Patricia bostezó ruidosamente en el Uber que le traía de regreso del aeropuerto a casa. Habían sido casi 8 horas de vuelo y 6 cambios de husos horarios y su cuerpo daba cuenta de ello. El taxista, un hombre de mediana edad, moreno y de melena alborotada, repartía sus miradas entre el camino y las bien torneadas piernas de la guapa y madura aeromoza con insistencia tal, que ya le estaba poniendo incómoda. La vibración de un mensaje nuevo en su móvil la sacó de su semi letargo y lo sacó de su bolso para leer. "Tengo que salir de urgencia por un par de días a Turín. Traemos un lío con unas adquisiciones y necesitamos ir hoy mismo. Te explico después, besos" seguido de un "Te encargo a Cristina que se quedará sola en casa" leía el texto. Era Ricardo, su marido. No le sorprendió en absoluto y con un dejo de cansancio guardó el aparato en su bolso de nuevo.
Tras un largo trayecto en el que el conductor del Uber intentara infructuosamente sacarle alguna plática trivial, Patricia llegó finalmente a su casa. En algún punto del viaje, intentó comunicarse con Cristina para ver si estaba en casa y ésta le contestó con un lacónico mensaje "No estoy en casa. Estoy en el centro comercial nuevo para comprarme unos tenis y unos shorts. Besos". Suspirando con resignación, cerró los ojos, sabedora de que el tipo se daría vuelo mirándola con ojos de deseo y tal vez mas tarde esa noche, se masturbaría pensando en ella como el objeto de sus fantasías que jamás se habrían de cumplir. Patricia sólo sonrió ante su imaginación desmedida y decidió que no le importaba lo que pasara o dejara de pasar por la mente del sujeto.
Y aquí estaba finalmente en casa, recién bañada y envuelta solamente en un amplio albornoz esperando que su hija regresara del centro comercial. Imaginó que los había comprado para empezar a ir al gimnasio, como lo hacía siempre que empezaba el periodo vacacional como era el caso en esta ocasión. Recordó que Pamela se había ido de vacaciones con sus padres a visitar a unos tíos por tres semanas y se dio cuenta de que extrañaba las formas turgentes de su joven esclava que tantas emociones le había despertado en esas últimas semanas. Se imaginó besando esos senos duros y juveniles, acariciando ese chochito húmedo y apenas cubierto de un vello incipiente y se empezó a calentar, metiendo casi sin darse cuenta la mano bajo el albornoz para acariciar su seno como el preludio de una sesión de sexo imaginaria…
Patricia escuchó el ruido de la puerta de la entrada al abrirse y apresuradamente corrió a la sala y se encontró con Cristina que la recibió con un abrazo efusivo. Cristina, su hija, estaba radiante, vestida con una blusa ligera que ella misma le había regalado en su cumpleaños y unos jeans ceñidos al cuerpo. Sintió la calidez del cuerpo de la joven y se estremeció por dentro al rodear su breve cintura con sus brazos y sentir la piel de su hija bajo el contorno de su blusa. Cerró los ojos y se imaginó el cuerpo de Pamela agitándose como una gacela mientras hacían el amor apenas un par de semanas atrás y un breve atisbo de remordimiento se asomó en su cabeza. De pronto, se sintió cohibida como si su hija pudiera adivinar sus pensamientos.
– ¿Cómo estás, mamá? ¿Cómo estuvo tu viaje? – preguntó Cristina con una amplia sonrisa.
– Bien, hija. Agotador como siempre pero ya sabes cómo es esto.
– Si, me imagino. ¿Qué piensas hacer hoy? ¿Supiste que mi papá salió de viaje esta mañana?
– Si, me lo dijo. Ahora mismo lo que quiero es buscar algo para que podamos comer y luego me gustaría pasar algo de tiempo contigo si no te molesta.
– Claro que no me molesta. ¿A dónde quieres ir?
– En realidad no quiero salir, solo se me antoja una tarde tranquila en casa…
– ¿Quieres que veamos una película aquí?
– Claro, eso me encantaría, hija. ¿Qué película te gustaría ver?
– La que tú gustes, mamá. Tú eres la invitada de honor hoy – dijo Cristina separándose de su abrazo finalmente.
– Bueno, ¿qué te parece una comedia romántica de Netflix como las que nos gustan y mientras ordenamos una pizza para las dos?
– Me parece perfecto, mamá. – Dijo Cristina dándole un beso en la mejilla. – Patricia se estremeció de nueva cuenta y Cristina se alejó para tomar el teléfono y llamar a su pizzería preferida (aquella misma del relato anterior de nuestra antojadiza amiga Cristina)
La tarde transcurrió tranquila, comieron una pizza que le supo inesperadamente deliciosa y una Coca cola fría y burbujeante que también disfrutó inmensamente antes de retirarse ambas a sus respectivas habitaciones.
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Estaba casi anocheciendo cuando Patricia estaba finalmente instalada en su recámara con un recipiente lleno de palomitas y una película con una trama que prometía puesta en pausa, cuando entró Cristina. Traía el pantalón corto de elástico que se había comprado esa misma tarde y una camisa negra ombliguera que resaltaba su piel morena y la curvilínea forma de su breve cintura. Su pelo húmedo indicaba que se había recién bañado y se acostó a un lado de Cristina para disfrutar la peli que habían seleccionado mientras comían la pizza.
Patricia se acomodó en su lugar decidida a disfrutar de ese momento madre / hija cuando sintió un sopor incontrolable apoderarse de sus ojos. El cansancio la venció y se quedó profundamente dormida. Cuando abrió los ojos de nueva cuenta, era ya de noche y su reloj despertador mostraba que eran las 12:32 de la madrugada. Una tenue claridad se proyectaba desde el televisor que continuaba encendido con la suficiente luz para poder ver el contorno del cuerpo de su hija a su lado. Su respiración acompasada le indicó que ella también se había quedado dormida viendo la peli o tal vez contagiada por el cansancio de su madre.
Cristina estaba acurrucada con el rostro volteado hacia su madre. Un rebelde mechón de su cabello le cubría medio rostro y su blusa ombliguera se había levantado ligeramente exponiendo el nacimiento de sus senos que se agitaban suavemente al compás de su respiración evidenciando su falta de sostén.
Patricia acercó su rostro al de Cristina para comprobar que estuviera durmiendo y sintió la calidez del aire que respiraba en su nariz. Un tenue olor a palomitas de maíz y el olor de su crema de baño le hicieron sentir aquella sensación que había tenido esa misma tarde cuando le abrazó, notó su respiración acompasada, sus ojos cerrados y se preguntó qué sueños le permitían transmitir esa paz. Con mucha lentitud acercó aún más su rostro hasta que la distancia entre ambas era mínima. Su intención original era el poder verla más de cerca, pero al acercarse al rostro de la joven se dio cuenta que aquello más bien parecía un casi beso en toda la forma y notó, para su desmayo, que se empezaba a excitar sin saber a ciencia cierta porqué. Casi por voluntad propia, su mano temblorosa tocó el vientre expuesto de la chica sin que ella diera señales de vida. Volvió a sentir la tibieza de su piel y sus dedos empezaron a recorrer la distancia de la cintura al vientre hasta llegar al nacimiento de sus senos. Sentía la imperiosa necesidad de tocarlos con su mano, pero tuvo temor de despertarla y siguió acariciándola solamente con un ligero toque de su dedo. Sus labios a su vez, envalentonados por el avance de su mano, se movió ese pequeño espacio que le faltaba y sintieron el contacto de esos labios adolescentes prohibidos. "¿qué estás haciendo" se preguntó entre sueños, pero siguió con ese contacto ligero, aunque endiabladamente excitante que le había empezado a mojar la entrepierna casi sin proponérselo.
Patricia sintió, o al menos creyó sentir, que la respiración de Cristina se hacía más agitada y profunda y siguió subiendo su mano hasta rozar el pezón endurecido de la chica. Con su dedo pulgar e índice como una tenaza los apretó ligeramente, intensificando el contacto. Cristina se agitó en su sueño y Patricia alejó su rostro del de su hija aun cuando continuó con su cometido en pos de la teta de la chica. Cristina se movió un poco más y dejó su posición casi fetal para quedar recostada boca arriba en la mitad de la cama. La mano de Patricia pareció de nueva cuenta cobrar vida propia y retrocedió bajando por su vientre y su cintura hasta detenerse brevemente al borde del elástico del pantalón corto. Ahora era su respiración la que estaba muy agitada y parecía que el latido de su corazón hacía un eco ensordecedor en toda la recámara. "Detente, puta de mierda. Es tu hija la que estás a punto de tocar" gritaba su yo interno con una voz cada vez más apagada. Dudó por un par de minutos con la mano en la cintura de Cristina, sintiendo cómo su mano subía y bajaba siguiendo el ritmo de su respiración. Un vestigio de razón le susurraba que se detuviera, sin embargo, su voz se iba haciendo cada vez más pequeña a medida que su excitación seguía creciendo.
Finalmente, Patricia pretendió que se giraba sobre sí misma y aprovechó el súbito movimiento para meter su mano por debajo de la prenda de Cristina. Para su sorpresa, se dio cuenta de que su hija no llevaba nada más por debajo del pantaloncillo y sintió el cosquilleante roce de sus vellos púbicos en la punta de sus dedos. Le pareció escuchar un apagado gemido de la boca de Cristina y siguió con su recorrido, ya despojada de sus escrúpulos, hasta tocar los labios vaginales de la chica. Estaban muy mojados tal como supuso que estarían los suyos y haciendo una leve presión con su dedo índice de nuevo lo introdujo dentro de la vagina de Cristina. La sintió arquearse en la cama y se quedó quieta como si el mundo se hubiera detenido de pronto. Lo sacó lentamente para acariciar el discreto botón de su clítoris con la yema de su dedo arrancando un susurro, casi un ronroneo de los labios de Cristina. Siguió de nuevo su movimiento hacia abajo para tocar de nuevo los labios de su vagina y los sintió mas húmedos y lubricados todavía, tanto que sin ningún esfuerzo, logró que este resbalara nuevamente dentro de aquel paraíso juvenil y prohibido.
Tímidamente, el índice de Patricia inició un mete-saca lento a través de las paredes empapadas de su vagina de Cristina, sintiendo cómo su propio placer y excitación se transmitían a través de ese contacto. Los gemidos, al principio imperceptibles, de Cristina se hicieron más notorios a través de sus labios cerrados y de la tensión de su cuerpo que se sacudía ante los embates cada vez más atrevidos de Patricia. Sin pensarlo mucho, aceleró el movimiento de su mano hasta sentir que el cuerpo de su hija se arqueaba por la cintura, siguiendo el ritmo de ese dedo invasor, sus labios fuertemente apretados hacían un mohín de placer contenido y no tardó mucho antes de que su madre sintiera cómo su mano se mojaba de manera copiosa y un alarido escapaba finalmente de su boca mientras su cuerpo se convulsionaba, incapaz de soportar tantas sensaciones que le estaba provocando todas aquellas caricias invasoras.
Cuando finalmente Cristina volvió a quedar quieta, Patricia se apartó, expectante, sin saber qué pasaría a continuación entre ambas, estaba caliente, apenada, adormecida y sorprendida de sí misma. ¿Le reclamaría su hija por propasarse de esa manera? ¿Se abalanzaría sobre ella para devorar su boca con la misma pasión? ¿Se pondría a llorar de remordimiento por aquel placer inesperado y prohibido?
Pasaron más de dos minutos en aquel silencio expectante, con Cristina quieta a su lado, con los ojos cerrados, regresando lentamente a su respiración acompasada. Poco a poco, Patricia se dio cuenta de que aquella situación no iba a cambiar y que su calentura iba bajando de intensidad así que decidió levantarse e ir al baño para satisfacer sus propias ansias reprimidas. Al tocarse pudo notar lo húmeda que se encontraba ella también y se dirigió al baño cerrando la puerta. Una vez dentro, se masturbó rabiosamente apretando los labios para no gemir por el intenso placer que su roce le provocaba. Sólo bastaron un par de minutos para que se pudiera correr de manera brutal en la quietud de su baño quedando exhausta y asustada por lo que acababa de ocurrir. Cuando regresó a la cama, Cristina ya no estaba ahí. En su lugar quedaba la forma de su silueta sobre las sábanas y Patricia sintió que una sensación de culpa y cansancio se apoderaba de ella. ¿Qué pensaba Cristina? ¿Por qué se fue a su cuarto sin platicar de lo que había ocurrido? ¿Qué pasaría con esa relación que apenas en esas semanas había comenzado a mejorar? Sin poder encontrar las respuestas a todas esas preguntas, Patricia decidió hacerle caso a su cansancio y asumir las consecuencias de lo que pudiera pasar hasta el día siguiente. Y sin querer pensar en nada más en aquella noche. Se quedó profundamente dormida.
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La mañana siguiente la encontró de un mejor ánimo ya sin las consecuencias del desfase horario y se levantó hambrienta. Como una andanada de memorias dispersas le llegó el recuerdo de la noche anterior y tuvo temor de salir de la habitación y encontrarse con su hija. Las mismas preguntas que se hacía la noche anterior permanecían aún en su mente y no tenía la menor idea de cómo podría explicar su comportamiento. Tímidamente se asomó desde la puerta de la habitación y escuchó ruidos desde la cocina, donde seguramente Cristina preparaba su desayuno. Eso, o sólo buscaba un cuchillo o algo filoso para darle su merecido.
Caminó como sonámbula los escasos metros que separaban su cuarto de la cocina y entró decidida a enfrentar lo que viniera. Con la mirada agachada escuchó la voz de su hija:
– Hola dormilona. ¿Cómo dormiste? ¿lograste descansar del viaje? – Dijo Cristina jovialmente.
– Si… – contestó Patricia ligeramente confundida y levantando su rostro para verla finalmente. Cristina le sonreía con esa misma sonrisa radiante del día anterior como si nada hubiera pasado. Aun vestía su misma blusa ombliguera y su pantaloncillo corto y unas pantuflas de Eeyore.
– Te preparé desayuno, ma. Hice los huevos como a ti te gustan. – Señaló la chica mostrándole el par de platos y la taza de café humeante que estaban sobre la mesa.
– Gracias, hijita, eres un amor. – Dijo Patricia sentándose a la mesa. Le dio un sorbo al café y lo encontró muy cargado, pero no dijo nada para no hacerla sentir mal. Le dio una probada a los huevos revueltos con tocino y los encontró más sabrosos y agradeció internamente que pudiera comerlos sin tener que fingir.
– De nada, quería agradecerte por la fiesta de cumpleaños que me hiciste y no había tenido oportunidad de hacerlo. – Contestó Cristina.
– No tienes nada qué agradecer, mi niña. – me gustó mucho ver que divertiste.
Tras un breve silencio entre ambas, ocupadas en decorar el desayuno, Patricia carraspeó antes de formular una nueva pregunta:
– Hija, ¿qué pasó anoche? – dijo casi mordisqueando sus palabras, cómo si no quisiera que escaparan de su boca.
– Que te quedaste dormida a los cinco minutos de que empezó la peli. Jajaja. – contestó Cristina sin poder contener la risa. – Yo también me quedé dormida antes de que terminara, me desperté como a la medianoche y supuse que estabas en el baño así que mejor decidí irme a mi recámara para dejarte descansar a gusto.
– Me sorprendió que te hubieras ido así. – Ahondó con recelo Patricia sin atreverse a preguntar más.
– Supuse que querrías descansar y como soy medio loca para dormir, jajajaja… – respondió Cristina sonriendo. Patricia respiró ya más tranquila y siguieron desayunando en silencio hasta que Cristina preguntó:
– Oye má… aprovechando que no está mi papá, ¿Crees que tú y yo pudiéramos salir esta noche para festejar mi mayoría de edad?
– Claro que sí, hija. Me encantaría que saliéramos. ¿Qué tienes en mente?
– No lo sé, un lugar tranquilo supongo…
– Bueno, pero tampoco tan tranquilo, ¿eh? no estoy tan viejita…
– Jajajaja, ya lo sé, me hablaron de uno que tal vez nos guste y que está por la zona hotelera.
– Me pare muy bien. Es más, como parte de tu cumpleaños, vamos a ese centro comercial que abrieron y te compro un atuendo para la noche, ¿te parece?
– Si, ¡gracias má! – exclamó la joven levantándose para rodear a su madre por el cuello en un fuerte abrazo. Patricia sintió la suavidad del cuerpo de su hija apretada en su espalda y sintió una corriente de placer cruzar rápidamente por su cuerpo. "Estoy loca, definitivamente" pensó mientras recibía un sonoro beso en la mejilla. Se levantó apresuradamente, librándose del abrazo de su hija con el pretexto de llevar su plato al fregadero.
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Eran las 9:30 de la noche cuando Cristina y Patricia entraron al antro que habían elegido para festejar la mayoría de edad de la joven. El lugar estaba abarrotado a pesar de ser jueves con todas las mesas ocupadas. Cristina había elegido una breve minifalda negra que le quedaba de infarto, y una blusa rosa pálido semitransparente que resaltaba su sostén de color negro también, todo esto complementado con unos tacones altos que hicieron que una buena parte de los concurrentes voltearan a verla con admiración y lujuria mal disimulada. Patricia, a su vez, llevaba una falda también corta, aunque un poco más discreta y una blusa floreada que resaltaba sus muy bien proporcionados senos.
– Má, si alguien nos pregunta, no digamos que eres mi mamá. Somos compañeras de trabajo, ¿te parece?
– Jajajaj, qué ocurrente, Cristina. Está bien, te voy a seguir la corriente. – dijo Patricia alegremente, tomando a su hija del brazo.
Al fondo del lugar había una mesa con dos lugares disponibles. La ocupaba una pareja de mediana edad que parecían estar divirtiéndose bastante. Él, un señor de unos cuarenta y tantos años, con una ligera barriga no demasiado prominente, y ella un poco mas joven, seguramente entre 30 y 35 años, la otra opción era un par de jóvenes que descaradamente veían a ambas con ganas de encamarlas ahí mismo y que además se notaba que ya llevaban un buen rato embriagándose.
Patricia se acercó con la pareja y les preguntó que si les daban oportunidad de sentarse junto a ellos. El señor, con una amplia sonrisa, les invitó a que se sentaran, no sin antes dejar escapar una mirada de admiración que a pesar de todo no se sintió incomoda, sobre ellas.
A medida que la noche transcurría y, ambientadas por los cocteles que iban consumiendo, comenzaron a platicar entre ellos. El caballero se llamaba Roberto y era el esposo de Karla con quien llevaba ya 4 años de casados. Estaban de visita ya que ellos eran de Estados Unidos y habían decidido tomar dos semanas de vacaciones que concluían al día siguiente. Su vuelo estaba programado para la 1 de la tarde del siguiente día y habían decidido probar la vida nocturna de la ciudad antes de partir de regreso al día siguiente. Ambos eran muy agradables y abiertos y se había logrado una buena química entre los cuatro. Patricia no pudo dejar de notar las miradas que le lanzaba Roberto a Cristina de cuando en cuando, que sin embargo no parecían molestar a Karla, o al menos no daba muestra de ello. También notó las mejillas enrojecidas de Cristina y su voz cada vez más atropellada como evidencia de que le estaban haciendo efecto los tragos que había consumido.
– Y ¿qué les ha parecido el ambiente hasta ahora? – preguntó Patricia. Tenía a su derecha a Karla y Roberto se hallaba enfrente, a su izquierda se había sentado Cristina que quedaba también a la derecha de Roberto.
– La verdad, bien hasta ahora. No nos podemos quejar. – Esta ciudad ha sido muy hospitalaria con nosotros. ¿y ustedes salen juntas seguido? – Dijo Roberto sonriendo mientras tomaba la mano de su esposa de forma afectuosa.
– La verdad es que es la primera vez que salimos juntas, somos compañeras de trabajo. Estamos festejando que Cristina cumplió años – respondió Patricia volteando a ver a Cristina con complicidad.
– Ambas son muy hermosas. Les deben sobrar pretendientes, supongo – Dijo Roberto tomando la mano de Cristina con familiaridad como si la conociera de tiempo atrás. La chica no dijo nada al sentir el contacto de la mano del hombre.
– Pues no lo voy a negar, pero ahora me encuentro bien así donde estoy. – Contestó Patricia
– Y tú, hermosura. ¿A cuántos galanes les has roto el corazón? – preguntó volteando a ver a Cristina aun sin soltar su mano.
– Jajajaja, a ninguno. No tengo novio por lo pronto. – Contestó Cristina. Le supo muy bien la mentira mientras venía a su mente el rostro de su novio en la escena donde se la habían follado encima de él.
– Entonces nadie se va a molestar si te invito a bailar, ¿verdad? – Dijo Roberto levantándose y haciendo un gesto teatral mientras le ofrecía su mano a la chica, aprovechando que había iniciado la tanda de canciones lentas. Cristina le tomó la mano y se dirigieron a la pista de baile con la apetitosa chica moviendo sensualmente sus caderas apresadas en esa breve minifalda negra que seguía atrayendo lascivas miradas masculinas… y una que otras femeninas como las de su "amiga" Patricia que no pudo evitar el admirar lo sexy que se veía su hija.
Habían transcurrido dos o tres canciones, tiempo en el cual estuvo platicando amenamente con Karla cuando Patricia sintió un toque en el hombro. Un joven, de buen ver, pero con signos de estar bastante ambientado, le extendía la mano como un mudo gesto de una invitación para bailar. La madura mujer dudó un par de segundos, pero finalmente decidió aceptar la invitación a bailar motivada por lo apetitoso que se miraban los bíceps del joven. Llegaron a la pista y sintió el abrazo firme del muchacho sobre su cintura girando al compás de la música. Uno de los acompañantes del muchacho aprovechó para invitar también a Karla a bailar quien aceptó gustosa dejando la mesa vacía. Patricia, un poco mareada y excitada por el roce de su cuerpo con el muchacho se dejaba llevar poco a poco. En uno de esos giros, descubrió a Cristina firmemente abrazada de Roberto, mientras parecía que este le susurraba algo al oído. La mano del hombre descansaba un poco más abajo de su cintura, ya en terrenos que se podían considerar a nivel trasero. A Cristina no parecía importarle el gesto atrevido de Roberto y lo abrazaba a su vez con ambos brazos alrededor de su cuello. Patricia, por su parte, sintió el aliento caliente de su pareja de baile y el bulto que se empezaba a formar en su entrepierna que apretaba firmemente contra la suya. Sintió cómo su coñito despertaba de su letargo cuando sintió la mano del joven tocando firmemente sus nalgas a la vista de todos. Volteó para ver si nadie les había prestado atención y descubrió a Karla besando al otro joven en un morreo intenso que parecía atraer la atención del resto de los bailarines. De pronto sintió la mano de su acompañante hurgando bajo su falda y el roce de su dedo tratando de entrar dentro de su vagina a pesar de la barrera de sus bragas mojadas. Enmedio de su calentura, Patricia, aun con restos del decoro que le quedaba, se sintió indignada, y, quitándole su mano, se separó del joven y dejándolo solo con sus manos de pulpo en medio de la pista.
Antes de regresar a su mesa volteó a ver a Karla que seguía con su morreo intenso y buscó con la mirada a Cristina que seguía abrazada y danzando a un ritmo semi-lento con Roberto.
Cuando terminó el ciclo de canciones románticas, Cristina y Roberto regresaron a la mesa donde Patricia le hacía el amor a su vodka tonic casi vacío. Roberto se sentó de nuevo a un lado de Cristina, cogiendo de nueva cuenta su mano como si estuviera marcando su territorio.
De pronto, Patricia reparó en que Karla, en lugar de volver a sentarse a la mesa junto con ellos, estaba acompañando al joven con el que estaba bailando apasionadamente. La joven señora, no solamente lo acompañaba, sino que estaba sentada en su regazo mientras el tipo la cogía por la cintura charlando animadamente y acariciando su cuello con la mano libre. Roberto siguió la mirada de Patricia y ubicó a su mujer, pero no hizo ningún gesto de incomodidad o de sorpresa. "Lo siento" musitó Patricia sin voz y Roberto sólo encogió los hombros.
– Karla tiene sus propias maneras de buscar diversión y a veces encuentra a alguien que le saque de la monotonía. – Dijo finalmente después de que se había formado un incómodo silencio entre los tres.
– Pero eso, ¿no te lo molesta? – preguntó Patricia. Cristina seguía el rumbo de la conversación, pero parecía estar más interesada en el liberar a su octava piña colada del encierro de su copa.
– Sería muy pretencioso de mi parte el pretender que soy dueño de esas maravillosas piernas y esas hermosas tetas que la naturaleza tuvo a bien darle, jejeje. – Me gusta que mi mujer se sienta dueña y señora de sí misma y lo disfrute.
– ¿Aunque sea con otros? – Preguntó Patricia más por compromiso ya que la respuesta estaba frente a sus propios ojos, con el joven besándola apasionadamente en la mesa de enfrente, mientras su acompañante que había bailado con Patricia, le acariciaba las tetas descaradamente. Roberto giró su rostro y encogió los hombros en señal de tácita aceptación.
– Platíquenme de ustedes. – Dijo Roberto. – ¿Como es posible que un par de bellezas como ustedes estén sin pareja? ¿Qué los hombres de acá son ciegos?
– No, solo que nosotras también somos dueñas de nosotras mismas… – dijo Patricia.
– Como Karla. – completó Cristina, levantando la mano para chocarla con su madre por encima de la mesa.
– Ah ya veo. Miren. Nosotros nos vamos a retirar en un momento más pero si les apetece, o si os apetece como dicen ustedes, tenemos un par de botellas que quedaron anoche en el cuarto y que y podemos tomar para seguir platicando un poco más de tiempo si no están cansadas. ¿Qué les parece?
– A mí me encanta la idea. – Se apresuró a decir, Cristina. – Y ¿a ti, ma… Patricia?
– No lo sé, Cristina, seguramente tienen que hacer los preparativos para el viaje mañana…
– No se preocupen por nosotros, ya descansaremos en el vuelo.
– Está bien, pero solo un rato más. – Accedió Patricia.
Roberto se volteó y le hizo una seña a Karla, quien, quitando la mano del joven de su cintura, se levantó de la mesa de los jóvenes, dejándolos sorprendidos y cachondos cuando ya se hallaban bastante animados. la falda arrugada de Karla y su maquillaje corrido daban cuenta de aquel momento caliente que se habían otorgado apenas unos momentos antes.
– Nos vamos, mi amor. – Dijo Roberto a guisa de saludo rodeando la cintura de su mujer. No era una pregunta ni una petición sino una orden directa que la mujer acató sin chistar.
– Claro que sí, amor. ¿Nos van a acompañar Cristina y Patty?
– Espero que sí. – Contestó Roberto y volteó a ver a Patricia, quien asintió en silencio.
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Los cuatro abandonaron el local no sin antes aguantar los insistentes ruegos de los jóvenes de la mesa y se dirigieron caminando al hotel que se hallaba a un par de calles sobre la avenida principal. Cristina caminaba trastabillante, producto de su estado de embriaguez y de las altas zapatillas que usaba y se apoyaba de vez en cuando en Roberto que finalmente optó por tomarla de la cintura ante la mirada complaciente de su esposa. Cruzaron el lobby del hotel y llegaron al elevador donde Roberto pulsó el botón del octavo piso.
Cuando finalmente llegaron a la habitación del hotel se encontraron con un lujoso decorado, un minibar, un amplio sillón y una cama King Size al centro de la habitación. Al fondo se veía un balcón que daba hacía la calle que acababan de transitar y a un lado de la puerta, las maletas ya listas para partir al dia siguiente. Roberto les sirvió un trago de whisky con soda y hielos y reanudaron la plática ya sin el ruido de la música del antro.
– ¿Tú a qué te dedicas, Karla? – preguntó Patricia.
– Soy una simple ama de casa, amiga.
– Todo menos simple, mi amor. – Dijo Roberto arrastrando las palabras. – Eres una esposa maravillosa, lo sabes, ¿verdad?
– Si lo sé, mi esposo.
– ¿Y cómo se conocieron ustedes dos, tortolitos? – preguntó de nueva cuenta Patricia. Se habían colocado los cuatro en el sofá, con Cristina en la orilla, y Roberto en medio de ella y de Karla, con Patricia a duras penas sentada en la orilla opuesta. Roberto tenía la mano puesta en la pierna de Cristina moviéndola abstraídamente hasta llegar al borde de su minifalda mientras platicaba. Patricia sintió una sensación de temor y excitación al mirar hacia donde parecía que iba toda aquella situación.
– Ella era una escort y yo la contrataba para que me hiciera algunos trabajitos…
– ¿Cómo trabajitos? – preguntó Cristina confundida, quizá por el alcohol o por su ingenuidad juvenil.
– Se la estaba follando por dinero. – Contestó Patricia con desparpajo sin más preámbulo. – Todos estallaron en una carcajada.
– Guau, qué interesante historia. ¿y cuándo decidiste que sería tu esposa? – Ahondó Patricia genuinamente interesada en el giro que había tomado la conversación.
– Cuando la invité a qué tuviéramos un trío con una de sus compañeras, Patricia. – Dijo Roberto y añadió. – No tienes idea de lo buena que es mi esposa para el sexo con otra mujer.
– Gracias cariño, pero vas a ruborizar a Patricia con tus guarradas. – Dijo Karla intercediendo.
– Yo no me ruborizó, Karla, solo que me sorprende porque nunca lo he hecho con otra mujer. – Mintió Patricia. – No estoy segura de que me pudiera gustar.
– Y tú, Cristina. ¿Lo has hecho con otra mujer? – Preguntó Roberto. Los cuatro estaban sentados en el amplio sillón en el medio de la habitación. Roberto en la orilla, Cristina, Patricia y finalmente Karla, recargada en la codera con su trasero ligeramente encima de la pierna de Patricia.
– No, nunca. No creo que me pudiera atrever. – Dijo adoptando la ingenuidad de una jovencita de 18 años como si fuera la presa de unos cazadores experimentados.
– Nadie sabe a lo que se puede atrever hasta que lo hace, querida. – Presionó Roberto acariciando su pierna. – Todos hemos tenido una primera vez, lo creas o no. Hasta la zorra de mi mujer. – Dijo Roberto terminando con una carcajada que resonó en la habitación.
– Deja Roberto. Vas a incomodar a nuestros invitados. – Intercedió Karla.
– Te propongo un trato, Cristina. Tú decides hasta dónde quieres llegar si lo aceptas. – Invitó Roberto.
– ¿De qué se trata? – preguntó Cristina con recelo pero excitada a la vez.
– Te propongo que te vendemos los ojos y a ver si logras adivinar quien es la persona que te está tocando. – Dijo Roberto. Patricia dio un respingo justo cuando le daba un nuevo trago a su bebida pero Karla sólo sonrío en anticipación pues conocía los detalles de los jueguitos de su marido.
– No sé, de verdad, no piensen que soy una monja pero…
– Tú decides hasta dónde Cristina. – presionó Roberto secundado por Karla.
– No te vamos a dejar a manos de este viejo libidinoso, no te preocupes.
Cristina volteó a ver a Patricia buscando aprobación y se encontró con una mirada llena de deseo de su madre, en parte por el alcohol ingerido y en parte por la perspectiva de ver a su hija manoseada por una pareja que hasta hacía unas horas eran unos perfectos desconocidos para ellas.
– Como tú veas, Cristina. Recuerda que lo que pasa aquí, aquí se queda. – Dijo esperando que la chica captara el velado mensaje de su discreción.
Está bien. – aceptó Cristina finalmente. – ¿Qué tengo que hacer?
– Solo quedarte quieta mientras Karla te pone esa pañoleta en tu cara. – Contestó Roberto mientras Karla hurgaba en su maleta de donde sacó una pañoleta de color guinda, la cual puso en Cristina en cuanto ella se levantó del sillón. Patricia la contempló de pies a cabeza, pasando por sus esbeltas piernas y sus pechos que se agitaban en anticipación a lo que vendría después.
– Cierra tus ojos y siente, Cristina. Trata de imaginar de quien es la mano que te va a tocar ahora. – Dijo Roberto dándole sitio a Karla para que se acercara a la chica. Esta, se puso a su espalda y acarició sus senos con ambas manos rozándolos por encima de la blusa.
– Hmm, creo que es Karla. – Dijo Cristina sin poder evitar que se escapara un suave quejido al decirlo.
– Muy bien. – Cristina. Lo has adivinado. Ahora siente estas manos para ver si las identificas.
En esta ocasión fue el propio Roberto quien, arrodillándose frente a la chica, dejó su mano vagar por su pantorrilla, pasando por la rodilla temblorosa y en su pierna un poco más arriba de la falda aun sin llegar a su entrepierna.
– Hummm, esa mano tuvo que ser tuya, Roberto. – Dijo ahora Cristina temblorosa ante el embate de aquella mano indiscreta.
Roberto, en silencio, le hizo señas a Patricia de que se acercara a la joven. Con un nudo en la garganta y el corazón galopando en su pecho, la mujer se acercó a donde se hallaba su hija vendada y a merced de los tres. Con mano temblorosa por el miedo y la excitación, le rodeó la cintura con una leve caricia. Roberto le hizo la seña de que no era suficiente, que debía acariciarla de una manera más atrevida. Envalentonada por las circunstancias que le rodeaban, Patricia se acercó al rostro de Cristina y, sin pensarlo, acercó sus labios a los de su hija quien, al sentir el contacto de su boca, los abrió para recibir ese beso incestuoso aún sin saber de qué boca provenía.
La lengua de Cristina se apoderó de la boca de Patricia en un morreo delicioso. Sentir la humedad de la boca de su propia hija dentro de la suya, le hizo sentir un mareo intenso y un intento de orgasmo en su entrepierna. A duras penas se separó de aquellos labios, cuando Roberto preguntó a Cristina que si quien le había besado. Apenas repuesta de la intensidad del beso, Cristina jadeó:
– Creo que fue Karla, ¿no?
– Conformémonos con saber que besaste unos labios de mujer. ¿Como te sentiste?
– Muy bien… creo. – Dijo Cristina con un poco de dudas ante lo que acababa de suceder. Lo cierto de todo aquello es que estaba muy caliente y no quería que aquel momento se acabara. Como si Roberto le hubiera leído la mente le preguntó.
– ¿Te animas a una segunda vuelta?
– Si. – Contestó con un hilo de voz la joven.
Sin esperar más, Roberto se volvió a arrodillar frente a Cristina y esta vez levantó su falda para exponer su coñito detrás de una pequeña tanga transparente de color negra. De manera instintiva, la joven abrió las piernas para facilitar el acceso de aquel intruso en su intimidad. Roberto hundió su boca en la entrepierna de la chica lamiendo esa prenda que como sospechaba, estaba ya empapada. El olor de la prenda era embriagador y el hombre la sujetó de ambas nalgas para atraer hacia si a la joven rozando su entrepierna con su barbilla mientras sacaba su lengua para recoger los abundantes jugos que mojaban la tela.
– Ayy qué delicia. – Exclamó Cristina. – Quien quiera que sea, sigue por favor.
Karla se acercó a la chica por detrás de ella mientras su marido seguía chupando su coño vorazmente y le despojó de su blusa con delicadeza. Seguidamente, le abrió los broches del sostén y en un momento le quitó la prenda también dejando sus senos expuestos de los que sobresalían dos delicados botones perfectamente erectos como soldados en estado de guerra. Con la mirada, Karla invitó a Patricia a que los acariciara y esta, todavía embriagada de la cachondez que le provocaba la situación, metió una teta de Cristina en su boca, chupándola con desesperación y sintiendo el contacto del pezón siendo acariciado por sus dientes. Mientras esto sucedía, Roberto iba bajando la tanga enrollándola entre sus piernas y dejando expuesto aquel delicioso coñito juvenil, adornado con una coqueta mata de vellos suaves igualmente mojados. Finalmente metió su lengua profundamente en ese coñito que había estado anhelando durante toda la velada y sintió cómo Cristina se estremecía, incapaz de aguantar esas acometidas. Karla la sujetó de nuevo por la cintura y se apoderó de la teta que había quedado libre, dando unos chupetones igual de ardientes que los que le estaba dando Patricia. Finalmente, la adolescente estalló en un ruidoso y prolongado orgasmo, golpeando con su pelvis en el rostro de Roberto que recibía ese golpeteo estoicamente mientras sentía el cuerpo de Cristina soltarse a merced de las dos mujeres y de él mismo. Roberto se paró frente a ella, una vez que se hubo calmado y le dio un largo beso con el sabor del sexo de ella misma. Karla y Patricia se separaron para permitirle continuar con esas caricias y el hombre le quitó con delicadeza la venda. Cristina seguía con los ojos cerrados, aun disfrutando de aquel momento que acababa de suceder. Con la misma delicadeza, le quitó su minifalda dejándola completamente desnuda frente a él.
Roberto la levantó en vilo con sus dos manos firmemente sujetando su trasero y sus piernas apretadas alrededor de él; mientras le daba un nuevo beso profundo a duras penas fue moviéndose con el cuerpo de Cristina aun a horcajadas encima de él hacia la cama. Mientras esto sucedía, Karla por su parte, estaba besando a Patricia y ambas se iban despojando mutuamente de su ropa, Patricia pudo constatar que Roberto no mentía cuando dijo que Karla era experta en hacerle el amor a otra mujer. un beso largo y húmedo que dejó el pecho de ambas mujeres lleno de saliva y el toque de los dedos de Karla en los duros pezones de Patricia hasta casi hacerle aullar de dolor mientras besaba su cuello la tenía al borde de un orgasmo que se había estado gestando desde las tempranas horas de la noche.
Cuando Patricia sintió los dedos de Karla hurgando en su vagina, ya no se pudo contener más y explotó colapsándose de placer jadeando como un perro sediento en el sillón donde ambas habían quedado tendidas. Patricia metió su mano bajo la falda de Karla y al sentir lo húmeda que ella también se encontraba, hizo a un lado su braga y le hundió el dedo corazón metiéndolo y sacándolo repetidamente mientras su boca retornaba a la boca de Karla para disfrutar de un nuevo beso salvaje e intenso.
Roberto se dirigió a la cama King Size todavía cargando a Cristina y la depositó suavemente en el colchón. Con estudiada lentitud le fue colocando encima del mullido colchón hasta que dejó a la joven completamente a su merced. Abrió sus piernas y se lanzó a probar esa almeja palpitante que goteaba ya, producto de su excitación. La lengua del hombre entró muy dentro de la vagina de Cristina y esta se estremeció de placer ante la serie de emociones que le produjo esa lengua intrusa y lo sensible que se encontraba después de la intensa corrida que había tenido minutos antes.
Karla se levantó del sillón quitándose la ropa por completo también. Cuando quedó desnuda al igual que Patricia, continuaron besándose apasionadamente, deteniéndose por momentos para caminar rumbo a la cama al igual que Cristina y Roberto. Los senos de Karla se sentían duros y firmes como los de la misma Patricia, aunque un poco más pequeños. Sus pezones erguidos y duros eran presa de la lengua de Patricia que no cesaba de besarlos, tratando de recompensar el intenso placer que la antigua escort le había proporcionado hacía unos momentos.
por su parte, Cristina se giró haciendo que Roberto se acostara en la cama, y con mucha intención, aunque poca pericia, le bajó el pantalón descubriendo un pene grueso y erecto en pie de guerra que la chica devoró sin pensarlo. Sentir la dureza de ese miembro y su propia saliva correr por su tronco le hizo ponerse más cachonda aún y empezó a acariciar su clítoris mientras le daba placer oral al hombre. El miembro de Roberto era grueso y a duras penas cabía en su boca así que decidió sacarlo y acariciar toda su extensión con su lengua dejando que su caliente saliva cubriera por completo ese pene que besaba como si no hubiera un mañana. De pronto sintió unos dedos acariciar su coñito y una lengua caliente rozando sus nalgas, supo que era Karla al ver a su madre frente a ella, totalmente desnuda y acariciándose al contemplar esa escena tan sensual. Cristina dejó de dar placer al hombre y volteó para encontrarse con el rostro sonriente de Karla. Sin mediar palabra, se fundieron en un beso apasionado apretando sus tetas entre sí. La experta mujer mesaba sus cabellos atrayéndola hacia ella con fuerza y haciendo mas intenso aun el contacto de sus bocas. Patricia, al ver a Roberto recostado en la cama con el mástil completamente erguido, lo metió en su boca con tal habilidad que logró meterlo por completo hasta sentir el golpeteo de sus huevos en su barbilla. A lo lejos escuchó al hombre bufar de placer y deseó que no se fuera a venir en ese momento para no sentirse asfixiada. El hombre aguantó estoicamente y se salió de la boca de Patricia quien volteó a ver a Cristina y a Karla enfrascadas en un furioso morreo. Como si la hubiera invocado, Karla volteó a verla y s separó de Cristina para ir a su encuentro. Como una gatita, se subió a la cama y abrió las piernas de la mujer para devorar de nueva cuenta su húmedo coñito. Cristina por su parte, aprovechando el estado de indefensión de Roberto, se subió encima de él, guio su grueso aparato entre sus piernas y dando un largo suspiro de satisfacción sintió como la iba penetrando lentamente. La sensación de esa gruesa polla apretando firmemente las paredes estrechas de su vagina, le hicieron que las sensaciones de ese polvo se extendieran por todo su cuerpo. De pronto, ya no importó la madrugada, ni Karla, ni el que su madre estuviera ahí junto a ella, comiéndose el coño de la mujer de Roberto. Los gritos que salían de su garganta, guturales y roncos, parecían provenir de alguien más. No de sus pequeños y juveniles labios. "Méteme la polla así cabrón hijo de puta" no eran expresiones comunes en su vocabulario, pero en esos momentos era lo único que lograba salir de su boca. Sintió vagamente unas manos apretando sus senos y, como si algo estallara en su interior, se quedó un momento en un estado de semi consciencia que jamás había sentido…
Patricia por su parte, excitada a mas no poder, cachonda como hacía mucho no se sentía, escuchó los gemidos descontrolados de su hija y sintió oleadas de placer del mismo calibre recorrer todo su cuerpo. Se encontraba en la cama con la cabeza de Karla firmemente entre sus piernas y a un lado de Roberto quien completamente entregado, se dejaba llevar por la jovencita poseída que le hacia el amor salvajemente, montada encima de él y retorciéndose incontrolablemente,
Entre sueños, Patricia escuchó el ronco rugido de Roberto al venirse abundantemente mente dentro de Cristina que seguía temblando de placer ante sus orgasmos incontrolables y sintió su propia humedad llenar la boca de Karla, que con desesperación le chupaba el coño y le acariciaba su clítoris con maestría.
Patricia, exhausta, abrió los ojos y se topó a un par de centímetros con la mirada vidriosa de Cristina. Era una mirada inundada por la lujuria más primitiva que se pudiera imaginar. Se quedaron calladas, solo contemplándose y sin darse cabal cuenta de lo que hacían se besaron entre ellas dando gruñidos casi como de animales en celo. A su lado, Roberto y Karla les contemplaban fascinados de ver aquella lascivia entre las dos amigas y les abrieron un poco de espacio en la cama. Las dos mujeres, completamente entregadas al placer, se giraron entre si, hasta quedar en un perfecto 69. Patricia sintió el acre sabor del semen de Roberto escurriendo por la abertura de Cristina y se lanzó a lamer con desesperación esa cuevita inundada a la vez que Cristina hacía lo propio con su propia vagina. Por unos minutos solo se escuchó el jadeo de sus respiraciones agitadas y el chapoteo de sus lenguas al lamer sus jugos que fluían copiosamente.
Roberto, ya repuesto de su primera corrida descomunal, follaba de perrito a su esposa sin perder detalle de la escena lésbica que en el centro de la cama.
"méteme el dedo perra! así, hija de puta, mas, más, cabrona" gritaba Cristina a su propia madre, ya totalmente entregada a ese nuevo episodio de placer, agotada y sudorosa, sintió la sensación de un orgasmo a chorros de Patricia y con las últimas fuerzas que le quedaban, se corrió de nueva cuenta casi al mismo tiempo quedando ambas temblando en la cama mientras Roberto y Karla se corrían de igual manera ante esa vorágine de emociones. Con la respiración agitada y sintiendo las pulsaciones de sus coñitos, agradecidos por tanto placer, Cristina y Patricia se quedaron un momento con los ojos cerrados, solo tratando de revivir aquel momento tan intenso que acababan de protagonizar.
Cuando finalmente llegaron a su casa, ya las primeras luces del día se asomaban por el horizonte y madre e hija, con el maquillaje corrido y su ropa arrugada como dos prostitutas trasnochadas, entraron en silencio a la casa, ya con los rastros de la borrachera convertidos en resaca y se tendieron en la cama matrimonial completamente exhaustas. Se miraron fijamente tratando de leer los pensamientos de la otra. Incapaces de atreverse a reconocer que aquello había ocurrido en realidad.
Al final, Cristina aproximó su rostro al de su madre y le susurró "te quiero, mamá, gracias por tan lindo regalo." Patricia, solo atinó a abrir la boca antes de sentir la suavidad de los labios de Cristina. Era todo lo que necesitaban decirse. En silencio, ambas se levantaron y se quitaron su ropa de calle. Patricia hizo el intento de alcanzar su bata, pero al sintió la mano de su hija en su hombro y volteó a verla para encontrarla desnuda y con una sonrisa sugerente. Ambas se acostaron en la cama redescubriéndose en su desnudez y se quedaron viendo fijamente, como tratando de capturar ese momento y perpetuarlo. Los ojos de Patricia se cerraron de cansancio cuando volvió a sentir el roce de los labios de su hija y le abrazó sintiendo la suavidad de aquel joven cuerpo, y supo que una nueva faceta se había abierto entre ambas. Sonriendo, apretó su abrazo y se quedaron profundamente dormidas.
Dark Knight