Si todavía tenía algo de hombría, lo perdí con mucho gusto aquel día. El día que me sentí más humillada, más usada, más puta, más mujer, mujer de verdad.
Me prepare para salir con mi amante, Papi Samy. Me vestí como la mariquita que soy: un vestido blanco de manchas negras, como si fuera una vaca, un sostén donde acomodar mis pechos de gordo, con un poco de relleno para darle forma, unos tacones incomodos que le pertenecen a mi madre y mi jaula de castidad, para que no se me note ninguna erección, sin importar lo minúscula que sea. Me maquillé, me puse pestañas, me arreglé el cabello y me puse un collar que literalmente era para perros. Me veía bonita, pero no me sentía así del todo.
Papi Samy me llevó al cine, pero no a cualquier, a uno porno. Apenas llegamos y el vendedor de boletos plasmo su mirada en mi culo sin saber que era un pito chico panzón con vestido. En la sala había siete hombres dispersados en todos los asientos, y todos voltearon a verme, sonriendo y chiflando.
La película ya había empezado, y en la pantalla apareció una oficinista de grandes tetas que me recordó mucho a mi madre; eran muy parecidas. Ella estaba siendo culeada por el conserje del edifico, mientras que el jefe espera su turno.
Papi Samy se sentó en la fila frente a la pantalla. Yo me arrodille entre sus piernas, le desabroche el pantalón y saque su jugosa verga. A Papi le gusta que se la chupen mientras ve porno, y a mí me gusta complacerlo. Y tal como me lo dijo, fui ruidosa en mis mamadas, para que todos los presentes supieran lo que estaba haciendo.
Los otros hombres no tardaron en acercarse con celulares en la mano, grabándome a la vez que me insultaban y pedían turno. Mi papi dijo que podían usar mi boca cuando él se haya corrido, eso alegró a todos, que ignoraron la película para verme tragar la hermosa verga de mi papi. Varias gargantas profundas que me sacaron las lágrimas por estarme asfixiado, pero todo lo valía por el premio: ver su lujuriosa sonrisa de macho satisfecho mientras me llenaba el estómago de rica y caliente leche.
Algunos hombres quisieron meterme mano en mi culo por debajo del vestido. Me había encantado que lo hicieran, que me dieran nalgadas, me metieran los dedos en el ano y que me apretaran los huevos, pero mi papi los regañó. No quería que se enteraran que era una mariquita, quería engañarlos hacerlos creer que estaban a punto de recibir una mamada de una puta gorda de cabello corto.
Continúe complaciendo a mi papi hasta que se corrió en mi boca, sujetándome fuerte para que me tragara todo. Tosí a lo bestia, estando feliz mientras las lágrimas y el semen se escurrían de mi cara, jodiendo mi maquillaje de puta barata.
Los demás hombres se sentaron en el resto de la fila a esperar su turno, teniendo los pantalones bajados hasta las rodillas y las vergas bien duras apuntando al techo. Eran de todo tipo, grandes, gordas, curveadas, cabezonas, peludas, olorosas, algunas pequeñas, pero no tan pequeñas como la mía. Mi verguita palpitaba dentro de la jaula de castidad, chorreando de mi miserable semen.
Me dispuse a tragar todas las vergas de la fila, una por una, de aquellos hombres grasosos, viejos, gordos, jóvenes y pervertidos. Todos me trataron igual: con violencia y dominación, la manera que me gusta. Apenas ponía mis labios sobre sus lascivas cabezas me empujaban hacia abajo, hasta que sintiera toda la verga en mi boca y su vello púbico entrado por mi nariz. Los otros guiaban mis manos a sus hermosas vergas para que los masturbara mientras esperaban su turno, escupiéndome, insultándome y grabándome. Me dijeron de todo y yo ya me había corrido varias veces dentro de la jaula de castidad.
Ellos controlaron todo, me follaron la boca a su voluntad, algunos con lentitud, pero cuando estaban a punto de correrse aceleraban sus embestidas hasta atragantarme de carne y leche. Cuatro terminaron en mi boca, el resto esparcieron su rica leche por todo mi rostro, fue ahí, estando bañada de leche, donde me sentir realmente hermosa, una mujer.
Al terminar con el último mi papi me ayudó a levantarme. Los hombres pedían más, mi papi los ignoró y nos fuimos en silencio. Me dolía la garganta y sentía el maquillaje y todo el semen de mi cara se escurría.
Papi compró un agua para mí, y el vendedor me vio fascinado con toda mi cara llena de semen y yo le sonreí con mucho orgullo.
Muchos dirían que eso fue demasiado para solo un día, y tiene razón, fue demasiado para mi boca, pero todavía faltaba mi culito, pero eso es otra historia.
Si te gustaría usar mi garganta mándame un correo. Háblame sucio, como la mariquita que soy: [email protected].