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Mi amigo me tenía ganas
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Me dijo que estaba aburrido y que quería salir a tomar unos tragos y yo le respondí que sí, que me parecía una buena idea. En las últimas semanas habíamos salido algunas veces y hablado más de lo que habíamos hablado en 4 años estudiando en el mismo colegio.

En realidad no habíamos sido muy cercanos, más allá del “qué tal, como te va” de cortesía. Pero desde hacía unos meses los dos estábamos solos en la misma ciudad, en otro país, trabajando lejos de nuestras familias y rutinas.

Cuando eso pasa, siempre es agradable encontrar una cara conocida y la distancia termine por acercarte a personas a las que en otras circunstancias no te hubieras dado el tiempo de conocer mejor. Eso fue lo que pasó en este caso.

Teníamos 25 años. Él era un poco más alto que yo, bien parecido, de pelo castaño, fuerte, a pesar de que no hacía ejercicios. Es de esos casos en la que la naturaleza te premia con un buen cuerpo. Tenía unas piernas fuertes y unas nalgas que llenaban unos jeans que siempre usaba ajustados.

Nos entendíamos bien. Éramos lo suficiente cercanos para abordar cualquier tema en confianza, y hablábamos mucho. Me extrañó que varias veces terminara hablando de gays cuando salíamos, pero no le preste mayor atención y siempre le recordaba la premisa de vive y deja vivir.

Esa noche vino a buscarme como convenido y nos fuimos a beber a un bar cerca de mi departamento. Él se había rentado lejos y había venido en taxi. Salimos caminando y nos tomamos unos cuantos tragos. El insistía en que tomara más, que él pagaba.

Cuando salimos del bar los dos estábamos entonados. Él me dijo que era peligroso llegar hasta donde se quedaba y yo le ofrecí quedarse en mi departamento, el cual compartía con otra persona.

Yo ocupaba un cuarto y mi compañero de apartamento el otro, pero en el salón había un sofá cama que él podría utilizar. Se lo dije mientras caminábamos de regreso y no le gustó la idea. Me respondió que tenía pena de amanecer en la sala y parecer un intruso.

Yo traté de convencerlo y luego le ofrecí que durmiera en mi cama, que yo dormiría en el sofá. Pero él tampoco quiso, pretextando que no quería quitarme mi comodidad. En eso estábamos cuando entramos al ascensor.

Le dije en broma. Qué quieres, dormir conmigo? Él no respondió, pero el brillo de sus ojos me dijo que era eso lo que buscaba. Subiendo, le expliqué que la cama era pequeña y que dormiríamos apretados, y que después de varios meses lejos de mi novia, no era seguro para él, porque iba a querer cogérmelo.

Él se reía, y me decía que estaba dispuesto a pagar ese precio si necesario, pero que durmiéramos juntos. A mí se me empezó a poner duro el rabo, y me dieron ganas de cogerle las nalgas y apretárselas para que viera que no jugaba, pero había cámara en el ascensor y no quería que el de seguridad nos viera.

Cuando entramos al apartamento, todo estaba oscuro. Mi compañero de piso, o dormía, o estaba fuera. Le dije que pasara y que entrara en el cuarto, para que viera lo que le decía de la cama, que era estrecha para dormir cómodos los dos.

Él entró a mi cuarto, vio la cama y me dijo que le parecía bien para los dos.

-En serio, te la voy a clavar, le advertí.

-Deja de decir eso -me respondió riéndose.

Me senté en el borde de la cama y él se quedó de pie frente a mí.

-Se me está parando de solo pensarlo -agregué

En ese momento dejó de reírse. Me preguntó que si estaba hablando en serio. Lo sentí vulnerable. Estaba a punto de dar un paso que lo dejaría en evidencia y si yo terminaba ahí el juego y comentaba luego lo que había pasado, lo podía exponer.

-Sí, si quieres dormir aquí tienes que mamármela, le dije.

-Él me preguntó otra vez, -seguro que no estás jugando? No se veía ofendido, al contrario.

Para alentarlo, me llevé la mano a mi entrepierna y me apreté el bulto.

-Ves como lo tengo -le dije- si lo quieres cógelo.

Como no se decidía, me bajé el pantalón y le dije – si de verdad lo quieres, mete la mano.

Reaccionó de inmediato, acercó su mano hacia mi bulto mientas pedía que no se lo dijera a nadie.

-Que no diga qué, que te la voy a meter por el culo, qué ganaría con eso? – le dije y le hice comprender que él tampoco podía hablar.

Lo que sucedió después me excita aun hoy de solo pensarlo. Se agachó, metió sus manos en mi bóxer y sacó mi miembro ya duro. Me miró a los ojos y sin dejar de mirarme se lo metió en la boca. Primero la cabeza, luego la mitad.

Me dio una mamada regular, pero me excité como nunca con su mirada de puta en celo. Todavía hoy me masturbo con esa mirada de deseo. Lo agarré de la nuca y le di el ritmo que quería a su mamada. El protestaba, y yo me excitaba mas.

A pesar del morbo y la excitación, no pude venirme. Le dije entonces que preparara el culo, que me lo iba a coger.

Él se puso un poco nervioso pero no opuso resistencia y dejo que le quitara la ropa. Creo que le dio un poco de miedo, porque me había dejado llevar por la excitación y había sido un poco rudo con él mientras le manejaba la cabeza, provocándole alguna que otra arqueada.

Nunca había penetrado un hombre, pero sí le había echo sexo anal a una antigua novia. Me fue difícil entrar. Tenía el culo apretado y él no lograba relajarse por completo. Me dijo que era su primera vez y creo que era verdad.

Agarré una crema que tenía al alcance de la mano y se la unté en el ojete. Lo estimulé con el dedo. Fui un poco brusco de nuevo. No me importaba. Lo puse en cuatro y una vez que tuve la cabeza del rabo frente a su ojete, hice presión y la metí de una hasta los huevos. El gritó. Yo tuve miedo que mi compañero de piso finalmente estuviera en casa y nos oyera.

Cállate,- le dije en el oído – y aguanta que tu querías pinga y ahora es cuando esto se pone rico. Empecé a moverme lentamente. Él protestaba un poco hasta que le empezó a gustar.

Lo tenía en cuatro delante mío, agarrado de sus caderas. Estaba cogiéndome a un hombre más grande y fuerte que yo y lo había convertido en mi puta. Me pedía más, más, más… y aumenté el ritmo y la intensidad hasta que se vino.

Yo no podía terminar, creo que a causa del alcohol. Era raro, porque lo estaba disfrutando. Él se dio cuanta y me pidió cambiar de posición. Esta vez se subió arriba de mí. Mi rabo apuntaba al techo y él se sentó despacio encima de él. Se lo metió todo y empezó a moverse.

Ahora veía su abdomen y su pene, ya flácido. Me di cuenta que no estaba muy bien equipado. Le acariciaba los pezones y trataba de agarrar todo su cuerpo, como estrujando sus músculos. Me cabalgó lentamente pero sin parar hasta que me vine intensamente. El semen me lastimó al salir, como si de tanta presión no cupiera por el conducto.

Terminamos en la ducha, para limpiarnos los restos de la acción y el sudor.

Esa fue la primera vez, pero yo sabía que habría otras.

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