Como ya mencioné al principio, mi trabajo se realizaba desde la comodidad de mi casa mientras que el de mi esposo era en una oficina de edificio. Ese día en particular no tenía nada más que hacer, así que entrecerré mi portátil y cogí uno de los libros de mi estantería.
Recuerdo haberme perdido en la lectura, un romance apasionante y aventurero, pero entonces llegué a la parte en donde los protagonistas mantienen por primera vez relaciones sexuales, y vaya que si no me calenté.
Decidí cerrar la novela, pero ya era demasiado tarde, tenía las hormonas a mil y no tenía a Keev en casa para bajarme la temperatura. Me quedé viendo un rato más mi portátil apagada, y tras meditarlo, tomé la decisión de apagar mis aparatos y salir de mi oficina con rumbo a mi habitación.
Estaba tan cachonda que seguramente cuando me quitara la ropa interior esta estaría totalmente mojada. Me encargué de cerrar las cortinas, cerré la puerta y comencé a quitarme la ropa frente al enorme espejo que casi ocupaba toda la pared.
Una vez desnuda, comencé a tocarme. Primero me acaricié los senos, las bolitas se me estaban poniendo duras y aquello de alguna manera morbosa me hizo excitarme todavía más. Admiré mi reflejo; tengo unos senos gigantes y redonditos, un poco colgados porque son naturales y no hay operación que consiga sostenerlos en alto. Mi cintura también estaba perfectamente definida, se notaban mis meses en el gimnasio. Después estaba mi conchita, redondita, abultada y bien depilada. Mi trasero también era otro tema, grande y con varios lunares regados.
No contuve las ganas y me di un fuerte azote que desató todo. Caminé hasta mi cama, me subí en ella y me quedé en cuatro patas, con la mejilla pegada al colchón y mi culito en lo alto. Sentí la desnudez deliciosa que me envolvía y cerré los ojos imaginando que atrás de mí había alguien listo para follarme. Cuando mi dedito pasó sobre mi raja, me di cuenta de lo empapada que estaba, lista para comenzar con una masturbación realmente sabrosa.
Me di la vuelta y me quedé tendida, abrí las piernas y comencé a frotarme el clítoris hasta que los gemidos fueron saliendo más libres y fuertes.
Escupí un par de veces mi mano y unté mi saliva sobre mi caramelito para que estuviese más lubricado. Gimiendo un poco más fuerte, introduzco el dedo corazón dentro de mi coñito y lo saco repetidas veces viendo cómo mi dedo se llena de mi delicioso jugo que me llevo a la lengua y lo chupo.
Es increíble lo cachonda que estoy.
—Sí… así. Qué delicia… ¡Ah!… Necesito más, más…
Meto dos de mis dedos y con la otra mano me froto el ano. Mi jugo ha llegado hasta ahí y me hace más fácil la tarea. Siento mis pezones más duros y eso me hace calentarme todavía más. Me pellizco el cuello imaginando que son las mordidas de mi esposo, lo pienso y grito su nombre mientras siento cómo el fuego sigue y sigue creciendo.
—¡Au!… Qué delicia… me gusta…. Aaah… Qué rico.
Mi coñito rasurado chapotea entre mi jugo, pero mi mayor atención está puesta en mi culito todo mojado. Uno de mis dedos ha conseguido entrar y ahora me folla fuertemente. Afuera y adentro.
Esto es de otro mundo, mis senos se agitan con el vaivén de mi cuerpo. Tomo un respiro para tranquilizarme y prolongar el momento. Estoy caliente, me pongo de pie y voy al espejo, mientras camino siento mi flujo escurrir en mis piernas y aquello me produce una sensación de cosquillas. Cuando me veo en el espejo me gusta lo que veo. Tengo las mejillas rojas, pequeños pellizcos en el cuello y mis pezones parecen rocas rositas y mojadas.
Estoy riquísima y me gusta. Me encantaría salir a la calle así y abrirme a la primer persona que pase para que me folle. La excitación me hace sentir cosas realmente cachondas.
Sigo tocándome la raja de mi vagina y entonces se me ocurre una idea. Camino hasta uno de los armarios y abro el cajón especial, aquel en el que mi esposo y yo guardamos nuestros juguetes sexuales. Escojo un dildo con ventosa y lo pego en la superficie de una mesa de madera que tenemos en el cuarto. De espaldas hacia él comienzo a metérmelo en el coñito y pongo mis ojos en blanco.
Estoy tan excitada y caliente que no me detengo. Subo y bajo en él mientras mis nalgas rebotan en la superficie plana. Mis senos se mueven, rebotan y es una vista maravillosa.
Qué zorra me siento. Me toco el ombligo y me pongo las manos en la cintura, imaginando que es Keev quien me está sujetando para ensartarme en su verga.
Después de un rato me aparto de ahí, quito el dildo de la mesa y me dirijo a la cama. Tomo una almohada y la monto. Dios, el roce que produce en mi bizcochito mojado me hace gemir y poner los ojos en blanco. Como me gustaría que la almohada fuera un hombre y otro me lo estuviera metiendo por detrás.
—Soy una zorrita muy caliente… Aaah… aaaah…
Comienzo a cabalgar sobre la almohada y abro más mis piernas para que los labios de mi vagina puedan agarrar la tela. Me azoto un par de veces y la piel se me pone rojita.
—Qué rico papi… sigue así.
Agarro mi dildo y me lo comienzo a meter en el ano. Lo apretadito de mi culito me hace ver estrellas, pero estoy tan mojada que se desliza pronto y queda totalmente dentro. Agradecí el no haber desayunado y el haberme dado una ducha rápida esa misma mañana.
Sigo cabalgando en la almohada y ahora la parte trasera de esta empuja el dildo cada vez más adentro.
—¡Sigue, sigue así!… aaah… aaaah… ¡Sí, sí, sí me gusta!
Detengo un segundo los movimientos y me meto dos dedos en el coño.
Estoy a punto de explotar. Retomo los movimientos y voy aumentando el ritmo. Ya no me contengo en gemir, sé que estoy alcanzando el orgasmo y es tan electrificante que cuando me corro, un chorro de eyaculación femenina sale de mí y me hace gritar y estremecerme.
Un poco más calmada contemplo como he dejado de mojada la cama y la almohada y me dejo caer hacia atrás, sintiendo todavía el pene de plástico clavado en mi anito y mi vagina chorreante.
Sin duda, cuando mi esposo llegue a casa, le mostraré como me masturbo con la almohada y después cenaremos juntos.
Que buen relato, de hecho, creo que todos hacemos eso al estar a solas.