El año pasado tuve aquel sueño tan placentero, tan real que me negaba a que solamente fuera eso, un sueño, incluso lo había dejado por escrito para que no se me olvidase, un sueño tan delicioso con aquel hombre de color negro que con su polla de ébano penetraba en mi vagina rosada, dándome el más grande de los placeres y un año después busque con insistencia durante días, durante semanas aquel acantilado donde tanto disfrute en mi sueño, recorrí la costa palmo a palmo, sabía que existía, sabía que lo había visto y al final casi al final del verano por fin di con él, era tal y como lo recordaba, exactamente igual que en mi sueño, una cala pequeña rodeada por paredes casi verticales y una sola entrada, un camino pedregoso y de difícil acceso por donde se bajaba a cala de no más de seis metros de arenas blancas y aguas cristalinas.
Durante dos semanas estuve yendo todos los días, dos semanas ataviada solo con un pequeño bikini y un pareo casi transparente, bañándome desnuda en aquellas aguas cristalinas esperando y mirando ilusionada el camino, esperando ver bajar de un momento a otro aquel hombre ataviado con su toalla, su libro y con aquella camisa blanca que dejaba ver su torso atlético, el hombre que en mis sueños que me hizo gozar tanto, aquel semental negro que me follo provocándome aquellos orgasmos tan deliciosos, pero pasaban las horas, pasaban los días y lo único que hacía era dorar mi cuerpo desnudo al sol, bañarme, refrescándome un poco y sin embargo…
Sin embargo en todo momento no paraba de sentir que alguien me observaba, que no estaba realmente sola en aquella cala, dentro del agua cuando me refrescaba salpicándome con las manos mis pechos, cuando saltaba para que las olas no me golpeasen el vientre antes de haberme mojado entera, cuando salía despacio y las gotas resbalaban por mi cuerpo secándose sentada en la orilla mientras las olas mojaban mis pies, notaba que alguien me miraba, mi cuerpo era un espectáculo, la distracción perfecta de un momento de excitación para alguien y de haber bajado su templo de placer, porque fuera de raza negra, blanca o asiática, yo estaba allí por un propósito, gozar como lo hice en mi sueño, follar con el primer hombre que bajara aquel camino pedregoso.
Las vacaciones llegaban a su fin, me despedía desilusionada de aquella cala con la que tanto disfrute en mi sueño, pero que aún me tenía reservada una sorpresa no allí, sino en Valencia, no más de tres semanas más tarde, casi al final de septiembre cuando todavía hacía calor, me encontraba disfrutando de una maravillosa tarde sentada en una terraza tomando una horchata bien fría junto a la playa de la malvarrosa leyendo un libro con mi vestido corto de flores y zapatillas blancas, me encantaba ese sitio, una terraza ideal para pasar una tarde tranquila leyendo, observando a la gente pasear, me encantaba ver a los abuelitos cogidos de la mano, con miradas de complicidad en sus ojos después de tantos años juntos, me encantaba imaginar sus vidas cuando observe como un hombre de mediana edad, aproximadamente de 56 años no me quitaba ojo, me miraba fijamente mis pechos a pesar de estar al abrigo del vestido, pero mis piernas y mis muslos no, a pesar de estar sentada con las piernas cruzadas, realmente al principio no me importaba, estaba acostumbrada a que los hombres me miraran, pero era tanto la insistencia que me empecé a poner nerviosa.
Era un hombre guapo, pelo y barba canosa, llevaba unas gafas redondas con unos ojos penetrantes de color azul, alto y fuerte con un pantalón corto muy ancho y una camisa blanca prácticamente desabrochada dejando ver el vello de su pecho, tomaba un café y tenía encima de la mesa varios periódicos y un par de libros, su lectura paso a un segundo plano ya solo me miraba, hacía que leía y de vez en cuando me observaba de reojo y cuando levanté mis ojos miré y ya no estaba, se había levantado, volvía a estar sola con mi horchata y mi lectura o eso pensaba yo.
-Buenas tardes, señorita.
Aquel hombre se dirigía a mí por mi espalda, tras saludarme y presentarse me pidió permiso para sentarse a mi lado, aquel hombre la verdad que me intrigaba, lo recordaba de algo, pero no sabía de qué e intuía que estaba a punto de descubrirlo como así fue, empezamos hablar, a darme pistas de que nos conocíamos y entonces caí en la cuenta, para mí en aquel entonces no era más que un pescador, aquel hombre que durante dos semanas me crucé en aquella cala siempre con una caña de pescar en la mano, cada vez que bajaba y subía por el camino él estaba allí con su moto, nunca le di importancia, pero averigüe por fin que era el quien me observaba, quien miraba y deseaba mi cuerpo, me lo iba contando con todo detalle, pero con mucha educación, sin pretender ser grosero ni mal educado en ningún momento.
La verdad que era un hombre que tenía una conversación muy extensa, muy agradable y muy culto, me contó que era dueño de una pequeña librería de libros antiguos, de donde presumía de tener un incunable y a partir de ese momento la conversación solo se enfocó en aquel libro que me parecía increíble que tuviera, tanto que a la media hora estaba nerviosa como una adolescente que espera su primer beso, esperaba delante de la puerta de su librería a que abriera solo para mí para observar aquella joya, un libro con grabados medievales, abierto por la mitad y metido en una campana de cristal con todo el cuidado y mimo del mundo.
No me lo podía creer, me estaba dando unos guantes blancos muy finos para que me los pusiera y lo pudiera admirar mejor, era increíble, a pesar de los guantes, su tacto, su olor, estaba tan abstraída del mundo en esos momentos que en ningún momento me di cuenta de que mi admirador se cansó de admirarme y me abrazaba por detrás tocándome los pechos y acariciando mi cuerpo, estaba en otro mundo abstraída de todo y que solo hasta que sus manos no levantaron mi vestido y sus dedos se metieron por debajo de mis bragas y empezaron acariciar mi clítoris no me di cuenta de que me estaba metiendo mano y en ese momento en que noté sus dedos meterse en mi vagina provocándome un pequeño respingo con un jadeo ya más que evidente, no desperté de mi mundo, no llegué a ser consciente de lo excitada y caliente que estaba.
A pesar de eso yo quería disimular y le hablaba del tesoro que tenía allí, de sus grabados, él insistía en sus caricias y ya no era un dedo sino dos los que metía y sacaba de mi vagina buscando un punto en el que mi cuerpo se retorciese como el de una culebra, con la otra mano masajeaba circularmente mi clítoris, ya mis gemidos más que evidentes y hacía rato que aquel libro había pasado a un segundo plano, estaba tan excitada que no pensaba racionalmente, solo pensaba en que siguiera metiéndome mano, en sentirle entrar y salir de mí y no precisamente con sus dedos, necesitaba algo más grande y duro y así se lo hice entender moviendo mi cadera, echando uno o dos pasos hacia atrás abriendo un poco mis piernas y apoyando mis manos en el borde de la mesa.
No me acordaba de su nombre y ni falta que hacía, ahora solo necesitaba que me fuera metiendo su pene despacio y que sacara de mí los gemidos, los gritos, hacerme sentir y gozar con él, quería que me follara allí mismo rodeada de libros antiguos, enfrente de aquel incunable que me había enamorado, en eso estaban mis pensamientos cuando sentí su glande abrirse paso por mi vagina tremendamente mojada, me había apartado las bragas y empezaba a meterme la polla hasta el fondo, poco a poco su glande, su tronco iba desapareciendo en mi interior, había inclinado mi cabeza hacia abajo mirando al suelo con la melena cayendo por ambos lados de mi cara y con la boca abierta iba jadeando y gimiendo cuando la sentía entrar una y otra vez.
Se había quitado el pantalón y su slip, con sus manos sobre mis pechos apretándolos cuando me embestía, cuando me penetraba con fuerza, disfrutando de mi coño mojado, su polla se deslizaba en mi interior provocando a ambos unas sensaciones de placer maravillosas, sentía como él estaba hiperexcitado y al cabo de un rato me la empezó a meter con rapidez y se empezó a correrse dentro de mi vagina, la verdad que era algo que no tenía previsto, me había llenado con su semen mi interior.
Me di la vuelta para besarlo y abrazarlo, para agacharme y lamerle la polla limpiándosela de la leche sobrante, me había quedado a medias y quería más, necesitaba que aquella polla volviera a la vida y me volviera a follar, en el medio de la tienda había un diván enorme sin respaldo, y cogiéndole de la polla como si fuera una correa me lo lleve hasta allí, sentándome y metiéndome la polla en la boca chupándola una y otra vez, sentía que poco a poco se iba recuperando en mi boca, mi lengua pasaba por todo su contorno, besando y metiendo solo su blande en mis labios, ya estaba dura, ya estaba una vez más dispuesta a penetrar en mi interior y librar una dura batalla con mi sexo, roces, fricciones, caricias en la más absoluta oscuridad e intimidad, su polla tenía el permiso de eso y mucho más si él quisiera dentro de mi vagina, en todo mi cuerpo.
Sacándomela de la boca y quitándome el vestido por la cabeza, los dos nos mirábamos en silencio, él con deseo de metérmela y yo mordiéndome lascivamente mi labio inferior deseando que lo hiciera, quitándome el sujetador despacio y más tarde mis bragas que se habían mojado con su semen, allí en aquel diván me tumbé esperándole, abriéndome de piernas para él, solo las zapatillas blancas quedaron en mi cuerpo, cuando se tumbó encima de mí, metiéndose entre mis piernas y metiendo su polla en mi vagina.
Una vez más la sentía desplazarse arriba y abajo, metiéndose ahora si más profundamente en mi interior que antes, sintiéndola más grande y dura haciéndome gemir desde el primer empujón, desde la primera vez que entro suave y sin resistencia hasta el fondo de mi vagina que se iba dilatando más y más a su paso, los gritos de placer no tardaron en aparecer, parecía una gata en celo, sentía como me partía en dos con su espada, mis piernas cayeron a ambos lados del diván abriéndome más de piernas, mis brazos le rodeaban todo el cuerpo arañándole la espalda cada vez que mi vientre temblaba de placer, me estaba follando y estaba gozando igual que en mi sueño, mi vagina se llenaba de mis flujos, apretaba con mis músculos su polla para que la fricción fuera mayor, para que mis gritos despertaran la envidia de todas aquellas historias que nos observaban en silencio.
Empezaba a sentir un orgasmo, empezaba a gritar su nombre como una gata en celo, su polla se metía y salía de mi coño cada vez con más fuerza, cada vez con más rapidez, mi vientre empezó a temblar, a arder, unas quemazones que se extendieron por todo el cuerpo hasta el punto de que empecé a correrme de una forma como nunca me había corrido, un orgasmo que hizo que lanzara pequeños chorros de flujo cuando me la sacó, terminaba de temblar y me volvía a follar y así varias veces hasta que dejó su polla quieta en mi interior, apretando con su pelvis y metiéndomela más y más hasta que él también explotó, con violencia sentía su semen golpearme, los dos gritábamos de placer cuando se empezó a mover, a meterla y sacarla otra vez, su semen se unía a mi flujo dentro de mi vagina, su polla se hundía en ella hasta dejarla allí dentro quieta mientras me besaba.
Estaba tremendamente sudada, empapada de flujo y semen, el olor a sexo era intenso en aquella pequeña tienda, había follado primero con aquel que se aliviaba mirándome desde el acantilado mientras me bañaba desnuda y segundo con aquel que lanzó la caña y me pescó para enseñarme un incunable y poder follarme, las dos personas eran la misma sí, pero la primera se corrió sin pena ni gloria, aunque para ser justa me encantó, pero la segunda lo que hizo, lo que me hizo sentir nunca lo había experimentado, había tenido más orgasmos, pero nunca como ese, prueba de ello era su espalda arañada con mis uñas, pero el tercero… como sería el tercero.
El tercer polvo, el cuarto y todos los que viniesen después estaban todavía por saber y en breves momentos se abriría el telón, en breves momentos sabría ya el veredicto, me había vestido con rapidez, solo el vestido sin bragas ni sujetador, estábamos subiendo a su casa por una escalera de caracol, sentía su semen y mi flujo caer por el interior de mis muslos, una vez arriba abrí la puerta para seguir disfrutando de nuestros cuerpos, seguía con la necesidad de aquel hombre que me espió, aquel que no se atrevió a bajar, aquel que no estaba invitado en un principio a que me follara, me la metiera haciéndome gritar, aquel que se valió de un incunable para abrirme de piernas.
Y como en aquella cala todo es una ilusión, un sueño, una fantasía erótica ¿o no?, puede que haya fantasía y parte de realidad en estas líneas, de lo que estoy segura es de que mis piernas se abrirán para aquel que me enseñe y me deje admirar un incunable.