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Mi historia con una mujer maltratada (7)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Al día siguiente me levanté sin ganas de hacer nada,  pero tenía que hacer tres entrevistas con tres presos diferentes, firmar cuatro resoluciones y leer dos expedientes. Me vestí con una camisa y una corbata, pantalón de vestir, preparé mate y me puse a laburar. Me desperté a las 6 en punto.

Cuando estaba terminando de firmar una resolución, sentado en una de las sillas de la mesa de la cocina, se me acercó ella. Me masajeó toda la espalda. Estaba confundido. ¿Cómo se iba a levantar a las 6:20 si trabaja desde las 8 de la mañana hasta las 7 de la tarde? ¿Cómo se iba a despertar a esa hora? A lo sumo se levantaría a las 7:30 de la mañana.

Me giré y vi su cara angelical.

—Hola, ¿cómo estás bebita linda?

—Todo bien, ¿y vos bebote?

—Acá, ganándome el sueldo.

—Me parece perfecto.

—¿Por qué te levantás a esta hora?

—Pensé que… tal vez… querías… relajarte.

Intensificó la fuerza con la que hacía los masajes y solté aire por mis fosas nasales.

—Gracias, mi sol.

—De nada, mi cielo.

Continuó y luego de unos minutos preguntó:

—¿Te cebo el mate?

—Si querés sí.

Me cebó uno, dos, tres, cuatro mates y así sucesivamente hasta que el agua caliente se acabó, sin embargo… creo que la que estaba caliente era ella.

—¿Qué pensás si subimos el nivel de relajación un poco?, preguntó.

Corrió mi silla para atrás, se me puso en frente y se sentó en mis piernas. Esa sensación de tenerla arriba mío hace que dentro, algo se prenda, que haya chispas.

—Sos un amor, ¿sabías?

—Y vos para mí sos como un caramelo. Te voy a comer completito.

Me empezó a dar besos suaves en toda la extensión de mi cuello y en la boca, como pequeños picos, yo también la abracé y la besé. Luego de unos minutos así, le pedí:

—¿Me dejás trabajar, mi amor?

—Dale, dale. Tranquilo.

Se incorporó y se fue a la cama de vuelta. Se levantó a las 8:20, se preparó un café y se fue a su estudio. Yo terminé de trabajar a eso de las 2 de la tarde, re temprano y me puse a hacer la comida.

Abrí la heladera y me puse a ver. Había verduras, pechugas de pollo, salsa de soja y se me ocurrió que era buena idea hacer un Chop Suey, que es básicamente una comida proveniente de China, pero con una variante, le puse unos fideos que había encontrado en la alacena. Me puse a hacerlo y la verdad, según mi criterio me quedó espectacular.

La llamé a que se sentara en la mesa. Vino corriendo casi.

—Qué rico. ¿Qué es?

—Chop Suey.

—Buenísimo.

—¿Comemos?

—Sí, dale. Tengo hambre.

—Yo también, hoy laburé un montón y apuré lo más posible para terminar rápido.

Nos sentamos y nos pusimos a reparar fuerzas.

Mientras comíamos, hablábamos de las cosas que había hecho uno y de las cosas que había hecho el otro en su día laboral. Hasta que ella dice:

—¿Sabés qué? Hay dos cosas que me gustan mucho de vos.

—Contame amor.

—Bueno, una es cómo cocinás, me encanta esa faceta tuya de chef.

—Sí, es uno de mis fuertes, lo admito. Aunque no sea chef, pero no importa, seguí.

—La segunda es cómo fornicás.

—Esa ya la sé también.

—Re seguro de sí mismo el tipo, se rio.

—Y… boluda, si siempre que te cojo gritás o gemís, ¿cómo no voy a estar seguro de mí mismo si me lo hacés saber todo el tiempo?

—Tenés toda la razón.

—Por fin una mujer me la da, ¡vamos!

—Jajaja.

Habíamos terminado de comer y estábamos viendo una peli romántica que yo elegí en el futón. Nos desnudamos mutuamente y dejamos la ropa tirada en el piso. Nos acariciábamos con cariño. Tocaba mi pecho, mi abdomen, mis piernas, mi cara, mis brazos fibrosos. Yo tocaba sus hombros, su cuello, su nuca, sus senos, su pelo. A veces me rasguñaba sin querer, pero porque tenía las uñas muy largas. Yo sé que no lo hacía a propósito. Igual a mí no me dolía, así que daba lo mismo. Ni había terminado la película y me dice:

—¿Vamos a la cama?

—Nada me gustaría más en este momento que ir a la cama con vos, mi amor.

Nos levantamos del sillón y fuimos al cuarto, ella abrazaba mis bíceps, los besaba y los chupaba con pequeñas succiones.

Nos acostamos y me preguntó:

—¿Qué querés hacer hoy?

—No sé, decime vos, respondí.

—¿Te gustaría hacer misionero?

—¿Te gusta esa posición?

—Nunca la probé, pero si te copa la podemos practicar.

—No tengo problema.

Agarró un forro de la mesita de luz y me lo mostró, sonriendo.

—Esta vez sí compré XXL.

—Esa es mi chica.

Me empezó a tocar por arriba del calzón y se levantó lentamente, hasta que tomó la solidez de una roca, ese fue el momento en el que me bajó el bóxer, me masturbó un poco para excitarme y me puso el preservativo. Ella se acostó boca arriba y yo me coloqué sobre ella.

—Quiero que tomes el control total de la situación, dijo.

—Por supuesto, mi amor…

La penetré lentamente y de manera suave. Ella enroscó sus piernas en mi cintura. Yo apoyé sus brazos sobre el colchón y los tomaba con algo de fuerza. En todo momento nos mirábamos y nos besábamos. Hasta que ella se quejó:

—Ouch.

—¿Qué pasa?

—Me duele.

Se me paró el corazón. Dejé de penetrarla al instante.

—¿Qué te duele?, pregunté preocupado.

—Lo sexy que sos Tommy, dijo.

Y se reía la conchuda.

—Hija de puta, me cagué todo.

—Jajaja.

—Sos una boluda, pensé que te dolía algo en serio, dije frunciendo el ceño.

—Eu, no te enojes, era una broma nada más, dale.

Me acarició la cara con una mano, con la otra se tocaba un pecho y se mordía los labios de manera sensual.

Estaba enojado, pero tampoco iba a dejar de tener sexo por una broma pelotuda. Seguí mirándola con bronca durante unos segundos. Y después dije ¿para qué? ¿para que se enoje conmigo después? ¿para amargarme?

Se la metí de vuelta. Estimulaba su clítoris lo más que podía con sus dedos.

—¿Más rápido?, pregunté.

—Sí, por favor.

Fui metiéndola y sacándola más deprisa.

—¿Te gusta así?

—¡Dios! ¡Esto es buenísimo! ¡No pares!

Poco a poco iba subiendo la velocidad, hasta que tuvo un orgasmo que provocó que clavara sus uñas en mi espalda.

Me preguntó si podíamos abandonar esa posición y le dije que sí.

—¿Qué te puedo hacer ahora?

—¿No me podrás tocar?

—Dale.

La empecé a tocar. Entre sus fluidos y el lubricante del preservativo, estaba empapada.

Empecé a meter dos dedos y gimió como loca. Cuando metí tres y los empecé a mover, gritó de placer. Me saqué el forro enfrente de ella mientras la masturbaba porque sabía que ya no lo iba a usar.

—No puede ser que me des tanto placer Tomás, dijo mientras se agarraba uno de sus senos con fuerza y pellizcaba fuertemente su pezón.

Tuvo un segundo orgasmo, gritaba y gritaba. Su vagina se humedecía cada vez más. Ni yo podía creer lo que estaba haciendo, o más bien lo que estaba logrando. Era increíble la sensación de disfrutar de manera indirecta, es decir, haciéndola gozar a ella. Un hombre de verdad hace eso con una mujer, hace que disfrute sin disfrutar él directamente. Le pregunté si podía hacerle un oral, me respondió que sí. Me acosté boca arriba y se sentó en mi cara. En el momento en que mi boca tocó su concha, tuvo un escalofrío y su cuerpo tembló. Con una mano separé los labios y mi lengua fue directo a su clítoris. Ella movía su pelvis de atrás hacia adelante.

—Me estás matando, dijo en un susurro.

Sus manos apretaban sus pechos, cuando de repente yo me corrí unos centímetros y de golpe mi lengua estaba en su ano, comencé a meter la lengua a muerte. Gimió y gritó tanto esa noche… Se metía dos dedos en la raja y se masturbaba al ritmo de mi lengua entrando en su orificio anal, el mismo respondía a mis juegos y se dilataba lentamente, hasta que volví a su vulva. Tomó con suavidad mi cabeza e hizo que chupe su clítoris. Desquiciada es una palabra que le va como anillo al dedo a esta mujer en este tipo de situaciones. Gritaba de placer, me pedía que no pare, que porfavor siguiera con lo que estaba haciendo.

Tuvo un tercer orgasmo tremendo, uno que la dejó caer encima de mí. Yo por suerte, la agarré y la acosté en la cama. De esa manera, se durmió. Yo me fui a lavar la cara, la tenía impregnada con sus fluidos. Agarré una toalla, me sequé y fui al cuarto de vuelta. Seguía durmiendo. Me acosté junto a ella y la abracé. Me dormí abrazándola…

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