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Mi hermano, yo y un verano fabuloso
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Tiempo de lectura: 13 minutos

Por fin había llegado el momento en que íbamos a disfrutar de nuestro nuevo chalet en la Costa Brava. Hasta hace 3 años lo habíamos hecho en un hotelito que distaba solo una travesía de nuestra casa, verano tras verano. ¡Me gustaba el lugar! Lo que no me agradaba en exceso era aquella salida de Barcelona. Las retenciones eran constantes y, para llegar a las Rondas, tardamos más de 3/4 de hora. Avanzábamos apenas un par de metros y nos tocaba parar entre 1 y 5 minutos. Mientras, mis padres me iban sermoneando sobre lo que iba a ser el primer día de ocio. Pero no todo iba a ser malo. Una de las paradas, quizás la más larga, aunque para mi fuera breve, coincidió justo enfrente de una acera.

Había allí un joven de unas facciones esplendidas, con un cuerpo que hubiera maravillado a cualquiera. Montaba una bicicleta y esperaba poder pasar. Había apoyado su pierna derecha en un árbol y la izquierda sobre una papelera de estas que han crecido por doquier sobre el suelo urbano. Sus piernas, pues, estaban abiertas de par en par. Su pecho era atlético, su cara divina, sus piernas robustas y. el calzón de Lycra color azul claro que le recubría, súper indiscreto. Su entrepierna izquierda, lucía, junto a la costura, un descomunal bulto. A su derecha, la misma imagen del bulto, algo más elevado y, por encima de él, algo que se alargaba de forma provocadora a través de todo el lateral.

No pude evitar que mis ojos se fijasen en aquel hermoso don de la naturaleza, pero tampoco pude evitar que él se percatara de ello. Consciente de lo que a mi me atraía, empezó a sobarse su entrepierna y me di cuenta de que su aparato crecía, tanto en grosor como en longitud, abriéndose camino entre su estrecho maillot y… Y no pude reprimirme. Yo estaba sentada detrás de mi madre, al lado opuesto de mi padre que era el conductor. Tiré, para no ser vista por el retrovisor, todo mi culito hacia adelante y levanté un poco mi cortísima falda. Con los 3 dedos del centro de mi mano izquierda separé la parte central de mi braguita de mi más íntimo agujerito y los introduje en mi “verdulerito” (He de decir, que aunque yo era por aquella época virgen de hombres, no lo era de verduras.

Por mi sexo habían pasado primero zanahorias, más tarde pepinos y calabacines, aunque siempre con el temor -una vez me rompí el himen- de provocar en mi estrecha cuevecita, algún desgarro irreparable, por lo que difícilmente gozaba con el “repertorio del campo”. Como os decía, introduje 3 dedos entre mis braguitas, compresa incluida, ya que me mojaba con frecuencia de flujo y un simple salvaslip no me serbia, y mi caliente sexo. Con 2 de ellos empecé a acariciarme mi enorme clítoris y el tercero lo hacía oscilar de atrás hacia adelante. Empecé a notar palpitaciones algo frenéticas y como mis pezones endurecían, sin poder frotármelos por mi posición. Mis piernas se movían convulsas de atrás para adelante. Temía ser vista por mis padres y de golpe, mojé, mojé y mojé mis dedos, mi mano, que chorreaba sobre el asiento y sobre la alfombra. Apreté como pude los dientes, mi vientre dio varios golpes convulsos hacia adelante, pensé en que había que poner solución de una vez por todas a mi virginidad.

Imaginé que me poseían yo que sé que hipotéticos hombres y volví a mojarme. Un olor acre, penetrante, subía de mi entrepierna y de mi mano hacia mi nariz. Temí que mis padres lo notaran y cejé en mi empeño. Oh! Qué caliente me sentía! Pero también empecé a sentirme sucia. Mis pegajosos dedos me repugnaban. Tenía ganas de llegar a casa y lavarme. Confiando en que mi hermano Albert, que se había ido hacia el chalet el día antes, no ocupase el baño horas y horas, como solía hacer él.

Albert tenía 19 años y yo 18. Era un chaval algo fantasma, pero he de reconocer que supo aunar lo mejor de mi padre y de mi madre. Era de aquellos chicos que hacen que nosotras nos giremos al verles pasar. No me habría importado nada, si no fuese mi hermano y me lo pidiese, ser novia suya…

Llegamos por fin a casa. No había nadie. Tal como me habían comentado mis padres durante el viaje, ellos continuaban ruta para ver a una antigua asistenta nuestra, que, enferma y cuidada por su hermana, vivían unos pueblos más arriba. Ellos no regresarían hasta la tarde-noche y, por tanto, me dieron dinero para comer. (Yo ya sabía dónde debía hacerlo).

Me dirigí rauda al baño. Encendí el termo y llené el bidet de agua y un poco de jabón líquido. Me despojé de mi falda y mis braguitas y sumergí mis tesoros en él. Pensé en Albert y las orgías costeras que él y sus amigos comentaban y empecé a frotarme. Me vi rodeada de hombres, todos me tocaban y me acariciaban, de pronto, todos quisieron poseerme, introduje mis dedos en mi sexo, acaricié una vez más mi clítoris y empecé a jadear. Miré a mi alrededor y pensé que alguno de ellos debía de poseerme por detrás. Vi el redondo mango de la escobilla del W.C., la mano se me fue, llena de jabón, tras ella. La froté a todo lo largo, levanté mi culito del bidet y empecé, lenta, pero frenéticamente a sentarme encima de ella. Iba penetrando en mi culito, centímetro tras centímetro.

Ya casi no quedaba nada más que el cepillo fuera de mí. Yo jadeaba, casi chillaba de placer con los dedos de mi mano derecha dentro de mi sexo y con la izquierda empujando por detrás. Volví una vez a mojarme. Notaba como la musculatura de mi esfínter vibraba. Me dolía, pero bien sabe dios que me gustaba. Volví a emitir unos pequeños grititos que me impidieron oír como se abría la puerta de casa. Instantes después, tuve justo el tiempo de oír la voz de mi hermano como mascullaba: “Hostia, cómo me meo!” y la puerta del baño se abrió de par en par.

Quisiera haberme fundido, que la tierra se hubiera abierto a mis pies, desaparecer del mapa. No se me ocurrió idea más peregrina que la de sentarme de inmediato en el bidet para ocultar mi vergüenza y, lo único que logré fue exhibir mi ridículo perfil. Mi culo, como un tonto florero, dejaba entrever una escobilla bamboleante y por delante una mano agarrotada dentro de mi receptáculo sexual. Dios, qué afrenta! Y me dirigí rauda al bidet. Abrí el agua del mono mando al máximo y me enjuagué, eliminando todo el jabón que me recubría. No cesaba de recriminar mi estúpida situación. Cogí una toallita para secarme e irritada, llamé a Albert para que “pegase su inoportuna meadita”. Tras ponerme la falda, apareció y, a pesar de ser un cara, se le veía bastante cortado. Entró y se dirigió al lavabo. Yo me fui hacia la puerta, la abrí y, de pronto, un flash cruzó mi mente. Si mi hermano sabía que yo tenía un vicio en el cuerpo (mi secreto mejor guardado hasta aquel momento).

Por qué no compartirlo? Albert, al oír el ruido de la puerta al cerrarse, se puso a orinar, y yo, descalza como estaba, me volví hacia atrás, sin hacer ruido, cogí la toalla con la que me había secado, que estaba tras de sus pies y, al ver que se la sacudía, tras su último chorrito, me acerqué a él. Se cortó nuevamente e intentó infructuosamente esconder su gran tesoro. Fue inútil, ya que yo, más rápida se lo agarré con una mano y con la otra, toalla en ristre, terminé de secárselo. Tiré de la cadena de la cisterna, bajé la tapa y me senté sobre ella al tiempo que introducía su miembro en mi boca y me alzaba la falda, metiéndome la mano nuevamente allí.

Dios, qué miembrazo tenía mi hermano, que suave y dulce era eso de chuparla! Era suave como la piel de un melocotón y su sabor… ah, es algo inexplicable. Él intentaba escabullirse, pero yo, con mi mano libre, le apretaba su culo, su macizo culo hacia mí. Su sexo no se ponía a tono del todo, cosa que atribuí al lógico corte que, al haber luz en el baño, le daba. Razoné que la oscuridad sería mejor, así que le agarré del miembro y le conduje hacia su habitación. Le empujé sobre su cama, terminé de sacarle el pantalón, sus Nautics y su camiseta. Volví a la tarea.

Su aparato entró nuevamente en mi boca. Estaba fláccido y entraba totalmente en ella. Yo le pasaba la lengua por el glande, lo succionaba y, con la punta de la lengua, le acariciaba el agujerito de la punta, pero nada, él no reaccionaba. No era yo persona que se echase atrás con facilidad. Insistí e insistí, pensando que más tarde o más temprano la pasaría la vergüenza de hacerlo con su hermana y saldría de dentro de él el hombre que había dentro.

Al cabo de unos instantes, dejó de empujar mis hombros y le supuse resignado a montárselo conmigo. Sus manos fueron a parar bajo su nuca y le oí suspirar. Aquello funcionaba, o así creía yo, ya que al cabo de unos instantes, su brazo izquierdo se deslizó hacía mí. Tras pegar una sonora palmada en mis nalgas, de un brusco golpe arrancó la cadena que colgaba de su cuello, dejándola caer al suelo mientras asía la llavecita que pendía de ella. Yo conocía esta llave. Era la de una cajita de caudales verde, en la que él iba metiendo sus escasos ahorros durante el año para, en verano, correrse sus buenas juergas.

Abrió con la misma mano el armario que estaba junto a la cama, en el mismo lado izquierdo. Abajo, sobre los cajones, estaba su caja. La acercó, sacó su mano derecha y con la otra la abrió y. Y la abrió. Se llevó, ante mi sorpresa la mano a la boca y, tras ensalivar sus dedos se los llevó a su culo. Saco un enorme objeto de plástico de la caja y la dejo caer al suelo. El estruendo que provocó me hizo salir de mi sueño y ver, con pasmo, como ponía en marcha aquello, que no era sino un vibrador y lo introducía en su culo. Se me heló la sangre. Estoy segura que, si me hubiesen pinchado, no habría sangrado lo más mínimo. No podía creerlo; Albert era un marica! Me levanté medio histérica. Me dirigí a la puerta y, al girarme para recriminarle su actitud, vi, que completamente empalmado, se estaba masturbando con una mano mientras, con la otra, movía el consolador.

Me fui a mi habitación y rompí a llorar. Pensé en que un día que había empezado tan bien, porqué tenía que darme tantos sinsabores y decidí darle un giro total. Iba a ir a comer y hacer borrón y cuenta nueva de lo sucedido hasta aquel momento. Tenía claro dónde comer. Desde hacía 3 años, como dije, íbamos al hotelito que estaba al lado de casa. Había allí un camarero -cada verano- que desde siempre era el protagonista de mis sueños de verano y parte de los de invierno. Era un italiano, estudiante temporero, llamado Luca. Mis amigas, entre comentarios, decían que el miembro de un hombre, guardaba proporción con el tamaño de sus manos, pies y con la mesura de sus uñas. Pues bien, Luca tenía enormes pies, grandísimas manos, que casi cubrían un plato y unos dedos inmensos coronados por unas uñas gigantes. Tenía además un cuerpo, una cara, unos ojos, unos pómulos y unos labios que me hacían pensar que Dios tenía forma humana. De su tórax, qué deciros. Tenía además unas macizas piernas y, cuando iba hacia la cocina, mostraba un trasero que ya quisieran para sí esos globos terráqueos que venden hechos de plástico. De lo único que no podía dar fe, era de su paquete, dada la afición de Luca a los pantalones (negros, obligados por su oficio de camarero), con unas pinzas enormes, que desdibujaban la parte de delante.

Mi pregunta era. Estaría también este verano Luca aquí en el hotel como camarero? Fui casi corriendo, eran más de las 3 de la tarde. El comedor estaba vacío. Ya sabéis el horario de comidas de los extranjeros. Esperé unos segundos, que me parecieron siglos y. una humedad cálida, inmediata, creo que casi elaborada durante minutos anteriores me hizo reaccionar.

SI! Luca estaba también este verano! Me saludó con su perfecto catalán, eso sí, con su gracioso acento italiano, me dio los consabidos besos en las mejillas y me preguntó por mis padres, como siempre. Nunca me mencionaba a Albert, lo cual en este día era de agradecer. Yo pensaba siempre que, siendo ambos jóvenes y a cual más guapo, era cuestión de gallitos. Cada uno debía sentir un poco de recelo del otro. Luca, lo sabía por otros años, entraba a trabajar un poco más tarde -vivía en el propio hotel-, pero era el último en servir el comedor. Descansaba después unas 3 horas, si la gente lo dejábamos y se incorporaba después a servir las cenas, siendo también el último en salir. Por las mañanas, según me había contado, en lugar de ir a la playa, estudiaba en su habitación. No quise hacerle esperar para descansar y comí rápida. Yo creo que le comí más con mis miradas que no lo que me pusieron en el plato. Este año había cumplido los 20 y estaba imponente.

Sus piernas continuaban siendo las columnas de mis sueños. Su trasero, inmenso, el agarradero para asirse a él y sentir mis soñados embates. Su pecho, el que Maciste quisiera, su cara. Oh, no. Me había vuelto a mojar. Menos mal de la compresa! Me fui como loca para casita. Albert se había ido. Ojalá no volviera jamás! Me metí en mi habitación y me quedé con el sujetador y las braguitas. Me tumbé en la cama. Me gustaba quedarme en ropa íntima, porque así soñaba que me metían mano y me la sacaban unas veces poco a poco, otras violentamente. Empecé a tocar mis pechos por encima del sostén. Mis manos regiraban sobre ellos y el meñique se deslizaba debajo de él. Bajé una mano a mis braguitas e introduje el dedo índice. La compresa empezó a cumplir su cometido. Mi culito se arqueaba de placer. Mi boca besaba otras bocas imaginarias y. Mierda, esta vez si me di cuenta. La puerta de la calle se había abierto! Paré mis toqueteos. Me quedé muda y parada y me fingí la dormida.

Habrían vuelto ya mis padres? Albert, cuando salía por las tardes, no solía regresar hasta la madrugada. Ni siquiera venía a cenar. Oí una voz apagada. Vaya, era él. Albert hablaba flojo, con voz queda. Sonó la puerta de su habitación y oí como esta se cerraba. Se apagaron las voces. Me levante descalza, sin hacer ruido alguno. Recorrí el trocito de pasillo y me pegué a su puerta. Nada! hasta que de pronto, me sobresalté al percibir un sonido metálico contra la madera.

Lo primero que pensé fue en las enormes hebillas de los cinturones de mi hermano. Dejé pasar unos segundos y abrí la puerta de par en par. Lo que vi fue la guinda que completaba el día. Mi hermano, desnudo estaba con el culo en el borde de la cama con las piernas en alto y abiertas. Un chico, desnudo su torso, le sujetaba uno de los tobillos y con la otra mano le ensalivaba el culo, y ese chico era Luca. Mi ira estalló. Albert estaba sujetando los hombros de mi italianito como si quisiera indicarle que pasara de mi y continuara. No podía más y me fui hacia ellos. Me acerqué a la cama y, fue entonces cuando la cosa cambió.

Luca se liberó de las manos de mi hermano y se abalanzó sobre mi. Mi primera reacción fue de asco y quise sacármelo de encima, pero a los pocos segundos reaccioné. Qué mejor ocasión de castigar a mi hermano, por marica, que la de quitarle el “novio”. Por otra parte Luca estaba inmenso! Lo primero que hizo fue sujetarme las muñecas y besar mi ardiente boca. Una oleada de su saliva, cálida, dulce, enormemente dulce y sabrosa vino a mi paladar. Al ver que ya no ofrecía resistencia, llevó mis manos sobre mi sujetador, acarició mis pechos con una impaciencia irrefrenable y a los pocos segundos me lo sacó y lo lanzó contra la balconera.

Acariciaba con sus labios mis pezones. Con sus dientes, sin clavármelos, los rozaba y yo. Me mojé y mucho para variar. Creo que él se dio cuenta, porque cambió de pecho y con una mano me acariciaba el pezón de uno y con la otra se dirigió a mi “cuevecita”. Allí, empezó a acariciar mi clítoris, al principio lentamente, luego con furia. Seguía acariciándome hasta que llené su mano con mi pegajoso y espeso flujo. Un segundo orgasmo me sacudió. Me soltó toda y acabó de tumbarme al lado de Albert.

Su cabeza bajó a la misma posición que la que le vi cuando entré en la habitación y empezó, tras arrancarme las braguitas, a comerme aquello que yo tanto deseaba. Cerré los ojos y enloquecí de placer. Poco o nada tardé en sentir mi tercer gozo. Apenas Luca se percató de ello, noté como su boca se retiraba de mi sexo y su lengua se dirigía hacia mi culito, al tiempo que empezaba a lamérmelo. Abrí los ojos, me incorporé un poco y vi cómo, con una de sus manos, estaba acariciando los testículos de Albert, que se había puesto tieso como el asta de una bandera. Sería cerdo el tío. Estaba jugando a dos bandas. Terminé de incorporarme y empujé su cabeza con rabia. Justo en aquel momento, él me asió por la cintura. Se levantó (ya dije que estaba de rodillas en el suelo frente a mi) y a su vez me levantó a mí. Me movió de lugar y me plantó sobre el miembro de mi hermano. Un brusquísimo dolor sacudió mi culo. El peso de mi cuerpo hacía que casi sin pausa me deslizase hacia abajo y que aquel enorme “aparato” de Albert me penetrase, desgarrándome viva. Mis nervios notaban cada milímetro que me introducía. Estaba atenazada, rígida y sin aliento.

El dolor era enorme, pero, como podré explicarlo. No me molestaba. Sentí como su pene entraba ya, tras dejar mi destrozadísimo músculo, dentro de mi culo, y continuaba entrando y entrando. Unas gruesas lágrimas salían de mis ojos y por el cuello y entre mis pechos corrían hilos de sudor. Intenté salir de mi agarrotamiento y reaccionar. Luca estaba frente a mí. Ahora me asía por los hombros, empujándome hacia abajo.

Yo había mantenido, inútilmente, mis puños sobre la cama intentando hacer fuerza para evitar la penetración. Ya era en vano, puesto que Albert estaba totalmente dentro de mí, así que intenté jugar a mi favor. Quería saber que ocultaba aquel pantalón negro y solté una de mis manos hacia la entrepierna de Luca. Dios, qué era aquello que palpaba? Podía ser cierto? Lo era. Un miembro más cercano a los 30 centímetros que no a los 20 (Luego he sabido que son 28) y de un enorme grosor (el perímetro de su glande es de 19 centímetros), bajaba por su pernera izquierda.

Tiré de él hacia mí y, por fin, Luca se desprendió, rápido, de su pantalón y de su calzón bóxer. Su aparato se lanzó erguido hacia mi cara y mi boca fue tras él. Poco o nada pude hacer, ya que me desencajaba la mandíbula y las arcadas revolvían mi estómago. Me faltaba mucho aprendizaje para tragarme “aquello” como lo hago hoy en día. Luca se percató de ello y me tumbó sobre el cuerpo de mi hermano. Bajó su cabeza y empezó a chuparle los testículos. Yo le dejé hacer, porque entendí que lo hacía por mi bien, ya que Albert, al sentir la presencia de Luca, se “crecía”, desgarrándome aún más, pero haciéndome estallar una vez más de placer. Luego dirigió una vez más su boca hacia mi “rinconcito” y poco o nada tardó en venir no recuerdo si era el 5º o 6º orgasmo. Se levantó.

Puso sus dedos en forma de piña y los introdujo en mi boca. Los sacó húmedos por mi saliva y sin deshacer la forma de piña, introdujo toda su mano en el culo de Albert. Fue el toque final. El sexo de mi hermano rasgó hasta el último de mis tejidos y alcanzó su máximo tamaño. Mientras el enorme miembro de Luca se abalanzaba sobre mi sexo iniciando su andadura. Apenas me había metido 6 o 7 centímetros, con un dolor superior al que había sentido antes, se retiró y con la punta empezó a acariciar mi clítoris, para pasar después a embestirlo como si de una lucha se tratase.

Me lo empujaba con furia y lo hundía hacia dentro. Esta vez mi corrida fue tan espectacular que salpiqué fuera de mi sexo, cual si de una meada se tratase. Salía a pequeños chorritos y las piernas de Luca quedaron salpicadas y sus pelos pegados a la piel. Al sentirme tan lubrificada, intentó nuevamente penetrarme. Esta vez no hizo caso alguno de mis quejiditos y se lanzó hacia adentro como un loco. El peso de su cuerpo hacía que aquella “espada” penetrase y cortara todo lo que se le plantaba ante ella. Lo hacía, eso sí, poco a poco y. Y llegó por fin a mi vagina. Allí, como si de una aspiradora se tratara, un collarín de músculo que vibraba como las alas de un insecto le estaba esperando ansioso.

Mientras las manos de Luca iban desesperadamente de mis pechos a los testículos de Albert o su culo. Yo, aunque casi no lo veía lo intuía por las fuertes embestidas que sentía dentro de mi culo. Por fin Luca empezó a penetrar mi vagina. Un lamento desgarrado salió de mi reseca garganta y mi amante se lanzó sobre mi boca llenándola de su saliva que actuaba como bálsamo refrescante. Dirigí mi mano a su miembro y me percaté que aún quedaba la mitad fuera. Me asusté pero me propuse aguantar todo lo que pudiera. Fue entonces cuando empezó a retirarse hacia atrás. Yo me así a su precioso culo justo en el momento en que me embistió. Entro a fondo, TODA.

Mis sienes, mi corazón, mi vagina, toda yo creímos estallar. El dolor era enorme, enorme de verdad, pero el placer era mayor. Volvió a sacarla y a embestirme, una, dos, no sé cuántas veces más. Recuerdo que empecé a clavar mis uñas en su culo. Recuerdo también que creí que caía por un precipicio sin fin y. Y mi hermano Albert empezó a lanzar bocanadas de aliento sobre mi cogote. Jadeaba como un loco cuando de pronto empezó a soltar su munición en mi culo. Era como oro fundido, que quemaba, pero era precioso. Notaba todos y cada uno de sus chorros con una precisión infinita. Luca también empezó a echar su aliento en mi rostro, emitió algunos gemidos y fue justo entonces cuando su volcán rugió y entró en erupción. Un manantial de lava estalló en mi interior. Lava ardiente, explosiva, penetrante.

Notaba a mi hermano aun eyaculando en mi culo. Una, otra, otra (sigue, sigue, pensaba yo en mi interior), cuando Luca inició sus cálidas expulsiones. Mi vagina sentía una tras otra. Más, más, más!!! Ah! No pude más. Toda yo exploté en mil pedazos. Si antes os hablé de mis sienes, de mi corazón, etc. Ahora todo estalló. Caí en un abismo. Mi vientre explotó de dolor. Mi sexo reventó de placer. Mi cabeza se abrió como una sandía al caer al suelo. En fin, que perdí el sentido. Me desvanecí de placer y no sé cuánto tiempo estuve sin sentido. Solo sé que mi cuerpo había caído hacia un lado, liberando a Albert de mi peso y que él y Luca se estaban besando cálidamente. No me supo mal, ya que si dos caballeros se felicitan tras una lucha noble, ellos hacían lo mismo a su manera. Como pude, me liberé del ya fláccido miembro de Albert y uní mi boca a las suyas. Las tres lenguas se entrelazaron y un manantial de saliva acudió a refrescarme. Era el paraíso. Mi hermano bajó hacia el culo de Luca y empezó a lamer las heridas que yo había causado con mis uñas. El miembro de mi adorado, aún se estremecía dentro de mí, cuando Albert asío su raíz con la mano y empezó a retirarlo de mi interior.

A diferencia del suyo, el de Luca estaba aún enhiesto. La boca de Albert intentó tragárselo y, tras 4 o 5 arcadas, desistió de ello, empezando a lamerlo de la raíz hasta el extremo. Yo veía todo el flujo, espumeante, que mi sexo había dejado en aquel “aparato” y como mi hermano lo lamía dejándolo todo dentro de su boca. No cejó hasta dejar limpísimo aquel tesoro y trayendo luego su boca sobre la mía, me besó, devolviéndome lo que era mío. Así supe como sabía aquel líquido que traía locos a los hombres! Lo que mi hermano no soltaba era su mano del miembro de Luca. Yo no quise ser menos y así con una de mis manitas aquel miembro maravilloso que aún no agachaba cabeza.

Mi otra mano se abalanzó sobre la mustia colgadura de Albert, que, como su de un flujo magnético se tratara, empezó a crecerse de forma rápida y acelerada. Mi hermano me tumbó boca abajo, puso su cuerpo perpendicular al mío y volvió a embestirme por detrás. Instantes después Luca hacía lo mismo con Albert, ocupando 45 grados entre ambos cuerpos y besando mi boca. Intuí que aquel iba a ser un verano fabuloso y que, tras las vacaciones, Albert y yo podíamos tener muchos “recuerdos”.

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