Cuando ingresó a la universidad, a los 18 años, mi hijo empezó a beber. Era ya mayor de edad y poco podía hacer para controlarlo. Mi esposo decía que ya era un hombre y como tal tenía derecho a divertirse y que, además, era parte de la edad, que me dejara de tonterías y que lo dejara vivir tranquilo.
No estaba muy acuerdo con la permisividad de mi esposo. Pero siendo mi hijo ya mayor de edad, era poco lo que podía hacer y, en el fondo, entendía que, siendo joven, querría divertirse.
Terminó el primer ciclo invicto, en el quinto superior de su promoción. El segundo ciclo igual. Con eso mis preocupaciones se fueron disipando.
Solía llegar ebrio un par de veces al mes. Algunas veces tan ebrio que tenía que ayudarlo a subir a su habitación, ayudarlo a desvestirse y acomodarlo para que se duerma. Una de esas veces le saqué el jean y quedó en bóxer. Me di cuenta que su pene estaba erecto. Me sorprendí por lo que veía, era bastante grande, más que el de su padre, a simple vista la diferencia de tamaño resultaba evidente, muy evidente. Lo acomodé sobre la cama, empezó a roncar. La curiosidad me venció. Le levanté el bóxer y pude verlo completamente erecto, sí, y con mucho, era más grande que el de mi esposo. Lo dejé allí nomas. Me fui pensando en lo que acaba de ver.
Cuando despertó al día siguiente, todo normal. De tan borracho que estaba ni cuenta se había dado que su pene se había erectado y que yo se la había visto así. Pasó el día normal y los siguiente también. Hasta que volvió a llegar ebrio. Su padre, como casi siempre, no estaba en casa. Llegó con un amigo que me lo dejó en la puerta, ni bien abrí se esfumó.
Lo ayude a caminar hacia las escaleras, a subir por ellas. Murmuraba incoherencias y estaba absolutamente fuera de sus cabales. A duras penas lo llevé hasta su cuarto, lo acosté.
La saqué las zapatillas, las medias, le desabroché el jean. Se lo saqué. Me volví a encontrar con esa erección poderosa que me tenía perturbada. Ver ese pene tan grande me sacaba de mis cabales. Me hacia perder la compostura y la conciencia de que era la madre y de que estaba obrando mal con mis pensamientos lascivos.
Me senté a su lado en la cama, le hablaba y él no reaccionaba. Al igual que la vez anterior, se quedó profundamente dormido y empezó a roncar. Saqué su pene del bóxer y empecé a acariciarlo. No resistí más la tentación y empecé a besarlo y chuparlo, con ansias, nervios, deseos, temor, todo mezclado en mi cabeza, en un par de minutos sentí como su semen salía y me llenaba la boca. No supe que hacer. Su padre jamás había hecho algo así. Pensé que si, al despertar, se daba cuenta que tenía machas de semen, podría imaginar cosas. Me lo tome todo. Lo limpie bien con mi lengua y labios y sentí como fue perdiendo vigor hasta quedar dormidito, igual muy muy grande, tanto que odie un poco a mi esposo por tenerlo más pequeño que nuestro hijo.
Al día siguiente, todo normal. No se había dado cuenta de nada.
Vinieron sus exámenes. Dejó de tomar. No llegaba mareado. Me masturbaba pensando en su pene y las pocas veces que cogía con mi esposo, pensaba en mi hijo. Cuando la calentura me pasaba, me sentía muy miserable y sucia, pero cuando volvía, la lascivia me llenaba toda.
El día que terminaron sus exámenes supe que volvería a tomar. Para mi suerte mi esposo se iba a ir al estadio y no volvería hasta muy tarde.
Pensé mucho sobre como podría ser penetrada por mi hijo. Quería aprovechar su borrachera para ser suya sin que él se de cuenta. Pensé que acostarlo como siempre, boca arriba me obligaría a subirme encima y eso era mucho riesgo. Me daba temor se despierte en ese momento y me vea cabalgando sobre él. Le daba mil vueltas en mi cabeza al problema y no encontraba solución.
Finalmente llegó, como esperaba, completamente ebrio. Lo traía otro amigo. Ni bien abrí la puerta se hizo humo. Venía más borracho que de costumbre. A duras penas lo pude llevar hasta el sofá. Se sentó y se quedó dormido, tirado hacia atrás. Me di cuenta que su verga no estaba erecta. Me sentí decepcionada. De pronto empezó a roncar.
Le hablé un poco, pero nada. Seguía roncando. Desabroché su pantalón, le saqué el pene fláccido y con unas ganas que no había sentido nunca, se lo empecé a chupar con todas mis artes y experiencia. En instantes estaba duro como un mástil, como lo soñaba, como lo imaginaba mientras me masturbaba o mientras cogía con su padre.
Le hablé y seguía roncando. Me bajé mi jean y mi calzón. Me acomodé de espaldas a él y con mis manos acomodé su pene en la entrada de mi vagina. Me dejé caer y sentí como su largo y grueso mástil me llenaba de placer. En menos de dos minutos tuve el orgasmo más intenso de mi vida, brutal. Las contracciones de mi vagina lo hicieron llegar. Sentí como me humedecía toda, como mi vagina se llenaba con su semen. Me levanté rápido. Con mis labios y mi lengua lo limpié lo mejor que pude, le acomodé el bóxer, le cerré el pantalón.
Intenté despertarlo, pero fue imposible. Lo acosté en el sofá y allí durmió hasta el día siguiente.
Dos cosas cambiaron esa noche. Cuando llegaba ebrio, amanecía en el sofá. Y, supongo nunca supo porque su mamá le daba propinas para que se “divirtiera con sus amigos”.