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Mario. El hijo de mi amigo
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Estoy preparando mi viaje a Houston. Allá visitaré una industria productora de sustancias químicas para producir poliuretano para aislamiento de refrigeración. Me estoy estudiando bien la ficha técnica de cada producto y la pronunciación correcta en inglés. Es muy importante que el posible proveedor se percate de inmediato que su interlocutor es un experto, aunque realmente no lo sea.

Estoy en eso, dando tiempo a que mi esposa Paula termine el almuerzo y siento una notificación de mensaje de mi Whatsapp. Es mi amigo y compañero de estudios José Mario. Nos saludamos y comentamos algunas boberías. Le digo que estoy un poco complicado, que salgo para Houston al día siguiente, me interrumpe para decirme: te llamo ahora. Entra la llamada y me dice:

–Cojones asere, qué bueno que vas a ir allá. Tú sabes que mi hijo vive allí.

–No Pepe, no lo sabía. Yo lo hacía por Alemania.

–No chico, él se fue para el Yuma hace tres años. No puedes dejar de llamarlo y a ver si puedes verlo. ¿Qué tiempo hace que tú no lo ves?

–Creo que tenía como 20 años.

–Ya él tiene 26. Está trabajando de camionero en una rastra. Maneja por todo Estados Unidos. Está que casi no para pues quiere terminar de pagar el Truck. Me cuenta que no quiere saber de jevitas ni nada. Que lo único que quiere es pinchar y pinchar. Su objetivo es salir adelante para vivir bien.

–Bueno, el chamaco está bien encaminado. No pudiera ser distinto con un padre como tú. La verdad sea dicha.

–Coño, me vas a ruborizar –nos reímos–, la verdad es que nuestro piquete salió muy bueno.

Al día siguiente tomé mi vuelo a Houston. Al salir para buscar un taxi siento que a mis espaldas me dicen:

–Señor, ¿necesita un taxi? –de inmediato reconocí aquella voz. Me viro y allí estaba de pie con sus más de 6 pies el hijo de Pepe.

–Coñooo, qué sorpresa Mayito. ¡Qué alegría me has dado cabrón! Tienes la misma voz de tu padre. –Nos abrazamos muy fuerte y nos besamos.

–¡Alex, estás igualito!

–No seas mentiroso, lo haces para alagarme, que te conozco.

–Tu sí estás hecho un campeón, qué clase de cuerpazo has echado muchacho.

–Se hace lo que se puede. –Sonríe mostrando una deslumbrante dentadura.

–Te veo hasta más lindo.

–Qué me pones colorado, Alex.

Caminamos hasta el estacionamiento, Mayito cree haber parqueado su coche en el piso amarillo que es el tercero. Buscamos pero no lo encuentra. Pulsa el botón de pánico, pero nada.

–¿Tú estás seguro que lo dejaste en este piso?

–Bueno, me parecía que era éste el piso.

–¿Y no anotaste la fila y el número tampoco? ¿Y seguro que era amarillo? ¿Tú no eres daltónico, no?

–No, ¿cómo crees?

–Igualito a alguien que conozco. Qué cierto es ese refrán de que lo que se hereda no se hurta. Eres cagaíto a tu padre. Tan despistado como él. Mira, vamos a subir o bajar, no sé, al piso naranja que se me antoja parecido al amarillo.

–¿Parecido dices tú? –Y se echa a reír.

Nos dirigimos a los ascensores y comprobamos que el naranja es el piso seis. Subimos y lo marcamos. Cuando abre la puerta, en el lobby hay un cajero para el pago, un dispensador de refrescos y agua mineral, Mayito observa bien y me dice:

–Coño, este piso se parece más. –Sale y presiona el botón del control remoto y enseguida se escucha un Tok Tok y unas luces que flashean.

–Tu ves, remaricón! –Y le doy una buena nalgada.

–Eso me dolió tío coño. ¿Tú eres adivino o me leíste el pensamiento? La verdad que me merezco unas cuantas nalgadas, pero con más cariño. –No digo nada pero me hace ilusión poder darle unas nalgaditas a este pedazo de macho lindo.

Subimos al coche y salimos a la avenida. No hay que pagar pues el parking es libre para la primera hora.

–¿Y cómo sabe el operador que abre la barrera que no te has pasado más de una hora?

-–Muy fácil. Todo es automático. En la caseta que controla la barrera hay un lector de matrícula que chequea la hora de tu entrada y si no ha pasado más de una hora, se abre la barrera y puedes salir.

–¿Y si estás pasado?

-–Tienen que desviar los vehículos que están detrás y tienes que ir al telecajero en el lobby de tu piso, introducir el ticket y pagar el monto adeudado más una penalidad por interrumpir una salida. Cuando pagas ya tú barrera se abrirá automáticamente. Pero todo eso se puede evitar si antes de montar en tu carro introduces el ticket y si no te has pasado de hora, sales y si no, pagas y tienes 10 minutos para salir.

Entretenidos conversando hemos llegado a mi hotel, en el Down Town, en una esquina del estadio Minute Maid de los Astros.

–Te dejo en el lobby y te espero para llevarte y almorzar juntos. ¡Yo invito!

–Mejor te propongo dejar el carro en el estacionamiento del hotel y vamos a almorzar caminando. Y lo de quién invita, ya veremos después.

–¡Ni pinga! No inventes. Ya te dije que yo te invito, y si no me vas a tener que mamar la pingona.

–¡Estás ruino Chama! Nada más estás pensando en que te mamen la pinga. Ni que fuera gran cosa chuparte el pirulí.

–Cuidado puro, que la vida te puede dar sorpresas –se agarra el paquetón con malicia y me lo muestra –aquí sí hay calidad. –Yo me río. –Si bobito, ríete, que el que ríe último ríe mejor. –Me dice.

Me bajo, saco mi maletín del asiento trasero y voy directo a la recepción.

–Buenas tardes. Una reservación a nombre del Sr. Rodríguez.

–Excuse me. Do You have a reservation. –¡Aterricé!

–Sorry. –Muestro mi pasaporte y enseguida localizan la reserva.

Se acerca Mayito, me quita el maletín y caminamos a los ascensores. Subimos hasta el sexto piso.

–¿Ahora sí anotaste el piso, el color y la valla?

–No, no hizo falta. Tiene un solo piso y es beige.

–Menos mal, está hecho para mingos, –llegamos y abro la puerta. Tremenda habitación.

–Esto sí está rico.

–¿Te gusta? –Le pregunto, aunque la respuesta es obvia.

–Aquí sí se pasa bien. Vaya, pa'comer y pa’llevar.

–¿Te refieres a la chupadera de tu pirulí? –Le digo de jodedera pero con intención.

–Pa'eso y para todo lo demás que se te ocurra. Acuérdate que tu hoy me vas a pedir el agua por señas.

–Como te gusta alardear. Desde chiquito haces lo mismo.

–Dale, vamos a bañarnos juntos –se saca la camisa y se afloja el cinturón y resbalan los jeans a la alfombra, se quita también los calzoncillos y cuando se yergue el espectáculo es maravilloso. Me desvisto rápido y lo acompaño a la ducha. Me toma por la cintura y siento que resbala la mano a una nalga.

–Desde que llegaste me estás provocando y yo no soy hombre que necesite tanta estimulación. Estás como una perra, loca porque te parta el culo. Siempre me miraste lujurioso y te voy a dar una singá como no te la han dado nunca –se lleva la mano a la boca y se la escupe para después meterme el dedo grande por el culo.

–Ahh Mayito, Pipo, qué rico –entramos a la ducha y ya debajo de la regadera nos mojamos, el agua está fría, muy sabrosa. Él toma el jabón y comienza enjabonándome la espalda, sigue bajando y llega a las nalgas y las manosea y las enjabona también.

–¿Tengo que tirar el jabón al piso para que lo recojas o tu solito te vas a agachar para poder clavártela? –me agaché y me dispuse a recibir dentro de mí aquella hermosa trancona. Por la ensartada que me dio deduzco que hacía tiempo que vivía a paja limpia. También porque de unas pocas culeadas se vino dándome unas estocadas majestuosas. Parecía que me quería taladrar. Me besaba lujurioso el cuello y las orejas mientras iban disminuyendo las contracciones de su orgasmo. Sacó de mi culo aquella verga que todavía seguía sin disminuir la erección. Tomó mi rabo y lo acarició, se lo metió en la boca y en unos segundos estaba yo regando leche como una vaca lechera.

–Vamos a descansar un ratico en la cama y después nos vamos a almorzar y cuando volvamos, volveremos con más. Que esto no se acaba hasta que se acaba.

Ya eso se los contaré en otro relato de mi encuentro con Mayito.

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