Quiero decir que encontré a la mejor pareja de toda mi vida. Aparte de ser un pervertido insaciable que me consiente y quiere, también es un hombre de mente abierta que no tiene reparos en experimentar nuevas formas de practicar sexo.
Hace un par de meses, mi esposo y yo conocimos a una hermosa y sensual chica a la que llamaremos Becky, de veintisiete años, hermosa hasta los huesos. De un culo precioso, grande, redondo y bien parado. Tiene unos senos impresionantes, grandes y de pezón rosita. Unas piernas divinas y un cabello rubio natural tan perfecto. Es blanca, de ojitos verdes y labios gruesos. Bueno, el punto es que la conocimos en una reunión de mi trabajo. Yo llevé a Kev —mi esposo— y entonces congeniamos bastante bien con ella.
Dentro de nuestras conversaciones salió el tema del sexo, y los tres estuvimos de acuerdo en que tener un trio sería algo realmente rico y excitante. Lo practicamos esa misma noche y desde ahí hemos sido casi inseparables, y digo casi porque el trabajo de Becky y el mío se realiza desde casa, mientras que el de Kev en una oficina de edificio.
Después de varios meses visitándonos y divirtiéndonos los tres en una misma cama, un día recibí una llamada y justamente era de ella.
—¿Y ese milagro que te acuerdas de los perdidos? —le dije y de inmediato escuché su risa.
—Estoy en el lado de tu ciudad, paso a verlos en diez minutos.
—Kev no está en casa.
—Llámalo y dile que haga el esfuerzo de salir antes.
Acepté su petición y le envié un sencillo mensaje a mi esposo: “Becky viene a casa, apúrate o te tocará conformarte con las sobras”.
Dejé el teléfono y me apresuré a ducharme y ponerme un erótico traje de lencería, el cual consistía en una diminuta tanga transparente de hilito y un sostén de triángulos tan pequeños que mis enormes senos se desparramaban por los lados. Sobre todo eso me puse un cortísimo vestido de algodón. Esa misma mañana me había rasurado la conchita, por lo que no había necesidad de hacerlo otra vez. Coloqué tres copas de vidrio con un vino tinto y esperé a que Becky llegara.
A los diez minutos, tal cual lo dijo, estaba llamando al timbre.
—Preciosa —me saludó con un abrazo, y apenas cerré la puerta con nosotras dos dentro, me dio un delicioso beso en la boca. Mientras nuestras lenguas jugaban entre sí, su mano derecha me apretaba una de mis nalgas.
—¿No ha llegado Kev? —me preguntó tras separarnos un poco.
—No, pero no creo que tarde en llegar.
—¿Crees que le moleste si nos vamos adelantando? Traigo una calentura que me ha dejado el coño todo mojado mientras manejaba.
—Conoces a Kev y sabes que no va a molestarse. Vamos ya y apaguemos ese fuego.
Me olvidé por completo del vino y las copas que había sacado, ya las utilizaríamos para más tarde.
Subimos a la habitación donde por suerte tenía las cortinas cerradas, y seguimos besándonos. Nuestras lenguas se juntaban, nuestros labios succionaban y nuestros dientes mordían delicioso. Un beso lleno de pasión y cachondez. Me estaba quemando viva, y es que Becky me gustaba, me gustaba y encendía mucho.
Sus manos me acariciaron los hombros y el cuello, me pegó a su cintura y se movió contra mí, buscando que nuestras partes chocaran por encima de la ropa. Finalmente agarró la terminación del vestido y me lo sacó por arriba. Sus ojos verdes brillaron cuando vio el conjunto que llevaba.
—Qué guapa y sexy —me dijo mientras introducía uno de sus dedos por debajo de la tela del sostén y tocaba mi pezón durito.
Comencé a desabotonarle la blusa y se la quité, ella llevaba un sensual sujetador sin tirantes que apretaba sus senos haciéndolos ver todavía más grandes. Sin decirle nada le desabotoné los jeans y comencé a quitárselos. Sorpresa, su tanga era tan pequeña como la mía, solo que en color negro.
Estaba riquísima, me moría de ganas por chuparle ese delicioso coñito. Comencé a pasar uno de mis dedos por encima de la tela en donde se hallaba su raja, aumenté la presión y ella gimió en mi boca. Comenzó a quitarme el brasier y yo le quité el suyo. Nuestros senos se pegaron, nuestros pezones se rosaron y aquello nos hizo soltar un gemido de placer.
Procedí a sujetarla de la cintura y conducirla hasta la cama donde la tiré de espaldas hacia el colchón. Me arrodillé frente a ella y comencé a quitarle su tanguita. Estaba bastante mojada y tenía un olor exquisito.
Su conchita estaba recién depilada, rosita y abultada como la recordaba. No lo pensé dos veces y le di el primer lengüetazo que la hizo gemir. Seguí chupándola, mamándole el clítoris y metiendo mi lengua en su hoyito. Estaba deliciosa, la besé y gemí sobre sus labios vaginales mientras la seguía chupando. Comencé a meterle el dedo corazón y el jugo que de ella iba saliendo lo recogí con la lengua para después bebérmelo. Estaba deliciosa.
Ella gritaba, se retorcía y se jalaba los pezones.
Decidí bajar más, tracé lo largo de su vagina y llegué hasta su ano. Lo besé y chupé, de un color café claro y todo arrugadito. Le escupí un par de veces para que mi lengua pudiera deslizarme y lo seguí mamando.
—Espera, Sarah, harás que me corra. Ven guapa, hagamos un 69.
Nos acomodamos las dos en la cama, ella se puso de espaldas sobre el colchón y yo me subí sobre ella mientras le ponía mi conchita en la boca y Becky me ponía la suya.
Nos chupamos durante varios minutos más, despegándonos solamente para gemir. Nos metíamos los dedos y chupábamos nuestros jugos con bastante frecuencia, excitadas la una con la otra.
Finalmente y cuando ya estábamos cubiertas de sudor, Becky se arrodilló sobre la cama y me atrajo hacia ella. Abrí mis piernas y ella metió la suya entre las mías. Nuestras conchas se encontraron y entonces comenzamos a movernos.
La habitación se llenó de ricos sonidos y gemidos de dos mujeres. Nos besamos y seguimos moviéndonos. Nuestros labios vaginales se entrelazaban y nuestros clítoris se juntaban aumentando nuestra calentura. Arriba, nuestros senos chocaban entre sí y pasaban a rozar nuestros pezones. Estaban rositas y muy duros.
—Somos unas zorritas muy calientes, Sarah.
—Si que lo somos… Somos unas putas que… aaah… siempre están calientes.
—¡Dios, esto está riquísimo! Vamos mami, no te detengas… rózame con tu coñito.
—Beck… estás muy mojada… Como me gusta esto… Aaah… Aaah… ¡Aaah!
Me cabalgó como toda una jinete experta, se movió y su piercing del ombligo me hizo cosquillas. Estábamos calientes, teníamos nuestros coñitos llenos de jugo y en el fondo deseábamos que llegara un hombre para que nos metiera la verga y llenar ese espacio que seguíamos sintiendo.
Nuestras súplicas se concedieron cuando alguien abrió la puerta del dormitorio y nos sonrió.
—Jodidas zorritas, comenzaron sin mí —mi esposo tenía sus ojos marrones brillando de deseo.
Becky le tendió la mano.
—¿Nos ayudarías con esto?
—No me lo pidas dos veces.
Continuará…