Como comenté alguna vez, estudié en una universidad ubicada en una ciudad a unas tres horas de donde nací y vivía mi familia. Volvía a casa cada tres semanas en promedio. Un fin de semana, cuando tendría unos 20 o 21 años, en el que supuestamente no volvería, me enteré que mi padre y mis dos hermanos menores irían al cumpleaños del abuelo, en una ciudad andina cercana. Como de costumbre mi madre no iría, pues la altura la afecta mucho.
Decidí llegar de sorpresa a casa y pasar el fin de semana con mi madre y de paso, salir con los amigos con los que había estudiado el colegio hacía ya varios años. El viernes, luego del almuerzo, tomé un bus y enrumbé a casa. Al llegar, hacia las 6 pm, abrí la puerta principal hacia la calle e ingresé al patio, luego había una segunda puerta que permitía el ingreso a la casa propiamente dicha. Al estar por abrir la segunda puerta, escuché como sollozos. Me quedé un poco paralizado y presté atención antes de ingresar. Rápidamente me di cuenta que no lo eran, que eran gemidos de placer.
En un instante mi mente explotó y supuse mi madre estaba en casa con alguien. Decidí mantenerme de incognito y subir a la lavandería. La habitación de mis padres tenía una enorme ventana hacia ella. Con sigilo subí. Y para mi suerte, si bien la ventana estaba cerrada, no habían corrido las cortinas y podía ver completamente la habitación. Tuve suerte, pues a pesar de haber aún algo de luz solar, la habitación tenía la luz prendida.
Pude ver a mi madre en cuatro patas con un hombre detrás de ella. Al detenerme lo más cerca que me pareció prudente la escuché decir “me vine”. El hombre se separó de ella. Ambos se acostaron. Él prendió un cigarrillo (algo prohibido en casa por mi padre) y me di cuenta que había un cenicero en el velador de su lado. Mi madre se recostó sobre su pecho y ambos estuvieron un rato, quizás unos 15 minutos sin hablar. Durante los mismos, su amante fumó dos cigarros.
Pensé que todo había concluido y cuando estuve a punto de retirarme con igual sigilo, escuché que él le decía “chúpala puta”. Mi madre, le respondió sumisa “si mi amor”. Recién en ese momento, cuando él se la cogió, indicándole a mi madre que empiece, me pude dar cuenta del tamaño de la verga. Ya se encontraba erecta, sin que ella use sus labios y lengua. Una verga enorme diría, incluso hoy tantos años después del incidente puedo afirmarlo. Mi madre se puso en perrito y comenzó a chupársela. El culo hacia la ventana y si bien no veía los detalles de la chupada, si podía verle el culo moverse rítmicamente mientras lo hacía.
Mientras ella mamaba esa poderosa verga, él le decía que era una puta, que era una perra. Que era una zorra infiel y ella sólo mamaba sin responder. Luego él le dijo que la iba a coger por el culo y le preguntó
– ¿Puta de quién es tu culo?
– Tuyo mi amor, sólo tuyo.
– Quien te lo abrió perra.
– Tu mi amor, aquí en mi cama
– El cornudo lo usa
– No mi amor, es sólo tuyo
Mi madre dejó de mamar y se acostó boca abajo. Su amante, que, por cierto, era un feo vergón, con bigote de charro mexicano, se arrodillo a su lado, separó sus nalgas y escupió varias veces entre ellas. Cuando él escupía, mi madre empezó a gemir, aún sin tener nada dentro.
El amante se acomodó muy rápidamente sobre ella y sin ningún preámbulo, se la metió. Supongo todos los 20 o más centímetros en una, pues mi madre gimió de dolor y empezó a decir “me duele mi amor, me duele”. Él le respondió “es tu culpa perra por no buscarme. Si el cornudo no se va, no me llamas puta de m”. Mi madre gemía y él comenzó también a gemir y era obvio que el inicial dolor se había transformado en placer anal.
Tras un par de minutos o menos, la colocó en perrito. Todo ello sucedía en perpendicular a mí, ambos sobre la cama. Felizmente ya había anochecido y yo me encontraba en la penumbra. Luego la acomodó al borde de la cama, justo mirando hacia donde yo estaba. Él salió de la cama, se puso de pie y siguió cogiéndola por el culo, con mi madre con la cabeza enterrada en la cama. Por momentos la levantaba y podía apreciar su cara perdida de perra culera. Comenzó a gemir y decir “me vengo mi amor, me vengo” y tuvo un orgasmo con el rostro levantado que nunca olvidaré. Comenzó a decir “soy tu puta, tu puta, eres mi macho, eres mi perro”. Y él siguió culeándola.
La volvió a cambiar de posición al borde la cama. Ella boca arriba, con sus piernas al hombro de su amante. Posición en la que se comería hasta el último centímetro de esa enorme verga y se lo dijo “mi amor, me va a entrar toda”. El amante le respondió “si puta” y de un solo movimiento se la empujó hasta el fondo. Mi madre volvió a gemir con algo de dolor, pero fue un instante. Pronto tuvo un segundo orgasmo y luego un tercero. Su amante seguía usándola de perra y por su cara de placer desorbitado supe que llegaría. En ese instante la sacó. Se acomodó al borde de la cama y le metió la verga recién sacada del culo a la boca de mi madre, que recibió todo el semen en su boca, supongo con el sabor de su propio culo. El semen comenzó a derramarse por sus labios y su amante le dijo “tómalo todo puta de m”. Mi madre obedeció.
Supe que era el momento de irme. En silencio retrocedí. Bajé las escaleras, abrí la puerta de la calle y salí. Mi madre sería cogida toda la noche y todo el fin de semana, yo sobraba. Casi sin dinero, tuve que pensar que hacer.