Angela asoma medio cuerpo a través del ventanal del segundo piso. A grito pelado y puños en el aire intenta detener la gresca entre los peones de mi corralón. Pero su cuerpo midsize curvilíneo, siempre a un par de kilos del sobrepeso, lejos de atraer la calma, despierta instintos primarios e incita a la jauría.
El chillido de mi hermana me exaspera más que los tumultos que generan media docena de ebrios bajo el sol del mediodía. El moscardón sobrevolando mi testa transpirada dispara la irritación; entonces, me abalanzó por detrás y sujeto a la mujer de la cintura, apartándola de la ventana. Harto del chirrido nasal, sujeto su boca con la palma de mi mano, un gemido se escapa entre los labios carnosos y rosados.
Por inercia, por poco perdemos la vertical. Afortunadamente, logramos apoyarnos en una pared de la oficina; ahora estamos frente a frente, mi mano sobre su boca de labios irregulares que filtran respiración agitada: se infla su pecho. Es un instante, Angela mira entre asombrada y sumisa desde sus cuencas ensombrecidas como un mapache. Su mano llega a mi muñeca y entonces, despertamos del transe tentativo; quito la mano de su boca y me aparto. Dejalos solos, dejalos que se duermen un rato y después siguen trabajando de un tirón hasta el anochecer- susurro asqueado.
Mi hermana ha vuelto a los pagos después de probar suerte en Capital. A lo largo de una década comenzó y abandonó carreras y puestos de trabajo varios; tuvo parejas que duraron lo que la displicencia en el trato permiten. Angela siempre fue una muñeca midsize, de rasgos redondeados y bien proporcionados. Su rostro de porcelana enmarcado por un flequillo castaño oscuro ha sido una herramienta de estabilización social ante la incapacidad de progresar en la vida. Es bonita y lo sabe, a los treinta y cinco juega con la inocencia y gracia sin dejar de morderse y torcer los labios, su arma de seducción más elaborada.
Al principio no me convenció su vuelta al negocio familiar: simplemente no era justo que tras pelear solo durante una década para que el corralón llegue a ser el más importante de la zona sur de la provincia de Buenos Aires, Angela se apareciera de la nada con pretensiones de gerencia. La pelea fue intensa pero la sangre no llegó al río. Acordamos que ella sería mi secretaria personal hasta que se fuera impregnando del estilo de trabajo, lo cual nunca sucedería dado su carácter errático. Así que, ella en el vestíbulo y yo en la oficina de la gerencia, los dos nos repartimos el segundo piso del edificio. En el primero, quedó el sector administrativo y de ventas; en planta baja, el depósito. Treinta metros al este se levanta un tinglado cerrado del tamaño de una cancha de fútbol donde se resguarda los materiales sueltos y se producen riñas entre los peones.
A pesar de que la mayoría del tiempo se la pasa haraganeando en la red, la presencia de Ángela es útil dado que le puedo encomendar llevar mi palabra a los pisos inferiores, evitando el contacto con la gente. En estos tiempos, el empresariado lleva a la misantropía… Por otro lado, la natural sensualidad de mi hermana afloja las negociaciones con los ocasionales gerentes que nos visitan. En la soledad del segundo piso, mi condición empeora al punto de pasarme horas observando las cámaras que cubren cada metro del complejo; ensañándome especialmente, con aquellas que siguen a Ángela.
Una tarde, llame a mi secretaria por el teléfono interno. Nos sentamos escritorio por medio.
-Mira Angela, es evidente que los empresarios que vienen hasta acá y hay que venir desde Capital, vienen por vos. Y está bien que coquetees con ellos porque es parte del proceso de negociación y creo que a tu modo te has vuelto importante en la empresa- mientras me acomodo en el sillón. Es decir, no digo que todo sea tu presencia, también hay otros avances , como el trato con el personal que yo rehusó llevar a cabo… pero en esencia tenes ángel y sos atractiva y eso hoy suma.
-¿Entonces? – Angela dibujo asombro en su rostro, mi desdén hacia la humanidad también la alcanza a diario.
-Vas a tener un aumento en tu participación monetaria del quince por ciento, pero vas a tener que aceptar algunos cambios y decisiones mías sobre vos.
-”mías sobre vos”, la mujer apretó los labios y sacudió un hombro.
-Voy a decidir sobre tu vestuario de acuerdo al día y el visitante
-En eso no hay problema, asintió Angela. En el fondo, culposamente, le encantaba ser la muñeca de alguna figura semi paterna. -Pero solo en horarios laborales- acotó la muchacha.
-Obvio y algo mas -fueron los dos minutos mas incomodos de mi vida, mi corazón latía como loco pero mis palabras no salían… Angela se mordió los labios intrigada. Tras cuatro intentos escupí- los viernes estarás a entera disposición mía, harás lo que te pida sin cuestionamientos, y a fin de año, seremos socios setenta-treinta.
Angela intentó descifrar el mensaje con las pupilas oscuras e inmóviles. Sabía que el silencio me incomodaba, a la intemperie como me encontraba en aquella oficina. Jugó unos minutos con aquello para desestabilizar y ganar algo más.
-Dame el cuarenta y no preguntare nada- retruco seco. Asentí con la cabeza. Nos dimos la mano incómodamente.- Mañana quiero cuero -susurre. Angela sonrió con picardía
Apenas dormí y llegué temprano como para abrir el complejo. Una hora después distinguí a través de las cámaras a mi hermana subiendo por el ascensor. Para desconcierto ,vestía jeans y remera. «Empezamos mal», suspire ambiguo entre el alivio y el deseo trunco. Insulte al aire, era típico de Angela, ahora se haría la desentendida de lo acordado pero volvería con la parte de los elogios y remuneraciones. Entró a la oficina y me saludó con un beso en la mejilla.
– Antes que nada hermanito, no me olvide lo pactado-, sonreí incómodo pero reconfortado como un niño malcriado. De la cartera sacó y desenrolló un paquete brilloso – calzas engomadas, ¿qué te parece? Me cambio y me decis- suspire aliviado y sonriente, entregado a mi enfermedad
Angela vuelve encastrada en la prenda de cuerina y gira sobre sus pasos, ¡Sublime!
-Toma, guárdame esto- arroja una braga blanca sobre el escritorio. Con la luz del ventanal, descubro el contorno de su vagina y el dibujo de dos médanos perfectos que traslucen sus nalgas firmes. Paso toda la jornada viendo a mi hermana a través de las cámaras, esperando el momento que abandone su puesto y camine el vestíbulo: por suerte, fueron muchas las oportunidades. Ensimismado en el olfateo de la braga no advierto la puerta entre abierta.
Sos todo un kinky -Ángela susurra. Sorprendido, devuelvo la prenda al tiempo que acomodo mis pantalones.
-Momento, parece que alguien está jugando- mi hermana muerde sus labios y con su mano fría agarra mi pene erecto. Las uñas rojas, el trayecto delicado del deslizamiento desmorona cualquier resistencia; mi mirada se concentra sobre la vagina encuerada; con una mano intento tocar pero es interceptada
– ¡Quieto vaquero que hoy no le toca!
¿Y cuando me toca? -suspiro estremecido por el jugueteo de sus dedos sobre mi glande.
-Será el viernes… ¿no quedamos así?- suspira Angela mientras se lleva un dedo a la boca.
-Faltan tres días- susurro enrojecido
-Tratos son tratos -responde . Me siento contrariado.
– La bombachita ponetela en la boca- acoto casi chillando.
Ángela se lleva el bollo a la boca y lo muerde. Mientras me masturba gime y me mira a la cara como quien observa un insecto. Por momentos hay algo de amorosidad, pero en seguida vuelve el desprecio. Por fin suspiro y acabo. La muchacha se limpia el enchastre con la braga. Sin mirar atrás, atraviesa la puerta y desaparece.
Es viernes y literalmente hiervo de calentura, mis venas parecen explotar y salirse de la sien en cualquier momento. Angela entra a la oficina, la boquita roja, el pelo en la frente y una pollera de cuero demasiado larga, es como un solero bruñido.
Me desprendo el pantalón -chupala -ordeno pero guiño el ojo más culposo que pícaro.
-Si jefe, acota la mujer prensando la lengua con los dientes. Ángela se arrodilla a mi lado, siento su aroma frutal y el aliento fresco. Sus labios tocan superficie, suspiro. la muchacha cabecea y arrastra los labios a lo largo del pene. Por momentos juguetea con la lengua sobre el glande, hay besos y caricias en mis piernas, que me producen cosquillas. Los gemidos y las miradas nos movilizan mejor que cualquier otra cosa. Por fin, me desgracio y Angela absorbe el daño y luego escupe en una servilleta. Sale de la habitación, la incomodidad siempre es superada por el deseo.
Faltan treinta minutos para el fin de la jornada y tras cuatro horas de lucha interna me decido y levanto el teléfono. Angela entra con mirada sumisa pero ambos sabemos que solo es juego y hace rato que ella es dueña de la situación. No hace falta ser muy listo: cuando finalmente me desmorone psicológicamente, ella asumirá el control de la empresa y mi suerte estará echada. Pero mientras tanto…
Tomó la corbata y la ubico entre sus dientes y aprieto el nudo; sus comisuras se humedecen y así su vagina cuando meto mano. A pesar de la mordaza, entiendo su “súplica”: "solo por la cola". Ella se recuesta sobre el escritorio y baja sus bragas. Estoy recontra tieso y la penetro con dificultad. Angela, se queja, intenta dilatarse con los dedos y de a poco cede. Ahora todo es más cálido y rugoso, el placer es total. Con cada embestida, la mujer se desarma en gemidos. Las piernas se abren y estiran como una letra derretida. Después de un cuarto de hora, la mujer toma mi mano y la lleva a su vagina, enseguida meto dedos: humedad, más gemidos, las vibraciones corporales y la dureza aumentan. Cuando estoy a punto de terminar, saco el pene y vuelco el contenido sobre el cuello de Ángela, con una mano llevo semen a su boca, la lengua generosa agradece.