El teléfono móvil vibró encima de la mesa acompañado con los acordes de la quinta sinfonía de Beethoven. Javier estaba sentado frente al ordenador, con los calzoncillos bajados, masturbándose mientras veía un video porno.
– Una llamada, veamos. – dijo en voz alta mientras se secaba con un trozo de papel higiénico el líquido trasparente que impregnaba los dedos de su mano derecha.
-¿Diga?
-Hola. ¿Hablo con Javier García, el masajista? -respondió una voz femenina.
-Sí, soy yo. ¿En qué puedo ayudarte?
-Mire, trabajo como directora de una oficina bancaria y he tenido una semana ajetreada. Me vendría bien un masaje.
-Vale, pasado mañana tengo libre a partir de las cuatro. ¿Dónde trabaja?
-Bueno yo, preferiría después del trabajo… sobre las siete y pico, una amiga, esto, he visto que tiene el masaje especial y yo…
-Entiendo. Puedo ir a tu casa si prefieres.
-Vale, vivo con una chica… mi, mi compañera.
-No hay problema. Dame tus datos.
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Sara colgó el teléfono y suspiró. La idea del masaje le había parecido genial al principio, pero ahora tenía dudas.
-¿Vas a ducharte? -dijo Amelia, su compañera de piso, desde la otra habitación.
-Sí, ahora voy. -respondió la aludida quitándose la falda y sacando ropa interior limpia de un cajón.
Antes de salir al pasillo se miró en el espejo que ocupaba la puerta del armario y sonrió con cara de cansancio. Le dolía la espalda y el culo, fruto de las horas que pasaba sentada, había perdido algo de firmeza. Mañana trataría de escaparse antes y hacer un poco de ejercicio. Sí, definitivamente el masaje le vendría bien.
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Sara caminaba con paso rápido. El día en la oficina había sido especialmente estresante y faltaba menos de media hora para la cita. Por si esto fuese poco, su compañera de piso se había puesto mala, fiebre, tos. Amelia no toleraba las pastillas, le producían gases y dolor de tripa. El médico le había mandado supositorios y una inyección y Sara se había ofrecido para adquirir los medicamentos en una farmacia que, más o menos, le pillaba de paso.
-¡Ya estoy en casa! -dijo mientras tomaba aire diez minutos después.
-Gracias. -respondió con voz ronca y débil Amelia.
-Faltan 10 minutos, voy a ducharme y luego hablamos. -concluyó Sara.
A las siete y media, puntual, la directora abrió la puerta dejando pasar a Javier.
-Buenas tardes. ¿Sara?
-Sí, soy yo. Encantada. Pase por favor.
-¿Qué tal todo?
-Pues la verdad, bastante liada. Mucho trabajo y mi compañera en cama con fiebre.
-No te preocupes por mi. -se oyó la voz de la enferma seguida de tos ronca.
-Vaya, siento oír eso. Si puedo hacer algo.
-El problema es que mi compañera tiene que ponerse una inyección y supositorios… pero vamos, esto último se los puedo poner yo, pero la…
-Bueno. -la interrumpió Javier. -no sé si me meto donde no me llaman, pero en su día estuve ayudando en la consulta de mi tío y aprendí a inyectar.
-¿De veras?, espera un momento. -dijo Sara poniéndose una mascarilla y dirigiéndose a la habitación de la paciente.
Javier aprovechó la espera para echar una ojeada a su alrededor.
-Ok. Si no te importa y puedes pincharla sería perfecto, así nos ahorramos la visita al practicante.
-¿Ahora entonces?
-Sí, vamos a la habitación. Mejor póngase una mascarilla. -dijo ofreciéndole una.
-Vale, gracias.
La habitación había sido recientemente ventilada. En una cesta de mimbre se mezclaban camisetas blancas y un pijama de flores húmedo. También había una mesilla junto a la cama con una lámpara cuya bombilla era de color azul oscuro y un paquete de pañuelos de usar y tirar. Amelia, tapada hasta el cuello por un edredón tenía el rostro colorado y la frente tapada por un paño blanco que ya se había secado. La escasa luz que se colaba por la ventana se complementaba con la que provenía de la lámpara que colgaba del techo.
-Podemos preparar la medicina ahí. -dijo Sara señalando una mesa de escritorio y depositando la bolsa de la farmacia.
-¿Algodón? ¿Alcohol? -preguntó Javier.
-Sí, ahora los traigo.
El masajista miró a Amelia.
-¿Qué tal estás?
-Ya ves.
-Bueno, en cuanto te pongamos la medicina verás como mejoras. -dijo mientras sacaba la caja con los viales, la jeringa, la aguja y los supositorios.
Amalia, como en un sueño siguió el proceso de preparación y no pudo evitar contraer las nalgas ante la aparición de la aguja.
-Ya está listo. -anunció el ayudante.
Sara se acercó a la cama y retiró el edredón.
-Date la vuelta.
La paciente obedeció y quedó tumbada en pijama, boca abajo. La tela de los pantalones arrugados se colaba en la glotona rajita de manera sensual.
-Bájate los pantalones. -ordenó la directora.
Amelia tosió, deslizó los pulgares por debajo del pijama y tirando de la tela descubrió, ruborizándose, su culete húmedo por el sudor.
Lo siguiente que notó la enferma fue el fuerte olor a alcohol seguido del tacto del mismo mientras frotaban la parte superior y exterior de su nalga derecha. Una gota de alcohol, caprichosa, se deslizó hacia abajo desembocando en el ano.
Amelia apretó el culo.
-Relájate. -susurró Sara acariciando el cabello de su compañera.
La paciente obedeció y Javier aprovechó el momento para clavar la aguja en el glúteo. A continuación, lentamente, apretó el émbolo de plástico y el líquido empezó a entrar en el cuerpo causando una mezcla de dolor y escozor. Amelia se mordió el labio inferior dispuesta a aguantar.
-Se acabó. -dijo unos segundos después el hombre extrayendo la aguja y aplicando el algodón desinfectado sobre un puntito de sangre.
-Tíralo en la papelera. -indicó Sara señalando un cubo de plástico dónde yacían, arrugados, papeles con mocos.
-Ahora el supositorio. -informó a la paciente su compañera.
-Espero fuera. -dijo el masajista dejando la habitación.
-Te pongo un poco de vaselina con el dedo, así…
-Sí, yo…
Las palabras se perdieron al cerrarse la puerta.
Amelia, acostada de lado, notó el cosquilleo del supositorio derritiéndose en su recto. También notó como algo de aire buscaba salida. Contrajo el esfínter un poco, lo suficiente para impedir que saliese. Debía ser muy rara, el dolor de la inyección, la invasión del supositorio, el ligero mareo de la fiebre, sí, eran síntomas desagradables y sin embargo, sin venir a cuento, todo ello se mezclaba en su mente con las caricias de su compañera y las miradas de ese masajista y su sexo comenzó a humedecerse con algo que poco tenía que ver con el sudor.
Sara dejó el cuarto y Amelia aprovechó para tirarse un pedete, se llevó una mano al coño y lentamente empezó a jugar tirando del vello y frotando la zona.
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-Ya está. Mil gracias. -dijo Sara con sincero agradecimiento.
-Nada. ¿Vamos al masaje?
-Sí, por favor. Ven a la habitación. -respondió la directora.
Javier tomó su maletín y entró en la habitación de su clienta.
-Cierra la puerta por favor.
El masajista obedeció.
Sin demora la mujer comenzó a quitarse la ropa hasta quedarse con un sostén y un tanga. Luego sacó una toalla blanca del cajón y se dirigió a Javier.
-Tú dirás.
Javier tardó unos segundos en reaccionar, pero finalmente, retomando al profesional que llevaba dentro, recuperó el control de la situación.
-Dame la toalla y túmbate boca abajo en la cama.
Sara obedeció y el masajista cubrió con la toalla el trasero semidesnudo. Ya se encargaría de eso más adelante.
-Semana complicada entonces.
-Sí, la verdad…
Conversaron durante unos minutos mientras Javier aplicaba aceite en la espalda y masajeaba hombros y omóplatos.
-Bueno, ahora relájate y olvida todo eso. Disfruta del aroma de los aceites y abandónate al relax.
Sara cerró los ojos y se concentró en sentir y oler mientras las expertas manos del masajista moldeaban su cuerpo.
-Date la vuelta. Eso es.
Esta vez la cara, el cuello, el torso y la parte delantera de los muslos recibió las atenciones del profesional durante unos diez minutos.
-Bueno Sara. Hemos terminado la primera parte, digamos la más tradicional. ¿Qué tal hasta ahora?
-Bien, muy bien. -respondió la aludida con una sonrisa.
-Ahora empieza la segunda parte… más sensual. Nos centraremos en cuidar de tres partes. Tus senos, tú trasero y tus partes íntimas. No sé si deseas mantener algo de intimidad o simplemente prefieres…
-Javier, ¿puedo llamarte Javier?
-Por supuesto.
-Confieso, confieso que tenía mis dudas, un, un desconocido… pero no sé, después de esta tarde, siento que puedo confiar en ti… incluso, me gustas un poco. -dijo ruborizándose con las últimas palabras.
-Está bien. -dijo el masajista. -Vamos adelante Sara y cualquier cosa me dices. Yo te voy informando.
Javier comenzó el masaje especial encargándose de las tetas de la directora. El sujetador, colgando del respaldo de una silla se convirtió en un espectador más. Sara trató de ahogar los gemidos y cruzó las piernas, intentando acallar la corriente de placer que recorría su cuerpo. Javier se detuvo.
-Una cosa que olvide mencionar. Relájate. Esta segunda parte, por la naturaleza de las partes que tratamos, tiene un inequívoco carácter sexual. Mi recomendación es que te relajes y no tengas miedo de expresar lo que sientes. ¿Ok?
Sara, con el rostro encendido, asintió. Y esta vez, cuando las manos de Javier empezaron a dibujar círculos alrededor de sus pezones, dejó escapar un gemido.
-Date la vuelta. Ahora nos encargaremos de tu trasero. Todas esas horas sentados en oficinas no son buenas para nadie y también el culo merece atención. ¿No te parece?
-Sí. -respondió la directora apoyando la cabeza de lado y anticipando lo que estaba por venir.
Javier dejó caer aceite en las nalgas y utilizando sus puños cerrados aplicó un masaje vigoroso amasando glúteos y muslos. Luego, tras pedir permiso a Sara, le quitó el tanga e introdujo un dedo, debidamente lubricado, en su ano. La mujer, pillada por sorpresa pese al aviso, apretó el ojete, pero luego, siguiendo las indicaciones del masajista, se relajó y empezó a disfrutar de las sensaciones.
-Ahora viene la zona más delicada. Ponte boca arriba y abre las piernas.
Sara, que ya estaba muy caliente, se dio la vuelta. Durante un instante su mirada se posó en la entrepierna del hombre bajo la que, por poca imaginación que se tuviese, se adivinaba una erección. Al levantar la vista, sus ojos se encontraron con los de Javier y antes de darse cuenta de lo que decía, con una sinceridad absoluta, dijo lo que en ese momento pasaba por su cabeza.
-Tienes una erección. ¿Forma parte el pene del masaje especial?
Javier se ruborizó y trató de explicarse.
-Lo siento. A veces es difícil de controlar, sobre to… todo con alguien tan atractiva como tú.
Sara sonrió dando a su sonrisa un matiz burlón que no pretendía. Javier bajó la mirada y se disculpó.
-Lo siento, no sé que me pasa hoy. Ahora me centro.
-¿Me lo enseñas?
-¿Perdón?
-Ven aquí y sácate el pene. Tu clienta quiere verlo.
Javier se acercó y bajándose el pantalón y los calzoncillos dejo su miembro, crecido, al aire. Sara lo agarró.
-Y ahora… sigue con el masaje.
El masajista metió la cabeza entre las piernas de su clienta y sacando la lengua empezó a chuparle el sexo mientras ella estrujaba su pene, arqueaba la espalda e iniciaba los prolegómenos de un orgasmo.
FIN