Llevo varias noches sin poder dormir. Tu voz era mi canción de cuna, tu mirada mi razón de ser feliz, tus besos mi fortuna.
Mis días son siempre los mismos, no hago más allá de mis labores cotidianas y no tengo más vida social.
Se avecina la noche. Algo de precipitación se escucha afuera y mi cuerpo pide que lo asee.
El sonido de la lluvia se mezcla con el del agua que cae de mi regadera, música que sensibiliza mis oídos, mi piel al desnudo.
Mi mente se pasea por los bellos jardines, donde un día te conocí. Eras perfecto, no te faltaba nada.
Disfruté cada segundo del tiempo que fui conociéndote, cada día eras más perfecto para mí.
Me hacías vivir cosas inolvidables, que no encontraba en los chicos de mi edad, pero que un hombre de treinta y ocho me supo dar.
En mis pensamientos aceleré hasta el día en que hiciste que perdiera el control de mi vida, que me perdiera por completo.
Justo así, mientras me bañaba, recuerdo muy bien que deslizaste la cortina y descubriste mi desnudez.
No traías nada arriba, solo tenías tu pantalón aún y mientras me contemplabas te lo fuiste quitando poco a poco.
Algo sabía yo sobre la seducción, aunque muy poco, pero no dudé en tomar mis senos y darme una vuelta para provocarte.
El frenesí te llevó a acercarte a mí y tocar esas partes mías que casi todo el tiempo cubre mi ropa, sin exceptuar ninguna.
Y vuelvo a la ducha que me estoy dando, pero no son tus manos, sino las mías las que recorren mis zonas ardientes.
Hasta tengo la costumbre de darme una nalgada con la intensidad con que me lo hacías, solo para pensar que te siento a ti.
Quiero repetir paso a paso lo que me hacías sentir, pero con solo tocar mi clítoris ya quería y quiero ser penetrada y no era momento de eso aún.
Cerraste la llave del agua por mí, me llevaste a la sala, mojada, aunque sin preocuparme por el frío, pues tus besos y caricias me mantenían al rojo vivo.
Y ahí voy cada día para repetir ese ritual, sin secarme, voy hacia la sala, me acuesto en el sofá y mis manos hacen lo que las tuyas hacían con mis pechos.
Instintivamente abro mis piernas como las alas de un ave al volar y me agarro los muslos, como si sobre ellos sintiera el peso de tu cuerpo.
Me transporto de nuevo a esa tarde, donde, sin esperar más, desabroché tu pantalón y te desnudé por completo mientras aún me comías la boca.
Mi siguiente acción es llevarme un dedo a la boca y chuparlo con desesperación, recordando cuando te trepaste hasta mi cara y pusiste tu miembro frente a mi boca.
Nunca imaginé en mi vida devorarme apasionadamente algo semejante a una víbora y con consistencia de piedra.
Recuerdo que la empujabas hasta tocar mi garganta, yo no resistía el ahogo, pero era deliciosa en su totalidad. Tu rostro me decía que lo hacía bien.
Aunque, sin duda alguna, deseaba tener una cavidad bucal mucho más grande para albergarla completamente, tenía otro lugar donde sí iba a caber toda.
Me dejaste falta de respiración y cuando aún trataba de componerme, tus palabras me erizaron la piel y obedecí tu orden de ponerme a gatas.
Aquella vez no me vi experta, pero he practicado tanto cómo excitarte con sutiles movimientos en esa posición.
Y hallé que es más rico cuando la espalda está totalmente en pendiente, la cabeza en la superficie y las caderas bien alzadas.
Estuve practicando, sin ti, pero no es lo mismo dos o tres dedos míos a la bestia con que me dominabas.
Por eso decidí adquirir una imitación barata, pero creo que me excedí al pedirla de diez pulgadas.
Y es que me acostumbraste a la tuya, tanto que no he sentido lo mismo con otros. Comprobé el dicho que cuando se prueba una grande ya no se antoja una pequeña.
Volviendo a la imaginación, recuerdo cómo tu locomotora se abría espacio en mi interior, desplazando todo, topando con pared y repitiendo el proceso a mil por hora.
Usaste mis nalgas como tambor y mi cabello como soga, creando un ritmo placentero al son de mis gritos.
Admiraba cómo cambiabas la forma en que te apoyabas en el sofá, a una sola rodilla o con las dos, en cuclillas, pero en cada una recibiendo toda tu potencia.
Amaba que me dejabas enganchada por unos instantes, sentía la pieza que me hacía falta, que me hacía sentir completa. Me sentía tuya, sentía que eras mío.
Me levanto y marcho contenta hacia la habitación, sujetando mi juguete de la punta, como aquella vez te la sostuve caminando hacia mi cama.
Me aviento hacia la cama y dejo abiertas mis piernas, teniendo listo ya mi vibrador para hacerlo pasar por mi clítoris.
En alusión a cuando me abriste las piernas y colocaste tu lengua ahí, haciéndome retorcer y gritar de placer.
Y no retiro mi accesorio hasta experimentar ese río fluyendo en mi interior, como tú me lo hiciste sentir.
De nuevo repito la penetración, abierta de piernas e imaginando tus sabrosas embestidas con toda la carrocería.
Desatando mi lado oculto, aquel que no conoce nadie más que tú, en el que te pido que me des más duro, más rápido, más intenso.
Aquel lado oscuro mío en el que halago tu enorme, colosal, gruesa, fuerte y dura verga y en el que admito que soy adicta a ella.
Aquel lado oscuro mío en el que cumplo tus fantasías auditivas y te declaro mi papi, mi hombre, mi fiera y yo me declaro tu mujer, tu sumisa, tu puta, lo que sea, pero tuya.
Aquel lado oscuro mío que busca intensamente tu orgasmo aunque en momentos te detengas para no correrte rápido.
Aquel lado oscuro mío que sabe cómo consentirte y vuelvo a colocarme en cuatro para que me cojas durísimo mientras te excitas viendo mi silueta.
Aquel lado oscuro mío que te permite que me la metas por el culo y así te pida a gritos que me rompas el orto.
Aquel lado oscuro mío que te pide que si te vas a venir me dejes tragarme toda tu leche y darle una mamada final a tu verga.
Y aquel lado oscuro mío continuaba operando durante la tierna noche que me brindabas. Pero llegado el amanecer, recordabas que tenías esposa y lamentabas lo sucedido.
"Llévame a vivir con ustedes", sugería cada vez que me visitabas y hasta hoy no se cumple mi deseo, porque ni siquiera lo intentas hablar con ella.
"No te preocupes por ella, tengamos algo a escondidas", insistía de últimas, pero el ser yo diecisiete años menor que tú te hace pensar en tu reputación.
Aquel lado oscuro mío se disipa al llegar a ese punto y solo deseo aunque sea que le pongas el cuerno conmigo otra vez.
Y es que solo tú desatas ese lado oscuro mío, en el que soy una amante del sexo, una enferma mental y una adicta a tu cuerpo.