—Tengo una guitarra. ¿Querés tocarla?, preguntó.
—¿Dónde la tenés?
Anen sabía que yo tocaba la guitarra eléctrica con mi primo (él me enseñó a hacerlo) e hice algún que otro cover antes de la pandemia, llegué a tocar con una stratocaster comunacha, con una Jackson Warrior, una Gibson Les Paul, una ESP LTD y una Ibanez. Sabía usar cualquier guitarra, en resumidas cuentas. Hay algo que me aclaró mi primo y es que muy pocos logran aprender a tocar guitarra eléctrica sin aprender acústica, yo soy uno de ellos. Cuando me dijo que tenía una guitarra, pensé: Ya está, es mi momento. Me desilusionó un poco cuando la sacó de un estuche lleno de polvo que estaba debajo de su cama y vi que era una criolla. Nos fuimos a sentar al sillón de vuelta.
—¿Sabés tocar esta cosa?, preguntó dándomela en la mano.
—Bueno, mi primo me enseñó guitarra, sí, pero eléctrica.
—Qué mal.
—Sin embargo… puedo intentar tocar algo, si te parece.
—Dale, como quieras.
Empecé a tocar las cuerdas para ver si estaba desafinada y para mi mala suerte lo estaba.
Moví las clavijas para poder, con suerte, afinar la guitarra a mi gusto. Ella mientras que yo hacía todo esto estaba al lado mío, esperando en silencio.
Cuando terminé de afinarla, dije:
—Bueno, veamos.
—Veamos.
La canción que canté y toqué con las mejores de mis ganas decía lo siguiente:
Anen, corazón de papel, de miel y lleno de querer,
quédate conmigo que yo quiero desnudar tu alma
y dedicar una canción a ese espíritu desganado,
que me da todo el amor,
el que necesito para seguir adelante.
Y yo sé que tal vez fue un colapso de mi ser,
de mi mente destruida, derrotada hasta el final.
Te quiero, mi amor es incondicional,
desde que te conocí sabía que había algo bueno en ti.
Mi amor, venite conmigo y seguime hasta el final,
sé que tal vez el camino sea difícil,
quién dijo alguna vez que sea fácil,
pero no abandones por favor.
Sólo de guitarra
Tus besos,
la única cosa que sigo anhelando
de este mundo de mierda,
son tan suaves,
y están llenos de cariño, amistad y amor.
Por favor, no te vayas sin mí,
no te vayas por favor.
Quiero estar abrazado con vos,
nunca jamás te dejaré ir,
lo prometería hasta con mi cora partido a la mitad.
Y cuando te vayas de mi vida,
si es que tú te vas, te llevaré siempre en el corazón.
Sólo de guitarra
Y pensé que todo iba mejor,
pero cada vez estoy
más acabado,
más apagado,
más arruinado,
hasta que veo tus hermosos ojos color negro oscuro profundo
y me doy cuenta de que todo está bien.
Siempre voy a estar para vos, en cada pequeña cosa.
Tu amor,
ese amor que tú me das y que yo sé que es de verdad y no de una lámina,
y si lo es, es de metal,
metal fundido,
como nosotros dos lo estamos ahora,
fundidos, oh, fundidos, fundidos, oh, fundidos…
Sólo de guitarra
Siento que por una vez en mi vida no entregue todo lo mío,
mi amor, mi afecto, mi vida, todo a una pared.
Por favor, no te vayas de este mundo,
por lo menos no sin mí, por lo menos no sin mí, por lo menos… no… sin… mí…
En la última parte del canto se me quebraba la voz y a veces le pifiaba a alguna que otra nota, pero la intención siempre estaba ahí. Terminé de tocar y tenía las manos hechas bosta. Yo acostumbraba a tocar con púa, por lo tanto, luego de esa sesión intensa, me quedaron las manos adoloridas no, lo siguiente. Mi dedo gordo estaba rojo, así que imagínense lo que me dolía.
—Bueno… Ahí está.
—¿Te digo la posta? Vos deberías ser cantante.
—¿Ah sí?, dije con una risa nerviosa.
—Sí, tenés una muy linda voz y una habilidad con la guitarra que nunca había visto en nadie.
—En la última parte me caí un poco a pedazos. Y le erré a una que otra nota. Lo improvisé todo.
—Está perfecto, quedate tranquilo. Para ser tu primera vez tampoco estuvo tan mal. ¿Si la canción tuviera un nombre… cuál sería?
—Anen, eterno amor.
—Ay, ¡qué lindo!
—Sí.
—¿No estás pensando en sacar un disco?
—Jajajajajaja, no no no no.
Ya cuando pasaba el dedo gordo por el mástil sentía algo rasposo, volví a pasarlo y me di cuenta de algo. Di vuelta la guitarra y vi marcado un nombre en la madera de tilo, como si alguien hubiera agarrado un cuchillo o algún elemento punzante y transcrito: 'Gerard Harboure', era su apellido, el de mi novia, me refiero. Ese alguien que había escrito el mástil de la guitarra era su padre. La guitarra era de su viejo. Cuando le pregunté por el nombre, me dijo:
—Es… bah… era… de mi viejo. Me acuerdo que cuando él tocaba, yo me sentaba a escucharlo nada más y veía como movía las cuerdas. Me encantaba verlo tocar. Siempre quise preguntarle si me podía enseñar, pero me daba miedo hacerlo. Quería a esta guitarra más que a mí y a mi vieja juntas.
—Pero cuando él murió…
—Esa magia desapareció. Desde los 19 años quedé varada como un barco en medio del océano. Y esa guitarra se olvidó en mi mente, hasta ahora que recordé cuando me contaste que vos tocabas.
—Nunca experimenté nada así.
—¿Nada como qué?
—Perder a mis viejos.
—Y espero que jamás lo tengas que experimentar.
—En fin… yo… estoy seguro de que él… estaría muy orgulloso de todo lo que lograste. Que en paz descanse, por cierto.
—¿Qué logré?
—Vivir dignamente y no en la calle, tener un buen novio, ese tipo de cosas.
—Sí, bueno…
—Me sorprende.
—¿Eh?
—No, digo… Me sorprende que me hayas prestado algo que le pertenecía a tu papá. ¿Cómo era él?
—Era muy reservado conmigo, pero nunca dejó que me faltara nada. Apuesto lo que sea a que le hubieras caído bien.
—Sí, ojalá haber podido conocerlo. Y a mi posible suegra igual.
—…
—…
—Te la regalo.
—No… Yo no… No puedo aceptarla.
—Tenéla, ¿para que la quiero yo?
—¿No te importa en lo más mínimo tener un recuerdo de tu viejo?
—No, para mí no es más que un pedazo de madera con 6 cuerdas. A parte yo no sé tocar.
—Te puedo enseñar lo que sé.
—No, chiquito, no no no. Yo no voy a aprender nada.
—Bueno, igual no la voy a admitir.
—Dale, no te hagas el difícil.
Después pensé y dije:
—Bueno, si no le vas a dar ninguna utilidad y encima estás pidiéndome que me la quede, supongo que me la puedo agenciar.
—Me parece muy bien.
—Gracias, Anen.
—Denada, Tommy.
—…
—¿Vamos a la camita?
—Me voy a quedar viendo mi nueva guitarra si no te importa.
—No, para nada.
—Andá, yo después te alcanzo.
—Ok.
Me quedé analizándola, habían como estrellas de metal plateado en los trasters, y las clavijas eran color oro, poseía muchos dibujos en todo el cuerpo, era muy colorida, tenía muchísimo polvo adentro de la boca. Soplé y una nube de partículas saltó hacia mi rostro. Decidí que si era mía, podía arreglarla, las cuerdas estaban a punto de romperse, el puente estaba casi salido y la cejuela también.
Literalmente, estuve media hora para hacer ese trabajito.
Cuando abrí la puerta de la habitación, pude notar que ella ya estaba durmiendo. Me acosté, me tapé con las sábanas, la abracé y me dormí.
A la mañana siguiente iba a poner todo mi esfuerzo en tratar de arreglar mi nueva guitarra acústica.
Fui a Fontana Luthier, un negocio que vende todas cosas de guitarras. Les pedí cuerdas, un puente, una cejuela y diez púas. Todo el arreglito me costó $2450 y las púas $300 más.
Cuando llegué cargando las dos bolsitas, Anen me preguntó qué era todo eso. Le dije:
—Son cositas para la guitarra, amor.
—Ah, ¿la vas a arreglar vos?
—Sep.
—¡Qué genio!, dijo con mucho entusiasmo.
—Necesito espacio en la mesa.
—Por supuesto que sí.
Puse la guitarra en la mesa e inicié remendando la cajilla. Anen veía como mis manos trabajaban en el enmiendo de la pobre guitarra. Seguí con el puente y por último corté las cuerdas viejas y puse las nuevas.
—Voila.
—Quedó como nueva.
—Exactamente.
—Yo sabía que te parecías un montonazo a mi viejo.
—¿Por qué decís eso?
—Él siempre cambiaba las cuerdas de su guitarra. Y ahora es tuya, no lo puedo creer.
—Las vueltas que da la vida ¿no?
—Sí.
—En este caso, yo la arreglé casi por completo.
—Te las ingeniaste.
—Por suerte.
Me dio un abrazo y me besó en la mejilla.
—Me voy a trabajar, dijo en tanto que me soltaba y se iba.
—No, vení acá. ¿Qué es eso de darme un beso en el cachete e irte? Dame un beso de verdad, dije cuando la agarré del brazo.
Me lamió los labios y el cuello, después metió su lengua y la mía jugaba con la suya. Luego de ese beso tan raro, pero a la vez tan salvaje y lindo, preguntó con una voz seductora:
—¿Ahora sí?
—Sí, bebé.
—¿Me puedo ir a laburar ya? Por favor.
—Sé libre, hija mía.
La solté y se fue casi como si quisiera quedarse más.
Me la pasé todo el día tocando la guitarra y perfeccionándome cada vez más, poco a poco.