, frito total, respirando con la boca abierta. Ella se sentó sobre sus talones, cansada como yo. Vi que empezó a gotearle mi semen por el agujero del culo. La tía no se lo creía. Se tapaba la boca con la mano. Luego se giró para mirarme. Su cara era de sorpresa total, y ponía una sonrisa pícara que me daba un morbo de la leche. Yo estaba flipando como ella.
No sabíamos ni qué decirnos. Nos mirábamos atontados perdidos. Jamás habíamos follado así. Entonces, con el sudor todavía cayéndome por la frente, cogí el puto móvil que estaba sobre la mesa, abrí el WhatsApp y le escribí a Tony.
[23:12] Berto:
Tony, eres un puto crack. Gracias. Tengo que contarte una cosa muy importante.
Y cerré el móvil. Enseguida llegaron notificaciones de mensajes entrantes. Yo sabía que era él, pero ahora me iba a hacer yo el interesante.