Nunca pensé que plasmar mis fantasías y fetiches escribiendo fuera tan placentero. Amo escribir, pero no tanto como sentir semen caliente cayendo sobre mis pies. Me llamo Paola y quiero compartir mi historia y cómo llegué a convertirme en la puta más deseada de la universidad a causa de mis pies. Todo comenzó cuando tenía 20 años, en un verano muy caluroso. Un día con demasiado calor decidí vestirme muy fresca para salir y me puse un vestido corto color amarillo y unos huaraches con cintas marrones que envolvían mis gruesas pantorrillas.
Mi cuerpo siempre me había causado vergüenza porque soy muy chaparrita, tengo unas piernas muy gruesas, unas caderas muy anchas y un culo muy grande, pero mi cuerpo superior es muy delgado, por lo que yo sentía que mi cuerpo estaba mal proporcionado. Pero lo que más me avergonzaba eran mis pies, mis enormes patas con dedos largos talla 27 mexicana (10 USA, 42 EU), demasiado grandes para una chica de 1.52 m de estatura. Pero ese día estas patas me llevaron a un camino que nunca esperaba y ahora me enorgullecen.
Llegué a la facultad muy acalorada, llegué al salón de mi clase de nutrición y me senté cerca de la ventana. Todavía no comenzaba la clase y la banca de enfrente estaba vacía así que me quité los huaraches y subí los pies; tenía puesto un esmalte de uñas color rosa intenso y mis pies estaban un poco sudados. Un compañero llegó y se sentó junto a la banca donde había subido mis pies y pude notar que no dejaba de verme los pies. Discretamente les tomaba fotos con su teléfono para que yo no me diera cuenta y se me hizo gracioso, así que empecé a mover mis dedos y a jugar con ellos a propósito. En ese momento yo no sabía lo que era el fetiche de pies, así que no me pareció algo malo, sino algo gracioso.
Él seguía tomando fotos y videos de mis pies con su teléfono y de pronto comenzó a sudar. Para seguirle el juego puse uno de mis pies sobre su banca, cerca de su mano y empecé a mover mis dedos para llamar su atención como un simple juego. Él se dio cuenta y empezó a reír discretamente porque la clase ya había comenzado.
Entonces con su mano intentó hacerme cosquillas en la planta del pie y yo quité mi pie rápidamente. Así iniciamos un juego en el que yo lo molestaba acercando mi pie y él intentaba agarrarlo, así una y otra vez. Hasta que logró agarrarme el tobillo con una mano para inmovilizar mi pie y con la otra mano empezó a acariciarme la planta del pie y los dedos. Pero sus caricias no se sentían como cosquillas, sino como algo erótico, por lo que intenté quitar mi pie, pero él me tenía bien sujetada del tobillo y no podía moverlo.
Sus caricias me empezaron a excitar demasiado y me puse muy nerviosa porque no esperaba ponerme caliente a mitad de una clase. Mi compañero de pronto se lamió los dedos y me siguió acariciando el pie con sus dedos mojados. Miré alrededor y nadie se daba cuenta de lo que estaba pasando porque estábamos hasta atrás del salón, así que le acerqué mi otro pie y empezó a acariciarlo también. Nunca había sentido un placer tan intenso, mi vagina comenzó a mojarse, estaba completamente empapada y mi pulso se aceleró como loco. Entonces sentí unas ganas muy fuertes de orinar y me levanté rápidamente para salir al baño. Salí tan rápido que ni siquiera me puse los huaraches, caminé descalza por los pasillos y llegué descalza al baño.
Me metí a un cubículo y no pude hacer otra cosa que bajarme las pantis hasta las rodillas, meterme los dedos y terminar lo que mi compañero había comenzado. Estaba tan excitada que no me pude sentar, me quedé parada y en cuanto mis dedos tocaron el interior de mi vagina estallé como una fuente, me vine de una manera que nunca había sentido, mis piernas comenzaron a temblar, un escalofrío recorrió toda mi espalda y todo mi cuerpo se estremeció. El suelo estaba frío, pero podía sentir como si algo conectara mis pies directamente con mi vagina, y todo lo que sentía en mis pies lo sentía también en mi panocha. Me vine tan fuerte que terminé mojando mis pantis, mis muslos y mis pies.
Cuando terminé agarré papel y me sequé las piernas y los pies. Mis pantis no tenían remedio, así que me las quité y las tiré a la basura. Salí del baño sin pantis y caminé de regreso a mi salón con una sonrisa en mi rostro por haber experimentado algo completamente nuevo y muy placentero. Pero mientras caminaba por los pasillos, los hombres que pasaban no podían dejar de verme los pies. Era obvio porque nadie anda caminando descalza por los pasillos. Algunos se dieron cuenta de que no llevaba pantis y me tomaban fotos y videos, y poco a poco escuchaba que murmuraban cosas como: “¿Ya viste sus piesotes? Está bien patona. Los tiene bien grandes… Tan chaparrita y tan patona. Qué patotas tiene.”
Cuando llegué al salón me senté, me acerqué a mi compañero y le dije al oído: “Me debes unas pantis”.
Continuará…