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Mi infidelidad y las ventanas
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Ese sábado por mañana le forcé a mi esposo postergar su entrenamiento de fútbol e ir conmigo al taller que me habían recomendado, para preguntar por el costo de remplazar las ventanas en la nueva casa.

Nuestro matrimonio vivía un punto de plenitud. Ambos en los treinta años con buenos empleos y con un proyecto de familia había empezado con la compra de la casita que ahora poseíamos y su lenta remodelación.

Llegamos, no sin cierta tensión, al lugar en cuestión, una mezcla de taller y tienda. Tenía una modesta área de exhibición, pero que en general se veía ordenado y tan limpio como un taller podría estar. El encargado, un tipo alto y barrigón nos atendió amablemente y se presentó. Alejandro era su nombre.

Alberto explicó los detalles del trabajo que requeríamos, el técnico tomó notas y hacía algunas preguntas. Noté que se dirigía intermitentemente a mi esposo y a mí.

Al mostrarnos diversos tipos de materiales y cristales noté que él, a pesar de su prominente barriga, poseía mucha fuerza. Su cuerpo mostraba una buena musculatura, resultado de una vida de trabajo. No mucho mayor que yo, calculé que tendría unos 40 años. Considerablemente más alto que yo y mi esposo

Mi esposo consideró que era suficiente tiempo invertido y llevó la conversación hacia su fin. Yo me sentí molestia por tanta prisa. Seguro que él, pensé, quiere irse a la práctica.

Con toda intención, de permanecer al menos unos minutos más, realicé un par de preguntas las cuales el técnico respondió muy profesionalmente, mientras tomaba una tarjeta y me la entregaba diciendo con una ligera sonrisa.

-llámeme si necesita lo que sea. -Percibiendo la impaciencia de mi esposo.

Agradecí el tiempo del hombre y al intentar tomar la tarjeta, Alberto con un movimiento rápido la tomó primero.

-Le llamaremos dijo él y me indicó que debíamos irnos.

Al despedirnos, sentí que el apretón de manos con el hombre duró apenas perceptiblemente un poco más de lo normal y podría jurar que al darnos la vuelta su vista se fijó en mis piernas y mis nalgas.

¿Qué te ha parecido?

-pregunté a mi esposo.

-El precio es bastante aceptable- agregué antes de que él contestara.

-Busquemos otra opción. -fue su respuesta.

Añadió después que el tipo no le daba confianza.

-En especial eso de “llámeme si necesita cualquier cosa” era evidente que el tipo no dejaba de buscar tu escote. -Dijo

-Más bien notó que tú ya morías por irte de ahí. Lo cual es evidente y ¡no conduzcas tan rápido! -dije -Sabes que me molesta.

1

Me encontraba muy molesta al día siguiente, Alberto tenía todo su interés en el juego final con su equipo. Además, había sido muy claro que debíamos buscar otro técnico, por lo que, las remodelaciones de la casa no avanzarían.

No obstante, por la noche Alberto se disculpó por el retraso que su decisión ocasionaría y no le fue muy difícil acercarse a mí. Lenta y hábilmente acarició mis senos por encima de la ropa.

Los besos se hicieron más intensos, la ropa fue cayendo al suelo y pronto nos encontrábamos desnudos en la recamará. Alberto estaba muy firme y me penetró tras un poco de juego previo. Empezó a moverse lentamente y fue incrementando el ritmo. Sus embestidas fueron cada vez más fuertes hasta que se corrió. Por mi lado alcancé un ligero pero satisfactorio orgasmo.

Para el martes de esa semana, ya me había hecho a la idea de buscar otro taller para cambiar las ventanas. Por la noche Alberto me avisó que se marcharía todo el fin de semana, la final de su equipo se jugaría en una ciudad ubicada a 3 horas de la nuestra.

Eso significaba que ese fin de semana, de nuevo, la casa no tendría la atención de mi esposo. Debo reconocer que estaba fúrica.

El jueves por la noche Alberto repitió la fórmula de la discusión anterior, se disculpó sinceramente, prometió compensar el tiempo perdido y comenzó a acariciarme.

Yo seguía muy molesta, pero respondí a sus caricias, Alberto me beso los pezones y metió uno de sus dedos a mi coño que empezaba a humedecerse. Mi mente seguía fija en el retraso de la remodelación de la casa. Si al menos, pensaba – yo pudiera resolverlo sola, le llamaría al hombre de las ventanas. – Entonces algo sucedió.

Alberto seguía tocándome y excitándome mientras mi mente recordaba al fuerte y robusto técnico. No puedo decir si fue el ligero resentimiento que experimentaba por ser su segunda prioridad; o de verdad sentía un obscuro deseo por el hombre de las ventanas.

En ese momento mi mente fantaseó que el hombre que me poseía no era mi esposo, si no el barrigón con sus gruesas manos, lo imagine sobre mí, que, con su gran estatura y peso, me sería imposible evitar que me hiciera suya. Cerré los ojos y sentí adentro a Alberto, quien estoy segura notó que mi interior ardía y estaba súper lubricado.

Busqué sus labios, hambrienta de su lengua, mientras mis piernas lo apresaban con toda mi fuerza y mis uñas se enterraban en su espalda. Normalmente mis gemidos son bastantes discretos.

¡Esta vez no!

Mi boca no podía contener el placer que sentía de imaginarme entregada a otro hombre; más grande, más pesado y fuerte.

Sentí que Alberto se vaciaba dentro de mí, e instintivamente comenzaba a retirase. Lo apreté fuerte con mis piernas, con mis brazos y con las paredes de mi coño, me moví bajo él, tratando de aprovechar su reminiscente dureza y froté mi clítoris con su pene tanto como pude de manera que me vino un intenso orgasmo. Casi grité de placer cayendo rendida con la respiración entrecortada.

¡Me había corrido como nunca! mi esposo estaba feliz y yo volví a buscar su sexo flácido para pajearlo y hacerlo endurecer nuevamente.

Repetí el encuentro anterior. Mi esposo un poco sorprendido utilizó toda su energía para satisfacerme.

2

Rendido al otro día, lo llevé al punto de encuentro con sus compañeros de equipo. El fin de semana estaría sola.

Mi primera tarea fue, lavar la ropa. Tomé la chaqueta que Alberto dejó sobre el asiento trasero de nuestra camioneta.

Al revisar los bolsillos, ¡encontré la tarjeta de Alejandro!

No puedo describir la mezcla de emociones que sentí. El recuerdo de este hombre me había proporcionado una intensa sesión de sexo la noche anterior, aun cuando no entendía por qué.

Mientras la lavadora trabajaba me masturbé un par de veces recordando la noche con la tarjeta del técnico en la otra mano. Tras correrme un par de veces, me lavé y casi instintivamente marqué su número desde mi móvil.

Cuando él cogió la llamada, me sentí como una adolescente llamando al chico que le gusta. Rápidamente me recompuse e intenté hilar una conversación, presentándome.

-Hola Soy Alba Lucía, estuvimos mi esposo y yo por su taller la semana pasada –

-Claro, la recuerdo, su esposo tenía mucha prisa por irse.

– ¿En qué puedo ayudarle?

No estaba muy segura porque había llamado, pero decidí mencionar que aún no habíamos decidido qué hacer con las ventanas por sustituir; pero que quizá, él debería tomar las mediciones necesarias para calcular mejor el presupuesto y los materiales.

Él accedió a visitar la casa por la tarde para tal efecto. Acordamos la hora y colgué apresurándome a terminar con la ropa.

Mi mente giraba en torno al recuerdo de la noche anterior con mi esposo. Una cosa era la fantasía y otra muy diferente, hacerla realidad. Siendo honesta no pensaba realmente engañar a mi marido con un completo desconocido. ¿O sí?

Me duché, me vestí y conduje hacia la nueva casa. A la mitad del camino, sin embargo, una alarma del motor del auto se encendió; seguida de una señal audible. Al mismo tiempo la camioneta empezó a perder velocidad y debí aparcar y apagar el motor. Al bajarme observé el líquido verde del refrigerante que emanaba de algún lugar del motor.

Me di cuenta de que el auto debía irse directo al taller y llamé a la grúa. Después de eso llamé a al hombre de las ventanas para cancelarle.

– ¿Está bien?, ¿puedo ayudarle en algo? – Me preguntó al explicarle que mi auto debía ser trasladado en grúa al taller.

-No gracias respondí.

Se ofreció pasar a recogerme al taller para realizar las mediciones aún el día de hoy, de acuerdo con él; el tiempo no era un problema. No lo pensé mucho, el viaje me venía bien. Le envié la dirección del taller por mensaje a su número móvil.

Nos encontramos en el taller, subí a su auto y condujimos hacia la casa. Una parte de mí se sentía muy inquieta de estar tan cerca de él, de percibir su olor y observar a tan poca distancia sus manos y sus brazos.

Tal vez no tan fortuitamente, reparé en el paquete que se le notaba en el pantalón.

– Llegamos- dijo

No pude notar si él se dio cuenta en donde se posaba mi vista.

Entramos a la casita y muy eficientemente, empezó a tomar las medidas necesarias en las diferentes habitaciones. En menos de 40 minutos estaba listo y me preguntó si había algo más que él pudiera hacer por mí.

-Hay mucho por hacer en la casa, pero no se preocupe ya me las arreglo. – Dije.

-Ha hecho suficiente por hoy.

-Gracias por ir por mí al taller y traerme. Yo me quedaré a limpiar un poco y me iré a casa. –

-Si demora poco, puedo esperarla y llevarle.

-Mientras espero puedo realizar el estimado del costo por las sustituciones y si desea puedo ofrecer cambiar la puerta del baño que veo necesitará ser cambiada también. – Agregó.

Accedí y tomé los instrumentos de limpieza, le ofrecí agua, que era lo único que tenía en la casita. Él acepto de buena gana.

Entablamos una conversación agradable. Mientras yo limpiaba rápidamente, él trabajaba con su cuaderno y una calculadore de bolsillo en la barra de la cocina. Ambos terminamos nuestras tareas y antes de salir me pidió permiso para ir al baño. Accedí y el entró.

El ruido de su potente chorro me sorprendió. Mi esposo solía ser más silencioso. Que la casa estuviese vacía, hacía difícil que el ruido no se notase.

Cuando él salió, involuntariamente dirigí mi mirada a su entrepierna, imaginando que tan grande podría ser su falo. Esta vez él lo notó.

Un poco avergonzado dijo. -Discúlpeme por el ruido.

-No se preocupe, vámonos.

En ese momento me di cuenta de que me había humedecido. El gordo despertaba en mí algo que no había experimentado entonces.

Quería irme a casa y relajarme de ese estado tan inoportuno. El trayecto a casa fue un poco tenso y yo sentía que no podía despegar mi vista de sus brazos y de la zona entre sus piernas.

Le haré llegar el estimado del precio, me dijo al despedirse.

-Gracias por todo- respondí.

El agregó -llámeme para lo que necesite- y me extendió la mano.

Al estrecharla un golpe de electricidad golpeó mi cuerpo. Mis pezones se erizaron, mi boca se secó y la piel de todo mi cuerpo se erizó. Rápidamente me dirigí al apartamento y casi al cruzar la puerta, me dirigí a mi habitación y pasé la tarde más agradable posible. Me toqué de una forma que no había hecho antes, con la mente fija en el hombre de las ventanas.

3

La lesión de Alberto no parecía seria cuando llegó el domingo por la tarde. Durante la noche empeoró y el lunes por la mañana hubo que ir al médico quien claramente dijo que la mejor opción era operar.

La cirugía podría ser en esta semana y requeriría al menos 3 semanas de descanso. Al menos 2 para volver a caminar con las muletas.

me llegó por correo el costo de las sustituciones, incluida la puerta del baño. El precio me pareció bastante razonable.

Acordé con él, que realizara el trabajo. De todas formas, mi esposo no iba a poder ayudar durante las siguientes 3 semanas. Acordé encontrarme con él para darle las llaves de la casita y que empezara lo antes posible.

La operación fue un éxito, Alberto debería pasar la noche en el hospital, pero saldría sin problema al día siguiente.

Aproveché para llevar las llaves al taller de Alejandro quien se encontraba organizado muchas cajas de material que descargaban de un camión. Me saludó muy amable y me invitó a sentarme.

-No tengo mucho tiempo, debo irme.

Al salir de su taller, él se levantó para despedirse. Debido a las cajas de material en el taller, el espacio se redujo considerablemente y ambos quedamos muy cerca del otro frente a frente.

-Disculpe -dijo él.

-No importa- Respondí y me dirigí a la puerta.

Curiosamente él no retrocedió demasiado para dejarme pasar, al pasar junto a él rocé casi imperceptiblemente su paquete. ¡Me sentí desmayar al sentir la magnificencia de su miembro!

Salí rápidamente mientras él se despedía sonriente desde la puerta del taller.

Al llegar al auto, estaba completamente húmeda, mi respiración se había incrementado y sentía un calor indescriptible. Tomé un par de minutos para relajarme y conduje al hospital.

Alberto durmió en el hospital. Yo me fui a casa y me masturbé imaginando a Alejandro, penetrándome con su magnífica verga y tras varios orgasmos me dormí satisfecha.

La interrogante seguía rondando constantemente mis pensamientos. ¿Sería capaz de llevar a cabo mi fantasía?

Después de todo, Alberto siempre fue un esposo modelo. Era doloroso que postergara la casa a la segunda prioridad, pero realmente nuestro matrimonio estaba bien, no había porqué complicar las cosas.

Resolví dejar a ese hombre fuera de mis pensamientos lo evité a toda costa y solo hablé con él por teléfono para saber el progreso de la remodelación y así alejar mis pensamientos de mi incomprensible fantasía.

Transcurrieron 2 semanas y Alberto se recuperaba rápidamente, aún no podía caminar sin las muletas, pero el resto de sus actividades regresaban a la normalidad, incluido el sexo.

Yo me sentía muy caliente después de 2 semanas sin sentirlo y en la primera oportunidad que tuve, le realicé una felación que lo puso muy duro y a pesar de la operación, logró hacerme llegar al orgasmo.

Sin embargo, mi interior aún luchaba contra mi obscura fantasía.

4

Las reparaciones estaban completas.

Era hora de despedirme del técnico y continuar nuestras vidas. Al llamar para acordar la revisión final, me comentó que el único faltante era la puerta que sería rápidamente instalada por él durante el día.

Al llegar, a la casa pude escuchar que el reproductor de música, con el volumen muy alto a mi parecer. Al abrir la puerta de la entrada, que da directamente al baño, pude ver para mi sorpresa a Alejandro, ¡meando con la puerta abierta!

No se percató, debido al volumen de la música de que había entrado y que podía verlo sujetando su verga y dirigiendo el potente chorro al inodoro.

Yo estaba petrificada, no contaba con verlo así: con el miembro de fuera y a solas en mi casa.

Me quedé observándolo sin saber que hacer, durante el tiempo que duró su micción. Me quedé ahí, a unos pasos de él, yo creo que con la boca abierta de la impresión y mi cuerpo reaccionó involuntariamente.

Empecé a sentir mi respiración agitarse y un ligero calor que emanaba desde mi coño apoderarse de mi cuerpo. Todos los vellos de mi piel se habían erizado y mis pezones se endurecieron. La puerta de la entrada cerró con toda violencia y ocasionó que se percatara de mi presencia y muy avergonzado empezó a acomodar su ropa.

-Discúlpeme por favor – balbuceó.

Pero yo no escuchaba, me dirigí directamente a su entrepierna y bajé su cierre de nuevo para acceder a su miembro que inmediatamente empezó a responder.

Me agaché para observarlo mejor, corté un trozo de papel de baño y limpié con él el orificio, de la posible orina restante. Comencé a pajearlo y sentí como sus manos se dirigieron a mis pechos inhiestos.

Sus enormes manos los abarcaron sin problema y comenzaron a apretarlos delicadamente. Mi mano se apoderó de su tolete, lo presioné con fuerza y noté que se endurecía más.

La ropa empezó a ser innecesaria, abrí el botón de sus pantalones y levanté los brazos para que el me despojara de la camiseta.

Bajé su bóxer, di un beso a su verga y la introduje en mi boca y con mucho esfuerzo empecé a hacerle una felación, como si me fuera la vida en ello. Después me quité el sujetador mientras él a su vez se quitaba el resto de la ropa.

Ya desnudos los dos me tomó con sus brazos y me levanto de las nalgas a la altura de su boca. Nos unimos en un candente beso que me hizo literalmente escurrir de deseo. Tras ese beso profundo, sus labios se apoderaron con avidez de uno de mis pezones, mientras intentaba acercar mi coño a su vergón.

Yo me sentía invadida por un deseo incontrolable, sentí su glande en contacto con mis labios vaginales. ¡Era inminente! Follaríamos.

Me vi a mí misma en ese instante congelado en el tiempo. Desnuda, siendo cargada por este bruto con la verga empalmada y lista para arremeter. Pude ver su glande apenas acariciando mi coño escurriendo de humedad.

Alejandro empezó a empujar su verga dentro de mí, apenas entraba ligeramente, se retiraba lentamente. Un segundo después, de un fuerte empellón me penetró hasta el fondo. Mi boca profirió un grito de placer al mismo tiempo que mi vagina se adaptaba a su grosor y su longitud.

Arqueé el cuerpo hacia atrás y él me sujeto muy fuerte mientras me bombeaba con fuerza. Siguió dándome con un ritmo acelerado. Mi vista se nublaba, no tardaría en correrme.

Ágilmente interrumpió un momento para voltearme y recargarme en la barra de la cocina, no puedo recordar como recorrimos el breve trayecto entre las habitaciones. Me colocó de espaldas a él sobre la barra y volvió a empalarme con su tronco.

Al tener libres las manos se apoderó, por detrás de mí de mis tetas, nuevamente arremetió muy fuerte con sus empellones desde atrás. Después de mucho bombearme, una de sus manos bajó a mi clítoris y comenzó a pajearlo levemente. Mi coño respondió con un chorro de líquido y el subsecuente orgasmo.

No parecía haberse cansado, sacó su verga de mi interior y bajó. Con su áspera lengua empezó a comerme el coño. Yo me retorcía de placer y deseaba dejarlo entrar nuevamente. Sus dedos enormes empezaron a hacerse espacio en mi culo y en mi coño.

Mis piernas flaquearon y me recosté en el piso de la cocina. Él abrió al máximo mis piernas y acercó el glande a mi raja, hasta que sin mucho esfuerzo ingresó lentamente, dejando caer todo su peso sobre mí. Tal como había fantaseado, su peso me dejó indefensa a su voluntad. Le abracé del cuello y me concentré en sentir su polla enorme haciéndose lugar dentro de mí mientras me hacía proferir gruñidos de placer.

Alejandro incrementó el ritmo yo ya me había venido una vez más, él apuraba su orgasmo para llenarme de su semen. Lo sentí caliente invadiéndome y haciéndome olvidar todo lo que me rodeaba.

Esa tarde me entregué por completo a él.

Mi boca, mi ano y mi coño disfrutaron de su magnífico miembro, de su lengua y de sus dedos. Después de la faena de sexo desenfrenado, en la que ambos gozamos al máximo, nos despedimos.

Solo entonces reparé en la remodelación y antes de que se fuera alcancé a decir:

Muy buen trabajo.

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