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Mi historia con una mujer maltratada (5)
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Al día siguiente los dos nos levantamos a la misma hora, nos habremos despertado a eso de las 8 y nos empezamos a duchar a las 9. Le pregunté si quería hacer un baño de inmersión conmigo. Asintió. Abrí el agua caliente y cuando se llenó la bañadera, entramos, yo primero y ella después. Yo me dejé el bóxer y ella se dejó la bombacha nada más. Le toqué la piel y estaba muy suave. "Estás hecha una diosa", le dije. "…". Estuvimos en silencio durante un rato. Se pasó una esponja de mar que se había comprado por los brazos, el cuello, los hombros, el pecho. Agachó la cabeza para pasársela por la nuca, le di un beso ahí y un escalofrío recorrió su cuerpo, se le erizó la piel, soltó la esponja, flexionó sus piernas y cruzó los brazos por encima de estas. Yo la abracé, sabía que algo no andaba bien, pero no sabía exactamente el qué, le dije:

—Está bien, está bien, llorá. Sé por lo que estás pasando y no es nada fácil, tranquila.

Empezó a deshacerse en lágrimas.

—Es demasiado, ¿entendés?, me dijo.

—Sí, ya lo sé, yo sufro igual que vos.

—¡No sé por qué me estás ayudando!

—Porque te quiero.

—¡Yo te debo parecer una basura, una sucia!

—Para nada, sos lo mejor que me pasó en la vida.

—¡MENTIRA! gritó fuertemente.

Se apartó de mí dándome un empujón y salió de la ducha. En ese momento yo me quería morir. Sumergí totalmente la cabeza en el agua y me quedé pensando durante 2 minutos aproximadamente, estando así. No sabía qué hacer. Saqué la cabeza de abajo del agua. Salí de la ducha, me puse una toalla, fui a la habitación y la encontré en un costado de la cama, desnuda, llorando.

—¡Salí de acá! ¡¡Dejáme en paz!!

—Escuchame, cómo vas a decir las barbaridades que dijiste. Que sos una basura. Sos mi primer mujer. Vos entendés eso ¿no?

—…

—Entendés que gracias a vos yo conocí lo que es el amor, ¿verdad?

—…

—Anen, hablame. Dame una señal por lo menos.

Me acerqué a ella. Le toqué el hombro y me dio esa ´señal´ que tanto añoraba. Como respuesta se dio la vuelta y me pegó un golpe en la cara.

Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, ya era demasiado tarde. Vio como el labio inferior de mi cara sangraba.

—Ay, no. Perdón perdón perdón perdón. No no no, se disculpó.

—No sé en qué pensás, dije con la cabeza gacha.

—Perdón, mi amor.

—¿Dónde quedó eso de que me ibas a cuidar?

Fue a buscar un hielo al freezer de la cocina, yo me quedé en el mismo lugar, inmóvil, vino y me puso el hielo en la cara. Me agarró de los hombros y mientras lloraba, me dijo:

—Estoy muy estresada.

—Te lo vuelvo a repetir. No sé en qué pensás.

Empezó a abrazarme.

—Yo tampoco.

—Lo único que hago o que intento hacer es ayudarte y me pagás de esta manera. Lamentable, Anen.

—Perdón.

—Mirá, no me voy a enojar con vos ni nada. Porque sé que estás pasando por un momento de mierda. Y los cambios de humor son muy comunes en las mujeres. Pero con el perdón no se arregla nada.

—…

—Yo te amo, pero si vos no ponés de tu parte, la verdad que es un poco al pedo estar juntos. Tenés que aprender a hablar, flaca.

—…

—…

Ninguno de los dos dijo nada más, ni una palabra.

Llegó el momento del almuerzo.

Nos sentamos a comer y nadie emitió palabra. Ella se levantó de la mesa, fue a la vinoteca. Agarró el vino más viejo que tenía. Tomó dos copas, las puso en la mesa y descorchó la botella.

—Ahoguemos nuestras penas con alcohol, dijo.

Le acerqué mi copa para que me sirviera. Me sirvió, lo olí y tomé un sorbo, me ardía el labio.

—¿Y?, preguntó.

—…

—¿Me vas a responder?

—Está bueno.

—Este vino lo trajo mi papá de Mendoza, lo tengo hace añares.

Me sorprendió bastante. Anen había abierto un pedazo de historia de su familia en frente mío y para mí.

Nos tomamos toda la botella y nos sentamos en el sillón. Lo último que recuerdo es que nos dimos un abrazo. Luego, mi mente se nubló y perdí la consciencia por el alcohol.

Me desperté a la noche, estaba desorientado. Ella estaba preparando la comida. Traté de levantarme del sillón y no podía.

—Anen…

—…

—¡Anen!

—…

Hacía caso omiso a mis llamados.

De repente un hombre encapuchado tiró abajo la puerta del departamento y entró. Sacó un revólver y ella gritó. La liquidó ahí nomás de dos tiros, saqué fuerzas de dónde no tenía y me levanté del sillón, me dirigí hacia él para pegarle, el tipo se volteó y disparó en la cabeza, mi cabeza.

Me desperté en la cama hiperventilándome, estaba sudando, fue todo una pesadilla. En un momento me pegué una cachetada a mí mismo, para ver si seguía en el sueño. Para mi suerte, no era así. Me levanté medio mareado. Abrí la puerta de la habitación. Fui a la cocina y ahí estaba, con su cuerpo y cara de ángel, revolviendo unos fideos en una olla. Corrí hacia ella, la abracé, suspiré y dije:

—Gracias al destino que estás bien.

Casi me desvanezco al ver que ella estaba bien, fue como un alivio, por suerte pudo agarrarme con una mano de la cintura y con la otra de un hombro. Me pidió que me sentara en una silla.

—¿Qué pasó? Justo te iba a ir a despertar, dijo intranquila.

—Tuve una pesadilla.

—¿Qué pesadilla?

De inmediato, dejó lo que estaba haciendo y escuchó lo que había pasado.

—Qué terrible, dijo con cara de preocupación.

—Cuando el tipo me disparó, desperté. Y vos no me hablabas. Fue terrorífico.

—Bueno, tranquilo. ¿Me bancás un cachito que termino de cocinar?

—Dale, no hay problema.

Yo de lo que tenía miedo era que fuera todo una visión, yo no creo para nada en ese tipo de cosas, pero si me lo preguntan, se sintió muy real.

Anen sirvió los fideos y ninguno de los dos pudo comer. Estábamos muy traumados por todo lo que estaba pasando.

—¿Me perdonás por cómo te traté ayer?, preguntó agarrándome de la mano.

—No pasa nada.

—¿Te sigue doliendo?

Me tocó la cara en el lugar del golpe. La sangre ya se había coagulado y hecho cascarita, pero me seguía doliendo, no lo manifestaba igualmente.

—No, ya no.

—Si te molesta decime y te doy algo para calmar el dolor.

—Quedáte tranquila.

Nos fuimos a acostar. Me dormí y soñé lo mismo, sólo que con algunos cambios.

Me desperté a la noche, estaba desorientado. Anen estaba preparando la comida. Traté de levantarme del sillón y no podía.

—Anen…

—…

—¡Anen!

—…

Hacía caso omiso a mis llamados.

De repente un hombre encapuchado tiró abajo la puerta del departamento y entró. Sacó un revólver y ella gritó. La liquidó ahí nomás de cuatro tiros en el abdomen, saqué fuerzas de dónde no tenía y me levanté del sillón, el canalla ese no se dio cuenta de que yo estaba atrás de él, entonces lo tomé por sorpresa y traté de asfixiarlo, era más fuerte y más alto que yo, así que pudo conmigo, me pegó un codazo en la cabeza, con la fuerza del golpe, el arma cayó al suelo, justo al lado de mi novia. Caí al piso y el tipo estaba a punto de darme un pisotón para rematarme. En ese preciso instante Anen agarró el revólver, accionó el martillo y tiró a la espalda, seguía viva. El bastardo cayó, me levanté con un dolor de bocha impresionante. Por un momento, la vi. Me acerqué a ella rápidamente, estaba agonizando. Traté de hacer presión sobre las heridas.

—Te… quiero, dijo.

—No.

—Ter… mi… nalo…

Esas fueron sus últimas palabras y me dio el revólver.

—No. No me dejes así… Anen. Por favor, cariño. No, no te vayas. ¿Por qué?

Comencé a llorar de rabia y angustia.

Le tomé el pulso y ya no tenía, comprobé su respiración. Había muerto. Agarré su mano con fuerza y saqué el anillo del dedo anular que le había regalado, me lo guardé en el bolsillo. Sujeté el arma, abrí el tambor, vi que le quedaban cinco tiros, lo cerré. Accioné el martillo, apunté a la cabeza y dije unas palabras antes de acabar con la vida de ese miserable, las cuales fueron: "Hijo de puta, esto es por ella", miré al desgraciado con furia, apunté y disparé a bocajarro. El arma no tenía tanto retroceso, por lo que, cada vez que disparaba, no tenía que hacer una fuerza brutal para poder controlarlo. Amartillaba una y otra vez con mi mano izquierda el mecanismo del revólver y con la derecha apretaba el gatillo, hasta descargar por completo el tambor de nueve balas. La sangre salpicó para todos lados. Le dejé un hoyo considerable en el cráneo. Cuando todo terminó, había sangre por todas partes. El arma se me cayó de las manos. Miré mis falanges, llenas de sangre. Se escucharon las sirenas de la policía. Y terminó ahí, por suerte. Nunca supe si era un ladrón o si era el tipejo este. Sea el que sea, se lo tenía merecido.

Me desperté sin abrir los ojos, de la misma manera que me había despertado la otra vez.

Abrí los ojos y la vi a Anen al lado mío, respiré profundamente.

Me levanté de la cama y fui a reflexionar al living, daba vueltas como un lunático. Anen se despertó y me preguntó qué hacía levantado a esa hora, sin incorporarse de la cama. Me temblaban las manos y hablaba conmigo mismo, me estaba volviendo loco. Me sentía re perseguido.

—Tommy, volvé a la cama.

—…

—Tomás.

—Sí, voy, bancame un… un segundo.

—Dale.

Fui a la habitación y me acosté junto a ella en la cama. Tenía espasmos.

—¿Qué fuiste a hacer?

—Fui a tomar un vaso de soda.

—Si no te gusta la soda a vos. No me mientas.

Ya no sabía ni lo que me gustaba.

—¿Te puedo contar lo que acabo de soñar?

—Sí, dale. Para eso estoy.

Nos sentamos en un lado de la cama y le conté lo que pasó en el sueño al pie de la letra. Mientras se lo contaba yo lloraba desconsoladamente, jamás lloré así en toda mi vida. En algunos momentos me decía: "Modulá, porque no te entiendo, mi amor" o "Repetime". Cuando lloraba de esa manera y hablaba ni yo me entendía.

Al final de todo, me pasó el pelo por atrás de la oreja y me abrazó.

—Ya está. Tranquilo. No pasa nada. Estoy acá.

—¿Te das cuenta de que sufro igual que vos?

—Sí, ahora sí.

Nos dormimos, abrazándonos.

Me desperté más tranquilo, pero aún muy nervioso, al día siguiente a eso de las 7:30 de la mañana.

Igualmente no tomé el desayuno y me senté en el escritorio de mi novia a pensar. Hablaba conmigo mismo como si estuviera fuera de mis casillas. Anen se sentó al lado mío, con un café, lo dejó arriba del escritorio y me abrazó. "Soltáme", le dije, y me comí las uñas. Ella me dijo:

—Necesitás un abrazo.

—No necesito nada.

—Necesitas algo.

—¡¡¡NO NECESITO NADA!!! grité.

—Eu, calmate. No grites.

—¡¿Cómo no querés que grite?!

En ese momento, alguien tocó la puerta.

—Quedáte acá, por favor, me dijo.

Se fue y yo me quedé en la silla. Escuché como Anen discutía con un vecino que había escuchado mis vociferaciones y de paso se estaba quejando de que a la noche hacíamos mucho ruido.

Me re calenté, me levanté de la silla, fui y le dediqué unas palabras al señor, por no llamarlo de otra manera más ofensiva. Sólo Anen me separaba de él, estaba yo, Anen, la puerta y el tipo afuera. "Escuchame, pelotudo. ¡O rajás de acá o te arranco la cabeza, chupapija!". Salió espantado, era un hombre de entre unos 40 a 50 años. Ahora que me pongo a pensar me pasé un poco con él. Pero yo estaba mal.

Anen cerró de un portazo y me miró enojada.

—¿Qué te dije?, me preguntó.

—¡Me tiene harto toda esta mierda! ¿A vos no te molesta? ¿No te rompe las pelotas?

—Si, pero yo no me pongo violenta y empiezo a decir que le voy a arrancar la cabeza a alguien. ¿En qué estás pensando, Tomás?

Esas palabras me hicieron reflexionar y en seguida se me cayeron unas lágrimas.

Me dijo con esa voz suave que tiene:

—Tranquilo, yo te entiendo.

Se acercó, se paró en puntas de pie y me dio un beso en la frente.

La besé en la boca de manera salvaje, mordía sus labios fuertemente y con rabia, le metía la lengua hasta la garganta, no sabía por qué, hasta hoy no lo sé. Se ve que le gustó porque ella también puso de su parte y continuó besándome, la puse contra la pared del living, pero siempre mirándonos. Escuché salir de su boca las palabras: "Quiero que me agarres y me cojas". Me empezó a tocar la verga por encima del pantalón y me lo bajó. Me sacó la remera que tenía puesta. Tocó mis abdominales, mi torso, mis brazos. "Tenés una mente tan simple y sucia, y lo peor es que funciona", dije. "No puedo esperar a que estés adentro mío, me estoy mojando de querer sentirte", dijo. Se ve que estaba preparada, porque sacó un forro del bolsillito de su blusa, lo abrió, se agachó, me sacó el bóxer y me puso el preservativo. Yo estaba en un estado de abstracción total, por lo tanto no ponía ningún tipo de resistencia a los roces. "Qué caliente que me ponés", le dije. "Ah, ¿sí?", preguntó de manera sensual, mordiéndose los labios. Vi eso como un incentivo. Entonces le di la vuelta, la coloqué frente a un espejo largo y angosto que había en el living room, (quería que los dos nos viéramos mientras lo hacíamos) esta vez sí de espaldas a mí, le bajé las calzas color fucsia, alzó el culo, toqué su vagina por encima de la tanga de encaje que tenía puesta y me di cuenta de que estaba mojadísima, me deshice de la tanga, le saqué la blusa y le desabroché el corpiño, empecé a acariciarla para calentarla un poco más de lo que ya estaba, tiró la cabeza hacia atrás y a un costado, para dejar que mi boca trabaje su cuello, toqué con mi mano derecha su pecho, y con la izquierda su abdomen marcado y en un momento gritó: "¡Metémela de una puta vez, no quiero esperar más!". Abrió sus nalgas y se la hundí hasta el fondo, empujándola contra el espejo. Entró sin el menor esfuerzo. Abrió la boca buscando aire. "Así de dura me gusta ponértela", susurré muy bajito. Yo le daba suave, hasta que me pidió que le empezara a dar más fuerte. "¡¡¡Quiero gritar de placer porque me estés dando duro, no mantengas la calma ni por un segundo, sujetame del pelo y empotrame contra este espejo, dame más hasta que ya no puedas, te lo ordeno!!!", exclamó. Obedecí a mi ama. Le saqué la colita del pelo, lo tomé y tiré de éste hacia atrás, hasta que su cara chocó con la mía y le comí la boca. Cuando dejé de morfarmela empezó a gritar mi nombre y le metí los dedos en la boca para que dejara de chillar. Lamía y chupaba mis dedos hasta que los introduje profundamente y empezó a tener arcadas. Ahí dejé de hacer presión con mis dedos en su boca y los saqué de allí, tampoco quería lastimarla. También solté su pelo. Me rogó: "Porfavor, dejala adentro un segundo". Hice lo que me pidió. Giró su cabeza, me miró de reojo y expresó un "te amo" con una voz y un tono digno solamente de ella. Luego de muchas caricias y roces le pregunté si podía continuar. Me dijo: "Seguí dándome". Continué bombeándola. Comencé a frotar sus pechos con mis manos, mientras ella agarraba sus nalgas y las separaba una de otra, eso me excitaba más y a ella también. Me arañaba la cara con una mano y con la otra se acariciaba suavemente el clítoris al ritmo de la penetración. Hasta que recordé lo que me había dicho aquella vez que le hice el primer oral, eso de: "Faaaaa, re decidido el chabón. Bueno, demostralo". Me dio muchísima nostalgia. Entonces la penetré con furia. Le demostré de qué estaba hecho. Empecé a gruñir, parecía un animal. Me sentía poderoso, dominante. Le daba rápido, fuerte y sin pausas. Sentía que con cada embestida se le partía la vagina en dos. "¡¡Sí semental, cogéme!! ¡¡¡Me encanta!!!", gritaba. "¿Te gusta? ¿No era esto lo que querías?", le pregunté en voz bien bajita. "sí", respondió de la misma manera, se escuchó mitigado por el sonido de las embestidas. El lubricante del preservativo hacía que todo fuera mucho más fácil y con el fluido que salía de su vulva, aún más. "¿Qué sos mío?" "¡¡Soy tu zorra, papito lindo!!" "¿Qué más?" "¡¡Tu perrita fiel!!" "Así me gusta", le susurré al oído. "¡¡Me hacés sentir como una puta!! ¡¡¡Tomás, Tomás, Tomás, Tomás, Tomás!!!", aullaba. Ya no era que jadeara o que gimiera, ahora estaba gritando de placer, y eso me alteraba muchísimo. "¡Si seguís así vas a hacer que me vengaaa!", gritaba. "¿No te das cuenta de que eso es lo que yo quiero provocar en vos? Que te corras, que gimas y grites de gusto, que tus piernas tiemblen", susurré a la par que respiraba fuertemente en su oreja. Para mí, eso fue lo que más la agitó. No sólo hay que tener sexo físicamente, sino también psicológicamente, masturbar la mente de la otra persona hasta que no pueda más: hablar, gemir, decir cosas bien bajito al oído, mirarse, etc. El factor psíquico siempre está presente en cualquier relación sexual. Porque si no, se vuelve monótono y aburrido a veces, desde mi punto de vista, y según el suyo también, supongo. El caso es que unos segundos después de soltar esa frase sucia, dejó de gritar teniendo un orgasmo que le produjo espasmos, le flaquearon las piernas y su cara se deformó por completo. Pude notarlo, porque cuando dejó de bramar mi nombre y gimió levemente, sentí que empapó por completo mis muslos. Saqué mi pene de su vagina, la di vuelta y vi su carita de ángel desecha. Me saqué el preservativo y le hice un nudo. Me fijé como siempre de que no estuviera roto. "Qué bueno que estuvo eso, mi Rey", me dijo. "Lo mismo digo, mi Reina", le dije. La subí a upa y la llevé al cuarto. Nos acostamos y me dijo: "¿Sabés? Hay alguien acá que no acabó todavía". "Esperá, voy a adivinar", le dije. "¿A ver?", preguntó. "Yo", respondí. "¡Correcto!", dijo, y me sonrió. Entonces se incorporó, escupió en una de sus manos y comenzó a masturbarme suavemente, sin prisa. Hasta que después de unos minutos subió la rapidez, el agarre y le avisé que me venía, agarró mi miembro con las dos manos, y lo hizo todavía más rápido. "Voy a exprimirte hasta la última gota", dijo en un tono muy suave. Tuve un orgasmo y me corrí. Siguió masturbándome, iba a cumplir lo que había dicho. Escupió otra vez para tener la zona bien lubricada. Me corrí por segunda vez, hubo una tercera también. Me excitó muchísimo la forma en que me masturbaba, cada vez más rápido, con esa fricción, intensidad, ritmo y presión que me vuelven loco. Fue a buscar algo. Cuando volvió, vino con unas toallitas, las cuales pasó por todo mi tronco y sus manos.

—Me encanta tener sexo con vos, mi amor.

—A mí más, le dije.

Nos recostamos, puso su mano en mi pecho y dijo:

—Por fin se cumplió mi sueño.

—¿Cuál?, le pregunté.

—El de sentirme mujer, respondió.

—Me alegro, corazón.

Miré el reloj y eran las 12:40, ¡habían pasado más de 4 horas! En mi cabeza había pasado no más de media hora. Anen hizo que mis sentidos se nublen y que perdiera la noción del tiempo. Me sorprendió todo lo que puedo llegar a durar teniendo una relación sexual.

—¿Vamos a comer algo?, preguntó.

—Dale, que tengo hambre.

Preparó unos ravioles con una salsa boloñesa casera que estaba buenísima, mientras que yo me senté a mirar la tele. Sirvió una cantidad considerable en cada plato y nos sentamos en la mesa, enfrentados. Lo peor es que cada uno estaba tan concentrado en comer su plato, que casi ni hablábamos, no habíamos comido bien, tranquilos hace días.

—Dejá los cubiertos un segundo, le dije.

Los soltó y la agarré de las manos.

—¿Qué pasa bebé?

—Perdón que a veces cuando lo hacemos me pongo violento, es sólo que me encendés.

—Tranquilo, a mí también me gusta que los hombres se pongan violentos cuando llega la hora de tener intimidad, y más vos. Me gusta demasiado como me hacés tuya.

—Está bien, pero no es correcto.

—¿Por qué no?

—Porque a las mujeres se las respeta y más si tiene 7 años más que uno. ¿Entendés?

—Sí, supongo.

—Bueno, bien.

—Es que a mí me excita la violencia en el sexo, no sé porque.

—Ok, está bien.

—…

—…

—Me fascinó como me cogías en el comedor. Me hiciste sentir como la mejor de las putas. Es una experiencia que no llevaba a cabo hace años.

—¿Te gustó? A mí también. Pero me tenés que decir si en algún momento te dolió.

—No, quedate tranquilo pibe. ¿Sabés la cantidad de veces que hice este tipo cosas? Si querés podemos repetir en algún momento igual ¿eh?

No me había parado a pensar que esta muchacha tiene 25 años. La experiencia sexual que tiene debe ser vasta, comparada con la mía, en general con la de cualquier chico de 18 años como yo.

—…

—…

—Está muy rica la comida, por cierto.

—Igual que vos, me dijo.

—Sí, lo sé. Ahre, ¿quién era?

—Jajajaja, eu.

—¿Qué pasa?

—Hay algo que nunca probamos nosotros dos.

—¿Qué cosa?

—Sexo anal.

—Sí, tenés razón.

—Compré gel lubricante.

—¿Cómo? ¿Cuándo?

—¿Te acordás que el día que fuimos a comprar la bondiola yo entré a un local?

—Sí, me acuerdo.

—Bueno, ahí.

—Ah, ok.

—¿Querés hoy a la noche?

—Dale, no hay drama.

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