Luego de haber sido enculado dos veces, probado y chupado tres hermosas vergas y haberme bebido el semen de dos de ellas, recostado de costado en la colchoneta, cansado y un poco adolorido, sentí ganas de ir al baño.
– Puedo ir al baño? – pregunté.
O más que preguntar, pedí permiso de forma instintiva, tal vez por estar en un salón de clases en donde siempre se pide permiso para salir. O tal vez había surgido en mí de manera inconsciente un comportamiento natural sumiso. El caso es que la pregunta salió con una voz delgadita, mirando a todos, como un perrito que aún no identifica quien es o será su dueño.
Todos me miraban, pero nadie respondió, así que levantando la cabeza y moviéndola de lado a lado, mirándolos expectante volví a preguntar con una vocecita temblorosa de niño (o de niña):
– ¿Puedooo ir… al bañooo? – insistí con un tono que sonaba a suplica.
– Está bien, pero hazlo rápido – comentó Gabriel.
– Apúrate que me toca meterte la reata a mi – dijo Manuel con una leve sonrisa a la que correspondí con una sonrisa igual, como muestra de mi gratitud.
Me acerqué a tomar mi pantalón, pero no me dejaron. No me dieron permiso.
– Vete así para que no te tardes, está sola la escuela y nadie te verá – escuché de nuevo a Manuel.
Sumiso, obediente y sin protestar, salí del salón completamente desnudo y crucé el patio grande, porque los baños estaban hasta el otro extremo. Me hubiera ido corriendo, pero apenas podía caminar, así que con las piernas temblando y sin abrirlas demasiado, me fui caminando apurado con pasos cortos, porque aún sentía punzadas en el culo además de las ganas que traía de orinar y cagar.
No había nada de qué preocuparse, como habían comentado, la escuela estaba vacía y sentía al caminar el viento leve que acariciaba mi cola, una libertad deliciosa que duró poco, solo el trayecto de cruzar del salón hasta los baños.
No había espejos, no había forma de mirar mi estado. Y no es que me sintiera mal, dañado ni lastimado, simplemente tenía curiosidad. Me daba la impresión de que tenía un boquete enorme considerando el tamaño y grosor de la verga que me acababan de meter minutos antes. Pero ya no me dolía, las punzadas eran más bien contracciones automáticas que fueron aminorando cada vez más.
Fui a sentarme en la taza del baño y empezó a salir mierda y leche de mi culo de una forma suave y constante, como puré, acompañado de gases con poco ruido como de globo desinflándose o llanta ponchada.
Si cuando te meten el garrote se siente como “cagar pa´ dentro”, evacuar después de coger es agradable, el culo abierto hace que lo que sale fluya libre, sin necesidad de pujar o forzar su salida. Ahí descubrí algo más que ignoraba hasta ese momento, cagar se siente parecido a cuando te sacan la verga del culo y eso es algo que, desde ese día, siempre que voy al baño, me produce un recuerdo placentero.
Tenía un poco de extrañeza de que mi verguita minúscula no se ponía dura ni se paraba, parecía muerta. A pesar de sentirme caliente, la excitación me producía punzadas en el culo, pero adelante nada.
¿Como hacían los demás para ponerla dura? ¿Había alguna técnica? ¿algún secreto? ¿lo aprendería con el tiempo? ¿Había nacido para ser putito y no lo sabía? A mi me gustaban mucho (y me siguen gustando) las mujeres ¿Debía aceptar que mis amigos eran machos y los delicados como yo éramos de naturaleza distinta?
A pesar de tener tantas dudas, lo curioso era que no me molestaba eso, ni le di tanta importancia. Las emociones placenteras de ser sodomizado, acariciar y mamar, hasta el momento tres instrumentos de hombre y beber su delicioso semen llenaban mi mente casi por completo.
Me levanté y luego de limpiarme con papel seco, humedecí un poco para limpiar mejor mi cola por fuera y un poco por dentro, solo para sentirme más fresco.
Cualquier dolor que había experimentado un poco antes se había esfumado y saberlo me proporcionó tranquilidad y alegría. Estaba viviendo un momento único y fabuloso, no había ninguna razón para detenerme ahora, aún faltaban dos vergas que mi cuerpo tenía que conocer, con todo el sentido bíblico que significaba “conocer”.
Así que me di prisa y con ansiedad, casi corriendo, regresé al salón con una enorme sonrisa en mi rostro y el brillo en mis ojos. Me instalé de nuevo en la colchoneta y sin que nadie me lo pidiera, me arrodillé con las piernas un poco abiertas y exclamé con júbilo:
– ¡Estoy listo! ¿Quién sigue?
Como si se hubieran puesto de acuerdo y tal como me lo había anunciado antes de ir al baño, Manuel se quitó los zapatos, subió a la colchoneta, se quitó el pantalón y se acercó a mí.
Ya tenía su verga parada y al estar de pie frente a mí, quedaba a la altura de mi cara. No tuvo que decirme ni pedirme nada, estiré mi mano izquierda para tocarla y acomodarla frente a mi boca comenzando a lamerla, como un helado, descubriendo con mi lengua su textura, su sabor, percibiendo su olor penetrante, diferente a las anteriores pues como ya comenté, todas son diferentes. El sabor y el olor de esta era más fuerte; un olor penetrante que no lograba asociar con alguno conocido. Tal vez se debía a que Manuel era mayor que nosotros y, con la edad, las vergas maduran como los buenos vinos.
Había otra notable diferencia, la cual también debía ser por la edad. Percibí que estaba frente a una verdadera reata de hombre, sus rugosidades y venas saltadas le daban un aspecto más rudo, no que fuera mucho más grande, sino más bien algo parecido a los árboles, el tronco más grueso, la cabeza más ancha y todo el garrote mucho más duro y firme que los anteriores.
Manuel tenía agarrada mi cabeza, mi lengua recorría desde el tronco hasta la punta de su verga y sentía como latía ante cada lengüetazo, abrí más la boca y me la enterré un poco más profundo, hasta donde pude, luego la volví a dejar salir para reconocer toda su longitud pasando por mis labios hasta llegar a lo profundo de mi garganta.
Era una verga cabezona, tenía el glande gordo y picudo, no como el de Andy que parecía hongo, sino más bien como punta de flecha. La naturaleza es sabia, me imagino que este tipo de verga se diseñó para entrar y quedarse atorada adentro, habiendo más seguridad de preñar con su semilla.
Pero a mí no me preocupaba ni lo uno ni lo otro, no podía preñarme y por supuesto en ese tiempo yo aún no entendía que, la forma de punta de flecha también se atoraría en mi cola una vez que entrara.
Así que emocionado y ansioso, en movimientos rápidos, sin esperar a que me lo pidiera dejé de chupar, le di la espalda, me puse en cuatro, sujeté mis nalgas con ambas manos, me abrí el culo y le dije:
¡Cógeme Manuel, quiero sentirte!
Pero no lo hizo. No de inmediato.
Al saberse dueño de la situación, procedió a colocarse tras de mi con calma, posando una mano en mi espalda y la otra por debajo de mí, deslizándola de mi cintura a mi abdomen, acariciando la zona de mi ombligo y subiéndola hasta mi pecho, sobando mis tetillas que inexplicablemente se endurecían al tacto. Con su verga apenas punteando mi cola, como dándomela a desear, lentamente, sin prisa, provocándome.
¡P-Por favor, c-cógeme! Méteme la verga Manuel, ¡Quiero sentirte dentro de mí!
Comencé a rogarle ya sin ningún pudor o vergüenza de que todos supieran que estaba desesperado y deseoso de ser penetrado de nuevo. Y volví a asumir el papel de nenita, la voz aguda, rasposita y jadeante como había descubierto que les gustaba.
En muy poco tiempo, en un solo día, me descubrí a mí mismo siendo toda una putita caliente, deseosa de complacer un hombre, satisfacer un macho, ser dominado y tratado como hembra complaciente y, aunque me parecía que Manuel se estaba haciendo del rogar, no era así; él tenía experiencia, nosotros no. Él sabía que el sexo era más que meter y sacar, era crear expectación con juegos previos de calentamiento para aumentar el placer y el deseo.
– No sé si te va a caber mi verga – Me dijo.
Frotaba suavemente mis pezones con una mano, mientras con la otra acariciaba mi abdomen desde el ombligo hasta mi verguita diminuta en la que se sentía una pulsación insignificante, que seguía como muerta, sin endurecerse ni por casualidad. Luego alternaba el uso de sus manos, una debajo y otra arriba, sobándome desde la espalda hasta la rayita de mi cola o amasando mis nalgas. Tanta frotación me calentó descontroladamente y me hizo rogarle por tercera vez.
– ¡P-por favor C-cógeme! ¡Yaaa… Méteme tu verga! ¡Sí me cabe! ¡Ya la medí con mis manos y con mi boca y sé que si me va a caber!
– Te va a doler, te va a hacer llorar ¿O crees que la aguantarás como los machos? -señaló.
– ¡Siii – yo la aguanto! ¡Te prometo que no voy a llorar! ¡Necesito que me la entierres yaaaa! – era mi ruego que no sé de dónde surgía.
Y entonces empujó mi espalda hacia abajo para posar mi pecho en la colchoneta y hacerme levantar más el culo.
Hacia rato que la palpitante cabeza punteaba la entrada de mi orificio anal, así que, sin retirarse, con sus manos separó mis nalgas y me dio una estocada sorpresiva metiéndomela como flecha (valga la redundancia) y dejándola momentáneamente ahí, en la entrada del culo, pero por dentro.
– ¡Uuuu aaaaah!
Lo que siguió fue un dolor sorpresivo e intenso, que nació en el culo y subió hasta mi garganta; que tensó mi cuerpo y acalambró mis piernas.
– ¡Aaaaaw!
Con mis quejidos logré reprimir los gritos, cerrando fuertemente los ojos, con la boca abierta en señal de sorpresa, aguantando la presión que hacía la cabeza de su verga dentro de mí, presión hacia dentro y hacia afuera, metida y enganchada al interior de mi culo. Lo que me estaba introduciendo en el trasero no era una verga como las anteriores, lo sentía como un palo grueso y caliente atorado dentro, sin posibilidades de que saliera si yo pujaba.
Me tenía sujeto de las caderas, pero sin presionarme, mas bien como caricias, moviendo alternadamente una u otra mano de mi cintura a mis nalgas, frotando, y dándome ánimo.
– Ya bebé… ya pasó lo más difícil, lo lograste. Respira profundo y lento, para que te relajes y tu cuerpo se adapte a lo que sigue. Eres muy elástica, ya sabes que tu precioso culito es muy tragón. Yo creo que si naciste para ser enculado. Vas a ver que si te adaptas a mi verga te adaptas a cualquiera.
-¡Siii… Aaaah! ¡D-duele un p-poco! Pero se siente bonito. ¡M-me gustaaa tenerla adentro! ¡Pero déjala así un ratito, no la muevas porque me duele!
Así estuvimos como dos minutos y dándose cuenta por mis movimientos circulares de cadera que yo estaba más calmado y receptivo, fue empujando su verga hacia adentro suavemente y esta se deslizó como las anteriores, como cuchillo en mantequilla, provocándome sensaciones indescriptibles de dicha y éxtasis.
Aquello era maravilloso, una verga en el culo, una vez que el dolor cede, es algo glorioso. Quienes lo han experimentado saben de lo que hablo. Aquellos que nunca lo han sentido, no saben de lo que se pierden.
Ya con la verga enterrada hasta el fondo, con sus huevos pegados a mis nalgas, comenzó a meterla y sacarla rítmicamente; yo empujaba mi cola hacia él y apretaba su verga cuando podía con mi esfínter, tratando de que ese maravilloso instrumento masajeara por dentro sin salir de mi cuerpo.
Era la cuarta verga en un solo día y al igual que las otras también me sentía orgulloso de que era toda mía ¡Yo era su dueño! Ellos podrían considerarme como su objeto, su juguete, su nenita, su muñequita, su putita… o lo que ellos quisieran de mí, pero el que estaba en el paraíso era yo.
Las embestidas que me daba se deslizaban adentro con facilidad. Por alguna razón se sentía bastante lubricado. No era caca, eso lo supe cuando fui al baño; es como si yo tuviera fluido o lubricante natural dentro del ano parecido al líquido preseminal, producido por mi cuerpo para amortiguar el dolor y para disfrute de los machos que quisieran cogerme.
– ¿Te gusta putita? ¿Vas a ser mi mariquita desde ahora?
Expresaba con su voz grave y rasposa, sujetando fuertemente mis caderas, apretándome a su cuerpo, moviéndose cada vez más rápido, con el sonido producido por el choque de su pubis con mis nalgas, casi en forma violenta, mete y saca más rápidos, deteniéndose al fondo de la estocada con su verga completamente adentro de mí, unos segundos cada cierto tiempo, como controlando su deseo de eyacular.
– ¡Ahhh! ¡Siii!
No podía hablar, estaba extasiado, en otra dimensión, y empezaba a desear que descargara su semilla dentro de mí. Yo sabía cómo hacerlo, mi técnica se estaba perfeccionando gracias a la práctica.
Por largo rato, Manuel me disfrutaba, repitiendo su estilo de movimientos rápidos entrando y saliendo, descansando cada cierto tiempo para no venirse. En cambio yo, en cada movimiento de él, al meter y sacar su palo de mi hoyito, apretaba ese mástil fuertemente y lo soltaba de manera constante en cada penetración, mis contracciones lo estaban masajeando con tanta habilidad que no pudo aguantar más y estalló en chorros de leche caliente muy dentro de mí.
– ¡Aaaah! ¡Mamitaaa! ¡Que putita tan rica! ¡Eres toda una profesional!
Exclama totalmente pegado a mi cuerpo mientras descarga chorros y chorros de semen que yo sentí delicioso y caliente dentro de mi culo.
– ¡Aaaah! ¡Siii papiii! ¡Graciasss! – Exclamé en una sensación en ese tiempo desconocida para mí, que hoy sé, se trataba nada más y nada menos que de ¡mi primer orgasmo!
Mientras esto sucedía, empecé a darme cuenta que me calentaba y llenaba de placer el hecho de complacer y satisfacer a los hombres, a los machos; saber que los llevaba a la gloria y me adueñaba por momentos de su mente y de su cuerpo. Cuando me estaban poseyendo, no existía nada ni nadie a su alrededor, solo yo… yo era su centro de atención, su reina, su único motivo de felicidad.
Eso me excitaba, me calentaba y me llevó a zonas desconocidas de sensaciones y emociones… ¡eso era felicidad absoluta!
Después de un rato de descargar y depositar su semen en mi interior, se destrabó de mí y al hacerlo, al desclavarme su cabeza de flecha, ésta se desatoró con dificultad provocándome un leve dolor, algo incómodo por lo sensible que tenía el culo, hasta que luego de varios intentos por fin salió con un ¡plop! Dejándome la sensación de tener el hoyo como una caverna enorme, sintiendo en la entrada un aire fresco, mientras un hilo de leche salía de mi ojete abierto.
Manuel se levantó, caminó frente a mí, alzó mi cabeza y me hizo limpiarle la tranca con la boca. Se la chupé un poco sin esmerarme demasiado, no se trataba de hacer una buena mamada; esta vez era sólo un ejercicio de limpieza. Luego de un minuto se retiró y yo recosté de nuevo mi cabeza en la colchoneta, con el culo totalmente levantado y las piernas abiertas, disfrutando las sensaciones posteriores a la fabulosa cogida de Manuel.
Hubiera querido quedarme así, dormirme un rato… soñar y recrear todo lo vivido hasta el momento, pero quedaba una tarea por delante. Aún faltaba una verga por palpar, sentir, conocer y disfrutar. Yo lo sabía, ellos lo sabían y, aunque era parte del trato que hicimos, yo ya no pensaba para nada en que al final me tocaría de acuerdo a lo acordado, cogérmelos a todos. Ya no era algo que ocupara espacio en mi mente. Estaba bloqueado desde que me di cuenta de que mi verguita no reaccionaría ante nada, por más caliente que estuviera.
Así que resignado y sumiso, sólo les pedí unos minutos para reponerme, para recuperarme y seguir con lo que faltaba.