Habíamos quedado de hacer algo diferente el fin de semana y se nos ocurrió reservar habitación en un hotel reconocido de la ciudad, en un plan que promocionan para parejas. El plan incluye tres días y dos noches, alojamiento en una suite, cena de gala, acceso a la discoteca y facilidades del hotel, spa, gimnasio y las zonas húmedas.
El plan iba de viernes a domingo, así que llegamos temprano en la tarde del viernes y nos alojamos. La cena de gala estaba programada para el día siguiente, así que nos dedicamos a conocer el lugar y salimos a caminar por los alrededores, visitando el comercio disponible por el sector. Cuando llegamos al hotel, más o menos a las 7:30 pm, me entró una llamada de la empresa para la cual trabajo. Como piloto que soy, fui programado para realizar un vuelo al día siguiente. Tal situación era una contrariedad, pero no había posibilidad de evadir la obligación.
A mi esposa le disgustó tremendamente que no informara acerca de las circunstancias que teníamos y que la empresa se buscara a otra persona, algo que yo sabía no iba a ser posible porque, si me habían llamado, era que ya habían agotado opciones. Y así había sido. La tripulación disponible iba a realizar otro vuelo y, no habiendo sino otra tripulación de la cual echar mano, se nos había llamado para colaborar. En fin. En las empresas pequeñas esto es común, así que la opción era adaptarse a la situación.
Después de aquella noticia, todo lo planeado se vino abajo. Conversamos sobre el asunto y decidimos mantener el plan, pues podía regresar temprano al otro día y aprovechar la noche del día siguiente. Por lo pronto, y sin posibilidad de irme de fiesta, sólo podía prometer que la iba a acompañar esa noche y regresar lo más temprano que pudiera al día siguiente. A ella no le gustó para nada el plan y prefería regresar a casa, pero yo le manifesté que ya habíamos pagado y que lo mejor era tratar de sacarle provecho a la situación.
Fuimos a cenar al restaurante del hotel y allí, vimos que había varios caballeros, supuestamente extranjeros, aparentemente solos, esperando ser atendidos. No le pusimos mucha atención a aquello, pero nos causó curiosidad que había muy pocas parejas en el lugar. Eso, no obstante, no fue impedimento y nos disfrutamos de la comida que allí ofrecían. Sin embargo, el tema obligado de conversación de mi esposa era ¿qué voy a hacer sola el día de mañana? Le dije, bueno, ahora averiguamos en la recepción, pues de pronto hay algún tipo de evento programado y vemos qué se puede hacer.
Efectivamente, pasada la cena, pasamos por la recepción para averiguar qué eventos habría disponibles. Se nos informó que la discoteca estaba disponible ese día y que, al día siguiente, había un tour programado para visitar atracciones turísticas en los alrededores de la ciudad. Bueno… ¿Hay cupo disponible? Si señor. ¡Listo! Registramos a mi esposa en la lista de participantes y pudimos ver que había varias personas incluidas. El tour estaba programado para salir a las 8:30 am, después del desayuno, al día siguiente. Así que fuimos a curiosear en la discoteca, bailamos unas piezas y nos fuimos a la habitación.
Al día siguiente, salí temprano del hotel para atender mi compromiso laboral. Quedamos en que le iría contando cómo se daban las cosas y que nos íbamos acomodando según las circunstancias. Bueno, aprovecha tu viaje, dije cuando me despedí. De pronto te encuentras con un príncipe azul y se te arregla el día, agregué. ¡Ojalá! Dijo ella. Y así fue.
Cuando llegué al aeropuerto y me enteraron del itinerario de vuelo, supe que difícilmente llegaríamos temprano, así que no quise informarle a ella mis sospechas, porque suponía que se iba a desanimar y se corría el riesgo de que desistiera. Llego en la tarde, casi entrando la noche, le dije, para no faltar al compromiso de informarle cómo iban las cosas. Así que ella tomó el tour y se dispuso a pasar el día de la mejor manera.
Una vez realizado mi primer trayecto, ya pasado el mediodía, le llamé para saber cómo andaban las cosas. Me contó que aquello había sido una buena elección, que había varios extranjeros tomando el tour y que, siendo ella una de las pocas mujeres que estaban solas en esa actividad, había entablado conversación con uno de ellos, un señor argentino, ya mayor, de mediana edad, de nombre Federico Rossini. Que era una persona educada, muy amable, conversadora y que ella estaba haciendo las veces de guía turística, hablándole de nuestro país y de todo un poco. Que, la verdad, estaba distraída y encantada con la compañía.
Bueno, dije yo, se hizo cierta mi afirmación. Te apareció el príncipe azul. Entonces, si hay complicaciones, ya tienes programa para esta noche. ¿Cómo así? dijo ella. No, nada especial, dije, pero tú ya sabes cómo es esto. Yo estoy haciendo lo posible para regresar lo más temprano posible, pero dependo de muchos factores que no están bajo mi control. Y lo más malo que me pueda pasar es que no regrese hoy y nos toque pernoctar. Y ¿es que ya estás viendo que va a ser así?, preguntó. Pues no estoy viendo nada por ahora, respondí, pero me preparo por si acaso salen imprevistos, que nunca faltan. Esperemos que no, dijo. Me vas contando. Así lo haré, contesté.
Más tarde, como a las 4 pm, la volví a llamar. ¿Por dónde vas? Está demorada la cosa dije. Y tal vez se alargue el asunto, como te comenté esta mañana. Bueno, ni modo, contestó. Y ¿ya regresaron?, pregunté. Si, precisamente acabamos de entrar al hotel. El paseo estuvo entretenido, pero ya se acabó. Bueno, y ¿qué vas a hacer esta noche? Pues, dijo ella, se me está ocurriendo que, si vas a llegar tarde, aprovecho el cupo que tenemos para la cena e invito al señor con el que compartimos el viaje. Estuvimos juntos todo el día y es una persona interesante. Pues sí, dije yo, si no hay otra opción, tú veras. Lo importante es que estés distraída. Yo miro a ver, contestó. Me llamas si sabes algo.
Ciertamente el regreso iba a tardar, así que, para no generar más expectativas, a las 7 pm volví a llamarla y le dije que, como presentí, tal vez no llegábamos en la noche. Organiza tu velada y, si hay alguna posibilidad, te llamo antes de las 11 pm. De lo contrario es que nos tocó quedarnos en algún lado. Bueno, dijo ella, pero no hizo reparo alguno a mi supuesta tardanza.
Estuvimos de regreso a eso de las 11 pm y, con los deberes que hay que hacer al finalizar los vuelos y el traslado al hotel, estuve arribando a eso de la 1 pm. Fui a la habitación y no encontré a nadie. Todo estaba arreglado, así que supuse que estaría en la discoteca. ¿En qué otro lugar podría estar? Me fui a echar un vistazo, pero no los vi. Lo que sucedía en ese momento no le presencié. Ella me lo contó al día siguiente, cuando finalmente coincidimos, pues llegó a la habitación muy a las 5 am.
Me relató que, como yo no iba a llegar, invitó a Federico a que compartiera la cena con ella. El señor aceptó. Según dijo, se portó como un auténtico caballero y fue muy atento a todo momento, además que se había vestido muy elegante para la ocasión y se le veía muy atractivo. Después de la cena, le propuso que tomaran unas copas y, entonces, se dirigieron a la discoteca. Allí, la música a todo volumen, les impedía hablar, así que el propuso ir a otro lugar. Se fueron al bar del hotel y allí, sin tanto ruido, siguieron conversando.
Más tarde, Federico le propuso que, si ella no tenía inconveniente, la invitaba a seguir la charla en su habitación, sin tanto ruido y tal vez en un ambiente más agradable. Y ella, no le vio problema, y aceptó. Llegando a la habitación, el hombre dispuso bebidas en una pequeña sala, ya que también estaba alojado en una suite y, ya acomodados, propuso tomar unas fotografías para recordar el evento y agradecerle la compañía.
Ella aceptó indicándole que lo haría, pero que le pedía el favor de que no fuera a subir las fotografías en redes sociales o cosas por el estilo. Que aceptaba, siempre y cuando el tema quedara entre ellos dos. Prometió que así lo haría. Primero realizó unas selfies de los dos, posando en diferentes partes de la habitación, mientras continuaban su conversación. Y después, ya hablando de temas más personales y de sus particulares experiencias, él propuso tomarle unas fotografías a ella, adulando sus piernas, sus pechos y diciéndole que era una mujer muy bella.
Con ese pretexto, cuenta ella, el tipo aprovechó para pasar de tomar fotos muy normales, a proponer tomar unas fotos más atrevidas, si no era inconveniente. Así que ella, un tanto alicorada, se prestó para el juego, porque le pareció algo diferente. Y, entre toma y toma, las fotos se volvieron más atrevidas y, al final, resulto ella semidesnuda, posando en ropa interior, en diferentes posiciones. Él tomaba las fotos y le mostraba cómo iban quedando. Y a continuación, proponía realizar mejoras, intentar otra pose y demás.
En ese juego, resultaron tomando fotografías, ya no en la salita sino en la habitación, sobre la cama, pues, ya entrados en el juego, la situación se prestaba para eso. Y allí, en la cama, Federico propuso varias tomas. Primero, posando vestida, luego en ropa interior y, por último, totalmente desnuda, solo vistiendo sus zapatos.
Ella me mostró el resultado de ese juego. Había fotos donde ella posaba de frente, de lado, levantando sus brazos, empinando sus piernas, sentada sobre la cama con las piernas abiertas, mostrando sus senos, sus nalgas, su sexo, en posición de perrito, tomas de sus nalgas desde atrás, con las piernas cerradas, con las piernas abiertas. En fin. Nada que no hubiéramos hecho antes y, por eso, ella lo hizo sin reparos. Lo único es que quien le tomaba las fotos no era su pareja sino un tipo recién conocido, pero había habido tanta confianza en la relación que establecieron a través del día, que ella no puso objeciones para hacerlo.
Y, aprovechando que ella estaba desnuda sobre la cama y él, sentado a su lado, mostrándole las fotos que había tomado con su cámara, discretamente, dijo ella, empezó a acariciarle el cuerpo y, de repente, terminaron besándose. Yo, creo, dice ella, que, a esa altura, ella ya había decidido permitirle que el tipo la follara, pero dejaba que las cosas avanzaran a su ritmo y ella no mostraba intenciones de tomar la iniciativa.
Fue él, incluso, que mientras se besaban, tomó una de sus manos dirigiéndola a su pecho velludo para que ella lo acariciara. Me dice que nunca había estado con un tipo tan velludo y que esa sensación le pareció cálida y atractiva. Y, entonces él, en respuesta a sus caricias, poco a poco se fue desnudando. Primero su camisa, permitiendo que ella le palpara en cada rincón de su pecho, mientras seguían besándose, y luego el pantalón y sus interiores hasta quedar ambos totalmente desnudos, uno junto al otro.
Me dice ella que el tipo se arrodillo frente a ella, abrió sus piernas y se dispuso a besar su sexo. Ella, entonces, se acomodó sobre la cama, para que él pudiera hacer aquello más cómodo y que se entregó a las sensaciones que las caricias de su lengua le producían en su clítoris. Cuenta que Federico es muy hábil y que, de verdad, hizo que tuviera un orgasmo tan sólo estimulándola y trabajando sobre su sexo con la lengua.
Me confiesa que estaba tan excitada con la mamada que aquel le estaba dando y experimentando tales sensaciones con los ojos cerrados, que no supo en que momento el tipo se acomodó y la penetró. La tomó por sorpresa, sobre todo porque él no usó preservativo, pero la sensación estaba tan deliciosa que no le importó, aunque sí tuvo reparos para pedirle que no fuera a eyacular dentro de ella. Y él le respondió que no se preocupara por eso, así que empujó y empujó hasta que se vino, pero, poco antes, sacó su miembro y derramó toda su carga sobre el vientre de mi mujer. El, un tanto avergonzado de lo que acababa de pasar, uso las sábanas para secar el semen que había derramado sobre el cuerpo de mi mujer.
En medio de su relato, ella confiesa que no reparó en el cuerpo desnudo de él. Que, ciertamente, es un tipo de raza blanca, bastante diferente de los mulatos con los que prefiere tener sexo, pero dijo que la experiencia había sido rica y que no se lo esperaba. Que le llamó mucho la atención la sensación que tuvo al tacto al acariciar su pecho y sus muslos velludos. Que de todo pensó menos en que fueran a terminar de esa manera.
Cuenta que, una vez terminado aquello, él, muy caballeroso, se ofreció a vestirla, casi que de manera opuesta a como la fue desvistiendo y que, estando ella ya vestida y él desnudo, la invitó a tomarse una copa más mientras le preguntaba qué fotos quería ella mantener, asegurándose de mandarlas a un correo electrónico que ella le dictó. Hecho esto, y siendo ya casi las cinco de la mañana, ella lo dejó en su habitación y se dirigió a la nuestra, encontrando la sorpresa de que yo ya había llegado.
Ah, ¡llegaste…! Y, ¿por qué no me llamaste?, dijo. Porque me hubiera tirado lo que sea que has estado haciendo hasta esta hora. ¿Me quieres contar? Si, claro. Y ahí empezó su relato. ¿El tal Federico sabe que tú eres casada? Si, claro. Él estaba al tanto de la situación, porque yo le conté. Y, cuando lo invite a cenar, le dije que tendría que reemplazar a mi esposo, porque ya estaba confirmado que no iba a llegar. En ese momento, según lo que habíamos hablado, tú no llegabas.
Así que las cosas se fueron dando, pero no pensé que este señor me fuera a salir con esas. Bueno, pregunté, pero si tu le aceptas a un hombre ir a su habitación, ¿no es porque ya tenías en la cabeza que querías estar con él? La verdad yo no lo había pensado, contestó. Estábamos charlando tan sabroso y pasándola tan agradable, que no le puse morbo a la invitación. De hecho, nunca hablamos de nada que sugiriera que aquello iba a pasar. Simplemente sucedió. Bueno, y ¿qué tal estuvo?, dije. Bien. Fue algo diferente, inesperado y raro. Se sintió bien. No puedo decir que estuvo súper, pero resultó agradable.
¿Y no crees que a él le daría vergüenza si te viera acompañada conmigo más tarde? No, ¿por qué? Pues porque el tipo puede sentirse un tanto culpable de haberse aprovechado de la situación y tal vez avergonzado al saber que yo ya lo sé. No creo, dijo ella. Si somos adultos, cada quien es responsable de lo que elige. Fui yo quien decidió que eso pasara, así que no veo por qué él tenga que sentirse culpable.
Salimos a almorzar y a abandonar el hotel cuando ya iban siendo la 1 pm. Y, en el restaurante, nos encontramos a Federico. Mi esposa lo saludó como si nada. Y él, sin vergüenza alguna, vino a nuestra mesa para saludarla, como si nada hubiera pasado entre ellos. Una vez nos presentamos, dijo, lo pasé muy bien con su señora el día de ayer. Es una persona muy amable, cordial y un encanto de mujer. Me hizo sentir acompañado todo el día. Menuda hembra tiene como esposa. Lo felicito. Y yo, ante eso, no supe qué responder y sólo me limité a decir… gracias.
Menudo paseo había tenido el Federico ese, gracias al papel de guía turística que se ofreció a ejercer mi esposa. Y, ante la adversidad, ella supo adaptarse y sacar provecho de la situación. Y así, mientras yo echaba cabeza sobre dónde podría andar la noche anterior, ella estaba encantada con su nueva y extraña aventura. ¡Cosas de la vida!