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Mi juguete (tercera parte de “Tu virginidad es mía”)
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Tiempo de lectura: 2 minutos

Antes de meter la pija de Christian dentro mío, preferí que sienta un poco la textura de mis labios y de mi colitis. Que sienta como estaba de mojada, empapando su ingle y sus huevos, dejándolo todo sucio.

—Cogeme, por favor —me suplicó. Yo también estaba deseosa de él, de que sienta, por primera vez, como era tener una mujer encima suyo. Pero también era responsable, y debía cuidarme y cuidarlo.

—Primero hay que ponerte el preservativo —le dije mientras me levantaba de él y buscaba en mi mesita de noche una cajita de forros.

—Así nomás —me dijo—. Ya quiero que entres.

—No. Lo primero que tenés que saber cuándo tenés sexo con alguien es que tenés que cuidarte. No importa si la otra persona te dice que no está con nadie. Vos cuídate siempre —me negué. Rompí el envoltorio y saqué el preservativo para ponérselo.

Cuando todo el capuchón de goma llegó hasta el final de su verga, recién ahí estuve en condiciones de montarme nuevamente sobre él.

—La primera ve lo hicimos sin nada —recordó en medio de un gemido mientras sentía como lo introducía en mí.

—Sí. Y fue un descuido mío. No lo tendría que haber permitido, pero ahora vamos a hacer las cosas bien.

Empecé a moverme despacio para que me vaya sintiendo. Tengo que confesar que me calentaba muchísimo ver la cara y los gestos que hacía… Verlo morderse los labios, blanquear los ojos, escucharlo gemir, escucharlo decir mi nombre.

—¿Te gusta, pendejo? —le pregunté moviéndome firmemente contra él, haciendo que todo su cuerpo se mueva conmigo.

—Sí… Sí, me encanta… Me encanta como moves tu culo… Cómo se mueven tus tetas… —gemía mientras seguía presionando fuerte contra él—. Ay, mami… Que rico… ¿Vos sos mi mami, no? Sos mi mami y yo tu bebé…

—Obvio, mi chiquito. Ahora gemime, disfrutáme y gozáme.

—No me hablés así que me vas a hacer acabar…

—Pero, si recién comenzamos…

—Es que te moves… muy ricooo. —intenté frenarle el orgasmo, pero Christian se derramó en mi interior, mientras yo sentía como los espasmos del orgasmos dejaban salir los chorros de leche a presión.

Christian seguía convulsionando debajo mío, y yo estaba algo insatisfecha pues apenas estaba calentándome.

—Perdonáme… Perdóname… Es que te moves muy rico…

—Descuidá —mascullé de mal humor. Christian se dio cuenta de mi tono, se incorporó y me dio un beso.

—Dame 10 minutos y te juro que te devuelvo las atenciones.

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