(…) Con esa pija dura uniendo nuestras conchas, volvimos a acabar, esta vez, en el mismo instante. Nos fundimos en un beso y en un abrazo que se sentía como si estuviésemos envueltas en llamas. Totalmente empapadas en sudor y en nuestros propios jugos, sin dejar de abrazarnos, caímos rendidas en la cama. Apoyé mi cabeza en su pecho, mientras su respiración agitada me hacía sentir muy feliz.
Salí del trancé cuando sonó su celular, el cual estaba sobre la mesa de luz. Lo tomó, leyó algo, respondió. “Tengo que juntarme con una amiga. Está cerca. ¿Le puedo decir que venga?”. Me pregunto. Me sentía totalmente agotada, sin fuerzas, pero con ganas de más. Ante mi silencio, volvió a hablar. “Es buena onda. Además, tiene un regalo para vos. Estoy segura que te va a encantar. ¿Le digo que venga?”. Como un autómata le dije: “Sí, pero rápido”.
Quince minutos después, alguien tocó el timbre. Camila se levantó de la cama de un salto y fue a contestar el portero eléctrico. Sentí el sonido del timbre al abrir la puerta de abajo. Minutos después, vi parada en la puerta de mi habitación a una rubia alta, enfrascada en un vestido de látex rojo, dejando asomar por el escote a las tetas más hermosas que vi en mi vida. “Huelo a diversión”, comentó divertida. Me senté en la cama cubriéndome las tetas con la almohada. Camila llegó por atrás de la invitada y la tomó de la cintura. Abigail giró su cabeza y se comieron la boca con intensidad. Una de las manos de mi masajista se perdió debajo del vestido rojo. Noté de inmediato el regalo de la rubia.
Sin separar sus bocas avanzaron lentamente hacia la cama. Camila cayó de espaldas, riendo a carcajadas. Con gran maestría, Abigail se bajó el cierre que el vestido tenía por detrás, liberando sus dos enormes y hermosas tetas. Debajo, tenía una pequeña tanga roja de encaje. A pesar del diminuto tamaño, la tela lograba contener perfectamente lo que allí guardaba. Camila se acercó a mí, me quitó la almohada y me besó. Me distraje por unos momentos saboreando esa boca que ya me era familiar, hasta que noté que una mano grande, pero delicada, me acariciaba el pelo. Giré la cabeza y la vi de pie junto a la cama, hermosa e imponente, con sus tetas apuntándome hacia la cara.
La tomé de la cintura y la atraje hacia mí. Fue la primera vez que acaricié y chupé unas tetas operadas, y la primera sensación fue maravillosa. Duras, de una redondez perfecta y muy calientes. Lo primero que hice, fue tocar ambas al mismo tiempo, usando mis dos manos. Después, apoyé mi cabeza entre ellas, como si fuera una cómoda almohada. “¿Te gustan?”, me preguntó. “Las amo”, respondí. De inmediato, me atrajo hacia ellas haciendo que se las chupe. Fui directamente al pezón izquierdo, al cual le pasé la lengua como si de una paleta se tratara. Besé toda la superficie, mientras apretaba con fuerza. Sentí como alguien me tocaba la concha. Era Camila. No la veía, pero la sentía hermosamente. Estaba al lado mío, arrodillada, chupándole la pija a Abigail.
Verla ahí abajo fue tan perfecto como una alucinación maravillosa. Abigail, despampanante, con unas curvas terribles, el pelo rubio sedoso hasta la cintura, tetas de ensueño… y la pija más hermosa que vi en la vida. Totalmente recta, larga, gruesa, venosa. Y como broche de oro, dos testículos perfectamente redondos, similares a un par de ciruelas maduras. Si mi destino fuese morir atorada, deseo con toda mi energía que sea por esa pija. Por más que se esforzaba, se le hacía imposible a Camila comérsela toda. A pesar de que nos conocíamos hace apenas poco más de una hora, me sentí en la obligación de ayudarla. Al notar mi deseo, Abigail retrocedió algunos pasos, indicándonos que nos arrodilláramos. Obedientes, lo hicimos. A pesar de que ya había compartido la pija de mi cuñado con mi hermana, esto era totalmente diferente. La pija de Abigail podría degustarse, sin problema, por más de tres o cuatro bocas a la vez. Su forma, su textura, su sabor… y el hecho de mirar para arriba y ver que la portadora de semejante pedazo era una mujer con rostro de princesa, hacía de la experiencia algo totalmente único y excitante. Mi boca iba de sus testículos a la boca de Camila, de la boca a la cabeza. Intenté varias veces comérmela toda, y la sensación de ahogo fue increíble. Su pija llenaba cada espacio en mi boca, no dejando ni el más mínimo sitio para poder respirar. Entre arcadas y besos logramos poner esa preciosura al máximo. Abigail nos tomó a ambas por el pelo, haciendo que la miremos a los ojos. “¿Quién la quiere primera?”, preguntó con voz totalmente seductora. Sin dejar pensar a mi compañera, me apresuré a contestar: “Yo, por favor. Dámela a mí”. La rubia sonrió, la morocha soltó una carcajada.
Abigail nos tomó de las manos y nos ayudó a ponernos de pie. Me besó en los labios. Camila se sumó y nos dimos un beso intenso y húmedo. Sentí como su pija durísima se me clavaba en el vientre. La tomé con una mano y la arrastré hacia la cama. Camila se adelantó y se acostó en el centro. Me puse en cuatro, acercando mi boca a su concha. Por detrás, la rubia empezó a chuparme el culo. En eso estaba, cuando en un breve momento de lucidez, atravesó y se me instaló en la mente una idea perturbadora: si esa pija entraba por ahí, me iba a destruir. “Por la cola no”, alcancé a decir, cuando sentí como esa pija me llenaba la concha de una sola embestida, para comenzar a apuñalarme con una fuerza y una velocidad que no tenían ningún sentido. Mis gemidos inundaron la habitación y, estoy casi segura, que todo el edificio. Se me hacía difícil dedicarle la atención necesaria a la concha de Camila, por lo que atiné a estirar un brazo y agarrar a mi “consu”, para metérselo de una a mi morocha favorita. Traté de seguir el ritmo frenético de la cogida que me estaba pegando Abigail, pero se me hacía imposible. Acabé con una gran explosión, acompañada de un grito que me aturdió a mí misma, bañando a la hermosa pija que me estaba rompiendo toda. Caí rendida sobre el vientre de Camila, pero no por ello la rubia bajó la intensidad de la cogida.
Sentí como “consu” dejaba mi mano, pasaba sobre mi espalda y lo tomaba Abigail. De inmediato lo sentí apoyado en mi culo. Duro, mojado por los jugos de Camila, entró de inmediato. Estaba totalmente abierta y entregada. “¿Queres que Abi te rompa el culito, bebé?”, preguntó la morocha. En un susurro casi inaudible, respondí: “Sí, por favor”.
La sensación que me invadió al sentir esa tremenda pija al entrar sin preámbulos en mi culito, no la puedo comparar con nada. A pesar de su inmenso grosor y de mi estrechez anal, entró con una suavidad demoledora. ¿Contradictorio? Lo admito. Pero me cuesta describir con palabras esa sensación. Placer, dolor, entrega total. Me penetró con una fuerza arrolladora, mientras Camila sonreía y se metía con gran goce a mi “consu”. Los gemidos de las tres crearon una melodía de placer comparable con el más dulce canto de ángeles. No sé cuánto tiempo pasó. Minutos, horas, días. La voz de Abigail me devolvió a la realidad al preguntar “¿a dónde querés la lechita?”. A lo que respondí: “lléname el culo de leche”. Eso pareció encenderla más, lo que hizo que aumente el ritmo de sus arremetidas. Camila se arrodillo de un salto y metió el consolador en mi concha, mientras masajeaba los huevos de la rubia. Sentí como esa hermosa pija estallaba adentro mío, descargando una gran cantidad de semen, en el mismo instante en el que un orgasmo triple me paralizaba el cuerpo. De mi culo, la pija pasó directamente a la boca de mi masajista. Caí nuevamente rendida sobre la cama, totalmente extasiada, dolorida y mareada. Sentí como una boca tibia se metía entre mis nalgas y succionaba el cálido líquido que empezaba a desbordar. Luego de unos instantes, sentí un sonido atronador que me obligó a llevarme las manos a mis oídos, mientras un cuerpo caliente y liviano se desplomaba sobre mí.
“Callate y quédate quieta”, dijo Camila, con una voz áspera y firme que jamás pensé que podría salir de su boca. Abigail, con todo el peso de su cuerpo sobre mí, comenzó a convulsionar. Cayó hacia un costado y pude ver un agujero en su cabeza, del cual emanaba un rio de sangre, tiñendo su rubia cabellera de rojo. Segundos después, se quedó quieta, con sus grandes ojos desorbitados. Totalmente desorientada, giré lentamente mi cabeza hacia el costado derecho de la habitación, en donde se encontraba un gran espejo. La imagen que allí vi me pareció algo totalmente surrealista: Camila desnuda, de pie frente a la cama, con ese hermoso pelo totalmente alborotado y una media sonrisa encantadora, con una gran pistola entre las manos, apuntando hacia mí. “Si te moves, perdes. ¿Me entendiste, bebé?”.
A pesar de la larga noche que veníamos afrontando, la fiesta recién estaba a punto de comenzar.
CONTINUARÁ