Odiaba cuando Kev tenía que viajar fuera de la ciudad por asuntos relacionados con el trabajo. Lo odiaba porque en esos días no tenía con quien follar y solo me dedicaba a ver un video porno y a masturbarme. Lo bueno, y dicho sea de paso, es que podía hacerlo en donde se me diera la gana y como yo quisiera. Cuando mi esposo se marchaba, era la hora de abrir el cajón con todos mis juguetes sexuales y pegar el chupón de estos donde me fuese más fácil utilizarlos.
Aquel día no era la excepción. Me había puesto una tanga de hilo diminuto y un sujetador de encaje color rojo. Llevando una copa de vino me dirigí a mi habitación y me preparé para encender el televisor, cuando de pronto, mi móvil comenzó a sonar.
El nombre de mi mejor amiga, Ximena, apareció en la pantalla.
—Supe que tu semental se fue por negocios.
—Lo puedes creer.
—¿Te apetece si te propongo una salida?
—¿Qué tipo de salida? —pregunté. Ximena siempre se planeaba las mejores salidas de la vida.
—No preguntes, solo ponte algo de ropa y paso por ti en media hora.
No tenía ni idea de lo que urdía, pero igual me puse unos jeans, un top y un par de tacones. Lo más lógico era pensar que me llevaría a un bar cercano. Y es que a nuestros veinticinco años es normal que vayamos a discotecas a beber y coquetear un rato.
Pasó por mí a la hora acordada y entonces yo subí a su auto. Lo que nunca imaginé es que se detendría en una gasolinera cercana.
—Te traje ropa.
—¿Acaso no ves que ya traigo ropa? —le contesté.
—Pero para el lugar que visitaremos, necesitarás esto.
Los trajes de las prostitutas parecían decentes en comparación con lo que me dio. Cuando di el primer paso, el borde del diminuto vestido se subió y una parte de la tanga quedó al descubierto. Pero por algún motivo no discutí con ella, pues en el fondo, el simple hecho de tenerlo puesto comenzaba a mojarme la concha. Mis pezones duros también se lograban ver por encima de la tela, a pesar de llevar sostén debajo.
Ximena manejó por un laberinto de calles hasta que por fin aparcó frente a una sencilla y discreta puerta en un callejón solitario.
—Vamos, pasa —cuando se bajó del auto y abrió dicha puerta, me di cuenta que tenía puesto un vestido similar al mío, solo que ella no llevaba sostén y se le notaba hasta la aureola del pezón.
El lugar era un sitio de strippers masculinos que al parecer estaba cerrado. Sin embargo, los bailarines estaban ahí dentro. Cuatro guapísimos hombres de cuerpos llenos de músculos y utilizando únicamente un bóxer negro.
—¿Y su jefe? —preguntó ella, lo que me dejó en claro que ya los conocía.
—Está hablando por teléfono, pero nos encargó que te recibiéramos —uno de los chicos se puso de pie y acudió a por ella para saludarla con un beso en la mejilla.
—¿Recuerdan la amiga de la que les hablé? Se las presento. Sarah, ellos nos van a dar la mejor noche de nuestras vidas.
El resto de los tres hombres se pusieron de pie y caminaron hasta nosotras. No me dio tiempo de hablar, ya que cuando fui consiente sus enormes cuerpos, mucho más altos que el mío, me rodearon y comenzaron a acariciarme la cintura, el culo y los senos.
—No sé limiten —dijo Ximena—, pueden tocar y hacernos lo que quieran.
Hasta donde yo sabía, los stripper solo se dedicaban a bailar. No obstante las vergas erectas de estos me indicaron que deseaban hacer todo lo contrario.
Ximena se tomó su tiempo a parte, en cambio a mí me nalguearon y envolvieron entre sus cuerpos. Uno de ellos deslizó su mano de deliciosos dedos largos debajo del diminuto vestido y retiró el hilo de la tanga para tocarme el coñito que ya estaba bastante mojado. Su dedo se deslizó rápido, arriba y abajo mientras yo comenzaba a gemir y otro me besaba el cuello.
Me azotaron con fuerza una vez más y un par de manos me subieron el vestido a la cintura, mientras que otro me bajaba el escote sin tirantes y abría el sostén, dejando a la vista mis senos desnudos y los pezones duros y rositas.
Estaba caliente y deseaba más. Uno de los sujetos deslizó su dedo cerca de donde su compañero lo metía y sacaba de mi coño y comenzó a trazar suaves círculos alrededor de mi ano.
De pronto, sentí que alguien me chupaba los pezones y entonces vi a Ximena mordiendo y restirando la suave piel mientras uno de los strippers la masturbaba.
Caminamos hasta uno de los sillones largos y uno de los chicos me puso en cuatro sobre los cojines, arrodillándose por detrás de mí y chupándome la concha que ya escurría de excitación.
Antes de que pudiera alcanzar el orgasmo, Ximena se acercó y se deshizo de las pocas ropas que todavía teníamos puestas. Nos besamos mientras el resto de los cuatro hombres nos masturbaban y chupaban los senos y nuestras vulvas empapadas. Nos golpeaban el clítoris y metían sus lenguas hasta el fondo mientras con sus dedos nos follaban por el ano.
—¡Aaah! Si, así papi, sigue así —mis manos se aferraron al respaldo del sillón mientras uno de los stripper me chupaba hasta el alma. Tenía el rostro hundido entre mis piernas y me besaba con fuerza los labios de la vagina. Cuando se puso de pie, terminó dándome un rico besito en mi culito y entonces vi cómo mi fluido le escurría por la barbilla.
Comencé a ver estrellas. Aquellas luces se acrecentarían cuando uno de los chicos se recostó sobre el sillón totalmente desnudo, colocó sus manos detrás de su nuca y su verga recta, rosita y llena de venas fue lo primero que captó mi atención.
Desde que comencé mi relación con Kev y hasta la fecha de nuestro matrimonio estaba llevando un anticonceptivo de control, por lo que no me preocupó montarme en su duro abdomen y dejar que un segundo chico llevara la verga de su compañero a mi centro.
—¿Vas a querer la puntita? —me preguntó mientras sonreía.
—La quiero toda —y entonces su pene entró por completo.
Grité y apoyé mis manos sobre su pecho mientras comenzaba a moverme y el otro chico me azotaba por detrás.
Estaba delicioso, caliente y de una firmeza que me costó mucho terminar de introducir.
Detrás de mí, el segundo chico apoyó su verga desnuda en mis nalgas y sus manos me apretaron los senos. Entonces su puntita rosa buscó la entrada de mi ano y poco a poco fue metiéndose dentro de mí.
Estaba segura que mis gemidos se escuchaban hasta por fuera del lugar, pero no me importó. Me moví y saqué mi lengua para que el hombre que se encontraba debajo de mí me follara la boca con sus dedos.
Necesitaba más, mucho más así que llevé mis manos a mis nalgas y las abrí para que el pene del chico entrase más adentro.
—¿Te gusta? —me preguntó.
—Soy una zorrita caliente. Me gusta que me follen así de rico.
Y entonces las embestidas de los dos aumentaron.
Siempre me ha gustado ser una putita muy caliente. Me gusta que me follen y me abofeteen mientras me insultan. Me gusta, me calienta y ese día estaba a punto de estallar en un maravilloso orgasmo que me dejaría con las piernas temblando. Sin duda cuando Kev regresara, tendría que contarle esta historia y tendríamos que volver a repetirlo, pero esta vez con él incluido.
El chico que se hallaba detrás de mí rodeó mi cuello con su brazo y siguió envistiéndome, mientras que el de abajo me apretó los senos hasta ponérmelos rojos. Un segundo después, me estaba vaciando y ellos dejaban su leche dentro de mí, al mismo tiempo que se recogían una parte con sus dedos y me la embarraban en la lengua y el rostro.
Detrás de nosotros, a Ximena le estaban haciendo lo mismo.
La noche concluyó con una entretenida historia para recordar.