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Mi jefe me inició
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Mi historia sucedió en Madrid ya tiempo. Tenía por entonces algo más de 18 años y mi padre, harto de mis malas notas, me había conseguido un empleo de aprendiz en un taller mecánico de un amigo suyo. Por entonces todavía no había tenido ninguna relación, aunque me masturbaba como un mono pensando en las chicas, y alguna vez fantaseaba con que era yo el penetrado.

Al principio todo iba bien en el trabajo, y el jefe, al que llamare Antonio, un hombre de 40 años, alto con unas espaldas impresionantes, me trataba casi como un hijo, pero cometí una estupidez, un error de novato y me cargue el motor de un coche que había para reparar. Antonio se enfadó mucho y me dijo que me quedara para hablar después de cerrar.

Cerro el taller y me hizo pasar a la primera planta donde tenía la oficina. Yo estaba bastante acojonado. Sabía que había metido la pata, y tenía miedo de la reacción de mi padre, que era una bestia parda.

– Mira chaval, lo siento por tu padre, pero no puedo permitir lo de hoy. Te tengo que despedir y la factura del desastre se la tendré que pasar a tu padre.

Se me cayó el mundo a los pies, porque me padre era de mucho cuidado, alguien con una facilidad pasmosa para sacar la correa a pasear, y a saber lo que podría hacerme. Me puse a llorar a moco tendido, temblando de miedo, suplicándole perdón al jefe.

– Por favor Don Antonio, que mi padre me mata, ya lo conoce, me mata seguro, le juro que no volverá a pasar. Por lo que más quiera, que no se entere mi padre. Le juro que se lo compensare como sea.

Después de pensar un poco me dijo:

– Sé cómo es tu padre, chaval. Mira el arreglo lo vas a pagar de una manera u otra, ya veremos cómo lo hacemos, pero me parece justo que necesitas un buen correctivo. O te lo da tu padre o te lo doy yo.

– Usted por favor don Antonio. Hare lo que usted quiera, pero que no se entere mi padre.

– De acuerdo, sé que tu padre te va a dar de correazos, yo no soy como tu padre pero de momento una azotaina no te la quita nadie, me dijo mientras se quitaba el cinturón. Bájate el mono y apoya las manos en la mesa.

Yo me baje el mono y me quede en calzoncillos, me puso contra la mesa y empezó a darme correazos en el trasero. Yo ya estaba acostumbrado a los azotes de mi padre, pero que me azotara un extraño, la situación en general me estaba excitando. Al cabo de un rato paro.

– Vamos a ver si tienes el culo suficientemente caliente.

Me bajo los calzoncillos, y enseguida se dio cuenta de que tenía una erección.

– Vaya, te pone que te zurre un hombre, ahora resulta que eres un pedazo maricón.

Volvió a darme otra tanda de correazos, cada vez más fuertes mientras me insultaba.

– Así que eres una puta perra a la que le gusta que le zurren, verdad. Vamos di que eres una puta perra.

– Si soy una perra, pero no me dé más Don Antonio, por favor.

Me coloco el cinturón en el cuello, como si fuera una correa de perro, y empezó a alternar caricias y azotes con las manos.

– Si, eres una zorra maricona y ahora vas a ser mi puta perra, verdad.

– Lo que usted quiera Don Antonio.

– Quiero que lo digas. Vamos di que eres mi puta perra.

– Si, soy su puta perra.

– Espera ahí quieto.

Salió de la oficina, y al poco volvió con una lima y la crema que usamos para las manos. Empezó a echar crema en el mango de la lima.

– Sepárate las nalgas. Las perras tienen cola y te voy a poner la cola de perra que te falta.

Aunque tenía miedo, estaba excitadísimo y obedecí separándome los glúteos con las dos manos. Antonio intento varias veces meter el mango de madera de la lima en mi culo, hasta que a la tercera o cuarta vez logro meterlo. El dolor fue insoportable, no había sentido nada así en mi vida.

– Ya lo tienes dentro, no grites tanto que seguro que por ahí han salido cosas más grandes. Ahora sí que eres una perra. Aprieta bien el culo, por que como se te salga te juro que te meto otra más grande. Vamos a ver como menea la cola mi perrita.

Comenzó a mover la lima haciendo círculos. Yo le imploraba que la sacara, pero el seguía moviendo la lima dentro de mi culo. De pronto agarro el cinturón que tenía al cuello y dio un tirón.

– Ponte a cuatro patas para que vea cómo te mueves perra.

Yo obedecí con dolor apretando el culo para evitar que se me saliera la lima. Me paseo por la oficina tirando del cinturón.

– Una buena perra tiene que saber lamer. Vamos a ver como lame mi perrita.

Se quito los pantalones y los calzoncillos y me abofeteo con el pene. Era algo más largo que el mío, me imagino que le mediría unos 18 cm, pero desde luego era bastante más grueso, lleno de venas.

– Venga empieza a lamer si no quieres que vuelva a darte correazos.

Yo me lo metí en la boca, era un sabor desagradable. Intentaba hacerlo lo mejor posible, cuando me agarro la cabeza y apretó hasta que me dieron arcadas, luego me soltó y dejo que llevara yo el ritmo.

– Va a resultar que mi perrita sabe chupar. Para que no me quiero correr todavía. Bueno te voy a hacer algo que no le hecho ni a mi mujer, va siendo hora de que te dé por ese culo de zorra que tienes.

– No por favor Don Antonio, eso no. Le juro que no soy marica.

No me dio tiempo a decir nada más, porque me soltó un bofetón.

– Te pone que te zurre, tienes una lima en el culo y me la has mamado como Dios. Muchacho, tú eres una puta perra maricona que tarde o temprano se la van a follar, así que asúmelo y obedece. Para que te rompa el culo algún gilipollas, te lo voy a reventar yo.

Tiro de la correa y me coloco contra la mesa. Me saco la lima, el dolor fue casi como cuando me lo metió, pero me alivio. Pronto note como intentaba meter su pene, pero yo me cerraba y no podía meterlo. Lo que le enfado aún más. Me agarro del pelo y me tumbo sobre el reposabrazos de un sillón. En esa posición mi culo estaba más ofrecido y no le costó mucho meter la cabeza, de lo que me lo había dilatado con la lima.

– No, por favor, despacio por favor Don Antonio, me duele mucho.

Me agarro por las caderas y termino de metérmelo de un golpe, vi las estrellas.

– Eres mi puta y yo decido como follarte, lo has entendido zorra.

– Si lo que usted quiera, pero me duele.

– Eso está mejor. Lo saco entero y volvió a metérmelo de golpe. – Que apretadito que estas, perrita. Voy a tener que hacerte un buen rodaje, la sacaba del todo y volvía meterla, así unas cuantas veces. Empezó el mete y saca, mientras me insultaba y me azotaba. Al cabo de un rato deje de sentir tanto dolor, y comencé a moverme un poco acompañando en las embestidas. Enseguida Don Antonio se dio cuenta.

– Muy bien perrita, mueve ese culo, vamos, aprieta, te gusta que te folle verdad.

– Si don Antonio, me gusta que me folle.

– Pues no te preocupes que no va ser la última.

Al cabo de un rato se corrió dentro de mí. La saco y me la puso en la boca, para que le limpiara.

– Muy bien, déjamelo bien limpio.

Nos vestimos, y me acompaño hasta la puerta. Me agarro el culo, y me dijo.

– Creo que a partir de hoy mi perrita y yo vamos a hacer muchas horas extras.

Y así ha sido hasta hoy que estoy de encargado, y sigo siendo la perra de mi jefe.

Este es un relato de unas de mis fantasías gay. Cuando pruebe una polla os lo contare.

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