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Mi historia con una mujer maltratada (9)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Cayó la noche, nos vestimos casualmente, ella con una blusita, un buzo, un short y unas zapatillas Nike y yo con una remera, un abrigo y un pantaloncito normal. Fuimos en el Peugeot a un bar que hay en el centro de Ramos Sur. Entramos al bar tomados de la mano y todos nos empezaron a mirar.

—¿Por qué todos nos miran?, preguntó.

—Me parece que te están mirando a vos, dije en medio de confusiones.

Nos sentamos en una mesa, vino una moza y nos dio dos cartas. Las vimos y todo tenía muy buena pinta.

Yo le pedí a la mesera una Coca-Cola y una hamburguesa con papas fritas, ella había pedido una cerveza y una pizza. Obviamente todo era para compartir. ¿Que por qué ordené una bebida con gas sin alcohol? Básicamente no quería manejar borracho, era por eso.

En un momento a Anen se le acercó un tipo que aparentaba tener unos 30 años. Barba, musculatura media, no era grandote, pero tenía buenos brazos, ojos celestes, rubio, camisa manga larga blanca, pantalón de vestir y zapatos de cuero, dentro de poco entenderán porque aclaro la vestimenta del chabón.

—Hola, preciosa. ¿No me das tu número?, dijo.

—Perdoname flaco, estoy con mi novio, dijo ella apaciguadamente.

—¿Este boludito es tu novio?, preguntó de manera un tanto altanera.

—¡Tené cuidado cómo me hablás!, dije levantando un poco la voz, pero sin llegar a gritar.

—Cerrá el orto, pendejo de mierda, estoy hablando con ella, no con vos, mogólico.

Ninguno de nosotros dos le dirigió la palabra. Todos en el restaurante lo miraban y cotilleaban. Llegó la mesera con la bebida y dos vasos, preguntó si estaba todo bien. Le dije que sí.

El desgraciado seguía intentando convencerla, tratando de conquistarla con piropos sucios, pero no pudo. Yo cada vez me iba agotando más, más, más y más. A Anen la cansó tanto en un momento, que agarró mi vaso de Coca-Cola y se lo tiró todo encima de la camisa, ahora entienden por qué aclaré la pinta de este señor.

—¡¿Qué hacés, estúpida de mierda?! ¡Hija de puta!, exclamó enfurecido.

Mi paciencia tiene un límite y este tipo sobrepasó la barrera. Mi adrenalina por otro lado, en instancias como esta, no tiene ningún tope, se eleva hasta niveles que no podrían creer. Nadie se puede atrever a insultar a mi novia, sea quien sea, y menos en mi presencia. Me levanté de la silla.

—¡¡¿¿Qué insultás a mi novia??!!, ¡¡¡La concha de tu madre!!! ¡¡¡Te voy a cagar a trompadas!!!, dije gritando con el seño totalmente fruncido.

—¡No Tomás!, ¡tranquilo!, ¡te lo pido porfavor!, dijo Anen exaltada.

Ella ya me conocía y sabía que yo estaba a punto de meterle una piña que lo iba a dejar acostado, sin ánimo de levantarse y si se trataba de levantar, lo recontra cagaba a trompadas en el piso, me chupaba un huevo todo, hasta no matarlo no paraba. El tema es que si se meten con Anen, se meten conmigo. Las palabras viniendo de mi amada, por suerte me pudieron tranquilizar un poco y me volví a sentar.

El simio este me empezó a insultar de todas las maneras habidas y por haber. Yo no le hacía caso, simplemente miraba para un costado. La gente del local había llamado a la policía, pero nunca venía. Anen se extenuó, la saturó, se levantó de la mesa y le pegó una cachetada que sonó hasta en la esquina, casi lo deja sentado y dijo:

—Dejános en paz a mí y a mi novio, ¡¡¿¿me escuchaste??!!.

—Vámonos, Anen. No vale la pena, le dije.

Juro que por primera vez yo era el que estaba más tranquilo al final de una situación así y… Anen se defendió por primera y me defendió a mí, que es mejor.

Dejé plata en la mesa, correspondiente a las bebidas, la tomé del brazo y nos fuimos. Cuando salimos a la vereda, vimos un móvil de la cana estacionado en doble fila enfrente al bar, saqué rápidamente las llaves del auto de mi bolsillo. Abrí el coche, me subí, se subió ella, lo puse en marcha y arranqué.

—¿Qué vamos a hacer ahora?

—No sé, dije.

—¿Sabés qué? Vamos a casa, pidamos delivery.

—Sí, mejor.

Eran las 10 de la noche de un domingo y todos los restaurantes estaban llenos.

Estaba furioso y con nervios. Ella notó que yo estaba así y dijo:

—Tranquilo, mi amor. No pasa nada.

—¡¡Qué bronca!!, grité y golpeaba el volante con la fuerza de la palma de mi mano.

—…

Me vio con cara de: "Este chabón perdió la cabeza".

—¡Nos sigue la desgracia!, ¿vos entendés eso?

—Sí, pero tampoco es para calentarse de esa manera, tranquilízate.

—Es que…

Estacioné en el primer hueco que vi en la calle, apagué el motor y me puse a llorar, no de angustia, si no de impotencia. Ponía mi cara contra el volante y lloraba.

—Eu, no te pongas así.

—Una vez que… salimos de casa… vos y yo… para hacer algo diferente… nos pasa esto… no lo puedo creer…

—Es entendible que te pongas así.

—Claro que lo es.

—¿Querés que maneje yo?

—No.

Giré la llave para encender el motor y prendió.

—No podés manejar así.

—Basta Anen, dejame manejar.

Me temblaba todo. Conduje hasta casa, cuando llegamos, se bajó ella primero y luego yo. Entramos y subimos al ascensor. Mientras que estábamos en él, ella llamaba a una pizzería y pedía una pizza grande de muzzarela, jamón y morrón, que era lo que nos gustaba a los dos.

Llegamos al departamento, abrió la puerta y accedimos. Dejé mi abrigo en una silla.

—Me voy a bañar, me quiero sacar la mufa de encima, dije.

—¿Querés que nos bañemos juntos?, preguntó.

—No.

—Dale, lo último que necesitás es estar sólo en un momento de calentura como este.

—Ok, está bien.

—Bueno, quítate la ropa.

Empecé por el pantalón, saqué el botón y ella desabrochó la cremallera. Me tocó un poco por abajo del pantalón y por encima del bóxer.

—Anen, no quiero…

—Shhhh. Calláte y gozá el momento, dijo casi susurrándome al oído.

Me sacó la remera lentamente y apretó delicadamente mi abdomen. No pude evitar soltar un gemido. Me tomó de la mano y me llevó al baño.

Se desnudó poco a poco. Empezó por su buzo, luego siguió por su short, su blusa y finalmente se quitó el corpiño y la bombacha.

—Faltás vos nada más, comentó.

—¿Eh?

—Sacate el calzón, mi amor.

Cuando me lo saqué, abrió el agua y nos metimos los dos al unísono.

Me abrazó con fuerza por arriba de la cintura.

—¿Te pongo shampoo?, preguntó.

—Si te copa.

—A mi lo que me copa no es ponerte shampoo, sino tocarte, que sientas mis dedos recorriendo cada parte de tu cuerpo, que mis labios viajen por este paisaje, que los tuyos recuerden mi nombre en voz baja, en gritos o gemidos, que te vuelvas loco con mis caricias y con mis besitos, dijo en un tono seductor.

Besó mi torso, mientras que abordaba mis bíceps con sus manos, fue bajando e hizo lo mismo con mi vientre tomándome de las manos, por último se arrodilló y se detuvo en mi entrepierna. Me comenzó a tocar la verga y se levantó lentamente, hasta que se puso como piedra.

Me gustaba mucho como jugueteaba mientras tocaba mi panza.

En un momento se incorporó dando un beso en la punta y sentí un temblor muy fuerte en todo el cuerpo.

Me puso shampoo en el pelo y masajeó el cuero cabelludo hasta sacar espuma, pasó la espuma por mis brazos, manos, tórax, abdominales, espalda baja, espalda alta, muslos y pene. Me puso abajo del chorro de agua y enjuagó cada parte de mi cuerpo.

Tocaron timbre.

—Es la pizza, dijo.

—Andá a atender vos.

Me agarró de los hombros y me dijo:

—Ahora vengo.

Salió de la ducha, se puso una toalla en la cabeza y otra que le cubría todo el cuerpo. Salió y en unos minutos estaba de vuelta.

—Terminá de bañarte y salí que ya está la comida.

—Voy.

Aproveché lo que quedaba de agua para sumergir la cabeza. Cuando salí me puse una toalla y me estaba esperando afuera del baño con los brazos abiertos de par en par. La abracé y le agradecí.

—Gracias.

—¿Gracias por qué?

—Por todo lo que hacés para que me sienta mejor.

—No pasa nada, mientras surta efecto, osea que estés tranquilo y contento… y tu… amiguito… también… yo estoy feliz.

Mientras ella iba diciendo esto, se ponía más nerviosa. Yo, no obstante, dije algo que la descontracturó un cachito.

—Y bien que lo hace.

—Así me gusta… Bueno, ¿Vamos a comer?, preguntó.

—Dale.

Nos sentamos y comimos. Eran las 12 de la noche y estábamos acostados de cucharita en el sillón, sin hacer absolutamente nada, callados. Estábamos destrozados los dos, cansados de toda la mierda que nos pasaba por encima. Hasta que ella me preguntó:

—¿Vamos a la cama?

—Sí, le dije.

—Vení.

Me agarró tiernamente del brazo y me llevó al dormitorio.

Me acarició la cara antes de sentarnos.

—¿No querés hacer nada hoy?

—No es que no quiera, simplemente no tengo ganas.

—Yo sé como solucionar eso.

—Sorpréndeme.

—Acostate.

Seguí la orden que me dio. Me dejé caer sobre mi espalda y ella se apoyó arriba mío. Me dijo algo que me heló la sangre.

—Hoy vamos a hacerlo sin forro.

Pensé que estaba chiflada e incorporé mi pecho, poniendo mis codos y antebrazos sobre el colchón.

—¡¿Qué?! ¡¿Vos estás tonta?!, pregunté casi gritando.

—No. Estoy tomando anticonceptivos, que es diferente.

—¿Desde cuándo?

—Hace tiempo ya.

—No me parece buena idea igual.

—Calláte y disfrutá de los orgasmos que te voy a dar ahora.

—Escuchame, llega a pasar algo y te juro… por lo que más quieras que es la última vez que cogemos…

—Cerrá… la… boca…

Tocó el centro de mi pecho con un dedo y empujó hacia abajo, buscando que me relaje. Escupió en su mano, la pasó por mi pene desnudo ya erecto, masajeó un poco, se bajó la bombacha, tomé mucho aire y lo metió de una en su vagina.

Me montó como lo haría con un caballo, pero sin prisa. Cuando vio que por fin entraba toda, que le llegaba hasta adentro del alma, movió pausadamente su pelvis de atrás hacia adelante, mientras se tiraba para atrás y apoyaba sus manos en la cama.

—¿Querés que vaya un poquito más rápido?, preguntó.

—Sí, porfavor, susurré casi en un gemido.

—¡¡Aaaay, Dios!! ¡¡Esperé tanto tiempo para este momento!!, gritó.

Empezó a moverse aceleradamente, a la vez que jadeaba y yo gemía. Se sentía muy bien no tener preservativo, pero había algo en mí que me decía que una cosa de lo que estábamos haciendo estaba mal.

Me estaba por correr dentro suyo y le avisé:

—Me estoy por venir, Anen.

—Quiero que acabes adentro mío, susurró excitada.

—No, no quiero hacerlo.

Se detuvo al instante.

—¿Por qué no? ¿No te gusta lo que te estoy haciendo?, preguntó confusa.

—No… no es que no me guste, es que tengo miedo, dije con cara de inquietud.

—¿Miedo de qué?

—De que quedes embarazada.

—Si quedo preñada va a ser culpa mía y me la voy a bancar, pero ahora dejame disfrutar y disfrutá vos también. ¿Sí, cielo?

Asentí con la cabeza, estaba confundido.

Siguió con la penetración unos minutos más, sus movimientos se hicieron frenéticos y luego de esos escasos minutos, tuve el orgasmo más hermoso que tuve nunca jamás. Derramé todo mi amor dentro suyo. Su vagina quedó completamente llena de leche caliente y mi poronga empapada con fluidos. Gritó de placer al sentir mi semen en su interior.

—¡AAAAAHHHHHHHH! ¡SIIIIIIIII! ¡POR FIN! ¡POR FIN! ¡POR FIN! ¡POR FIN!, gritaba sin parar.

Quedaba mucho más por exprimir y ella lo sabía. La vi a los ojos, tenían un brillo que no había visto nunca.

De esa forma, colocó mi pija en su orto y empezó a bajar, debió ser como meterse un hierro candente que le quemaba todo por dentro. Ella sabía que no iba a ser fácil. Gritó de dolor, pero ese mismo dolor pronto se convertiría en placer. Su esfínter se abría cada vez más y más. Los dos no podíamos parar de gemir de placer, ella apretaba con fuerza sus pechos y yo ponía mis manos arriba de las suyas. Después de unos segundos así, me vine de vuelta. Sentí cada pulsación y cada bombeo de semen que deposité en su culo.

—¡¡¡¡Animal!!!!, gritó en medio de un orgasmo gigante.

Le temblaban las piernas como un terremoto. Sacó mi pija de su ano, se posicionó y empezó a chuparla como desgraciada, buscando limpiarla toda. Cuando terminó de hacerlo, dijo:

—Juro que nunca había visto algo así.

—¿Algo como qué?

—Como vos, me encanta tenerte y sentirte adentro mío. Sos tan dulce, tierno y cuidadoso conmigo, pero a la vez un animal salvaje…

—Gracias por el cumplido, supongo.

Cuando todo terminó, ninguno de los dos se fue a limpiar. Ella se metía los dedos profundamente en la concha, buscando restos de semen y llevándoselos a la boca.

—¿Y? ¿Qué te pareció al final?, cuestionó.

—Me encantó, fue una re linda experiencia. Sentirte de esa manera y estar adentro tuyo. Tuve el orgasmo más cálido de mi vida. Pero estoy intranquilo.

—¿Por qué, bebé?, dijo acariciando mi muslo interno.

—Ya sabés por qué.

—Quedáte tranqui.

—No, ¿sabés que pasa? Yo empiezo la facultad ahora en 15 días, vos también, lo peor es que los dos trabajamos, ¿entendés lo que implicaría tener un pibe ahora?

—Ya te dije que estoy tomando pastillas, no pasa nada.

—¿Qué seguridad te dan esas píldoras?

—La misma seguridad que te da a vos un preservativo.

—Te mato si llegas a quedar embarazada, dije bromeando.

—Me mato yo misma, aclaró riéndose.

—…

—…

—Bueno, te amo.

—Yo también.

—Chau.

—Chau.

Cada uno se durmió en su lado de la cama.

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