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Mi esposa es muy tetona. Breve relato de amor
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Recuerdo aquellos días en los que vivíamos en aquella pequeña pero acogedora casa en medio de la ciudad. Yo, un abogado de éxito, me destacaba por mi imponente estatura, mi cabello oscuro y una tez blanca que acentuaba mi elegancia. Mi esposa, una mujer de estatura media, con curvas que atrapaban las miradas de todos a su paso. Sobre todo una cola redonda y unos pechos enormes. Su sonrisa era tan radiante que iluminaba la habitación, a pesar de su leve inseguridad acerca de su figura.

Nuestro hogar era un remanso de paz en medio del ajetreo cotidiano. Las paredes estaban pintadas en tonos cálidos que invitaban a la relajación y los muebles, seleccionados con esmero, creaban un ambiente acogedor. En la sala de estar, fotografías enmarcadas capturaban los momentos más felices de nuestro matrimonio, mientras un cómodo sofá nos acogía para compartir tardes de películas abrazados. La cocina, llena de aromas deliciosos, era el escenario de nuestras aventuras culinarias y de innumerables momentos de complicidad.

Sin embargo, hubo un día en particular que marcó un quiebre en nuestra relación. Llegué a casa agotado después de un largo día de trabajo y noté de inmediato que ella llevaba corpiño bajo su camisa. Para mí era sumamente importante y especial que ella tuviera sus tetas sueltas. Me encantaba llegar y sumergirme en ellas. Blancas, tersas, grandes, de pezones rosados, eran mi perdición. Una sensación de temor se apoderó de mí, y mi mente empezó a divagar por los caminos más oscuros. La inquietud se instaló en mi corazón, y una avalancha de preguntas y suposiciones comenzó a nublar mi razón.

La confronté, exigiendo respuestas, y nuestras voces se alzaron en una discusión intensa. Los argumentos resonaban en la habitación, cada palabra cargada de dolor y frustración. Ella me dijo las palabras más hirientes, que ya se había cansado de que sus lolas (ella las llamaba así) le pesaran tanto. Yo, luchando por comprender ese motivo egoísta detrás de su decisión, y ella, sintiéndose atacada y herida. La tensión en el ambiente era palpable, como un frágil hilo a punto de romperse. El mundo se me venía encima con un dramatismo sin igual.

Me senté en el sillón y me agarré la cabeza. Las lágrimas brotaron de mis ojos y me sentí sumido en una profunda angustia. Le pregunté por qué había hecho eso, por qué había dejado de llevar sus tetas al aire o al menos sin corpiño. Pero sus respuestas eran esquivas, como si no supiera cómo expresar sus emociones. Cada palabra que pronunciaba me hundía aún más en un mar de incertidumbre y desesperación.

La noche avanzaba y el conflicto parecía no tener fin. Ambos nos encontrábamos sumidos en un silencio incómodo, incapaces de encontrar las palabras adecuadas para reconciliarnos. El peso de nuestras emociones se acumulaba en la habitación, pesando sobre nuestros corazones. Cada intento por consolarme o encontrar consuelo resultaba en un fracaso doloroso.

Casi como un rayo de luz en la oscuridad, ella se acercó a mí y colocó sus pechos en mi boca. Un destello de esperanza iluminó mis ojos mientras mamaba de tus senos. Veía cómo el brillo de sus ojos impactaba en los míos. Fue en ese instante que entendí que sus pechos en mi boca eran un símbolo de nuestro compromiso y amor mutuo. Esa noche la puse en cuatro y la penetré cómo nunca, mientras le abría la cola para ver el agujero de su ano.

Luego de acabar ella me miró con ternura y me susurró palabras de amor y arrepentimiento. Me abracé a ella con fuerza, sintiendo que el vínculo que compartíamos volvía a fortalecerse. La paz se apoderó de nuestros corazones y nos dimos cuenta de cuánto significábamos el uno para el otro.

Aquella noche, mientras nos abrazábamos en silencio, pude ver en sus ojos el reflejo de su amor y remordimiento. Comprendí que, al igual que yo, ella también había pasado por momentos de dudas y que yo también debía ser comprensivo.

Al día siguiente, al regresar del trabajo, mis ojos se posaron en sus tetazas, porque llevaba una camisa blanca abierta. Una sonrisa iluminó mi rostro y sentí una alegría inmensa. Era un recordatorio constante de que nuestro amor era más fuerte que cualquier conflicto. Le pedí que se diera vuelta y le agarré sus pechos, frotándolos con fuerza. La fui corriendo hasta la mesada de la cocina, le subí su pollera y la penetré en esa posición. Sus tetas se balanceaban. Yo era feliz.

A medida que los días y las semanas pasaban, nuestro matrimonio florecía con una nueva fuerza. Aprendimos a comunicarnos más abiertamente, a expresar nuestras preocupaciones y miedos, y a brindarnos apoyo mutuo en momentos difíciles. Ella me dijo que a veces necesitaba usar corpiño, porque si no le dolía mucho y yo le pedí que tratara de no usar corpiño en mi presencia.

Con el tiempo, nos dimos cuenta de que el amor verdadero no se trata solo de momentos de felicidad deslumbrante, sino también de la capacidad de enfrentar los desafíos y superarlos juntos.

Aquellos días fueron un punto de inflexión en nuestra relación. Nos mostró que el amor no es perfecto, pero que está dispuesto a luchar y crecer. Y así, seguimos adelante, escribiendo nuestra historia de amor con cada gesto de cariño, cada palabra de aliento y cada mirada cómplice. Hoy la amo más que nunca.

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Son mis primeros relatos para mujeres me gustaría que me escriban a [email protected] con sus opiniones. Gracias.

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