Estoy en casa de Carlota, en su habitación. Ella aún está trabajando en la biblioteca y no regresa a casa hasta las nueve de la noche. Estoy sentada en la silla de su escritorio. Como la fría noche de invierno que nos declaramos el amor que sentimos la una hacia la otra e hicimos el amor por primera vez. Desde aquella noche, me siento afortunada de ser su mujer, al igual que ella la mía.
El día que conocí a Carlota fue de los mejores de mi vida. Quedé totalmente prendada de su belleza. De su profunda y brillante mirada de ojos cafés, con un aire melancólico y discretamente sensual. De su peculiar sonrisa llena de vida, que puedo recrear de noche cuando contemplo la luna en sus fases de cuarto creciente y menguante. De su blanca piel, con su rubor y visibles imperfecciones. De su largo cabello castaño y lacio con flequillo recto. De la imponencia de la expresión de su rostro con esas gafas grandes de cristales cuadrados y de montura azul marino, concretamente como estaban de moda hace unos seis años. De su alta estatura de casi 1,90. De las abundantes curvas de su hermoso y gordito cuerpo. Gordita, bien proporcionada y de complexión fuerte. De sus grandes ubres y de su opulente y gordita barriga, a la vez sexy y bien proporcionada, de sus fuertes y gorditos brazos, de sus abundantes caderas, nalgas, muslos y piernas, largas a la vez…
En cambio, yo, en cuanto a altura y complexión soy todo lo contrario a ella. Mido 1,59, soy bajita y delgada. Ella, grande y fuerte. Yo, menuda y frágil. Además, soy blanquita de piel, tengo el cabello largo castaño siempre recogido con una cola de caballo, tengo los labios carnosos, los ojos marrones y, como ella, también llevo gafas. Soy muy femenina, ella en cambio es más medio medio. Ella lesbiana, yo bisexual con preferencia a las mujeres. Amo ese contraste entre ella y yo. Exteriormente somos diferentes, pero a la vez muy iguales interiormente.
Nos conocimos un caluroso día de verano. Recuerdo que llevaba el cabello recogido con una coleta dejando ver bien su flequillo recto y que llevaba puesta una camiseta azul de tirantes anchos revelando discretamente su precioso escote, en el que se podía entrever un sujetador negro, unos pantalones tejanos cortos de medio muslo que revelaban muy bien sus curvas y unas chanclas negras de cuero y plataforma de cuña con las que tengo tanto fetiche. Mi cuerpo ya empezaba a reaccionar ante ella. La deseo a reventar desde aquel día que la conocí. Desde aquel día no hay día que mi cuerpo no reaccione pensando en ella, hasta, literalmente, el orgasmo.
No solo me encandilé de su físico, sino también de su personalidad, de su manera de ser conmigo. Noble, inteligente, tímida e introvertida pero a la vez muy cariñosa y sensible… Su triste mirada… Revela un pasado duro y una constante lucha para encajar en este mundo. Asperger como yo. Desde el día que conocí a Carlota supe que, si la vida me regalaba la oportunidad de conocerla en profundidad y de estrechar un lazo con ella, llegaría a amarla incondicionalmente. Y así ha sido, tal y como mi intuición me decía.
Me encanta quedarme a solas en su habitación mientras ella está trabajando. Aunque ella no esté físicamente, mi olfato también se torna muy sensible hasta el punto de sentir su presencia en forma de feromonas.
Llevo un ratito ya esperándola. He entrado a su casa porque me ha dejado una copia de sus llaves bien escondida debajo del felpudo para cuando llegara. Llevaba unos días sin verla. Me muero de ganas de abrazarla, besarla, hacer el amor con ella…
El reloj de pared de su cuarto marca las nueve de la noche. Escucho abrirse la puerta de su casa. Mi corazón da un vuelco de felicidad.
–¡Clara…! ¡Amor mío…! ¡Ya estoy en casa…! –escucho que me dice una vez cierra la puerta y entra en casa. Por el sonido de sus pasos al caminar, puedo deducir que lleva puestas unas de esas atrevidas botas altas negras de cuero, plataforma y tacón que tiene, con las que tanto me seduce.
Se dirige rápidamente a su cuarto para recibirme. Me abraza con mucha fuerza.
(Carlota y yo hablamos en catalán, pero para que se me entienda, pongo los diálogos en español).
–¡¡Ay, mi amooor…!! –me da unos cuantos besos en las mejillas– ¡Cómo te he echado de menos…! –me susurra seguidamente al oído mientras me acaricia las mejillas y el cuello. Me habla con un tono de voz tierno y discretamente sensual.
Seguimos abrazándonos. Ella muy alta, gordita, grande, fuerte… Yo bajita, delgada, menuda, frágil… Que protegida me siento… Lleva puesto un jersey granate de lana muy cómodo y calentito. También lleva unos pantalones tejanos ajustados por las caderas, las nalgas y los muslos y anchos y acampanados de las rodillas para abajo y unas botas altas negras de cuero, plataforma y tacón ancho. Obviamente, se ve aún más alta de lo que ya es. Aunque vaya vestida muy modesta, ni imaginación empieza a volar.
–Amooor… Ya tenía muchas ganas de verte… De pasar la Navidad a tu lado… Aunque estemos solo un par de semanas separadas, para mí ya es mucho… Se me hace largo, muy largo…
–Lo sé, amor mío, lo sé.
Por un momento, me mira intensamente, con ese brillo en su mirada que ya tanto conozco. Melancólico y tímido, sí. Pero a la vez sensual.
–Ven, amor… Siéntate… –le digo, señalando la silla de su escritorio– Quiero darte una sorpresa.
Se sienta, salgo de su cuarto un momento hacia el recibidor, donde le tengo guardada la sorpresa. Acto seguido, vuelvo a entrar a su habitación y me dirijo a ella con un ramo de diez rosas vivas con maceta, tierra y raíces, junto con una carta de amor, una caja roja de bombones en forma de corazón y dos novelas catalanas de crónica negra que tanto le encantan. «Sense cadàver» («Sin cadáver»), de Fàtima Llambrich y «El pantà maleït» («El pantano maldito») de Tura Soler.
Entonces, ella se emociona muchísimo y se tapa la cara con las dos manos. Se le ilumina mucho el rostro, la mirada… Se le empiezan a ruborizar las mejillas y a ponérsele los ojos llorosos.
Se levanta de la mesa, coge el ramo de rosas con una mano y con la otra las novelas y la caja de bombones y me abraza apasionadamente. Acto seguido, se acerca discreta y sensualmente el ramo de rosas a su rostro, en especial a su olfato y a sus labios.
–¡Amor mío…! –me besa fuertemente en las mejillas.
–Y eso no es todo para una mujer como tú…
–¿Cómo…? –dice.
–Mira dentro del ramo de rosas.
Entonces, nos retiramos del abrazo y encuentra la carta. Un gran sobre de color rosa pastel decorado con purpurina y en el que he dibujado corazones y he escrito con letras grandes lo siguiente: «T'estimo, amor de la meva vida» («Te amo, amor de mi vida»).
–Ay… A ver, a ver… –dice, ansiosa y muy emocionada, con las mejillas ruborizadas y su melancólica mirada brillando intensamente, se podría decir que casi llorando ya al leer mis palabras en el sobre.
Acto seguido, lo abre y empieza a leer la carta interiormente. Se titula «Una rosa por cada una de las diez virtudes que más amo de ti». Puedo observar el creciente rubor en sus mejillas. También como sus ojos se ponen más llorosos y empiezan a derramar lágrimas de emoción mientras tiene una mano en el pecho, palpándose el corazón.
Una vez termina de leer la carta, me abraza llorando. Yo también lloro con ella.
–No te haces a la idea de cuánto te amo, Clara. Con todos los momentos duros que he pasado, nadie en la vida ha sabido valorarme, admirarme y quererme como tú… Nadie en la vida me ha dedicado estas bellas palabras… Y eso… Eso no tiene precio, créeme. Eres tan grande para mí que no cabes en mi corazón. Eres lo mejor que me ha pasado en esta dura vida, Clara. Eres increíblemente hermosa y excepcional. Te amo con todas mis fuerzas, mi cielo. Prometo cuidar bien las rosas, a la vez que cuido de nuestro amor.
–Eres la mujer con la que siempre soñé… E incluso más que eso, porque en el amor la realidad siempre supera los sueños. Si pudieras verte con los ojos que yo te veo en vez de en el espejo, tanto interior como exteriormente, te aseguro que jamás conocerías los complejos. Amo tu bondad, tu ternura, tu inteligencia, tus ideales, tu manera de ver el mundo, tu mirada, tu sonrisa, tu cabello, cada milímetro de tu cuerpo, cada milímetro de tu alma con sus luces y sombras… Eres la mujer más hermosa de todas, Carlota. En todos los sentidos. Es junto a ti con quién quiero pasar el resto de mis días. Te amo como nunca he amado a nadie, Carlota.
Y nos abrazamos fuertemente mientras ambas lloramos. Carlota ha tenido un pasado muy duro y marcado por acoso escolar, maltrato psicológico, soledad y depresiones y tiene una gran necesidad de afecto. Más palabras bonitas, sonrisas, abrazos y besos sinceros es lo que necesita Carlota. Sentirse valorada y admirada. Que no solo le digan que la aman, sino que se lo demuestren día a día. Sentirse amada es lo que necesita. Porque con todo lo que ha vivido y ha luchado, lo merece. Eso y mucho más.
Nos abrazamos y nos besamos las mejillas. Ella siempre tiene que agacharse bastante para alcanzar mi rostro, dada la notable diferencia de altura entre las dos, y aún más con las botas de plataforma y tacón ancho. Mientras la abrazo, puedo sentir el ligero temblor de su cuerpo mientras llora de la emoción, así como el dulce latido de su corazón.
Pasados unos minutos, mientras nuestros cuerpos siguen abrazados, retiramos nuestras cabezas y nos miramos intensamente. Ese brillo melancólico en la mirada de Carlota enternece aún más mi alma.
–Prométeme que siempre estarás a mi lado, Clara.
–Jamás me iré de tu lado, Carlota. Te amo más que a nadie, tenlo siempre presente.
–Siempre te cuidaré y te protegeré en lo bueno y en lo malo, hasta el fin de mis días. Te amo, Clara.
–El fin de tus días es también el fin de mis días, Carlota. Si tú me faltas, yo muero por dentro. Desde que te conocí, la vida no es vida sin ti.
–Si tú te vas, yo me voy contigo, Clara. Hasta el fin del mundo si hace falta. Si tú falleces… Si tú me faltas… Ay… No quiero ni imaginarlo… Me muero, Clara, me muero… Como si me privaran del aire que respiro.
Estamos las dos llorando y seguimos abrazándonos con fuerza y acariciándonos la cintura. Estamos así durante unos diez minutos hasta que logramos amainar nuestro llanto.
Pasados unos diez minutos, ella me da un beso en la frente y acto seguido en los labios.
–Tengo que terminar un trabajo de la universidad –me dice dulcemente, mientras me acaricia en la mejilla– ¿Qué te parece si nos sentamos y nos relajamos?
–Perfecto, amor –le respondo.
Entonces, ella se sienta en la silla del escritorio. Yo también me siento, en la esquina de su cama más cercana al escritorio.
Empieza a preparar el ordenador portátil y los libros que necesita para trabajar. La observo. Me encanta verla tan estudiosa y aplicada. Además de trabajar de secretaria en la biblioteca, un trabajo tranquilo, que no pide estar de cara al público y con el que ella se siente a gusto, también ha estudiado la carrera de humanidades y ahora está haciendo un máster en estudios medievales. Igual que a mi, a Carlota le ha apasionado todo lo que se asocia culturalmente con la oscuridad de este mundo y del ser humano, además de también apasionarle la historia. Por eso le apasiona en especial todo lo relacionado con la época medieval. Sobre todo, amo saber que ama lo que hace y que la hace feliz. Y eso es lo más importante. Si ella es feliz, yo lo soy el doble.
Mientras el ordenador se va encendiendo, abre la caja de bombones en forma de corazón que le he regalado y se dirige a mí.
–¿Quieres uno, amor? –me dice, con ternura y sensualidad.
–Claro que sí, mi reina –y cojo uno y empiezo a comerlo.
Acto seguido, ella coge otro y se lo lleva directamente a la boca. Por los lentos y a la vez sensuales movimientos que hace con su boca y con su lengua, puedo ver que va saboreándolo lentamente. Mientras tanto, va leyendo interiormente uno de los libros que necesita para hacer el trabajo.
–Uy, me aprietan un poco los pantalones… –me dice tímida y a la vez sensualmente, una vez se termina el bombón. Y acto seguido, se los desabrocha y se los quita lentamente, dejando ver unas braguitas negras y las botas altas negras de cuero, plataforma y tacón ancho que lleva, bien ceñidas a sus largas piernas. Al ser pantalones acampanados, no le resulta difícil quitárselos.
Ufff… Justo la prenda que yo ya le quitaba hoy con la mirada… Con este grueso jersey granate de lana de cintura para arriba y sin nada más ni nada menos que braguitas y una de esas botas altas o chanclas de cuero, plataforma y tacón de cintura para abajo. Como me excita verla tan modesta de cintura para arriba y tan provocativa de cintura para abajo. La miro con mucho deseo.
Una vez se ha quitado los pantalones, ya se le enciende el ordenador, abre el documento con el trabajo y va leyendo los libros que tiene que leer. La observo. Veo que tiene un lápiz en la mano para subrayar, que va mordiendo de vez en cuando. Me siento muy excitada. Este estereotipo de «nerd» estudiosa y aplicada y a la vez discretamente provocativa de puertas para adentro reconozco que me pone muy a tono.
Pasados unos diez minutos, toma la caja de bombones y coge otro bombón. Ufff… Vuelvo a ver cómo lo saborea lenta y sensualmente mientras va estudiando, esta vez dándole pequeñas lamidas y mordisquitos hasta que el bombón se hace más pequeño y acaba saliendo una crema de chocolate blanco (por fuera son de chocolate con leche y tienen una crema de chocolate blanco por dentro). Se mancha un poco el jersey de crema del bombón, ya que se lo estaba comiendo sin decantárselo mucho de la ropa. Ufff… Como me está poniendo. Verla tan modesta de cintura para arriba y de cintura para abajo tan seductora, con esas apetecibles braguitas negras y esas provocativas botas altas de cuero, plataforma y tacón… Comiéndose sensualmente los bombones que le he regalado… Mi cuerpo reacciona cada vez más. Siento como mi piel experimenta un calor febril, haciendo que se ruborice cada vez más y que sienta más sensibilidad, como mi estómago y mi vientre se contraen, como me tiemblan las extremidades, como se me eriza la piel, como se me endurecen los pechos y como se abre en canal esa dulce sensación de calor, tensión y humedad entre mis piernas.
Acto seguido, se vuelve otra vez hacia mí girando la silla, ya que, como toda silla de escritorio, es de esas que tienen ruedas.
–¿Quieres otro bombón, amor? –me pregunta, mientras me acaricia sensualmente la mano.
–Me apetece más un beso tuyo –le digo.
–Eso siempre lo tendrás, durante el resto de tus días.
Entonces, sin pensarlo un segundo más, me acaricia las mejillas y el cuello y me da un tierno y caliente beso.
Y nos damos este beso. Y otro… Y otro… Y otro… Cada vez más largos, intensos y profundos. Entre beso y beso, me levanto de su cama y me pongo de pie delante de su escritorio. Y en esta otra posición, seguimos besándonos. La intensidad de nuestros besos va subiendo en una escala del rosa pastel al púrpura. Nos besamos como si no hubiera un mañana y sin apenas tomar aire. Las dos estamos cada vez más excitadas y se nota. Nos miramos con mucho deseo.
Me voy agachando un poco para llegar a ella, ya que yo estoy de pie y ella sentada. Empiezo a besarle lenta y delicadamente los labios, las mejillas, ásperas a causa del acné, unas de esas imperfecciones que tiene y que acariciando también puedo hasta decir que me excitan, ya que mi morbo hacia ella puede más que otra cosa. Mientras nos besamos, mis manos acarician su larga cabellera castaña y lacia con flequillo recto y empiezan a bajar lentamente desde su cabello hasta sus grandes ubres. Se las amaso y acaricio con delicadeza por encima del grueso jersey de lana granate. Puedo sentir sus pezones endureciéndose. Empieza a suspirar. Puedo ver de reojo como se muerde disimuladamente el labio inferior.
–Mmmmm… Amor…
Lentamente, voy agachándome más y mis delicadas manos con dedos de pianista van acariciando sus pechos y su opulenta y gordita barriga, de arriba a abajo, de abajo a arriba… Obviamente, centrando más la atención hacia sus pechos, esas grandes ubres. Siempre por encima del jersey. No me hace falta quitárselo. Se ve tremendamente sensual solo sin el pantalón y con el recatado jersey, las braguitas y las provocativas botas negras de cuero, plataforma y tacón ancho. Yo, en cambio, esta vez sigo y seguiré con mi elegante vestido negro ajustado y mis finas medias negras. Sus grandes manos y sus largos y gorditos dedos también pasan por mi cintura y mis pechos.
Entonces, me agacho completamente, mientras ella está sentada. Yo ya me encuentro debajo de la mesa del escritorio, justo delante de sus piernas.
–Termina tranquila tu trabajo de la universidad… Relájate… –y me levanto un poco para alcanzarla y darle un delicado y a la vez caliente beso en la mejilla y otro en los labios mientras le acaricio el cabello.
–Mmmm… Perfecto, amor mío…
Entonces, me vuelvo a agachar completamente. Me encuentro debajo de la mesa, entre sus piernas. Tengo justo delante su húmeda rosa, llorando de placer por debajo de las braguitas negras. Pero quiero ir despacio. Muy despacio.
Empiezo acariciándole y besándole los muslos, las piernas y las botas como si no hubiera un mañana. Esas botas… Ufff… El cuero, las plataformas, los tacones… Se las huelo, se las beso y se las lamo como si no hubiera un mañana. Estoy tan excitada que a veces me toco los pezones. Puedo escuchar como sigue con su trabajo, como va tecleando y pasando las páginas de los libros. A veces levanto un poco la cabeza para ver su cara de concentración y seriedad. Además, las gafas le dan un aire de nerd que me pone muy a tono. A la vez también puedo sentir lo receptiva que está a mis caricias y besos en sus muslos y piernas. Lo puedo sentir porque con el lento pasar de los minutos, puedo observar sus lentos y discretos movimientos y oler la creciente humedad en sus braguitas negras.
–Ay, eres tan hermosa… Y tan sexy… –le digo a ratos, mientras mis manos y mi boca se enredan entre sus abundantes carnes y en sus provocativas botas. Una de las veces que se lo digo es de esas que mi cara sube hacia sus muslos y puedo ver como sonríe tímidamente mordiéndose el labio inferior con picardía y lo ruborizada que está. La temperatura de su piel va subiendo paulatinamente.
Pasados unos tres cuartos de hora, Carlota termina el trabajo.
–Amor, ya he terminado… –me dice tiernamente, mientras me acaricia el cabello y la mejilla. En ese momento justo, me encuentro besándole los muslos, ya que voy besándola de arriba a abajo y de abajo a arriba. Puedo sentir el olor a excitación procedente de sus braguitas negras. Acabo acurrucando mi cabeza y mis brazos en sus muslos, me acaricia más el cabello y las mejillas y me da unos cuantos besos en la cabeza. Me siento excitada y a la vez relajada.
Pasados unos minutos, ella me da un toque suave y yo levanto la cabeza de sus muslos. Me besa intensamente mientras se empieza a levantar lentamente de la silla. Mientras se pone de pie, sigue aguantando mi cabeza y acariciando mi cabello y mis mejillas. Ella de pie en posición dominante. Yo agachada, en posición sumisa. Le empiezo a bajar lentamente las braguitas negras de seda, a la vez acariciando y besando sus muslos, sus piernas y sus botas, hasta que llegan a sus pies, a sus provocativas botas de plataforma. Una vez las tiene en los pies, se las empiezo a oler, a besar y a lamer, tanto las braguitas como las botas. Si ya tengo un fetiche enorme con sus calzados de cuero y plataforma, aún lo tengo más si van acompañados de sus braguitas con su dulce néctar.
Pasados unos minutos, subo otra vez mi espalda y mi cabeza, la abrazo por los muslos poniendo mis manos en sus grandes nalgas y mi boca empieza a recorrer su dulce rosa, completamente depilada. Mis labios y mi lengua empiezan a recorrer su grande clítoris, casi succionándolo, y su caliente y abundante néctar. Mientras tanto, mis delicadas manos van amasando y acariciando sus abundantes caderas y nalgas. Tengo mis pechos con los pezones endurecidísimos clavados en sus grandes muslos. Carlota me va acariciando el cabello y mueve las caderas cada vez con más frecuencia y sensualidad. A la vez, también con la otra mano se acaricia a si misma el cabello y las mejillas y se toca los pechos y los pezones por encima del grueso jersey granate. Tiene la piel ardiendo y suspira cada vez más fuerte. Se nota que las dos estamos cerca del orgasmo. Pasados unos veinte minutos, estalla de placer con un dulce e intenso orgasmo por lo puedo intuir con el rubor y ardor de su piel, la rojez de su clítoris, la abundancia de sus fluidos y la intensidad de su gemido final.
Después del clímax, ella cae rendida abrazada a mí, que sigo agachada y acabamos las dos tumbadas en su cama. Entonces, se quita las braguitas que sigue teniendo bajadas hasta las botas y me las da para que se las siga oliendo y lamiendo, mientras ella me abraza y me besa las mejillas, el cuello y los labios desde detrás. Me sube lentamente el vestido y pasa una mano por debajo de mis medias pantis negras y de mis braguitas también negras y con dos de sus grandes dedos estimula mi clítoris y penetra mi vagina. Tiene unos dedos tan largos y gorditos que por instinto me muevo sensualmente como si la estuviera cabalgando. Me siento demasiado satisfecha. Con la otra mano, acaricia mi cabello castaño, mis mejillas, mi cuello, mis pechos, mis pezones, mi cintura y mi esbelto abdomen. Mientras tanto, seguimos besándonos y yo oliendo y lamiendo sus braguitas. Es indescriptible lo que siento. Pasados unos quince minutos, siento un intenso orgasmo recorriendo mi cuerpo entero. Estando yo sentada delante y ella detrás, mi menudo cuerpo cae rendido abrazado a su gran cuerpo.
Pasados unos veinte minutos en silencio y recomponiéndonos, Carlota se levanta, me da la mano y yo también me levanto. Se pone otras braguitas, también negras y muy sexys. Nos abrazamos con fuerza durante unos minutos. En un momento dado, retiramos nuestras cabezas del abrazo y nos miramos intensamente. Puedo observar una intensa felicidad y a la vez una profunda melancolía en el rostro de Carlota.
–La vida, los años, su paso inexorable… Clara, hay veces que yo… Pienso mucho en eso. Todo va muy rápido, cada vez hay más frialdad, individualismo, narcisismo, frivolidad, apariencias, superficialidad, materialismo, confusión. Muchas personas no quieren abrir sus sentimientos, su corazón. No quieren permitirse sentir. Se hacen las duras, pero en el fondo tienen miedo a volver a sufrir o no saben lo que quieren en su vida. Este mundo está muy insensibilizado. Y eso… Eso es muy duro, Clara. Es algo que siempre me ha entristecido… Yo… Pienso en qué será de mí en unos años… Y… sea cual sea el camino en este mundo tan líquido, solo veo un futuro contigo… Y por lo tanto ya no pienso en qué será de «mí» sino en qué será de «nosotras». Si Dios unió nuestros caminos, no es porque sí, Clara. Tú y yo somos la una para la otra. Siempre lo hemos sido. Aunque nuestros caminos no se hubieran unido, lo seguiríamos siendo igual. Y si no se hubieran unido en esta vida, quizás en otra… ¿Has oído hablar alguna vez de las almas gemelas, Clara? –me dice, con los ojos cada vez más llorosos.
–Las almas más nobles, puras y sensibles, como tú, como yo quizás, pero sobre todo como tú, Carlota, tenemos que mantenernos en pie en este mundo cada vez más en ruinas. Ya cuando te conocí supe que eras de esas pocas personas por las que merece la pena luchar y, si hace falta, arriesgar. Mi vida se reducía a trabajar, estudiar, soledad, melancolía y sensación de no acabar de encajar con el mundo hasta que llegaste tú, Carlota… Durante los primeros días de conocernos, aquellos espléndidos días de agosto, sentía que algo dentro de mí estaba cambiando, no sabía descifrar exactamente el qué, pero era una conexión muy intensa que jamás había sentido hacia nadie. Pero con el paso del tiempo y a medida que íbamos forjando un lazo más estrecho e intenso, todo me encajaba cada vez más. Cada vez era más consciente de lo mucho que tenemos en común y de lo que estamos hechas la una para la otra. Que el mejor regalo de Dios en mi vida ha sido ponerte a ti en mi camino. Desde que empecé a ser consciente de lo mucho que te amo, cuando pienso en el futuro, ya no pienso en un «yo» sino en un «nosotras» y ya no es «mi» futuro sino «nuestro» futuro. A mí… Me resulta imposible imaginar un futuro sin ti. Porque las almas gemelas, están destinadas por ley espiritual a unirse para volver a ser una. Sé muy bien de lo que me hablas, Carlota.
–Te amo tanto que me duele, Clara. A pesar de mi opulencia y mi apariencia fuerte, sabes muy bien que yo siempre he tenido un fondo sentimentalmente muy sensible y frágil. Mi amor hacia ti aún me lo ha vuelto más. En el mundo de las apariencias y del mito de la felicidad malentendida, nos venden la fragilidad y llorar como algo negativo que hay que evitar como es algo que debemos abrazar para conectar con nuestra esencia, con las personas que más amamos y con Dios. Tu amor me hace sentimentalmente más frágil y a la vez me fortalece al sentirme tan valorada, amada y libre como me haces sentir –me dice, llorando.
Abrazo fuertemente a Carlota y amaino su llanto. En contra de las ideas preconcebidas que se puedan tener, el hecho de que una persona sea Asperger no quita que sea sensible y sentimental. Carlota lo es, y mucho, sobre todo teniendo en cuenta su traumático pasado, marcado por maltratos. Quizás lo es en sobremanera, más que yo incluso. Y no es nada malo. Es sano mostrar tus sentimientos. Es sano llorar todas las veces que haga falta, y aún más en los brazos correctos. Y eso no quita la mujer fuerte y luchadora que es a pesar de todo. Su pena es también mi pena. Su llanto también es mío. Las dos lloramos abrazadas.
–Tu amor me hace sentir más viva, más sensible y mejor persona. Es tanto lo que te amo que a veces lloro a solas con solo pensar en tu mirada, en tu sonrisa, en tu tierna voz, en tu manera de ser, en lo amada y protegida que me haces sentir, en lo hermosa que eres, interior y exteriormente… en ti. En ti y en lo mucho que me dolería tu ausencia. Tu amor es como respirar aire puro y fresco contemplando el precioso mar azul iluminado por un cielo soleado. Como aquel precioso día de agosto que te vi por primera vez en la playa de aquel hermoso pueblo de la Costa Brava. Y allí estabas tú, sentada en un banco, tan hermosa como siempre, con tu larga cabellera recogida obviando tu flequillo recto, con tu camisa de tirantes azul dejando entrever discretamente tu hermoso escote, con uno de tus pantalones tejanos cortos de medio muslo, dejando ver tus largas y carnosas piernas, y con unas de tus chanclas negras de cuero y plataforma. Tenías las pupilas, junto con tus gafas, clavadas en una de tus novelas favoritas, algo que me hizo percatarme de que a las dos nos encanta el thriller, el misterio y el true crime. No fue aquel día el que te empecé a hablar, pero quedé completamente prendada de tu belleza y sensualidad. A aquel grupo, a mucha gente, por los comentarios que oía decir, les parecías aún tanto diferente, algo con lo que yo me sentí identificada como Asperger que soy. Oí más de un comentario desagradable y haciendo burla sobre ti y mi instinto fue callar las bocas a cierta gentuza cobarde por burlarse de ti, y aún más a tus espaldas, hasta el punto de soltar una bofetada a más de uno. Y eso sin apenas conocerte, solo de vista. Y aún sin conocerte ya sentía que si te ofenden a ti, también me ofenden a mí. Esas tres cosas impulsaron mi deseo de acercarme a ti, de conocerte. Recuerdo que a mucha gente les parecíamos extrañas tú y yo sin ni siquiera molestarse en conocernos al menos un poco. Eres la persona más fuerte y valiente que he conocido en mi vida, Carlota. Para mí eres una guerrera, una luchadora que a pesar de todo el dolor ha salido adelante. A la vez, la persona más noble, tierna y sensible, sin ningún reparo en mostrar sus sentimientos y que algunas veces es una cualidad que te ha traído problemas, pero no por tu culpa sino por la superficialidad y la maldad de la gente. Eres lo mejor que me ha pasado, Carlota, eres la suerte de mi vida. Te amo y te amaré el resto de mis días.
Entonces, ella me besa. Mientras nos besamos, caemos rendidas en su cama y nos dormimos abrazadas.