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Mi esposa Maite y los chicos negros
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Maite siempre se ha sentido atraída por los chicos negros, y eso lo atestigua su largo historial de amantes africanos que han pasado por entre sus piernas. Cuando Maite se masturba, piensa en un chico negro. De modo que cuando le busco un corneador, se lo busco entre los chicos negros de la página.

El último jueves contacté con Seikou, un senegalés que me cayó muy bien, y quedamos que el sábado tendríamos un encuentro los tres. Le propuse irnos a un hotel, pero declinó la oferta y me dijo que en su casa se sentía más cómodo para ese tipo de asuntos y, sobre todo, porque le excita recordar a las demás mujeres que han recibido placer en su cama mientras está con una nueva. A mi eso me pareció muy sugerente y no tuve nada más que decir.

Seikou me contó que vive en un piso con un compañero de su país, pero que no habría ningún problema.

El sábado de la cita, Maite se levantó temprano, se depiló pubis y axilas y se dio un baño con sales aromáticas. La escuché masturbarse mientras estaba en la bañera: yo sabía de sobras que su excitación era enorme y que des de buena mañana no podía pensar en otra cosa que no fuese en su cita de la tarde.

Por fin llegó el momento, y nos presentamos en el piso de Seikou. Maite llevaba un vestido negro corto, muy escotado. Debajo, un tanga escueto. Eso y un collar de colores que le resalta el busto. En el ascensor, coincidimos con un hombre que se quedó prendado de Maite y no pudo apartar los ojos de su escote. Al salir, antes que nosotros, hizo todo lo posible por restregarse contra el culo de mi mujer.

Llamamos al timbre de la calle y nos abrió enseguida. Una vez en el piso, encontramos la puerta entornada. Vimos a nuestro chico al fondo del pasillo, desnudo por completo, con una sonrisa muy ancha y el pene listo para entrar en acción. Cuando Maite vio el pene del amigo lanzó un suspiro y sintió desfallecer sus piernas, pero aun así avanzó hasta el chico y se arrodilló a sus pies. La escena resultaba bastante graciosa: Maite y el chico entraron en la habitación dando pasitos cortos (ella de rodillas como una penitente) para conseguir que el pene del corneador se mantuviese en su boca.

Cuando entré yo, el chico estaba sentado en una butaca y Maite ya le estaba cabalgando. Solo había desplazado un poco el tanga para facilitarle la penetración, mientras las manos del amante extraían sus hermosos pechos grandes del vestido y les daba lametones que sonaban como cachetes.

Aunque los cachetes de veras vinieron poco después, cuando el chico dispuso a Maite de cuatro patas en la cama y la azotó en las nalgas mientras le preparaba el ano con la punta de la lengua. Nada más meterle el glande, Maite lanzó un aullido de placer y tuvo su primer orgasmo. Luego vinieron cuatro más, quizás cinco. En algún momento vi como Maite ponía los ojos en blanco y se masajeaba el clítoris o le daba golpecitos. Su cara estaba desencajada por el placer.

Debo contar algo: en algún momento, durante las casi dos horas en las que Maite estuvo con su corneador, escuché el ruido de alguien que andaba por el pasillo del piso y luego escuché vibrar mi móvil en varias ocasiones pero, como se puede suponer, no le hice el menor caso.

El corneador llegó al orgasmo por fin y le regaló a Maite unos enormes chorretones de esperma en el cuello y los pechos, tras lo cual ambos se tumbaron en la cama de lado para besarse con pasión. Yo, que seguía sentado en una silla contemplando la escena y sacando fotos, comprendí que este macho estaba destinado a gozar más veces con mi esposa.

Fue entonces, durante este rato de descanso, cuando el chico nos dijo su nombre en medio de alguna frase: Babakar.

-¿Cómo que Babakar? -me exclamé yo- ¡Habíamos quedado con Seikou!

-Ah, bueno, Seikou es mi compañero de piso. Me dijo que igual llegaba un poco tarde a la cita y que de mientras yo podía atender a la señora. Yo pensaba poneros un té y unas galletas, pero la señora ha ido directamente…

Comprendí entonces los ruidos de antes y las llamadas, de modo que respondí a las llamadas perdidas y supe que Seikou esperaba en la habitación de al lado, algo intrigado por supuesto. Se lo conté a Maite y ella, entre risas y suspiros, me dijo sin pensarlo:

-Si hemos quedado con Seikou en la otra habitación deberemos ir allí, ¿no crees? Tú también te puedes venir, Babakar. Si es que puedes repetir, claro.

Babakar, por toda respuesta, le señaló su pene a Maite: estaba de nuevo erecto. Los tres nos fuimos a la habitación de Seikou. Y, como os podéis imaginar, no salimos de allí hasta el lunes por la mañana.

Este día, Maite y yo llegamos tarde a nuestros trabajos.

Yo llegué una hora más tarde al mío y ella no se presentó hasta mediodía al suyo.

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