Patricia cruzó nerviosamente sus piernas, sabiendo que Dark Master la observaba a través del par de cámaras que le había hecho llegar con las instrucciones de cómo conectarlas a su laptop y cuales eran los mejores sitios estratégicos para que pudieran pasar desapercibidas.
Frente a ella, con su exuberante cabellera rubia y un aire juvenil y refrescante en su mirada, se encontraba Pamela, la mejor amiga de su hija Cristina. Atendiendo el reto que le había puesto su amo (le causaba una mezcla de excitación y reparo, el llamarle así al hijo de puta que la estaba chantajeando, aunque a estas alturas dudaba mucho que aquel excitante juego fuera todavía impuesto sobre ella) Patricia había logrado atraer a solas a la chica para poner en marcha su plan o bosquejo de plan al menos.
Desde su oficina, Ricardo, alias Dark Master, le contemplaba con curiosidad, sin saber a ciencia cierta si su esposa se animaría a llevar a cabo el reto que se le había pedido. Patricia seguía sin saber que aquel era todo un plan orquestado por Ricardo para castigarla por sus infidelidades y que él había logrado descubrir cuando contrató a un Investigador Privado que se trasladó a Nueva York, donde ella pasaba la mayor parte del tiempo, poniéndole el cuerno de lo lindo a su complaciente esposo.
Patricia había invitado a Pamela a su casa, aprovechando la ausencia de su hija, que estaría toda la tarde ocupada realizando un trabajo escolar con algunas de sus compañeras. Pamela, siendo la chica inteligente del salón, no había tenido qué hacer dicho trabajo y esa circunstancia le había caído como anillo al dedo a nuestra cachonda amiga Patricia.
Eran demasiados años de verla crecer desde una inquieta y risueña chiquilla hasta la floreciente jovencita en que se estaba convirtiendo. Ambos sabían, aunque desde distintas trincheras, que estaban jugando con fuego ya que ellos, como matrimonio eran también muy amigos de los padres de Pam.
– Entonces Pamela. ¿Qué te parece mi propuesta? – Le dijo Patricia una vez que le hubiera explicado el plan.
– La verdad, Patricia, está un poco complicado. – Dijo Pamela, rascando su cabeza en señal de duda. No es que no quiera ayudarte, pero…
– Si hay alguien que conoce a mi hija, esa eres tú. No puedo pensar en nadie mas que le pueda organizar una fiesta sorpresa de cumpleaños. – Dijo Patricia, sonriéndole.
– La parte de la sorpresa es la que me preocupa. Cristina es muy observadora y sabe cuándo le estoy ocultando algo. Te puedo ayudar a escoger la música, a quienes invitar, la bebida y todo lo que se necesite, pero tratar de sorprenderla, no soy tan astuta…
– Creo que con eso me vas a ayudar bastante, Pam. – Le dijo Patricia. Miró el reflejo de los ojos claros de la jovencita y se preguntó en qué demonios estaría pensando ahora. Cuales eran sus mas secretos deseos, donde tenía escondido el interruptor que la podría convertir en una perra dispuesta para sus antojos. Súbitamente la idea no le desagradó; mas bien, le hizo sentirse mas caliente aún y volteó disimuladamente a donde sabía que Dark Master les contemplaba.
Pamela tenía un cuerpo bonito, con unas tetas ligeramente mas grandes que las de Cristina, unas piernas bien torneadas y un vientre plano que se ocultaba bajo la holgada blusa que vestía esa tarde. Sus jeans se ajustaban de forma perfecta a la forma de sus piernas y, de no ser por las manos que cruzaba distraídamente sobre su regazo, le hubieran permitido ver la delicada forma de su entrepierna. Patricia suspiró y cruzó de nueva cuenta su pierna sabiendo que la corta falda que usaba tendía a subirse un poco mas de la cuenta.
De pronto notó la mirada de la chica fija en algo que quedaba a sus espaldas. No necesitaba voltear para saber qué era lo que Pamela veía. Ella lo había puesto ahí de manera deliberada para que la chica lo pudiera encontrar. Si se fijaba bien, tal vez podría todavía ver los rastros de humedad que había dejado en ese consolador cuando se masturbaba mientras esperaba la llegada de la joven.
Patricia volteó siguiendo la mirada de Pamela y pretendió descubrir la presencia del consolador en la sala, fingiendo un gesto de pena que le salió muy auténtico.
– Ay, Pamela. Perdón. Se me olvidó que estaba eso en la sala. Qué pena, Dios mío…
– No te preocupes, Patricia. Yo entiendo…
– Es que te soy sincera, quince días fuera de casa son demasiados para una mujer como yo y pues tengo que buscar la manera de…
– No tienes que darme explicaciones, Patricia. Te dije que de verdad entiendo.
– Gracias Pamela. De verdad que eres una chica muy madura para tu edad.
– Ni tanto. – Sonrió. – De pronto nos sale lo alocadas a Cristina y a mí.
– ¿Tú no tienes uno de esos? – Dijo Patricia a bocajarro. La cara que puso Pamela al escucharla le indicó que había cometido un error estratégico.
– No, claro que no. Yo no tengo esas aficiones aún, señora.
– Perdón, Pamela. Creo que me estoy entrometiendo donde no debo. Es solo que me dio curiosidad.
– La verdad es que ya me tengo que ir. Necesito ir al centro comercial a comprar el regalo para Cristina y no quiero…
– Quédate un poco más para terminar los preparativos de la fiesta. Por favor.
– Está bien, Patricia (y la miró con esa mirada que decía “solo mantén tus guarradas para ti misma y déjame ser Pamela la que no rompe un plato”)
– De acuerdo. Vamos a ponernos a trabajar.
Se pusieron a hacer las playlists de Spotify, posibilidades para el menú de la comida, las decoraciones que necesitarían y la mayor parte de los elementos sobre los que podían decidir en ese momento sobre la fiesta. Casi para terminar, Patricia sacó de su bolsa una prenda negra que mostró a Pamela. Era una blusa casi transparente que tenía las letras “Happy 18, Girl” impresas en colores del arcoíris.
– ¿Crees que le gustará? – Le dijo Patricia extendiéndola frente a sus ojos. Pamela la vio y sonrió imaginando a su amiga en ella. No era la mejor prenda pero sería divertido obligarla a que la usara al menos por un momento durante la fiesta.
– Buena idea. Me gusta. – Dijo la chica.
– Yo no estoy muy convencida. No sé cómo se le verá. – Me harías el favor de probártela para darme una idea?
– No, Patricia. No creo que sea apropiado.
– ¿Porqué? – Le apremió la apetitosa señora.
– Es que no es mi estilo…
– No quiero que la uses, ni que se vistan como hermanitas gemelas, Pam. Solo quiero darme una idea…
– Bueno, está bien. Todo sea por Cristina. Voy al baño a cambiarme.
– Te puedes cambiar aquí. Solo estamos nosotras dos. No creo que te de pena conmigo, ¿o sí?
– Supongo que no. – Dijo Pam quitándose la blusa.
Patricia pudo admirar de reojo, su piel perfecta bajo su abdomen, y los bellos senos que se apretujaban en ese sostén rosita que los sujetaba. No quiso mirarla de frente para no incomodarla pero la vista le dio lo suficiente para sentir un ramalazo de placer en su entrepierna ya mojada. Lo irónico es que nunca había pensado en la posibilidad de tener sexo con otra mujer y ahora se hallaba en aquella situación extraña nada menos que con una chica con la que jamás se llegó a imaginar en el mismo contexto sexual.
Finalmente Pamela se terminó de poner la breve prenda y se mostró ante Patricia buscando su aprobación.
– No lo sé, siento como que algo no le va bien. Creo que el sostén le hace deslucir mucho.
– Pero no creo que quieras que tu hija ande enseñando todo en la fiesta.
– ¿Quieres decir, enseñando las tetas?
– Si, eso. – Dijo la chica ruborizándose un poco. Verla así, con esa vestimenta y el rubor juvenil hizo que el líbido de Patricia se elevara unos cuantos grados más.
– ¿Si, no te molesta si te lo quitas para ver cómo se te mira? – Preguntó Patricia. Pamela hizo un mohín de disgusto y negó con la cabeza.
– Lo siento. No me siento cómoda con las tetas al aire. – Se notaba determinación en su comentario y Patricia decidió no seguir presionando y cambiar la táctica.
El pendejo de Dark Master se la estaba haciendo verdaderamente difícil, aunque debía admitir, que el proceso la tenía muy, pero muy cachonda. Recordó que había decidido no ponerse ropa interior por lo que llegara a ocurrir, y distraídamente abrió las piernas en su asiento, sabedora de que le estaba dando un pequeño espectáculo a la tímida joven.
Pamela se quitó la prenda y se la devolvió a Patricia, quien se quitó su blusa y su sostén, quedando únicamente con su falda. Se levantó ante la atenta mirada de la chica y se la puso a su vez. Estaba consciente de que sus pezones estaban duros y se mostraban a través de la delgada tela, pero no le importó. Tenía que echar toda la carne al asador si no quería que se le fuera viva su presa y sin siquiera haberlo intentado.
– Y bien. ¿Qué te parece, Pamelita? – Dijo Patricia abriendo sus brazos y mostrándose ante su acompañante. Le pareció percibir que Pamela se ponía un poco nerviosa y sonrió, sabedora de que todo aquel circo no le estaba resultando indiferente a la inocente chica. Pero aún no era suficiente, ni por asomo.
– Pues, se ve… un poquito atrevido. Si invitamos muchachos se les van a ir los ojos y algo más.
– Jajaja, si, tienes razón. Pero pues Cristina ya está en esa edad en que los chicos no le resultan indiferentes, ¿si sabías?
– Algo me ha comentado. – Contestó Pamela con evasivas. No quería ser interrogada por la mamá de su amiga.
– Pierde cuidado. Cristina y yo estamos mas unidas últimamente. Ya se ha animado a compartirme algunas de las cosas que le ocurren y lo que le gusta, lo que no le gusta. – Patricia se sentó de nueva cuenta y dejó sus piernas abiertas deliberadamente de nuevo. Sintió la mirada de Pamela en su entrepierna y deseó que hubiera logrado apreciar la humedad que todo aquello le estaba produciendo.
– ¿De verdad? – Dijo Pamela abriendo sus enormes ojos bellos con sorpresa genuina. Sabía de los constantes pleitos entre ambas, pero no quiso ahondar mas al respecto.
– Si, de hecho, me confesó que ya había empezado a tener relaciones sexuales con chicos. – Esa parte de la conversación si le sorprendió de golpe. Ella sabía también de los novios de Cristina y qué tan lejos había llegado con cada uno de ellos. Su sorpresa era mas bien por el hecho de que Patricia también lo supiera.
– Guau, guau. ¿Qué tal con mi amiga? – Dijo Pam solo para rellenar esa parte de la conversación.
– También me confesó algo que me sorprendió bastante. – Dijo Patricia, bajando la voz en tono confidencial. – algo que le gustaría hacer pero que aún no se ha atrevido a hacer.
Patricia sabía que Cristina y Pamela tenían un espíritu bastante competitivo. Especialmente en lo que ellas mismas. De niñas, habían hecho apuestas para ver a quien le empezaban a salir los senos primero, quien daba su primer beso, entre otras cosas de adolescentes. Contaba con que se mismo espíritu competitivo le hiciera asomarse un poquito a la trampa que tenía pensado tenderle, aunque a decir verdad, no albergaba muchas esperanzas.
– ¿Qué te confesó? – Dijo Pamela. Se escuchaba un dejo de ansiedad en su voz y decidió soltar un poco mas el anzuelo.
– Es que no sé si deba traicionar su confianza. Sé que tú eres su mejor amiga y se cuentan todo pero esto es diferente. Es más… difícil de confesar.
– Anda, dime… – suplicó. El pez daba vueltas alrededor del anzuelo.
– Pero tendrías que prometerme que jamás le dirás nada acerca de lo que te comente.
– Lo prometo. – Dijo Pamela apurada. Le comía la curiosidad.
Patricia se despojó de la blusa para el regalo de Cristina y con un gesto teatral, hizo el ademán de ponerse su propia blusa, sin molestarse de poner su sostén de nuevo. Antes de que se lo pudiera poner , pretendió recordar algo y se acercó a Pamela con las tetas al aire para hablarle en un tono mas confidencial,
– De verdad lo tienes que prometer. Sé que te van a dar ganas de decírselo, pero no quiero que esta indiscreción nos vaya a separar…
– De verdad te prometo que no diré nada, Patricia. – Dijo Pamela. Se notaba agitada, tanto por la perspectiva del secreto de su amiga, como tal vez, la cercanía de esas preciosas tetas al aire, que Patricia enarbolaba como un arma de destrucción masiva.
– A Cristina le gustaría probar algunas experiencias de la dominación. – Dijo susurrando en su oído. No era necesario porque sólo estaban ellas dos en la casa, pero le pareció una buena manera de sentirla mas cercana y elevar la temperatura entre ambas. Patricia no tenía la menor idea de si aquel tema le llamaba la atención a Cristina o no, pero contaba con que Pamela no le fuera a decir nada como le había prometido.
– ¿Qué? ¿Quieres decir eso de que la azoten y le pongan cosas en la boca para que no hable? No gracias. – Dijo Pamela haciendo un mohín de disgusto.
– No necesariamente. Dominación es mas bien ceder el control de tus emociones y de tus actos a otra persona. Es entrar en un juego donde las reglas las ponen ambos, y cuando se juega correctamente puede llegar a ser muy excitante. Sólo si tú quieres ser azotada o humillada y es lo que te pone, entonces le permites a esa persona que lo haga. Como te dije, tú le cedes voluntariamente el control.
– De cualquier manera, no creo que eso sea algo que me pudiera llegar a entusiasmar demasiado…
– Nunca lo sabrás si tú no lo intentas. – Dijo Patricia, aun cerca de ella. Sentía el nerviosismo de la chica y sabía que no se le iba a presentar otra oportunidad como aquella.
Pamela tragó saliva, y preguntó con un hilo de voz
– ¿Tú has practicado la dominación? – Patricia iba a contestar que sí pero vio de nuevo abierta una oportunidad y se contuvo, fingiendo un poco de pena.
– No es de mí de quien estamos hablando, Pam.
– Ya sé, pero tú me has preguntado cosas y tú no me has dicho nada de ti…
– Eres muy astuta, chica. – Dijo Patricia, adoptando una pose de gacela herida. Pamela siguió presionándola.
– ¿Te puedo confesar algo sin que me juzgues?
– Te lo prometo. – Ambas seguían muy juntas todavía y susurraban apenas.
– Recientemente tuve un par de experiencias de dominación; y antes de que te preguntes, no me dieron latigazos ni me pusieron con el culo al aire en una cadena.
– ¿No? ¿Cómo te dominaron entonces? O mas bien, ¿te dejaste dominar?
– Dejando mi voluntad en manos de esa persona. Dejando que esa persona tomara el control, yo obedecí…
– Pero ¿qué tal si lo que te pide no te gusta?
– Por eso existen las reglas. Tú decides al inicio hasta donde estás dispuesta a llegar…
– ¿Lo disfrutaste? – Pamela se notaba genuinamente interesada. Se revolvió nerviosa en su asiento.
– Muchísimo. No tienes idea. El cerebro es el órgano mas poderoso de todos.
– Me cuesta trabajo creer eso que me dices. – Dijo Pamela, tratando de regresar a la realidad.
– Te propongo un pequeño juego.
– No, Patricia. Eso de que me toque otra mujer me pone de verdad muy incómoda.
– No te voy a tocar en absoluto. Eso es la mitad de la diversión en el juego. – Contestó Patricia con las manos en el aire como evidencia de que no pensaba tocarla.
– ¿Y la otra mitad? – Es que tú tampoco te podrás tocar hasta que yo te lo diga. No tienes permitido tocarte en absoluto. – ¿Quieres jugar?
– Parece algo inofensivo. – Dijo Pamela a manera de consentimiento. Todo aquello le resultaba extraño, pero le había picado grandemente la curiosidad. – ¿Dónde me pongo?
– Ahí donde estás. No te preocupes. Recuerda. Yo no puedo tocarte, pero tampoco tú lo puedes hacer.
– ¿No puedo tocarte a ti?
– Ni a mí ni a ti tampoco. Aceptas las reglas.
– Si.
– Si, ama.
– ¿Eh?
– Que debes contestar “si ama” a partir de este momento. Dejamos de ser Patricia y Pamela y tú eres mi súbdita y yo tu ama. ¿Estamos?
– Si… este… si ama.
– Quiero que cierres tus ojos recuerdes la sensación de la suavidad de tu piel. Cómo se deslizan tus manos cuando te estás bañando. Cómo recorren tus manos cada pedazo de tu piel para aplicar crema sobre tu cuerpo. Lo puedes imaginar.
– Si…
– ¿Si qué?
– Perdón, si ama.
– ¿Te gusta la sensación que te provoca el roce de tus manos en tu cuerpo? La yema de tus dedos pasando por tus pezones, recuerdas cómo se endurecen ante tu toque como si tuvieran vida propia.
– Hmmm, si lo recuer…
– Ey, recuerda. No te puedes tocar. Eres mi perrita y me debes obediencia.
– Si, perdón… ama.
– Ahora imagina cómo se sentiría mi lengua rozando esos mismos pezones. – Dijo Patricia acercando su boca al oído de Pamela lo suficiente para que llegara su cálida respiración sin llegar a tocarla. Pamela seguía con los ojos cerrados, poco a poco sumergiéndose en aquella fantasía. Estaba caminando una línea muy delgada donde todo aquello se podía echar a perder en cualquier momento.
– Imagina mis manos presionando tus senos mientras te beso esos pezones rígidos. Siente cómo se agita tu respiración, como vas sintiendo que las emociones se agolpan en tu entrepierna.
– Ufff… sigue… ama.
– Humedécete para mí, perrita. Siente cómo tu cuerpo se quiere retorcer para dejar salir esas emociones. ¿Quieres tocarte ahora?
– Ss… sii, si quiero.
– ¿Si, qué?
– Si, ama. Si quiero tocarme.
– No puedes hacerlo todavía. Imagina qué delicioso sería dejar que tus dedos se movieran por debajo de tu pantalón. El suave roce de la yema de tus dedos. Tus piernas se van abriendo de manera involuntaria. Deseas sentir mi lengua rozando tu pubis.
– Ahh…
– La punta de mi lengua en tu clítoris, siente su aspereza, su calidez, su humedad. Siéntela moverse en tu interior como una serpiente inquieta.
– Tócame, por favor…
– No, no nos lo hemos permitido. Y se dice, ama, perrita. ¿Cuántas veces te lo tengo que recordar?
– Perdón ama…
– Eres una puta de mierda que no sabe seguir las indicaciones, perrita. ¿Por qué debería de recompensarte con mi lengua en tu coño?
– Perdón, ama. De verdad, tócame…
– ¿Qué tantos deseos tienes de tocarte, putita?
– Muchos, tengo muchos deseos de tocarme… ama.
– Te permito que te quites la blusa solamente. No puedes quitarte nada más. ¿Entendido?
– Si, mi ama. – Pamela se despojó de su blusa de nuevo quedando con su pantalón y aquel hermoso sostén rosa. Se apreciaba que sus pezones pugnaban por asomarse por arriba de esa prenda y su respiración se agitaba en el asiento.
– Tócate la piel de tu vientre, perrita caliente…
– ¿Así ama? – Pamela deslizó su mano por su abdomen, hasta llegar al borde del pantalón sin atreverse a ir mas allá donde su cuerpo le pedía satisfacción.
Asi, perrita. Eso, que se te erice la piel. Lo estás haciendo muy bien. Casi te has ganado el derecho de quitarte el sostén…
– Mmhh deja que me lo quite, por favor ama. – Su voz ya era un ruego en toda la forma. La sentía como se agitaba en el asiento, sin poder controlar los movimientos de su pelvis.
– Quiero que te pellizques por debajo de las tetas. Quiero que sientas un dolor suave y placentero recorrer tu cuerpo…
– Ahhg,.. Agggm, qué rico…
– Ahora la otra, ¿te gusta la sensación?
– Si, ama. Me gusta, mucho – Pamela se pellizcaba sus senos dejando unas marcas cárdenas detrás de sus dedos.
– Quítate el sostén. Te lo has ganado. Dame las gracias.
– Sí ama. Muchas gracias. – Pamela se quitó el sostén con nerviosismo. Sus dedos trastabillaron al tratar de soltar las pequeñas hebillas de la prenda, pero al fin logró su cometido.
– ¿Quieres acariciar tus tetas? – Le preguntó Patricia con voz demandante. Había adoptado por completo su papel y le hablaba muy cerca del oído con esa voz baja pero que con un dejo de autoridad.
– Si, ama. Quiero que me acaricies las tetas, quiero ser tu perrita. Haz que me venga, por favor…
– Necesitas ganarte el derecho de acariciarte tus tetas, perrita. ¿Qué estás dispuesta a hacer?
La voz que brotó de la garganta de Pamela, era gutural, distinta, casi un rugido animal cargado de deseo.
– Lo que tú quieras ama.
– Lo que yo quiera… ¿estás segura, perrita?
– Ssi, si lo que quieras.
Patricia le dio de pronto una sonora bofetada. Los ojos de Pamela se llenaron de lágrimas inmediatamente, pero se quedó callada.
– A ver si así aprendes a llamarme ama, perrita desobediente. Ahora te puedes tocar las tetas, duro pero solo un momento hasta que yo te diga que pares.
Como un sediento llegando a un oasis, Pamela sujetó sus senos con ambas manos y se las estrujó con ansía, gimiendo incontrolable mientras lo hacía. Cuando el contacto no fue suficiente, presionó sus pezones con la yema de sus dedos y sus gemidos crecieron en intensidad. Su cuerpo se empezó a convulsionar sin control cuando Patricia dio la orden de parar.
Pamela siguió acariciándose sin hacer caso, absorta en sus propias sensaciones.
Patricia dio un grito que retumbó por toda la casa.
– ¡QUE PARES TE HE DICHO, PUTA MALNACIDA!
A regañadientes, Pamela paró cuando estaba a punto de colapsarse en la silla con una vorágine de sensaciones recorriendo todo su cuerpo y mojando de manera copiosa su vagina.
Pamela empezó a sollozar quedamente sin atreverse a levantar la mirada para ver a Patricia. Finalmente musitó con una voz apenas audible.
– Perdón ama. Perdóname por favor.
Patricia de pronto la vio como la niña adolescente desvalida que prácticamente se había convertido en otro miembro de la familia y le abrazó. El torso desnudo de ambas les transmitía la tibieza de la piel de la otra y Pamela se recargó en el pecho de Patricia sin poder aplacar sus sollozos. Patricia le acarició el pelo y finalmente le dio un ligero beso en los labios.
– Creo que con eso es suficiente para mostrarte el poder de la mente y lo excitante de ceder el control. ¿Qué te pareció? – Le dijo Patricia sin dejar de acariciarle su rubio cabello.
Pamela la miró con la mirada enturbiada, sus mejillas mojadas y tocó los pechos firmes y excitados de Patricia.
– No me dejes así, por favor, Patricia. Ayúdame. – Su gesto compungido le pedía que siguieran con aquello. Patricia sabía que no habría vuelta atrás y, adoptando un papel de mamá comprensiva, le dijo
– ¿Estás dispuesta a hacerlo a mi manera? – Patricia la miró de forma enigmática y se encontró con la mirada sumisa y excitada de Pamela. Totalmente entregada en sus manos.
– Si, ama. Como tú quieras. Haz lo que quieras conmigo. Te cedo el control de mis sensaciones a partir de ahorita…
– Bien, perrita. La palabra clave que usarás cuando quieras salirte de nuestro juego o sientas que ya no puedes mas es “Excalibur”. ¿Estás de acuerdo?
Pamela asintió en silencio, repitiendo la palabra solo con el movimiento de sus labios.
– A partir de este momento, no puedes objetar a nada de lo que te ordene hacer o te haga a menos que uses esa palabra. ¿Está claro?
– Si, ama. – Asintió Pamela.
– Quédate aquí en la silla y quítate el pantalón, pero deja tus braguitas puestas. No te las puedes quitar aún. Te puedes tocar todo lo que quieras en lo que regreso.
– ¿A dónde vas, ama?
– ¿Me estás preguntando a mí, perrita?
– Perdón, ama. Aquí te espero.
Cinco minutos después, Patricia regresó con un cinturón de Ricardo. Pamela se estremeció con una rara mezcla de miedo y excitación al verla. Se imaginó cómo explicaría los verdugones que le dejaría ese cinturón, pero una parte muy honda de su ser, se sintió terriblemente excitada ante la perspectiva.
Sin embargo, Patricia utilizó el cinturón para maniatarla a la silla donde se hallaba. Le pasó el cinturón por los brazos y el respaldo y lo apretó para asegurar que no se pudiera desatar. La belleza tierna e inocente de Pamela iba mutando para convertirse en un cuadro erótico con su cabellera rubia desordenada, dos marcas aún visibles debajo de sus tetas y el rastro seco de las lágrimas que había derramado cuando Patricia la abofeteó. Cuando Patricia hubo confirmado que la joven no se podía mover, se acercó a ella por detrás del respaldo de la silla y le susurró quedamente “me encantas, putita. Estoy segura que estás mojadísima del coñito, verdad?”
Pamela asintió en silencio y cerró los ojos. Patricia sacó la lengua y la deslizó por su oído, jugueteando con el lóbulo y llenándolo de saliva. Sintió cómo Pamela se estremeció en la silla y bajó por su cuello que se hinchó de placer ante la caricia de aquella lengua intrusa. Mientras continuaba por su recorrido por el cuello, pasó sus manos por sus hombros y acarició sus tetas, suavemente al principio y conforme la chica se empezaba a convulsionar de nuevo en su silla se las apretó con fuerza. Esto hizo que Pamela gritara por el repentino dolor. Patricia paró un segundo, pero Pamela le dijo quedamente. “sigue, ama. Sigue por favor”.
La experimentada mujer, bajó del cuello y se apoderó de uno de aquellos apetitosos senos, metiéndolo en su boca. Succionó con desesperación y logró arrancar un prolongado gemido de la boca de la adolescente.
Aprovechando sus movimientos convulsionados, metió su mano bajo la braguita y la encontró mojada. No, empapada. Sintió el contacto de unos escasos vellos púbicos y siguió su contorno con el dedo hasta que sintió la suave humedad de su coñito. Sin dejar de chupar sus tetas y morder esos pezones endurecidos, empezó a meter y a sacar el dedo con un ritmo semilento, tratando de acoplarse con las convulsiones de la chica. Patricia sintió que la pelvis de Pamela se arqueó con desesperación en ese momento, dejo de besar sus tetas y de acariciar su mojado coñito.
– ¡No pares, ama! ¡No me dejes así por favor! – Gritó Pamela, incapaz de acariciarse ella misma para lograr el anhelado orgasmo. Con desesperación trataba de rozar sus piernas entre sí pero la posición no le permitía mucho contacto entre ellas.
Patricia le mesó sus cabellos con ternura, tratando de aquietar sus ansias poco a poco, pero Pamela estaba demasiado lejos de la tranquilidad. Tratando de liberarse del cinturón se volteó hacia Patricia y le dijo con esa voz ronca y desfigurada.
– Eres una puta ama de mierda, cabrona, deja que me corra, ama pendeja…
Patricia la miró en silencio sin decir nada y Pamela volteó a verla de nuevo, con una mirada tierna y compungida, como si fuera una versión moderna y erótica de Dr Jekills y Mr Hyde.
– Por favor, ama. Ayúdame. Ya no aguanto. Siento que ardo. Ayúdame.
– Perrita, estamos haciendo edging y creme que después me lo agradecerás.
Patricia le ayudó a quitar su braguita para dejarla completamente desnuda. Pamela, de forma instintiva, abrió sus piernas lo mas que pudo para permitir el acceso a la mano de su ama. Patricia, haciendo caso omiso, se plantó frente a la chica y le ofreció sus tetas para que las chupara. Obedientemente, la chica sacó su lengua y empezó a comer esas ricas tetas extendiéndose lo mas que el cinturón se lo permitía. Patricia sintió los chupetones descontrolados de Pamela y se sintió excitada por todo el entusiasmo que le ponía a la faena. Mientras la chica la chupaba, Patricia volvió a meter sus dedos dentro de aquel coñito apretado y sintió de nueva cuenta cómo aumentaba su excitación. Patricia tuvo temor de que se fuera a caer con la silla al ser incapaz de controlar sus movimientos espasmódicos. Cuando sintió que estaba de nuevo a punto de venirse en su mano, la retiró de nueva cuenta, ante la mirada impotente de la caliente chica.
Esta vez, Pamela sólo jadeó, incapaz de seguir rogando por ese orgasmo que se asomaba desde sus entrañas.
Patricia se levantó y se dirigió a la parte de atrás de la sala y, ante la mirada expectante de Pamela, cogió su consolador y lo trajo hasta donde se hallaba su sumisa.
Los ojos de Pamela brillaron de deseo de nueva cuenta y le miró con agradecimiento, intuyendo cual era el plan que tenía en mente. Patricia volteó a ver el reloj y notó que faltaba menos de una hora para que regresara Cristina, así que decidió acelerar el paso ante la mirada expectante de Pamela.
Esta vez, Patricia se quitó la falda y quedó completamente desnuda también. Volvió a ofrecer sus tetas a Pamela y empezó a acariciar su coño. Cuando lo tocó, se dio cuenta de lo caliente que estaba ella también. Enfrascada en el tratamiento de la chica, no se daba cuenta del flujo vaginal impresionante que corría por sus piernas. Metió un par de dedos en su encharcada vagina y así, empapados, los metió en la boca de Pamela en un intenso mete y saca como si la chica le estuviera haciendo una rica mamada. La saliva de Pamela escurría por sus pechos y Patricia la embadurnó acariciando sus pezones y bajando la mano lentamente hasta volver a tocar su palpitante coñito. Una vez mas deslizó la yema de su dedo por dentro de su vagina, tratando de acariciar su clítoris y Pamela se estremeció dando un potente brinco en la silla. Estaba sudorosa, cansada, cachonda y sus gemidos apenas se reducían a sonidos mas bien guturales ante la acometida de Patricia.
Con diestras manos, Patricia alcanzó el consolador y lo encendió con maestría, lo sostuvo unos momentos en su mano ante la mirada expectante y deseosa de Pamela. Le dejó ronronear en su mano, como un gatito de angora y lo fue bajando hasta que rozó los labios hinchados del coño de la joven amiga de su hija.
Pamela se arqueó de nueva cuenta cuanto pudo para facilitar la entrada de aquel instrumento mientras se mordía la lengua con desesperación. Patricia empezó a jugar con el consolador moviéndolo de arriba abajo a través de los labios vaginales hasta que lo empezó a hundir poco a poco. Pamela pareció recuperar un poco del vigor y empezó a gemir con desesperación de nueva cuenta. Era una sensación poderosa, magnificada por el par de ocasiones que había estado a punto de venirse y se acomodó para sentir el instrumento aún mas dentro de ella. Esta vez, Patricia la dejó ser y empezó un frenético mete y saca con el consolador en una mano mientras se daba placer ella misma con la otra.
De nueva cuenta sintió el estremecimiento de la chica pero esta vez no paró. Al contrario, aceleró el metesaca del monstruoso aparato y finalmente llegó el ansiado orgasmo para la cachonda chica.
Pamela se tensó en la silla y sintió oleadas de placer atravesando su cuerpo como si fuera un arco de electricidad. Patricia la escuchó llorar, incapaz de soportar esas sensaciones tan intensas. Era el detalle que le faltaba a ese cuadro erótico, las salvajes convulsiones, el llanto, los gemidos incontrolables mientras cerraba los ojos con furia tratando de prolongar aquel interminable orgasmo. Patricia le retiró el consolador de su abierto coño y empezó a masajearla con rapidez, en un rítmico movimiento de su mano. De lo profundo del ser de Pamela, surgió un fuerte chorro de líquido que cayó en el abdomen y las tetas de Patricia. Esta, al sentir la tibia humedad en su cuerpo, sintió cómo su propio orgasmo llegaba con una intensidad similar del de Pamela. Tomó a la chica por su cabello y le besó rabiosamente los labios, apretándolos contra sus dientes. Pamela le correspondió sacando su lengua para corresponder a aquella acometida salvaje hasta que poco a poco, se fueron tranquilizando.
Diligentemente, Patricia quitó el cinturón, expectante ante la reacción de Pamela. Ya con sus ansias satisfechas, se quedó pensando que, tal vez, había ido demasiado lejos con aquel juego de sumisión con la amiga de su hija.
Pamela se quedó reclinada un par de minutos, tratando de recuperar el aliento con sus ojos cerrados. Patricia le contemplaba, ya sin la actitud autoritaria y dominante que le había mostrado anteriormente.
La chica la miró, fijó sus bellos ojos claros en ella y se abalanzó a darle un beso cargado de promesas por cumplir.
“Gracias, mi ama. Esto fue maravilloso. ¿Me puedo ir a bañar?”
Su mirada inocente y sumisa le dijo que esa chica había sido domada. Mientras la chica se alejaba contoneando su desnudo trasero, Patricia volteó hacia la cámara que estaba oculta en el mueble del televisor,
“Misión cumplida” dijo en voz muy baja, recalcando las palabras en sus labios y dando un guiño hacia la cámara, se alejó para encontrarse en el baño con su pequeña sumisa.
Dedicado para nuestra amiga y fan Clau, por todas esas pajas y las que vendrán.
Dark Knight