Recuerdo que yo tenía veinte años. Mi novia era una chica muy caliente, siempre dispuesta a tener sexo como y donde fuera. Me tenía tan atrapado que no me daba cuenta que a pesar de ser un par de años menor que yo, me daba tres vueltas en experiencia. Y como no tener tanta, si sus papás divorciados eran de la comunidad swinger. Yo en esa época ni idea tenía que era ese estilo de vida, por lo que lo único que sí notaba, era que mi suegra a sus 45 años era digamos no bonita, pero sí muy sensual.
La primera vez que la conocí, fuimos a comer con mi novia y ella, y desde que la vi con esa figura espigada, una falda elegante pero entallada, creo que abajo de las rodillas, aunque esas caderas deliciosas y esa cintura delgada, me distrajeron lo suficiente como para no notar nada más incluyendo ese amplio busto que en otra ocasión me tocaría admirar, cuando una noche me tocó ir a su casa, y que me recibiera con un baby-doll puesto como camisa, y unos jeans abajo para intentar no mostrar mucho, ante mi visita inesperada.
En esa segunda ocasión me tocó poner mi cara de tonto, ante esos pechos triple D, con pezones obscuros, y sin bra que la tapara, más que la transparente tela del dichoso baby-doll que la hacía resaltar sus atributos. Esa es una imagen que nunca olvidaré. Como dije, no era bonita pero sí con mucho porte. Con un aire señorial que me impresionó. Imagino le caí bien, y tiempo después, cuando ya mi novia y yo estábamos casados, tocó que fuera a quedarse unas vacaciones con nosotros.
Ya con más confianza, una noche nos pusimos a tomar, y aunque yo no soy de tomar alcohol, pues la visita lo ameritaba. Las horas pasaron y ella se fue soltando. Me contaba sus aventuras, sus decepciones amorosas, y hasta algunas intimidades sobre como era acosada por los hombres. Lo cual en su momento, me causó una erección que me hizo considerar muy apeteciblemente que sería rico ponerle una buena cogida.
En esa ocasión no pasó nada, más que el ir agarrando más confianza entre nosotros. Para que se den una idea, en ese tiempo vivíamos mi esposa y yo en un pequeño estudio, por lo que no había privacidad para nada. A la hora de dormir mi suegra se acostaba en un sofá cama, y nosotros en nuestra cama. Al menos un par de veces no pudimos aguantarnos las ganas tanto a mi esposa como a mi, de una buena cogida con mi suegra al lado.
Recuerdo que una de ellas alcancé a notar que estaba despierta. Yo me calenté y abracé a mi esposa con la intención de cogérmela, y ella aunque intentó resistirse, sucumbió a mis caricias, y pude montarla lo más callado posible. Mientras entraba y salía de mi esposa, de reojo veía como mi suegra se revolvía sin voltear su cara para ningún lado más que como mirando hacia nosotros. Esa vez me calenté muchísimo y imagino que mi suegra también gozó del show.
Tiempo después en otra visita, ya teníamos un departamento más grande, y podíamos tener más intimidad. Aun así, yo me calentaba con mi suegra, pues ella tenía la costumbre de lavar sus pequeñas tangas y dejarlas colgando en el baño. Por lo que yo las veía, y siendo el fetichista que soy, más de una vez disfrute de tocar sus tanguitas y dejarles un regalito.
Bueno, el nacimiento de nuestro primer hijo llegó, y como es la costumbre mi suegra llegó a ayudar.
El día del parto se tuvo que hacer cesárea, y eso implicó alargar su estadía en el hospital. Como estaba muy bien atendida, la enfermera me dijo que si prefería por la noche podría irme a casa pues mi esposa dormiría toda la noche.
Así que me regresé con mi suegra a casa. Al llegar al departamento, ambos dijimos de darnos un baño. Y mientras nos decidíamos, platicábamos sobre la vida. Pronto el tema llegó a hablar de sexo. Y con el tema, quejarme de que por el estado de mi esposa ya no teníamos sexo, por instrucción médica.
Ella me dijo:
-Imagino que estás que arañas las paredes, y ambos sonreímos.
Mi calentura me nubló el entendimiento. Y asentí con mi cabeza. Luego, ya cada uno por su lado, se bañó y cambió. Yo con unos boxers y camiseta, y ella igual pero en femenino pues sus boxers eran para mujer obviamente.
Mientras tomábamos un café, volvimos al tema sexual, y le dije que desde que me la presentó su hija, me había causado muy buena impresión. Ella me dijo:
-No, si ya estoy muy vieja. Me hubieras conocido cuando tuve a mi hija Mariel. En ese tiempo todos andaban loquitos por mi.
Yo le comenté:
-Pues los años no te hacen nada, creo que al contrario.
Ella se tiró a matar y me contestó:
-Pobrecito de ti. Mi hija te tiene a dieta, y mi obligación debería ser ayudarte. Pero mis años ya pesan.
Yo también me lancé con todo y le dije:
-No digas eso si estás muy joven y tienes todo muy bien puesto. Esto se lo decía mientras la tomaba de su cintura acercándome mas a ella.
Me contestó:
-¿Será? Si mi hija se entera no me lo perdonaría.
Yo le dije -pues yo no rajó. -Y me acerqué para besarla.
Ella me aceptó el beso y comenzamos un juego de lengua.
Mientras nos besábamos la apretaba más y más a mi, mientras discretamente con mi mano izquierda bajaba de la espalda hacia sus nalgas. Con la otra mano me iba deslizando poco a poco hacia el contorno de su seno derecho. Entre más nos besábamos, más nos restregábamos nuestros cuerpos. Ella dirigió su mano a mi erección, y comenzó a buscar mi verga que ya estaba dura. La acarició, y nos fuimos caminando hacia mi recámara.
Mientras cruzábamos la puerta, dudó un poco y dijo -qué poca madre. En vez de estar con mi hija, estoy aquí con su marido.
Yo le dije -ella duerme y tú sabes que para eso tiene la enfermera y además solo duerme, ya en un rato vamos a estar con ella. Hay que dejarla descansar.
En realidad solo habíamos ido a casa a refrescarnos un poco. Pero intuyo que esa tensión sexual entre mi suegra y yo solo estaba esperando un momento para aprovechar estar solos.
Nos desnudamos, comencé a mamar sus tetas, y luego me fui bajando a su monte, mientras ella me tocaba por todos lados tratando de sentir más de mi cuerpo.
-Métela -me dijo. Y yo escalé de nuevo a sus pechos que me esperaban con los pezones durísimos.
Me coloqué encima de ella, mientras le hacía a un lado su tanga. Por unos segundos la ansiedad que da de querer que todo dure por siempre, y a la vez la necesidad de consumar ese acto, envolvió a ambos en un silencio cómplice.
Acerqué la punta de mi falo y lo fui empujando poco a poco, sobre esa panocha mojada y lista para ser atravesada. La penetré y por unos minutos el placer de la penetración, nuestra imagen de suegra y yerno desnudos, chocando nuestros cuerpos con pasión y lujuria, llenaba la habitación de erotismo y pecado. Ahora sabía porque mi esposa cogía tan rico. Mi suegra movía su cadera de manera increíble, mientras sentía que con cada enviste, su panocha me succionaba. No hubo más posiciones, no hubo más caricias de ella a mi. Solo mis manos recorriendo todo su cuerpo como intentando recordar cada curva, y cada pedazo de piel, con mis manos, mis ojos y mi cerebro.
Pocas veces he tenido un sexo tan placentero y a la vez tan lleno de culpabilidad, pero admito que es el más delicioso. Por unos segundos nada importa. Solo el placer, el morbo, el saberse íntimamente ligados, cómplices, y también orgullosos de una conquista nueva.
¿Quién conquistó a quién? Eso nunca importó. Como supe después, simplemente era un antojo que no pudimos negarnos.
En los instantes finales, su cara tuvo un rictus, indescifrable, entre éxtasis y dolor. Insondable como una Mona lisa. Solo un leve quejido que se alargó mientras apretaba sus músculos pélvicos y se quedaba quieta. Yo bajé un poco el ritmo, dándole tiempo a que disfrutara. Pero aunque más lento no dejaba de envestir con más fuerza, pues mi eyaculación era inminente.
Ella rompió el silencio y me dijo -ven. Ven. Dame.
Y con esas palabras comencé a venirme ruidosamente. Deseando ampliar mi placer y que todos escucharán que estaba teniendo el orgasmo de mi vida. Algo así no se puede ocultar. No lo quieres ocultar. Luego la paz, los pequeños remordimientos, las dudas que afloran tenues mientras sientes ganas de esconder tu cara por que intuyes que vendrán reproches.
Pero nada. Solo silencio. Nos quedamos quietos un buen rato, y como sabiendo que ambos solo estábamos ahí por esa gran cogida, mi suegra me dijo:
-Yo creo que ya mejor nos regresamos al hospital ¿no crees?
-Sí. Contesté. Gracias!
Ella se movió rápido de la cama y de salida de mi recámara, me dijo:
-Esto no volverá a pasar. ¿De acuerdo?
-No te preocupes. No ha pasado nada.
Y comenzamos a movernos para arreglarnos y continuar con lo que deben hacer un esposo y una madre con la nueva mamá.
De ahí, ya no volvió a pasar nada. Siguió visitando de vez en cuando, pero toda su atención era para el bebé. Nunca volvimos a hablar del asunto. Con el tiempo me divorcié, perdí el contacto hasta hace un par de años. Casi 25. De la nada, ella me llamó para saludarme. Pero de lo que me dijo, quizá les cuente otro día.
Gracias.