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Me dejé coger por un anciano
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Durante mi estadía en la ciudad capital mientras cursaba estudios en la universidad viví en varios condominios y las razones del porqué me mude varias veces no son relevantes ni necesarias de exponer, aunque si veo necesario describir un poco sobre el condominio en el que sucedió la travesura, la perversión, el pecado que voy a relatar a continuación. Quedaba Ubicado en un sector de clase media, constaba de tres bloques de seis pisos, separados uno del otro por áreas verdes, estacionamiento y la garita de conserjería.

Como habéis podido notar en relatos anteriores, soy una chica bonita, de 165 cm de estatura, cabello castaño, ojos color café, delgada, elástica. Mi personalidad es bastante simpática, carismática en ocasiones, provocativa y coqueta de un modo bastante peculiar y discreta, es decir, me encanta provocar con mucho secretismo, con complicidad y nunca de forma pública y expuesta.

Siempre he pensado que soy yo la conquistadora, la que roba corazones, la que detona y hace estallar sensaciones en el sexo opuesto. Amo calentar a los hombres, me da mucho morbo, sobre todo si son hombres comprometidos, me gusta inducirlos a pecar, a desearme de todas las maneras en que un hombre pueda desear a una mujer.

Estoy segura de que ahí afuera habré enamorado a un montón de hombres de todas las edades, habrán tenido sueños húmedos por el solo hecho de sonreírles en el metro, de quedármeles mirando por un momento, de simplemente pasarles por un lado y desearles los buenos días, de aceptarle un café, de coincidir en una parada y conversar plácidamente de un tema aunque no haya confianza y sean para mi unos totales desconocidos.

Por otro lado está el selecto grupo de afortunados que han disfrutado de mi boca, de mis besos, de mis caricias, de mi piel, de mi sexo, de mi compañía, de mis ocurrencias, de mis fantasías, de las cosas locas que digo cuando quiero que me cojan o cuando ya me están clavando su alma en forma de pene repetidas veces hasta que vacían su espíritu dentro de mi en forma de ese líquido translucido pegajoso.

Me encanta saber que les ha gustado el sexo conmigo, que desean más, que quieren quedarse, que quieren volver, que se quieren casar, que ellos pagan todo, que ellos reservan el motel, cubren los gastos, se encargan del viaje, el apartamento, que yo sería su reina, que no tendría que hacer nada por el resto de mis días, etc. El problema es que una vez que los siento tan encaprichados porque no hay otra forma de decirlo, huyo.

Ya se les pasará, pienso, conseguirán otra amante y olvidarán mis besos, mis caricias, mi mirada, mis frases morbosas que tanto los enloquecen, mi cara de placer, mis gemidos, mi personalidad sumisa, mi culito.

A pesar de considerarme la que conquista y no la conquistada, los hombres que han tenido la fortuna de disfrutarme probablemente vean las cosas de un modo diferente, es decir, tendrán una perspectiva totalmente contraria a la mía. Se habrán sentido los conquistadores, los que me enamoraron, los que me convencieron, incluso se habrán sentido guapos, sexys, irresistibles -aunque algunos no lo sean- y un largo etcétera.

Les permito que recreen las cosas, las pinten y las cuenten a su manera, son hombres, se alimentan de saberse dominantes y controladores de su chica. No los confronto en aclararles que soy yo la que los busco y decido que me cogerán, simplemente disfruto del juego seductor y me alejo en el momento oportuno, además, me encanta que se sientan que me controlan y que me dominan, no me gusta hacerlos sentir inferiores pues las cosas se torcerán.

Me encanta un hombre bien macho, decidido, directo, que sabe lo que busca y lo que quiere. Detesto a los hombres que pareciera que no saben que son hombres y andan por la vida confundidos e indecisos sobre el rol que les corresponde, esos me hacen perder el tiempo.

Con respecto al machismo, solo me resulta excitante siempre y cuando todo quede en el contexto sexual y no traspase ciertos límites que de haberlos, corto de inmediato la relación o lo que sea que hayamos tenido. Me encanta un hombre sin timidez para besar, para tomarme fuerte de las caderas y penetrarme con ímpetu, que me propine ricas nalgadas, jalones de cabello y demás, que se haga sentir, que demuestre que él manda y que se hace lo que él diga, sabiendo medir la intensidad, sabiendo llevar un buen guion sexual pensando siempre en llevarme al placer, ese es el objetivo que tiene que tener claro un hombre que me quiera tener para él durante mucho tiempo.

Me gusta que mi amante crea que tiene todo el control sobre mi, que me tiene comiendo de su mano y que estoy loquita por él. Pero me entrego de a poquito, sé que a los hombres de verdad no les gustan las mujeres fáciles y predecibles.

Les encanta una mujer bien provocativa, ocurrente, coqueta, con estilo, ardiente, nunca una mujer predecible, simple, sin misterios, nunca una mujer que se entregue por completo, pues, aunque la disfrutarán, terminarán aburriéndose y buscando otra, así son, es su naturaleza.

Solteros o casados, los hombres quieren buen sexo y desean tener siempre el control, al menos los hombres heterosexuales y bastante machos, no sé los demás.

Adoran el sexo rudo y obsceno. Al principio aparentan timidez al respecto pero una vez te abres con ellos y los conduces sabiamente al terreno del sexo sin tabúes se abren y es entonces cuando aparece su verdadero yo, las obscenidades, las fuertes nalgadas, los intensos mordiscos y un montón de variantes. Luego se obsesionan y quieren convertirte en una esclava sexual que haga todo lo que a ellos se les ocurra.

El problema es que no a todos les luce y no todos tienen ese talento para ser un amo. Me convertí en la sumisa de uno y con él experimenté cosas que jamás pensé llegaría a practicar dentro del sexo, incluyendo las que creí que nunca me permitiría llevar a cabo. Pero esas historias las contaré más adelante ya que son tan excitantes que merecen ser relatadas con bastante detalle.

El afortunado en esta ocasión era Don Pedro, un sexagenario, 62 años para ser exacta. Los primeros días que nos topamos en el ascensor le saludé normalmente como suelo saludar a cualquier persona; los buenos días, las buenas tardes, nada del otro mundo. No tardaría mucho en enterarme de que era mi vecino. Yo vivía entonces en el apartamento 3 del piso 5. Hay 4 apartamentos por piso; él vivía en el 4.

El anciano era agradable, debo admitirlo. A pesar de que siempre lucía un semblante serio, su sonrisa contagiaba, lo que se traduce -al menos para mi- en una persona que agrada a primera impresión.

Con el transcurrir del tiempo y topándome con él la mayoría de veces en el ascensor o en el pasillo del piso 5 comenzó a ofrecerme galletas y para su sorpresa, pues creo que nunca se lo esperó, yo fui bastante receptiva.

Así que cada 3 o 4 días si me conseguía en el ascensor me decía:

—Ahí te tengo las galletas, preciosa

Y yo iba con él a su apartamento a buscarlas.

Eran riquísimas, las hacía él mismo. También se ofrecía a ayudarme en cualquier cosa que necesitara, que él sabía hacer de todo.

El viejo me deseaba, no había otra explicación, mi "sexo" sentido nunca falla.

Era pequeño, de mi altura, cabello corto con entradas y con pocas canas, orejas grandes y una nariz que resaltaba. Se le veía buen físico, enérgico, no era difícil adivinar que había vivido una buena vida y seguía manteniéndose en buena forma, con buen ritmo al caminar, sin aparente dificultad.

Una vez que estuve segura de que Don Pedro probablemente fantaseaba con tenerme sentada en sus piernas mientras yo me comía una de sus galletitas, es decir, una vez que estuve segurísima de que Don Pedro me quería hacer suya empecé a ser provocativa con él.

No se trata de que me llame la atención una persona de la tercera edad, no se trata de que cualquier anciano que se me insinúe conseguirá que yo le preste atención y a las primeras me enrede con él. Es el simple hecho de vivir una aventura loca, es un morbo que no puedo explicar, solo sucede, se presenta la oportunidad, me gusta y si todo sale bien, pues, me divierto hasta donde pueda y quiera.

Don Pedro seguía ofreciéndome galletas, cada vez más seguido, yo le dedicaba miradas bastante sugerentes, con coquetería, necesitaba hacerle sentir que estaba dominando la situación, que aunque no se lo creyera pensara que había fuertes posibilidades de que una jovencita como yo se acostara con un anciano como él.

La cosa fue subiendo de nivel tanto que ambos sabíamos que las galletas eran un simple pretexto para invitarme a su casa y hablar conmigo y decirme lo bella que era, el buen cuerpo que tenía, hacerme preguntas muy personales, etc.

Un día empezó a tocarme, pues yo me presentaba con ropa sencilla que permitiera un fácil contacto. Shorts de jean, franela de mangas muy cortas y chanclas.

Mientras hablábamos en su apartamento me tocaba por los codos y yo me dejaba, él era el que tenía que tomar la iniciativa, jamás lo iba a hacer yo. Así que cuando me tocaba yo sonreía aparentando timidez o pena aunque luego me mostraba sugerente y abierta a lo que pudiera pasar.

Luego me escabullía diciéndole que tenía cosas que hacer.

Así fueron pasando días y semanas, todos los días me llamaba un rato para que fuera a su apartamento. Los manoseos se incrementaron, se inventaba cualquier tema con mímicas incluidas de manera de poder tocarme mientras ejemplificaba las historias raras que contaba. Se sentía con el control y supongo que pensaría que si yo iba a su apartamento era porque me agradaba el jueguito que teníamos.

Un día el manoseo fue excesivo y aunque lo dejé tocarme de forma ininterrumpida por varios segundos luego le dije con voz que pareciera apenada:

—¿Qué hace?

—Es que me gustas mucho —dijo mirándome fijamente a la cara—. Disculpa.

—¿Le gusto? —pregunté, buscando alimentarlo de la idea, la proposición.

—Si, preciosa, me gustas demasiado. Yo sé que no debería pero ha pasado.

—Me tengo que ir —le dije en seco.

Pensé que debía ser yo la que la próxima vez insinuaría algo pero de forma sutil.

El día siguiente coincidimos en planta baja al subir por el ascensor. Yo le sonreí para que entendiera que lo del día anterior no me había incomodado, que tal vez me había dado miedo. Me saludó y me dijo que si tenía tiempo pasara por su apartamento.

No mencionó las galletas, solo dijo eso. Le dije que iría después de bañarme.

Eso hice, me bañé y me vestí bastante ligera y con una fragancia divina, de esas que hipnotizan. En chanclas, con un top rosado tipo pañuelo y un jean cortito con ositos dibujados por todos lados. En el piso 5 solo vivía él en su apartamento propio y yo alquilada, los otros dos apartamentos estaban desocupados para entonces, llevaban meses desocupados. Así que cuando me dirigí al apartamento del viejo Don Pedro iba de lo más relajada y vestida de forma muy provocativa, sin preocupaciones de que alguien me viera.

Me llenó de halagos apenas entré por su puerta y vio lo sexy y provocativa que me presenté ante él además de la fragancia que impregnó su guarida, enloqueciendo por lo "rico que yo olía". Ya sentados frente a frente en su sala de estar, él en un mueble y yo en el sofá me preguntó de inmediato:

—¿Qué opinas de lo de ayer?

—¿De gustarle? —pregunté.

No quería rodeos, quería que Don Pedro dijera lo que tenía que decir.

—Si, sobre eso. De que me gustas mucho.

Le dije que no me parecía mal que le gustase, que entendía que podía gustarle porque yo era linda y atractiva, que no pasaba nada y que no me incomodaba. Me dijo:

—Quisiera besarte —me dijo—. Pareces un caramelito en ese short y ese topcito.

—Pero… —dejé la frase sin terminar y miraba a todos lados como quien quiere algo pero se siente cohibida.

—¿Pero qué? —preguntó acercándose y acariciándome una mano.

—Nadie puede saber esto —le dije mirándole fijamente

—No, nadie, nadie. Esto queda entre tú y yo, mi niña. Soy un hombre muy discreto. Tú lo sabes, vivo solo desde hace años y la verdad es que tú me gustas mucho, preciosa.

—Solo un beso ¿Ok? Por curiosidad —le dije, sabiendo que mi invitación era irrechazable y que además me deseaba con todas sus fuerzas.

Don Pedro se acercó más y con mucha sutileza buscó mi boca y me besó. Yo dejé que explorara mis labios y poco a poco fui abriendo mi boca para que nuestros labios se fusionaran y dieran lugar a un beso profundo.

Luego interrumpí el momento echándome para atrás, tomando un poco de aire.

—¿No te gustó? —preguntó él.

—Si pero… —volví a dejar la frase inconclusa.

Empezó a besarme de nuevo los labios, luego besó mis mejillas, yo cerré los ojos y él buscó mi cuello llenándolo de besos tiernos mientras yo me fui recostando completamente al sofá, él debió ponerse de pie e inclinarse hacia mí, pues aunque tenía mis ojos cerrados lo sentía bastante cerca.

Me empezó a acariciar, me preguntaba si me gustaba, yo respondía que si a todo, Don Pedro iba lentamente, con cuidado de no hacer algo que acabara con el momento mágico que estaba viviendo.

Empezó a despojarme del top mientras besaba mis hombros con dedicación y dulzura, no solo los besaba, también los acariciaba y me dedicaba todo tipo de halagos, con mucha paciencia y delicadeza.

Besaba mis hombros, mi cuello, mis mejillas, mis labios, yo gemía sabiendo que con mi actitud le estaba abriendo la puerta al anciano, haciéndole creer que todo lo que me hacía me gustaba, que podía continuar desvistiéndome, que lo estaba haciendo todo bien.

Logró bajar mi top hasta mi abdomen y mis senos pequeños y firmes le dieron la bienvenida. Los lamió encantado y totalmente incrédulo y emocionado, posó sus manos sobre ellos y los masajeó mientras los lamía, luego los besaba y chupaba.

—Estoy en el cielo —decía—. Estoy en el paraíso.

Fue en ese momento que logró calentarme por completo y sentí ganas de que Don Pedro me cogiera.

Siguió masajeando mis senos y comiéndose mis pezones como si de frutas jugosas se tratasen.

Sentí que tenía que parar aquello, no porque quería sino porque deseaba que aquel hombre me deseara más de lo que ya. Es mi forma de jugar, de seducir, sé que negarme un poquito también aviva el fuego de todo hombre y lo hace estallar cual volcán.

Lo tomé de sus manos y le dije:

—Ya, está bien así. No deberíamos

Pero mi voz sonaba débil, orgásmica, jadeante. Don Pedro agregó:

—Pero te gusta, preciosa. Déjate llevar —respondió y continuó comiéndose mis pezones.

Le respondí que si, que me gustaba mucho lo que hacía.

—Ahora déjame chupártela, solo eso, te la chuparé —me dijo, refiriéndose obviamente a mi vagina.

Y mientras decía eso ya había posicionado sus manos en mi jean corto. Acerqué mis manos para ayudarle a quitármelo y se emocionó, apurándose a terminar de desvestirme.

En cuestión de segundos quedé prácticamente desnuda frente a él que no hizo sino halagarme.

—Chúpeme la cuquita, Don Pedro —le dije con voz suave y tierna pero sonando como toda una pervertida atrevida, con toda la intención de provocarlo, tratándole en tercera persona.

Se inclinó, le abrí un poco las piernas y metió su cabeza dentro de ellas. Exploró un poco con sus dedos y lamía, luego empezó a chupar y a chupar toda la zona, no solo mis labios vaginales sino también mis muslos y mis pocos vellos púbicos.

—Eres una diosa, preciosa. Estoy en el cielo.

Don Pedro no solo me hizo gemir muy rico, me hizo llegar al orgasmo, me hizo desearle, ese viejo merecía cogerme.

—Métamela, Don Pedro. Métamela toda —le dije, sintiéndome una cualquiera, gimiendo una vez más por haber dicho esas pervertidas palabras y deseando que ese anciano me hiciera suya.

Lo vi desabrocharse velozmente el pantalón como si el tiempo se le estuviera terminando. Tenía un pene de buen tamaño, peludo y erecto y a pesar de que le dije que me la metiera por un momento deseé chupársela primero pero ya iba encaminado a penetrarme.

Se despojó de su camisa, todo su pecho y abdomen peludo también además de sus brazos. Tenía buen físico pero con los matices de un hombre ya entrado en años, es decir, su físico lucía desgastado aunque sin dejar de parecerme atractivo.

Su ropa voló por los aires de la sala de estar y yo también me despojé del top que rodeaba mi cintura.

Se inclinó nuevamente hacia mi cuquita y la chupó un poco más mientras con una mano se masturbaba. Luego se levantó me tomó de las manos atrayéndome hacia su cuerpo y logró cargarme en brazos. Caminó hasta su habitación y como quedamos cara a cara lo besé con pasión, sabiendo que aquel hombre iba a quedar enamorado de mi.

Me produce un morbo inmenso besar a un hombre, sentir que devoro su lengua y él la mía aunque no sienta absolutamente nada por él. Cuando llegamos a la cama me recostó, me levantó las piernas con una sola mano mientras intentaba meterme su pene y lo logró. Luego acomodó mis piernas quedando mis pies sobre su cara y empezó a penetrarme.

Me dejé llevar, acaricié mis pezones, me mordí los labios mirando como ese viejo me enloquecía haciéndome su mujer. Me chupó los pies mientras me cogía, lamía la planta de cada pie, lamió los dedos, los chupó para luego separar mis piernas un poco y ver como su buen pene se apoderaba de mi vagina.

—Estoy en el cielo —dijo por enésima vez—. Estoy soñando.

Yo gemía y le hacía saber lo rico que la estaba pasando, llenándolo de confianza para que continuara en lo suyo.

No podía creer que me estaba dejando coger de un anciano, de un viejo, viudo y solitario, pervertido. El simple hecho de quedarme pensando en la situación en la que me encontraba me llevó a un nuevo orgasmo, aunado al hecho de que el pene de Don Pedro entraba muy rico en mi vagina haciendo un buen trabajo.

—Qué rico, Don Pedro, ya me ha hecho correr dos veces —le hice saber.

Don Pedro apuró el ritmo, quería correrse, sabiendo todo lo que había conseguido en poco tiempo. Me penetró alocadamente buscando su orgasmo y lo consiguió.

Jadeó como si le hubiesen dado un tablazo por el estómago dejándolo sin aire y cayó encima de mi cuerpo de forma suave y empujando su pene que continuaba escupiendo semen dentro de mi.

Había valido la pena dejarme coger de ese viejo, lo hizo muy bien, me encantó pero tenía que salir de ahí de inmediato.

Me levanté como quien despierta de un sueño indeseado. Fui a buscar mis prendas y él se quedó en la cama tirado sufriendo su orgasmo.

Ni siquiera me despedí de él, me vestí lo más rápido que pude y abandoné el apartamento.

Así soy en el sexo, así me gusta ser. Me quedo con lo bonito, el haber hecho feliz a ese anciano que por sus propias palabras me dijo al día siguiente que había sido la mejor experiencia sexual en su vida. No sé si creerle pero puede que haya sido sincero. Me quedo con la experiencia, me quedo con el saber que puedo disfrutar mi vida sexual como me gusta, sin guiarme por lo que diga la sociedad.

Al día siguiente le fui clara al señor Don Pedro, que me había encantado pero que mantuviera distancia, que no me trajera problemas y que evitara cortejarme, pues, no estaba interesada.

No me hizo caso y continuó con su ofrecimiento, yo fui educada, lo saludaba pero no le seguí más el juego, lo traté a distancia, con todo respeto pero dejándole en claro que jamás iba a volver a disfrutar de mi, fue una experiencia agradable y placentera como lo iban a ser otras más que se me ocurriría experimentar.

Recuerdo que días posteriores y ante su insistencia le dije de forma provocativa:

—Ya me cogió, Don Pedro. Pero no me va a coger de nuevo.

No debí dar esas respuestas, pues, lo único que lograba era alimentar más el morbo del anciano pensando que yo volvería a coger con él pero soy una morbosa provocadora.

A pesar de que creen que me van a volver a coger cuando decido que no me interesa más un hombre es porque así es y Don Pedro dejó de interesarme sencillamente porque ya viví la experiencia, repetirla no me llamaba para nada la atención.

Pero Don Pedro no piensa como yo, si por él fuera me secuestra en su apartamento para cogerme todas las veces que pueda, de hecho pienso que debió pensar que después de ese día me iba a tener como su juguetito por un buen tiempo pero se equivocó.

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