El celular de Daniel sonaba de manera insistente sin que él despertase de su profundo sueño. Su madre, Cynthia, lo necesitaba para que le diera los datos de una amiga de la iglesia que tenía anotado en un papel y se había olvidado al salir de casa. Pasaron varios minutos y él seguía en otro mundo, apenas habían iniciado las vacaciones de sus estudios y aprovechaba el tiempo libre para desvelarse jugando videojuegos. Luego de mucha insistencia, al fin despertó y sin casi abrir los ojos contestó la llamada.
Fue de mala gana a buscar en la habitación de su madre el pequeño papel; sería una tarea difícil porque ella no recordaba con certeza dónde lo había guardado, solo sabía que lo puso en algún cajón de uno de sus armarios. «Apenas tiene 40 años y ya se le olvidan las cosas» — pensó mofándose. Buscó en varios cajones sin tener éxito, abrió los últimos tres casi al mismo tiempo y descubrió que era el lugar donde su madre guardaba su ropa interior. Con recelo tuvo que buscar entre muchas tangas y brasier. Cuando metió su mano más al fondo de uno de los cajones, una tabla de madera que hacía de fondo falso se movió y un consolador con la forma de un pene apareció. Sus ojos se abrieron y hasta el sueño se le quitó al descubrir el juguete secreto de su madre. El celular volvió a sonar en su bolsillo y él pegó un brinco por los nervios. Trató de tranquilizarse y contestó la llamada mientras buscaba con cuidado en el último cajón donde logró encontrar lo que buscaba. Su madre le agradeció por darle los datos y preguntó dónde lo había encontrado. Él, por instinto, mintió diciendo que lo había encontrado en otro cajón. —Te quiero, mi cielo, nos vemos pronto —expresó ella al terminar la llamada.
Volvió a poner el fondo falso del cajón y lo cerró, regresando desconcertado a su habitación. No podía creer que su madre, que tanto le advertía que no se masturbase porque era pecado, se masturbara usando un consolador. Ella daba charlas en la iglesia a los jóvenes, enseñándoles que irían al infierno si se provocaban un orgasmo masturbándose. Sentía ira al darse cuenta lo hipócrita que era su madre y al mismo tiempo empezó a excitarse imaginándola metiéndose ese falo de plástico en su vagina. Era la primera vez que él la veía como una mujer guapa y viuda y no como su religiosa madre; eso le provocó una excitación como nunca antes.
Lleno de lujuria, fue al cuarto de lavado en busca de alguna prenda íntima de su madre para masturbarse con ella. Eligió una tanga blanca con encaje y aspiró el fuerte aroma femenino de la prenda; maravillado con el olor, frotó la tanga en su pene erecto, masturbándose de forma desenfrenada. Cuando sintió que su pene y sus testículos se contraían, supo que iba a eyacular y colocó su glande en la parte de la prenda que va en contacto con la vulva y la llenó con su semen.
Su mirada se volvió pícara y supo que su madre se había convertido en el objeto de su deseo.