Había vuelto a Galicia, pero no me quitaba la cabeza la morena más sexy que jamás había conocido. Echado boca arriba sobre mi cama, Recordaba sus grandes y esponjosas tetas, su dulce voz cuando me dijo: "No voy a dejar que su lengua profane mi sexo" Recordaba mi lengua lamiendo su culo y a la morena llamándome: "Cerdo". Recordaba su coño rasurado y su gordo clítoris. Recordaba mi lengua apretada contra él haciendo círculos. Recordaba su pelvis moviéndose de abajo a arriba, de arriba a abajo, alrededor y hacia los lados. Recordaba su mano apretando la sábana, su boca mordiendo la almohada y su coño corriéndose en mi boca. Recordaba su voz desgarrada diciendo. ¡¡¡Me corro!!! Recordaba mi polla entrando y saliendo de su culo, cómo la nalgueaba, cómo me corría en su espada y como lamía mi leche de ella. Lo recordaba mientras mi mano subía y bajaba masturbando mi polla, y recordando salió un chorro de leche que cayó sobre uno de mis pies y que después bajó en cascada por el tronco y anegó mi vello púbico y mis huevos.
Una semana después volví al lugar del encuentro. Me senté en el mismo banco de madera del jardín. En la pileta de la fuente seguían los peces dorados, en el escaparate el maniquí y detrás del banco las jacarandas en flor, pero los coches subían y bajaban por las calles que rodeaban el jardín. Era mediodía y estaba solo en el jardín. El silencio de la noche diera paso al bullicio, y lo peor era que ella no estaba. Lo sabía antes de desplazarme, pero quería volver a sentarme en el banco, cerrar los ojos y verla allí sentada, a mi lado. Cuando abrí los ojos la vi. ¡Sí! Era ella, la muñequita más linda del universo, salía de un supermercado con una bolsa en la mano. La seguí hasta su casa sin que ella me viera a mí. Luego me fui a una pizzería, me compré una pizza con setas y anchoas y una gorra, cogí mi auto, lo dejé aparcado a una calle de la suya y llamé a su puerta. Me abrió la puerta, ya se había puesto un pijama, al verme, exclamó:
-¡¿Usted?!
-Su pizza de anchoas y setas, señora.
Echó una ojeada por si alguien estaba mirando, y sin alzar la voz, me dijo:
-Está loco. Váyase. Mi marido está a punto de llegar.
La había cagado. El "mandamás" era su marido. Di media vuelta y me iba, cuando me dijo:
-Pero la pizza la puede dejar.
Sin decir palabra me volví a girar, sin mirarla, decepcionado y avergonzado, extendí el brazo y quise darle la pizza. No me la cogió. Me dijo:
-Sígame y póngala sobre la mesa de la sala que yo tengo las manos manchadas.
Al entrar en la casa cerró la puerta. Caminando detrás de la morena vi que debajo del pantalón azul del pijama no llevaba bragas, pues sus bellas nalgas iban cada una a su bola. Sin mirarme, preguntó:
-¿Cómo supo dónde vivo?
-Te vi salir del supermercado y te seguí.
-¿Vive cerca?
-No, vivo en Galicia.
Puse la pizza sobre la mesa camilla de la sala de estar.
-¡¿Y ha venido desde tan lejos para verme?!
-Al fin del mundo iría para volver a verte.
-Exagerado. ¿Dónde se hospeda?
-En el mismo sitio y en la misma habitación.
-Esta tarde le haré una visita.
Me acerqué a ella y besé aquel lunar de su nariz que tanto me gustaba. Me puso las dos manos en el pecho, y dándome un ligero empujón, me dijo:
-Ahora váyase.
Busqué su boca. Me hizo la cobra.
-No, esta tarde.
-¿Es que te deseo tanto?
Volví a buscar su boca desesperadamente. Se puso coqueta.
-Ya no será la cosa para tanto. Soy una mujer de lo más normal.
-De normal no tienes nada, eres un monumento de mujer. La espera se me hará interminable.
-Ok, un beso pequeñito para que no se le haga tan larga la espera, y sin lengua, eh, sin lengua.
Al pico siguió una caricia en la mejilla, un beso en la nariz, otro pico y ya nos fundimos en un beso con legua, largo, muy largo, tan largo que al separarse nuestras bocas fue para poder quitarle la parte de arriba del pijama, lo que dejó al descubierto aquellas grandes tetas con areolas marrones y gordos pezones. Mi mano derecha se metió dentro del pantalón del pijama y se encontró con su coño que se empezaba a humedecer. Le metí el dedo medio dentro. La morena me mordió el labio inferior y echo su mano derecha a mi polla empalmada. Luego lamí sus pezones y jugué con sus tetas succionando sus areolas primero, y dándoles pequeños mordiscos después, para acabar besando, lamiendo y chupando las tetas en su totalidad. Iba a bajarle el pantalón del pijama para comerle el coño, cuando se agachó, sacó mi polla tiesa cómo un palo y la metió en la boca… Me hizo una buena mamada. La meneaba, la levantaba y lamia los huevos, después lamía desde la base al prepucio, mamaba el glande, lamía el meato, apretaba la lengua contra él, volvía a mamar, la metía casi toda en la boca… La mamada fue tan buena que cuando empecé a correrme me temblaron las piernas una barbaridad.
Al acabar de correrme, se levantó y con la boca llena de leche me besó. Me besaba y gemía. Al acabar el besó con lengua, me agaché delante de ella y le bajé el pantalón del pijama… Estaba cómo pegado al coño. Al separarlo unos hilillos de flujo bajaron con él hasta soltarse y quedar colgando, les pasé la lengua y luego le lamí el coño encharcado. Estaba delicioso, toda ella estaba deliciosa, era una delicia de mujer, y la delicia iba a aguantar muy poco. Después de clavar mi lengua en su vagina, de lamer sus labios vaginales, de acariciar su ojete con la yema de mi dedo medio, y de lamer de abajo a arriba su clítoris una veintena de veces, o puede que menos, tapó la boca con una mano y se corrió cómo una bendita. Ahora eran sus piernas las que temblaban y su cuerpo el que se sacudía. Mi polla al sentir sus gemidos y ver sus temblores se puso dura de nuevo. Aun temblaba cuando la puse a lo largo del sofá y la penetré a lo bestia, y a lo bestia la follé hasta que mi pobre polla estalló de júbilo dentro de ella y su coño le correspondió con una inmensa corrida.
Al acabar, hice que se sentara y comencé a comerle el coño de nuevo, me dijo:
-Nos va a pillar mi marido.
-¿Cuánto falta para que llegué?
-Unos quince minutos.
Solo me hicieron falta cinco para volver a beber de aquella preciosidad morena.
Esto había terminado a la 1,50 pm. A las 3.45, llamaron a la puerta de mi habitación. Abrí y allí estaba la morena con un vestido negro escotado que le daba por encima de las rodillas y calzando unos zapatos del mismo color. Quise besarla y seria, muy seria, me empujó. Le pregunté:
-¿Pasó algo malo?
Sin decir palabra cerró la puerta detrás de ella y me siguió empujando hasta que caí sobre la cama, hizo que me pusiera a lo largo de ella. Se levantó el vestido. Venía sin bragas, subió a la cama, me puso el coño en la boca, y me dijo:
-Por su culpa me he estado matando a pajas más de una semana. Ahora me las va a pagar. ¡Coma!
-No fuiste tú sola la que se mató a pajas.
-¡Calla y come, carajo!
Venía en plan jefa y a mí me gustaba que mandara. Lamí su coño y lamiéndolo cogí un empalme brutal. A ver, era un caramelito, un bombón, una fresita, y yo era un maduro cuesta abajo. ¡Cómo para no empalmarme con ella! Al rato, cuando ya tenía el coño latiendo, se quitó el vestido, se echó hacia atrás y con la polla en la entrada de su vagina me dio las tetas a mamar. Yo empujaba pero ella no dejaba que entrara. Luego me comió la boca, y comiéndola metió el glande, lo sacó y me dijo:
-Diga que siente por mí.
-Creo que te quiero.
Volvió a meter la cabeza de la polla.
-¡No mienta! Diga la verdad.
-Te deseo.
Yo empujaba pero ella no dejaba que entrara más.
-Eso ya lo sé, pero qué busca en mí.
-Lujuria.
La clavó hasta el fondo con un golpe de culo. Me folló a toda hostia siete u ocho veces, la volvió a poner en la entrada, y me preguntó:
-¿Esta clase de lujuria?
-Sí.
Se deslizó con su coño por mi cuerpo, me lo pasó por el mentón, por la nariz, y después me puso el culo en la boca.
-¿Y esta?
Le agarré las nalgas, se las abrí, le lamí el ojete, y se lo follé. Dejó que se lo comiera largo rato. Luego volvió a darme las tetas a mamar y puso el ojete al lado del glande. No tardó en coger la polla y frotarla contra el ojete.
-¿Y esta?
Empujé y dejó que le entrara la punta. Le dije:
-¡Dios que traviesa eres!
Volvió a frotar la polla en el ojete, y me preguntó:
-¿Qué es lo que le gusta más, meterla en mi coño o meterla en mi culo?
Metió el glande dentro del culo, lo quitó y lo metió dentro del coño. Ya no pude aguantar más, comencé a correrme cómo un lobo. La morena la metió dentro del coño mientras se lo llenaba con un litro de leche. Quiso follarme duro, pero solo la clavó tres veces, a la cuarta, se abalanzó sobre la almohada y la mordió con rabia mientras encharcaba mi polla con los jugos de su corrida.
Al recuperarse me besó, y me preguntó:
-¿Me da sexo oral del guarro?
Sabía lo que quería. Le dije:
-Échate boca arriba.
Se puso boca arriba, metí mi cabeza entre sus piernas, y comencé a comerle el coño. Ya no me llamaba guarro, no me lo llamaba porque a ella también le gustaba rebasar el límite de lo socialmente correcto.
A estas alturas del partido quien me lee sabe que me gusta más un culo de mujer de lo que le gusta a un niño un caramelo. Así que después de tragar todo lo que salía de su coño, o sea, cuando ya lo dejé seco, agarré dos cojines y se los puse debajo de las caderas. Su periné y su ojete quedaron a mi disposición. La morena abrió bien las piernas y se echó las manos a las tetas. Yo me lo tomé con calma, primero lamí el periné y el ojete, despacito, después le follé el ojete con la punta de la lengua, luego se lo follé con la punta el dedo medio, y al final mi dedo entero entraba y salía de él mientras besaba y lamía el interior de sus sedosos muslos, Ella, con los ojos cerrados, no paraba se sobar sus bellas tetas. Sus labios vaginales estaban hinchados y abiertos, su clítoris erecto fuera del capuchón, y de su vagina comenzó a salir un jugo blanco cómo la leche que bajaba hasta el ojete y engrasaba mi dedo. A mi me latía la polla. Vi cómo la morena agarraba la almohada con una mano. Se iba a correr. Al tiempo que mordía la almohada y temblaba, su coño se empezó a abrir y a cerrar y a soltar jugos. Le quité el dedo del culo y vi cómo el ojete se abría y se cerraba acompasado con el coño. La morena levantaba la pelvis hasta el infinito en busca de una polla, de una caricia, de algo, pero no la toqué, dejé que se corriera. Cuando acabó metí su coño en la boca y después lo lamí de abajo a arriba. Las palmas de sus manos comenzaron a pegarle al colchón. Rompió a reír cómo si le acabara de contar el mejor chiste del mundo, apretó mi cabeza con sus muslos se retorció, se encogió, lloró, y acabó riendo de nuevo… ¡Cómo se corrió! Echó por fuera cómo un embalse cuando rebosa.
Fueron tres horas de una tarde muy corta, pero muy intensa.
Quique.