Al día siguiente yo arreglé para verme a la tarde en un café con un viejo amigo, con el que no me veía desde antes de la pandemia.
Llegó el momento, me puse una musculosa, un short deportivo y unas zapatillas FILA de running, porque dijimos que después del café íbamos a ir a correr.
Cuando llegué al café, vi a mi amigo sentado en una mesa. Me acerqué, se paró y vino a darme un abrazo, hace tiempo que no nos veíamos y a parte nos conocíamos desde que él tenía cuatro años y yo dos.
Nos sentamos, pedimos dos cafés, con dos medialunas para cada uno. Y le conté todo lo que había pasado, desde el principio.
—¿Tan buena está la mina?
—Ojo lo que decís ¿eh?, dije cagandome de risa.
—Soy tu amigo, boludo. Nos conocemos desde que somos unos alfeñiques. A parte tampoco soy tan pajín.
—Si, sé que no me traicionarías bajo ningún concepto.
—Así que… ¿tuviste sexo sin forro?
—Sip.
—¿Y qué se siente?
—No sé, es una linda experiencia.
—Y decime la verdad, ¿vos le creés?
—¿Qué cosa?
—Que está tomando pastillas.
—Ojalá sea la pura verdad.
—¿Y si no lo es?
—Me tendré que bancar tener un pibe a los 18 años. ¿Qué me estás preguntando, Juan?
—Tenés razón, qué pregunta pelotuda de mi parte.
_Y después yo soy el boludo…
La moza que nos había atendido trajo nuestros cafés y nuestras medialunas.
—Escuchame, ¿me podés mostrar una foto?
—¿De qué?
—¿De quién va a ser? de la chica.
—Ah, sí. Perdón, estoy en cualquier cosa, dije.
—Estás medio bobi hoy.
—Ya sé, tengo un montón de quilombos en la cabeza, entre el laburo, esto y el pensamiento de que voy a empezar la facultad dentro de poco, siento que mi cabeza va a explotar.
Le mostré una fotografía que le había sacado yo una vez después de haber hecho el amor, pero había sido con su consentimiento, le pregunté si se la podía sacar y me dijo que sí. Además no es que estuviera totalmente desnuda.
—Ah, es una hermosura.
—¿Viste?
—Y sí, vas a tener que convivir con gente de mierda como ese tipo que te la quiera sacar, entonces.
—Y sí, desgraciadamente.
—¿Cuántos años decís que tiene?
—Veinticinco.
—Es una banda eso. Buscate algo que esté más a tu altura, no sé. Alguien de 18, 19 o 20 como mucho.
—Es que yo pensaba que era de 19 o 20. Cuando me dijo que tenía 25 me quedé como: OK.
—Es verdad, no parece que tenga 25.
—Te estoy diciendo.
—…
—…
—Igual, sé que sería una gran carga emocional tener que dejarla.
—Y… Después de todo lo que tuvimos que pasar…
Me quedé unos segundos en silencio.
—¿Te dolería?
—Me dolería.
—Bueno… ¿Vamo´ a correr?, preguntó.
—Dale.
—No creo que puedas seguirme el ritmo, estuve entrenando mucho por mi cuenta, dijo golpeando la mesa.
—Eso ya lo veremos, dije prepotentemente.
Terminamos de tomar el café y nos fuimos a correr a una plaza que había por ahí. Mientras que corríamos le pregunté si estaba soltero. Me dijo que sí. Empezó a hablarme de chicas que le gustaban. Le dije que en cualquier momento si quería lo invitaba a hacer un trío.
—¿Posta?, preguntó entusiasmado.
—No, mentira. Ni en pedo, yo no comparto.
—Hijo de puta, me re ilusionaste, boludo.
—Jajajajajaja, sos un guacho vos.
Se vino la tarde y cada uno tenía que retornar a su hogar.
Cuando llegué a casa, Anen me esperaba con los brazos abiertos, le di un abrazo. Estaba sudando.
—¿Qué estuviste haciendo que estás todo chivado?
—Fui a correr con un amigo a una plaza.
—Ahhhh cierto, ¿cómo estaba Juan?
—Bien, le pregunté si estaba soltero, me dijo que sí y me contó de varias minas a las que él les está echando el ojo.
—¿Y es lindo él?
—No te zarpes ¿eh?
—No, por favor. Yo te quiero y te amo a vos nada más. Sólo preguntaba por sus pretendientes.
—Más te valía, dije riéndome.
—Vení acá, mi amor.
Me dio otro abrazo.
—Te amo, le dije.
—Yo también, semental.
—¿Querés bañarte conmigo?
—Qué te parece si vos… te bañas y yo… hago la comida mientras.
—Dale.
—…
—…
Mis brazos no la podían despegar de mí, es como si ella fuera un imán y yo un metal.
—Bueno, andá.
—Ok.
La solté y me fui a duchar.
Me saqué la musculosa, las zapas, las medias deportivas, el pantalón de gimnasia y el bóxer. Me metí a la ducha y me dejé estar debajo del chorro de agua fría. No sé porqué mis manos fueron a parar a mi pecho, luego bajaron lentamente hasta mi abdomen, y luego a mi pene. Lo empezaron a masajear, hasta que se paró por completo. Era como que suplantaban las manos juguetonas de Anen. No buscaba venirme, sólo sentir placer.
En un momento, me llamó:
—Amor, a comer.
—Ya voy.
Me enjuagué, me puse una toalla en la cintura y salí.
—¿Vamos?
—Sí, pero esperá que me pongo algo.
—No, vení así. No pasa nada.
—Bueno, como quieras.
Me senté en el sillón a esperar mientras que ella preparaba un risotto.
—Vení un toque, me dijo.
—Sí, voy.
Me acerqué teniendo fuertemente el nudo de la toalla y me preguntó:
—¿Te gusta?
—Es idéntico a mi risotto.
—Exacto, aprendí de vos y lo hice con mucho amor.
—Esa es mi chica.
Nos sentamos a comer.
—¿Cómo está el arroz?
—Riquísimo, comenté con la boca llena.
—Me alegro, cielo.
—Anen… ¿te puedo… contar algo?
—Sí, decime.
—Recién… en el baño… me pasó algo raro…
—Contame, te escucho, dijo a la vez que probaba un bocado.
—Bueno… me estaba duchando y… de repente… comencé a… tocarme.
—¿Y qué pasó?
—Era como que… me hacías falta… fue involuntario… era como si… mis manos… remplazaran a las tuyas.
—Mirá vos, dijo con una cara de desaprobación total.
—Sí… fue bastante… extraño…
—¿Así que te hago falta?
—Sí, digo… No.
—Te hice falta en la ducha. ¿No?
—Ehhhhh… sí, titubeé.
—…
—…
—Bueno, vení.
Se paró de la silla, dio la vuelta a toda la mesa y vino hasta donde estaba yo.
Me tomó del hombro y empezó a masajearlo con una mano mientras que la otra iba sutilmente a mi pecho, bajaba un poco, pasaba a mis abdominales, bajaba más y más, y de golpe ya había desatado la toalla y se encontraba en mi verga, acariciándola con suavidad. Ella estaba parada atrás mío y yo sentado. Se inclinó un poco, acercó sus labios a mi oído y besó el lóbulo de mi oreja, entonces preguntó casi en un susurro:
—Ahora… ¿te estoy haciendo falta?
—No.
Apretó un poco y no pude evitar soltar un gemido. Me sentía sumiso, como dominado física, aunque mentalmente también.
—Vení, vamos a la cama, dijo en un tono muy dulce.
Me agarró del brazo y me llevó a la habitación.
Cuando llegamos al cuarto, me pidió que la esperara acostado. Fue a agarrar algo al comedor, volvió y cerró la puerta.
—¿Qué fuiste a hacer?
—Fui a buscar algo.
—¿Qué fuiste a buscar?
—Algo, no importa el qué. Ahora cerrá los ojos.
Me daba mucha curiosidad saber qué era lo que tenía escondido detrás suyo, en su espalda. Sin embargo, hice lo que ordenó y segundos después sentí un aceite tibio con un olor a lavanda riquísimo chorreando en mi vientre. Que pasara eso en parte, era extraño y en parte, muy placentero.
—¿¿¿Qué me estás poniendo???
—Shhhhh, dejá de hacer preguntas y disfrutá, susurró y pasó su dedo índice por mi boca como chitándome.
Cerré los ojos con mucha fuerza. Empezó a masajear lentamente y de manera suave mi abdomen, subía a mi pecho, bajaba de vuelta, luego fue directo a mi cuello y por último se detuvo en mi entrepierna. Con toda la delicadeza del mundo, agarró mis manos y las colocó en mi panza, mientras frotaba mi verga con una mano cubierta de ese aceite tan rico.
—¿Lo estás pasando bien?, me preguntó.
—Sí, respondí un poco confundido.
—Me alegro, muñequito. Ahora abrí los ojos.
Sentí su respiración profunda en mi boca. Abrí los ojos por un momento y vi su cara de ángel pegada a la mía.
—Anen, me estás asustando. ¿Qué me pusiste?
—Un aceitito.
—Ajá.
—Incorpórate.
—De acuerdo.
Cuando me levanté y me quedé sentado en posición de indio, la vi completamente desnuda.
—Ahora te voy a poner este aceite en la espalda y quiero que te relajes. ¿Ok?
—Ok.
Untó el aceite en mi espalda. Sentí un placer que nadie se podría imaginar. Sus suaves dedos masajeando mi espalda con el óleo con ese olor a lavanda del cual no me puedo olvidar, me daba demasiado placer. Todo me daba placer: las luces apagadas, el tono que usaba para hablarme, el masaje que le propiciaba a mi dorso. Hasta que de repente, empezó a tocar mi pene todavía erecto. Ahí el placer aumentó mucho, y cuando digo mucho, es mucho. Su mano resbalaba a causa del aceite. Cuando apretó nuevamente no pude impedir liberar un nuevo gemido, esta vez más grande que el que emití en la mesa. Me comenzó a masturbar. Luego de unos minutos, sentía tanto gozo que empecé a gemir excitadamente. De esa manera, me masturbó hasta que acabé en las sábanas. No sé cuánto tiempo habrá pasado, lo que si sé es que gocé muchísimo. Para cuando me quise dar cuenta, la tenía atrás, arrodillada en la cama y mi cabeza se apoyó en su hombro. Con todo mi cuerpo temblequeando e inundado por el orgasmo, dije entrecortadamente:
—Qué… placer, Anen…
—Ya lo sé.
—Te… amo…
—Yo también, semental.
Me dormí con el olorcito a lavanda en sus manos, que tocaban mi rostro y sobre todo mi nariz.