Después de esa maravillosa noche y del maravilloso sexo en la ducha con mi amiga Rebeca, mi vida en el pueblo playero cambió completamente. Bueno, no completamente. Nuestra rutina seguía siendo muy parecida, con nuestro día a día y las clases de baile. Lo que se cambió fue nuestra vida sexual. Nuestra rutina comúnmente era interrumpía por asombrosas y cachondas sesiones de sexo. Lo hacíamos casi todos los días. En algunas ocasiones, varias veces al día. Rebeca resultó ser una amante insaciable. Cuando aceptó la nueva dinámica de nuestra relación, fue la que más la disfrutó. Por así decirlo.
En nuestro día a día, nuestra relación volvió a ser la de antes. Con todo incluido. Las bromas, los chistes, los regaños, e incluso las peleas ocasionales. Pero de cuando en cuando, todo eso se veía interrumpido por un arrebato de lujuria. En esos momentos, Rebeca, paraba lo que fuera que estuviésemos haciendo y se abalanzaba sobre mi como una fiera. Como una hembra en celo cuyo instinto la obligaba a copular en ese momento, o si no, su cordura se perdería.
Otra veces era yo quien tenía la libido en el techo, y cumpliendo mi promesa, la tomaba casi por la fuerza y la utilizaba. Como si mi amiga dejara de existir y su cuerpo le perteneciera a una zorra, cuya única función fuera mi desahogo sexual.
Nuestra paradisíaca cabaña playera, se convirtió en una habitación de motel extra large. Cogíamos, en todas partes. El sillón, nuestras camas, y la ducha, solo eran los lugares más recurrentes. Pero para cuando se cumplía un mes de nuestro trato, no había un metro cuadrado de nuestra vivienda, que no haya sido escenario de nuestra película porno privada.
Hubo una vez que Rebeca, tuvo un calentón, mientras yo me encontraba preparando el almuerzo. Todo terminó con ella dándome una mamada mientras mecía la salsa de tomate para que no se pegara. Otra tarde, mientras hacíamos la limpieza. Me excité muchísimo al ver a mi amiga inclinada ordenando unas revistas sobre una mesita. En ese mismo momento, bajé el short suelto que llevaba y la penetre por atrás, con ella aun tratando de recuperar el equilibrio apoyándose contra la pared.
Mi cogida favorita fue después de una clase. Teníamos un grupo nuevo de turistas que nos habían pagado una semana de clases de salsa sensual. Esa noche, les estábamos enseñando una figura simple en la que después de un giro la pareja termine muy junta. Mientras bailábamos, era evidente como Rebeca y yo nos íbamos calentando. A tal punto que, cuando el último de los turistas se fue, no perdimos tiempo y lo hicimos en el piso del salón que a veces hacía de sala de clases. Esa noche me corrí como un geiser dentro de Rebeca mientras ella me montaba.
Más o menos esa fue nuestra vida. Puedo asegurar que nunca había tenido tanto sexo como en esos meses. Y aun así había algo que me volvía loco. No me podía sacar de la cabeza, aquella noche en la ducha, cuando Rebeca al fin se había entregado a mi por completo, y la tenía contra la pared, dándome la espalda. Acariciaba su sexo, abriendo sus nalgas. Desde el clítoris hasta el ano. Y cuando me abrí paso con el dedo por ese estrecho agujero, ella no se había negado. Todo lo contrario, se había entregado más y me había pedido que la penetrara. Pero yo me negué, puesto que no tenía experiencia en ese campo.
Después de eso no habíamos vuelto a hablar del tema. Cogimos de todas las formas imaginables. Pero nunca más mencionamos el sexo anal. Pero era un tesoro que deseaba. Y lo conseguiría. Algo así como unos 2 meses después de la noche de la ducha.
…
Era una mañana de domingo. Ese día no teníamos mucho que hacer por lo que yo me la había pasado en el sofá revisando mi celular. Rebeca se había levantado como todos los días y casi sin mediar palabra, se metió en la ducha. Al salir la vi medio desnuda, mientras caminaba unicamente cubierta por la toalla, y dejando una estela de vapor a su paso. Se me ocurrió que una buena forma de comenzar ese día sería con un buen polvo. Así que me levanté y fue tras ella. Al abrir la puerta de la habitación la encontré terminando de ponerse unas bragas de color celeste. Por lo demás estaba completamente desnuda. Durante unos segundos me quedé embobado por la visión. Tal vez era mi imaginación. Pero tenía la impresión que desde que empezamos a coger, Rebeca se veía cada vez mejor. Como si sus curvas se acentuaran y su piel se hiciera más brillante. Además me encantaba como se veía con el cabello mojado. Me recordaba a la noche que se entregó a mí en la ducha.
Rebeca: Tenía la impresión que vendrías. -dijo, interrumpiendo mis pensamientos.
Yo: enserió. Y se puede saber por qué? -Respondí
Rebeca: Después de este tiempo ya no puedes ocultar tus intenciones. Pude ver tu erección desde la puerta del baño. Y eso que solo me viste en toalla.
Yo: imagínate como la tengo ahora
Rebeca: No necesito hacerlo. El pequeño Mati está queriendo salir a saludar.
Yo: El gran Mati, querrás decir. -dije fingiendo indignación
Rebeca: mmm. no creo que le queda mejor pequeño Mati. -Respondió entre risitas
Yo: Pues eso no fue lo que decías a noche. Como era? «cógeme con esa vergota» creo que eso fue lo que dijiste. Aunque puedo confirmarlo con los vecinos, porque con lo fuerte que lo gemiste, estoy seguro que ellos nos pueden sacar de la duda.
Rebeca: Por que mejor no vienes y me lo demuestras otra vez, pendejo. – dijo finalizando la conversación.
Yo no perdí tiempo en responder nada más. me acerté a ella y la tomé por la cintura para besarla. Ella me rodeo el cuello con sus brazos y respondió mi beso, de una forma sensual y apasionada. La única forma que Rebeca conocía.
Si algo debo admitir de mi amiga es que en lo que respecta al sexo y los placeres carnales, no hace las cosas a medias. En esos meses nunca me dio un beso desabrido, o una mamada sin ganas, menos aún un mal polvo. Ella lo daba todo. Con cada beso te hacía sentir el último hombre sobre la tierra, sus mamadas se sentían como si quisiera extraerte ambrosía a través del pito. Y cuando te cogía, se entregaba en cuerpo y alma. Fuera ella, o no quien comenzaba el acto.
Sin mayor ceremonia, mientras nos besábamos la fui con diciendo hacia su cama. Al llegar, de manera brusca la empujé sobre ella, y me abalancé. No sin antes detenerme a ver por un momento a la escultura de mujer que tenía frente a mi. Completamente desnuda excepto por las bragas, y su cabello aun húmedo esparcido por la cama.
Me arrojé sobre ella como una bestia. Sin control alguno. Con hábiles movimientos libere mi pene de la Bermuda que llevaba. Y mientras que con una mano hacía a un lado las bragas celestes de mi amiga, con la otra dirigía cual dardo mi poderosa erección hacía los carnosos labios inferiores de Rebeca. Me llevé una sorpresa al sentir que en cuanto mi pene toco la entrada de su vagina, se deslizó con completa facilidad hasta su interior. Sin parar hasta tocar el fondo de su útero. El interior de Rebeca estaba aún mas húmedo que su cabello.
Yo: Eh, pendeja, al parecer no era el único que estaba antojado.
Rebeca: Cállate y cógeme
Yo: No, hasta que lo digas – trataba de sonar como si tuviera el control, pero la verdad era que estando dentro de ella, cada vez era mas difícil mantenerme quieto.
Rebeca: Qué quieres que te diga? – al ver que yo no comenzaba con el bombeo, Ella trataba de mover sus cadera arriba y abajo emulando el movimiento sexual, pero yo tenía todo mi peso sobre ella, y era muy difícil.
Yo: Ya lo sabes.
Rebeca: Mierda! está bien. Si, chucha, si. Yo también me muero de ganas de que me cojas cada vez que te ve…
No dejé que terminara la frase. Fue suficiente para mi. Comencé a embestirla con toda la fuerza y brusquedad que mi cuerpo me permitió. Mi verga entraba y salía de su interior como el pistón de un motor bien engrasado. El sonido de sus gemidos eran acallados por el chocar de nuestras caderas y el ruido húmedo que provocaba.
Rebeca: Si!, mierda, Siii!
Escucharla gemir era una delicia para mi. El saber que lo gozaba tanto, o mas, que yo me excitaba aún más. La inmovilice tomando sus muñecas y presionándolas contra el colchón. Mientras que la penetraba fuertemente. Lo que hacíamos, no era romántico, ni cariñoso. Era sucio, violento y agresivo. Pero era como nos gustaba.
Rebeca: No pares. Cógeme! Cógeme!
Sentía como los jugos vaginales de Rebeca se escurrían con cada penetración.
En esa ocasión no cambiamos de posición. La tome así durante un buen rato hasta que sentí que estaba a punto de venirme. Entonces saque mi verga y descargue chorros de espeso y blanco semen sobre todo su abdomen y pelvis. No era necesario, ya que Rebeca tomaba anticonceptivos. Lo sabía desde la primera vez que lo hicimos. Pero Había algo muy excitante en correrme sobre ella. Manchándola con mi esperma. Era, de alguna manera, una forma de demostrar que la poseía. Que dijera lo que dijera. O pensara lo que pensara. Ella era mi perra.
Y ella lo sabía porque después de descargarme, se quedó por un momento como estaba. Sudada, pegajosa y semidesnuda. Acostada sobre la cama. Y mientras la veía, con los dedos de su mano izquierda todo un poco del semen que había en su bajo vientre y se lo llevó a la boca. No sé como explicarlo, pero hay algo tremendamente sensual en ver a una mujer saborear tu semen.
Yo: Te gusta?
Rebeca: Sabes que si. Me encanta tu leche
.
Al escuchar eso solté una risita tonta
Rebeca: Qué?
Yo: No dijiste que te gusta «la leche». Dijiste que te gusta «mi leche».
Rebeca: Es lo mismo
Yo. No, no lo es. Hay una gran diferencia entre «la leche» y «mi leche»
Rebeca: Okay… Tu ganas. Debo admitir que, a pesar de mis dudas, a la final todo esto ha ido muy bien.
Yo: Todo esto?
Rebeca: Ya sabes. Tu… y yo… Cogiendo. Resultó mejor de lo que esperaba.
Yo: Creías que no lo sabía hacer tan bien?
Rebeca: No es eso. He hablado con algunas de tus exs. Y sabía que lo hacías bien. Pero creí que sería raro. En serio nunca te había visto de una forma sexual hasta la primera noche que lo hicimos.
Yo: Entiendo. Me pasaba lo mismo. Creía que hacerlo contigo sería como hacerlo con mi tía Marta.
Rebeca: Gracias por compararme con tu tía más vieja
Yo: Sabes lo que quise decir.
Rebeca: Y ahora? Me sigues viendo como tu tía Marta?
Yo: Para nada. A mi tía Marta jamás le hubiera hecho lo que te acabo de hacer… Hubiera sido algo más cariñoso.
Rebeca: Idiota – dijo riendo mientras me lanzaba una almohada a la cabeza
Durante ese tiempo Rebeca se había quitado las bragas para limpiarse el resto de mi esperma con ellas. Quedando desnuda frente a mi. No podía apartar la vista. Incluso después del tiempo que llevábamos acostándonos, su cuerpo tenía un efecto Hipnótico. No era un cuerpo voluptuoso, ni extremadamente tonificado. Incluso en ciertos lugares tenía sus «llantitas» Pero era un cuerpo sensual. Sus senos, sus nalgas, sus piernas. Era un cuerpo que al verlo solo te incitaba al sexo y nada más. Y mi pene empezó a reaccionar a eso otra vez.
Rebeca: Parece que no tuviste suficiente. Y me alegra porque yo tampoco
Antes de que pudiera decir nada, mi amiga se acercó a mi tomando mi pene a media erección con la mano. Acercó sus labios a la punta de mi glande y comenzó a lamerla. La boca de Rebeca era una delicia. Sus mamadas eran suaves, sensuales y metódicas. Cuando chupaba un pene, lo hacía a conciencia, sin dejar un solo milímetro de piel sin lamer, besar o succionar. Sabía el momento y ritmo adecuado siempre. Y manejaba un amplio arsenal de trucos, Desde los suaves besos en la punta del pene, hasta la salvaje garganta profunda. Y aunque no hacía contacto visual todo el tiempo, cuando lo hacía, su mirada era de vicio puro.
Durante uno de esos momentos en que nuestras miradas se cruzaron, mi amiga paro la mamada, pero no dejo de masturbarme.
Rebeca: Que pasa? no te gusta como lo estoy haciendo?
Yo: Sabes que lo haces increíble
Rebeca: Gracias. Siempre me he enorgullecido de ser una gran mamadora. Entonces, que pasa?
Yo: Reb. te quiero coger el culo – lo dije directo, sin rodeos
Ella paró en seco el sube y baja de su mano. Por un momento nos quedamos petrificados, viéndonos a los ojos. Su mirada era inquisitiva, como si tratara de adivinar era enserio o una broma.
Yo: Pero necesito que me enseñes – continué. Avergonzado desvié la mirada hacia un lado – Pero necesito que me enseñes. Como te dije, no tengo much…
Como ya era costumbre, Rebeca no me dejó terminar. Había soltado mi falo y con sus dedos me sostuvo la barbilla. Tenía su cara casi pegada a la mía y me miraba profundamente. De la nada, me beso. Igual que tantas veces antes en todo el tiempo que lavábamos cogiendo, pero al mismo tiempo, muy diferente. Era la primera vez que me besaba con más cariño que pasión. O eso me pareció. Cuando terminamos de besarnos le pregunté.
Yo: ¿Qué fue eso?
Rebeca: Tú me puedes hacer todo Mateo. Lo que tú quieras. Si quieres mi culo, te lo voy a dar.
Sin decir media palabra mas. Se levantó dejándome en su cama. Acostado, desnudo y con cara de idiota, sin saber que había sucedido. Rodeo la cama y abrió el cajón de la mesita de noche. Del interior extrajo una botellita translucida con un líquido transparente. Lubricante.
Yo: Estabas preparada…
Rebeca: Pues si. Desde esa noche que lo hicimos en el baño. Me excitó muchísimo que quisieras hacerme la cola. Así que quería estar lista para cuando te decidieras.
Me tendió la mano. Cuando se la tomé, me halo para que me incorporara. Nuevamente quedamos frente con frente, con nuestros cuerpos desnudos pegados. Nos besamos con una mezcla de lujuria y pasión renovadas. Cuando se separó de nuestro beso, mi amiga se subió a la cama, arrodillada. Cuando apoyo las manos, levantó su exquisito trasero apuntándolo hacia mi en una pose felina. No dijo ni una palabra. No era necesario. Sus ojos lo decían todo. acerqué mis rostro a sus nalgas, Hundiendo mi nariz en los pliegues de su carne. Disfruté de su olor a sexo y hembra, antes de pasar mi lengua en un amplio recorrido desde su vagina hasta el borde superior de su ano. Rodee la entrada con mi lengua esparciendo la sustancia húmeda que quedaba de nuestro anterior encuentro. Podía escuchar como la respiración de Rebeca se agitaba con cada lengüetazo. Sentía como mi barbilla se humedecía con el nuevo flujo de excitación que emanaba de su interior.
Rebeca: Ya no aguando – dijo en voz suplicante – házmelo ya!
Yo: Quedamos que esta vez me guiarías tu – dije sacando mi cara de sus nalgas.
Mi amiga, y ahora amante, me alcanzó la botella que aún tenía en la mano.
Rebeca: Esparce esto en todo mi ano. Usa bastante.
Tomé el frasco lo destape. y poco a poco comencé a derramar el líquido espeso. Estaba nervioso y me temblaban un poco las manos, por lo que algo del líquido cayó en sus nalgas.
Rebeca: Sin miedo hecha más – su voy mostraba entre premura y calentura – Con tus dedos espárcelo por todo el contorno y también en el interior.
siguiendo sus indicaciones tome mi dedo medio y fui rodeando la entrada de su culo. Acariciando cada estría de piel que formaba los bordes del agujero. Cuando lo sentí bien lubricado, Con mi dedo fui reuniendo el exceso de líquido que quedaba en toda su zona y lo acumulé en orificio abierto. Entonces introduje mi dedo, primero la punta, poco mas que la yema. y luego un poco más hasta llegar a la primera falange. Un gemido se le escapó a Rebeca en ese punto.
Yo: Estás bien? te hice daño?
Rebeca: No, Estoy bien, Sigue, sigue por favor – dijo, apenas controlando sus gemidos – Mételo más, y después otro dedo más
Nunca había escuchado a mi amiga hablar con esa voz. Con voz de perra en celo. Continué introduciendo mi dedo como me lo pedía. En un movimiento de entra y sale. Pero por cada centímetro que retrocedía, avanzaba tres. Y cada uno era acompañado con otro gemido de Rebeca. Cuando todo mi dedo estaba dentro. lo extraje completamente y de un solo empujón lo volví a introducir, pero esta vez acompañado por mi dedo indice. Eso la sorprendió y soltó un largo grito entre dolor y gusto. Pero esta vez no paré ni le dije nada. Me gustaba la sensación que me dada todo esto. No lo pude controlar y mientras continuaba con la estimulación con mis dedos en su culo, tomé mi verga, que volvía a estar tiesa como el acero y penetré su encharcada vagina.
Rebeca: oooh!! – el grito de gusto por la doble penetración de sus agujeros llenó toda su habitación.
Mi amiga se derrumbó sobre la cama, dejando su culo en pompa, completamente a mi disposición. Quise seguir penetrando su concha, pero con una fuerza que creía inexistente me detuvo.
Rebeca: No, por ahí no. Lo quiero en mi culo, ya. – lo dijo de una forma que estaba a medio camino entre la orden y el ruego.
No me puede resistir. Saque mi verga de su húmeda vagina y con mi mano dirigí la punta de mi pene a la entrada de su dilatado ano. Estaba rojo y brillante por el lubricante. Apoyé mi glande en su orificio y poco a poco fu introduciéndome en ella, a través de un camino nuevo para mi. Un gemido bestial y delicioso me avisó que la punta de mi verga había entrado por completo. Me detuve un momento para saborearlo. Para sentir la exquisita presión de su ano sobre mi glande. Escuchaba la respiración de mi amiga, agitada y entrecortada.
Fue Rebeca que reanudó mi trabajo. Inesperadamente, comenzó a presionar sus nalgas contra mi, haciendo que mi verga penetrara aún mas en su interior. Antes de darme cuenta, tenía ya la mitad de mi miembro dentro de su culo. Fue entonces cuando el ansia animal volvió y de un solo empujón terminé de introducir mi verga. Rebeca pegó ahora si un grito de dolor. Pero al contrario de asustarme, eso me excitó más.
Presionando su cabeza contra el colchón con mi mano, inicie un frenético movimiento de bombeo. Sentía como su estrecho culo se iba abriendo con la entrada y salida de mi pene. El sonido de aplauso que hacían sus nalgas al chocar con mi pelvis aumentaba la velocidad en cada minuto. Sus quejas de dolor eran remplazadas por gemidos cada vez más claros.
La sensación de mi verga en su ano, era algo absolutamente nuevo y diferente a lo que había sentido antes. Era estrecho y rugoso. Áspero incluso con el lubricante. Cada vez que la penetraba, sentía como sus nalgas se tensaban y su ano se se cerraba alrededor de mi pene. Era una sensación deliciosa. Y a eso se le sumaba lo excitante que era tener a mi amiga con el culo en pompa, gimiendo y gritando.
Rebeca: Me vas a partir en dos cabron!!! – gritaba, pero sin el menor ademan de parar – Siento como se mueve dentro de mí!!!
mo de las penetraciones. Fue aumentado. Al igual que nuestros gemidos. Era imposible para mí controlarme. Sentía como el agujero de mi amiga se iba ensanchando.
Yo: este culo es mío Reb! – le dije inesperadamente. Agarrando fuerte sus nalgas para demostrar la posición – puede que el resto de ti se lo des a alguien más. Pero este culo de ahora en adelante es mío.
Supe de inmediato que mi actitud posesiva la excitaba. Porque liberó una de sus manos como pudo, y empezó a masturbarse con ella furiosamente.
Rebeca: Mateo!!! Me voy a correr! me corro! me cooorrooo!
Con una fuerza que nunca hubiera esperado de ella, me empujó, sacándome de su interior. Para luego, desplomarse sobre las sábanas como una muñeca de trapo. Vi como empezaba a convulsionar. Esta vez no temblaba. Convulsionaba como una posesa. Trataba de hundir la cara en el colchón para ahogar sus gemidos. Pero el resto de su cuerpo vibraba, se doblaba y movía sin su control. Pude notar el gran flujo de líquido que salía de su interior, a pesar de que se tapaba la vagina con una de sus manos, porque la cama bajo ella estaba empapada. Igual que la de una niña que se había orinado durante la noche.
Nunca la había visto correrse de esa manera. Durante todo este tiempo que llevábamos cogiendo, había tenido orgasmos intensos. Pero ninguno comparado con esto. Cuando terminó. Se quedó acostada en una posición poco natural. Entre fetal y relajada. La parte de su pecho que estaba apoyada en la cama, subía y bajaba. Al igual que su vientre que se hinchaba y vaciaba al ritmo de sus profundas respiraciones. Su cabello, húmedo, ahora no solo por la ducha sino también por su sudor, se pegaba y apelmazaba sobre su rostro y hombros. Y sus nalgas, y entre las piernas eran un desastre de fluidos.
Yo la contemplaba, más excitado que nunca. Tenerla así. En ese estado de excitación, y sumisión. Era delicioso. Creo que nunca había tenido tantas cagas de tener sexo con nadie. Era una mezcla de sensaciones confusa e inquietante. Distinguía la lujuria, la excitación, el éxtasis. Pero también había rabia, odio, agresión. Sentía que quería matarla con mi verga. Meter mi falo por todos sus agujeros y cogérmela de tal manera que su cuerpo quedará inservible.
Me acerque, sopesando la idea de aprovechar su estado de vulnerabilidad, para utilizar su cuerpo como me plazca. Rodeaba la cama viéndola fijamente. Y siempre apuntando mi palpitante pene hacia ella. Entonces fue cuando una mano rápida como un borrón en el aire, agarro mi pene, firmemente. Apretaba tanto que me dolía. Cuando quise soltarla, pude ver la mirada de Rebeca bajo el pegoste de cabello en su rostro. Y en su mirada vi lo mismo que sentía yo. Solo que ella se encontraba agotada, y esa incapacidad la enojaba más. Empezó a masturbarme. Su mano, mantenía el agarre fuerte, pero con todo el lubricante, sus fluidos y mi propio líquido preseminal. Su mano resbalaba de fila deliciosa.
No sé cuánto dure. Solo sé que esa ha sido la mejor paja de toda mi vida. El movimiento furioso de su mano, junto a la imagen extasiante de esa chica rendida por el sexo. Era una combinación increíble. Cuando me corrí. Lo hice de forma apoteósica. Mis huevos soltaron tanta leche como para llenar el vaso de desayuno. Mi semen salió disparado por todas partes, incontrolable. Cayó sobre la cama, sobre la espalda, hombros, brazo, cuello, cabello y cara de Rebeca. Sin mencionar su mano, que quedó toda embarrada, como si hubiera querido agarrar yogurt con ella.
Al terminar, me se te junto a ella, en esa cama, que seguramente quedaría inservible por la cantidad de fluidos que derramamos sobre ella. Acaricié a Rebeca por todas las partes de cuerpo que tenía a mi alcance. Su espalda, sus hombros, su cuello y nuca, sus habría, su espalda baja. Esparcía mi semen por todo su cuerpo como si fuera una crema. Con cuidado, para que no hubiera ni un solo centímetro que no tuviera mi esencia. Lo hacía con ternura. Toda la lujuria, y la rabia que sentía hace un momento se había disipado. Ahora solo quedaba cariño por mi amiga.
Rebeca: necesito otro baño – su voz era entrecortada, como de alguien que se acabará de levantar.
Yo: aunque me encanta verte llena de mi leche, creo que sí – dije alegremente – y también una cama nueva, está quedó inundada. Y no creo que sea fácil limpiarla
Rebeca: puedo dormir contigo hoy?
Yo: Dormir? – dije riéndome – eso es muy de parejas, no? Si vas. Mi cama ni hubo va a dormir
Pero esa noche si dormimos. Pero también cogimos. A lo largo de la noche alguno de los dos se despertaba y teníamos una nueva sesión de sexo. A veces intenso, otras lento y suave. Hicimos todo y por todos lados, ahora que tenía acceso total a su cuerpo, podía elegir en que agujero o quería hacerlo cada vez. Y después de cada sesión, nos volvíamos a dormir, para un poco después despertar y repetir.
…
Viví junto a Rebeca en la costa durante algo más de un año. Y gran parte de ese tiempo ambos fuimos amantes. El sexo que tuve con ella, fue increíble y diferente a todo el que había tenido y fuera a tener el resto de mi vida. Y estoy seguro que lo mismo pasó con ella. Aun así nunca llegamos a ser pareja. Teníamos un trato no verbal de exclusividad, sobre todo para que la pudiera coger a pelo sin riesgo a contagiarnos de nada. Pero nunca fuimos una pareja formal. Seguíamos siendo amigos, camaradas, colegas. Y lo seguimos siendo.
Cuando me ofrecieron un increíble trabajo en la ciudad. Tuve que regresar. A pesar de todo lo bueno de la vida en la costa, sobre todo el sexo con Reb. Era una oportunidad increíble, que no podía evitar. El día antes de irme Rebeca me despidió de forma inolvidable. Fornicamos todo el día. Para ese momento ambos sabíamos muy bien lo que le gustaba al otro, y lo que lo volvía loco. Ella se aprovechó de eso para tentarme a quedar. Cogimos hasta que nuestros cuerpos nos dijeron que era suficiente. Hasta que mi verga palpitaba y mis testículos dolían. La vagina y el culo de Rebeca quedaron tan rojos como la bandera de china. Y sus pezones se partieron y cortaron por mis mordidas.
Regresé a visitarla un par de veces y en todas ellas cogimos, con condón está vez, pues sin mi ahí, Rebeca se dedicó a chaparse a todos los hombres de la localidad. Pero hubo una vez que no cogimos. Cómo dos años después de que regresará a la ciudad. La hija de Rebeca fue a vivir con ella unos meses. Con ella ahí fue difícil encontrar un momento para nosotros. Y por las noches era imposible pues sabíamos que en la forma que lo hacíamos, su hija no solo nos escucharía sino que sería realmente incómodo.
Lo que Rebeca no sabía era que su hija era igual que ella solo que con la batería extra y la calentura que da la juventud. En ese viaje lo comprobé…
Pero esa historia es para otra ocasión.
…
Muchas gracias por leer. Se que me he demorado muuuucho en terminar el relato, pero estoy comenzando y es súper complicado encontrar el mood para escribir este tipo de historias. Espero que les guste y recibo con agrado cualquier recomendación o sugerencia.