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Manolo me invita a salir de juergas
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Estaba yo ese viernes en la tarde, recostado en mi cama. Estaba becado y como vivía en una provincia, algunas salidas de fin de semana me quedaba en el Instituto Militar. 

Ese fin de semana pensaba quedarme a dormir en el pabellón donde compartía habitación con Leonardo, un joven deportista aficionado a la guitarra, que tenía muchas admiradoras por su atractivo físico: rubio de ojos azules, con un cuerpo de escultura, y lo digo en serio, se me asemejaba, de espaldas, al David de Miguel Ángel. Yo no tenía planificada ninguna salida en especial y pensé que a lo mejor iría al cine a ver algún estreno el sábado. Él se había marchado y yo estaba tirado en la cama, en shorts, mirando un musical en la tele, cuando tocaron a mi puerta y respondo: ¡pase! y entra Manolo, vestido de uniforme, para invitarme a que lo acompañara a la ciudad a pasarla bien juntos, me dice, porque en la casa de su tía no va a estar nadie, pues se han ido de vacaciones toda la semana.

Yo trato de ponerle algún pretexto pero él insiste y me dice que me vista. Que no se piensa ir sin mí. Pues qué remedio, le digo yo. Con Manolo había estrechado una bonita amistad, era muy ocurrente y me reía muchísimo de sus cuentos. Así que me tiré de la cama y me quité el short y los calzoncillos y abrí el armario dándole la espalda a él, confieso que lo hice con toda intención. Le ofrecí una vista perfecta de mi culo.

Al verme desnudo me dice coqueto:

–La verdad que con esas nalgas tan hermosas haces feliz al más mortal de los humanos –y se ríe, a lo que le respondo:

–No comiences con tus puterías de siempre, cacho de maricón, –y él suelta una carcajada y me riposta:

–No te preocupes, que poco a poco te voy a ir convenciendo y cuando menos te lo imagines te voy a gozar el culito lindo ese, que tú tienes –y sigue riéndose.

–Vete a la mierda, ¡cacho de bugarrón! –Y nos reímos los dos. En realidad, aunque tanto él como yo teníamos novias en nuestros pueblos, yo sentía inclinaciones por él, me gustaba verlo hacer ejercicios y a la hora de ducharnos.

En el gimnasio no podía evitar mirarlo desnudo, enjabonándose todo y admirar aquella tremenda herramienta, que sin estar erecta se veía muy hermosa.

Fuimos a casa de la tía y allí nos cambiamos, nos vestimos de civil y salimos de juerga, bebimos en varios bares y ya tarde llegamos al apartamento. Los dos estábamos bastante pasados de tragos.

Yo me quité la ropa y me quedé en calzoncillos, tirándome en la cama de la única habitación, él se desnudó y también se quedó con unos bóxer blancos y me dijo que él siempre dormía en la sala en el sofá cama. Le dije que por qué no dormíamos los dos en la cama, que era más cómoda.

Entonces sonriendo me dice:

–Bueno, si a ti no te importa, por mí está bien, lo que no te garantizo que amanezcas mañana siendo virgen, –los dos reímos, él apagó la luz y nos acostamos. Yo en broma, pero con toda intención de provocarlo le digo:

–Tengo plena confianza, que con lo borracho que estás no tengo nada que temer.

–Pues tienes que ser más precavido, que en la confianza está el peligro.

No recuerdo muy bien, pero creo que muy rápidamente me quedé dormido. Tenía unos sueños eróticos recurrentes que me tenían excitado. Me despierto y siento que Manolo está prácticamente encima de mí, y no solo eso tenía su chorizo tieso dentro de mis nalgas, por una pata de mis calzoncillos, me hice el dormido y dejé que siguiera disfrutando, total, yo estaba disfrutando también. Sentí un escalofrío placentero que me recorrió la espalda, no dije nada. El comenzó a moverse pausadamente y frotarme con su pene, posó una mano sobre una de mis nalgas y comenzó a acariciármela.

Yo no sabía qué hacer, la respiración agitada me delataba, estaba sintiendo un placer inmenso. Introdujo la mano por debajo del calzoncillo y con sus dedos comenzó a tocarme mi ano, no pude resistir y se me escapó un gemido de placer.

El sacó la mano y me la puso en la boca, me introdujo sus dedos y me pidió que los chupara y los llenara de saliva. Después regresó a mi culo y me quitó suavemente el calzoncillo y me toqueteó el ano e introdujo un dedo y después otro, volví a gemir.

Ya no tenía voluntad para impedir lo que iba a pasar. Todo lo contrario, estaba deseoso que aquel macho tan bello y tan hermoso me sodomizara. Efectivamente, se quedó completamente desnudo encima de mí y sentí como me iba penetrando aquella verga dura y caliente hasta lo más profundo de mis entrañas.

Fue muy tierno y muy cariñoso. Me sentí en las nubes cuando me la metía más rápido y en una especie de estertor eyaculó dentro de mí toda su leche.

Nunca había sentido un placer tan inmenso. Aquella noche me lo volvió a hacer dos veces más, me puso a mamársela y antes de dormirnos me la fue chupando y masturbándome hasta que llegué a un orgasmo sublime y me quedé dormido en sus fuertes y musculosos brazos que me abrazaban protectores.

Al día siguiente, al amanecer me despierto. Manolo sigue dormido. Está parcialmente tapado por la sábana, pero su silueta sexy se nota, levanto sigilosamente la sábana y me quedo de pie, admirando su bella anatomía, mostrando aquella ancha espalda, sus piernas tan bien esculpidas y aquel trasero apetitoso, que da un gusto especial. Me deleito unos instantes y lo vuelvo a cubrir con la manta. Entro al baño y me aseo, luego me dirigí a la cocina y me pongo a preparar el desayuno, tengo la carpa del circo levantada. Me sacudo un poco los pensamientos lujuriosos que me acechan y termino de preparar una omelet de jamón. Lo llevo todo a la mesa junto a las tostadas, mantequilla, confitura de cereza y la leche, me falta el café, que he puesto en una cafetera de expreso, ya tiene el agua su temperatura y comienza a colar. Siento la voz de Manolo desde el cuarto:

–¡Qué olor más rico! –llevo el café a la mesa.

–Ya está servido Manolo, ven a desayunar. –Unos segundos después entra él en calzoncillos, sin asearse ni peinarse.

–¿Y tú no te piensas asear, cochino? –le digo, mientras él se acerca y me abraza y me da un beso en la mejilla.

–Buenos días peleón, tengo mucha hambre, después me iré a la ducha. –Nos sentamos y comenzamos a devorar todo lo que yo había preparado.

–¿Te gusta Manolo?

–Eres un campeón en la cocina.

–En otras cosas también me destaco, ya tú verás. –Me mira curioso y se sonríe.

–¿Adónde iremos hoy? –Me pregunta.

–¿A la playa? –Le pregunto.

–Podemos ir también al Museo de Ciencias Naturales, digo, si tú quieres.

–Si, por ahí podemos comenzar y después podemos enmendar el fondeadero, si queremos. –Le contesto.

–Pues para luego es tarde. Abril que viene mayo.

Nos vestimos y salimos a la calle. Tomamos un autobús que nos lleva al centro.

–Manolo, vamos a entrar en esta tienda que quiero comprar una cosa.

–Pues vamos. ¿Y qué quieres comprar?

–Estoy buscando un regalito para mi novia. No sé qué exactamente, pues tú sabes cómo son las mujeres.

–Ni me digas nada. La mía es igualita. Paso un trabajo tremendo para encontrarle un regalo bonito y al final me tira un cubo de agua fría arriba cuando me dice con un rictus «está bonito», ya tú te imaginarás lo que quiere decir, ¿verdad?

–¡Que tienes tremendo mal gusto! –Y nos echamos a reír a carcajadas.

–Mira Alejandro, ¿no quieres comprarle un perfume?

–¡Ni muerto! Ese es mi regalo predilecto y ya me ha advertido que ni uno más.

–Cómprale una mandolina, para hacer potatoes chips.

–¿Para qué? ¿Para qué me diga que yo lo que quiero es ponerla a cocinar?

–Ni modo. Creo que no tienes solución. Mira, puedes comprarle un jueguito sexy, eso no le va a parecer mal. –Nos acercamos a unos anaqueles y me muestra un juego de sostén y blúmer rojos muy coquetos.– ¿No está bonito este jueguito?

–No sé, está muy provocativo.

–¡Ese es el objetivo! ¿No se te para la pinga nada más de verlo?

–Pues la verdad que sí. Pero prefiero este juego que está más discretico.

–Pues yo sí se lo voy a comprar a mi novia. –Y acto seguido se lo da a la empleada que lo invita a pasar por la caja.

–Mire, por favor, señorita. Este me lo voy a llevar. –Le digo yo, mostrándole el jueguito negro.

–¿Los señores le están comprando regalos a sus novias? ¿Les interesa alguna otra cosita?

–No, eso solamente. –Respondimos casi al unísono, tanto Manolo, como yo.

Salimos de la tienda y nos dirigimos a un cine cercano que estaba proyectando un estreno de acción. Compramos las entradas e ingresamos a la sala. Ya estaban rodando las primeras imágenes. Encontramos nuestras butacas y nos acomodamos.

–Estamos aquí casi solos. –Me susurra Manolo al oído.

–¿Viste? ¡Qué suerte! Tenemos que tener cuidado. –Siento que Manolo coloca su mano en mi entrepierna.

–Y tú no pierdes tiempo, por lo que veo. –Me comienza a abrir la cremallera. En ese momento entra una pareja a nuestra fila. Manolo se ve obligado a retirar su mano.

–¿Y ahora qué hago con mi calentura?

–Lo mismo que yo con la mía. Esperar que lleguemos al apartamento de tu tía.

–Vámonos ya entonces. –Está como frustrado por el inconveniente que se presentó.

–Vamos a terminar de ver la película. Está buena. –Le digo tratando de convencerlo.

–Bueno, está bien. Pero de aquí nos vamos directo para el piso.

–¿Entonces no vamos a ir de copas?

–No, quiero regresar.

–Está bien. Si eso es lo que tú quieres, eso haremos.

Terminamos de ver el filme y nos marchamos. Llegamos al piso de la tía de Manolo y me desvestí y me metí en la ducha.

Cuando salgo del baño envuelto en la toalla, me encuentro que Manolo está acostado en la cama y tapado con la sábana. Me siento a su lado y le pasa la mano por su popa, siento que está en calzoncillos y sigo acariciándolo.

–¿No te vas a duchar Manolo?

–No, yo me duché esta mañana. –Me responde medio adormilado.

–Mira que eres cochino. ¿Y no has sudado en la calle hoy?

–No exageres que no ha hecho calor. Y tengo mucho sueño.

–Está bien, te dejo descansar entonces. –Le digo, mientras dejo de acariciarle su trasero bello.

–Pero puedes seguir masajeándome mis pompis.

–Ahh. Ya sabía yo que este huevo quería sal. –Le doy una nalgada suave y le apretujo una de sus nalgas.

–Qué rico, como me gusta sentir tus manos sobre mi piel. –Mueve las nalgas sensualmente. Le quito la sábana y para mi sorpresa tenía puesta la tanguita roja que había comprado para su novia. Meneaba el culo provocativamente.

–Pero que bien te queda esta tanguita mami, dan unas ganas de comerte toda.

–¿Te gusta?

–¡Me vuelve loco maricona! –Me lanzo de cabeza y le mordisqueo sus nalgonas blancas y lampiñas. Separo la tanguita de su raja y le abro las piernas para besarle su culito, está apestosito a sudor, pero gustoso. Se retuerce de placer, y le escupo el culo mientras con la yema de los dedos le fricciono la entrada rosada de su cuevita. Aquello lo excita muchísimo, por lo que decido despojarlo de su excitante tanguita y me acuesto a su lado con el mástil encendido como buscando dónde esconderse.

–Ven, siéntate aquí. –No he acabado de invitarlo y ya viene él en cuclillas a acomodarse en mi asta de la bandera, con una mano me la toma y la apunta directo a su orto que está haciendo pucheros, se desliza lentamente, para, respira, vuelve a seguir metiéndosela hasta que sus nalgas se acomodan sobre mi vientre. Puedo ver su cara de placer y satisfacción de tener toda adentro. Se inclina ligeramente y me pellizca los pezones de mis tetillas con suavidad, mientras saca un poco mi pinga y vuelve a sentarse en ella y así en ese mete y saca me está llevando a la enajenación. No resisto más, y le aviso:

–Ay coño, más despacio que me vengo, para un poco.

–No voy a parar ni cojones, quiero tu leche ahora, así, así.

–¡Singao! Ay coño. Ah, Ah, Ah. Ahhh. –Y me vengo dentro de su sabroso culo. He durado poco, el muy hijoeputa. Él se queda quieto, jadeando y yo también. Mi esperma corre por mis ingles. Se agarra la pinga y comienza a masturbarse mientras continúa ensartado en mi tolete. De pronto suelta varios metrallazos que impactan en mi rostro, uno en mi boca, me paso la lengua y degusto y trago; otro en un ojo, que me obliga a cerrar los ojos. El resto sobre el pecho y Manolo pasa sus dedos recogiendo lo que pueda, en franca competencia conmigo que hago lo mismo. Él baja de la cabalgadura y se echa encima de mí abrazándome y besándome. Yo correspondo a su abrazo y a sus tiernos besos. Terminamos chupándonos nuestras lenguas. Así abrazados nos quedamos dormidos, exhaustos. Al día siguiente después de caricias mutuas nos masturbamos y ya nos preparamos para regresar al Instituto.

Al llegar, Manolo me acompaña a mi habitación y allí ya estaba Leonardo colgando su ropa. Nos saluda y sin apenas mirarnos nos espeta sin ningún disimulo:

–Por sus caras radiantes de felicidad deduzco que están de albricias. ¿Y cuál ha sido el fausto acontecimiento?

–Solo que la hemos pasado muy bien. Nos divertimos mucho. ¿Verdad Manolo?

–La pasamos de rechupete.

–Pues a ver si la próxima vez me invitan, que a mí también me gusta disfrutar de la vida. Que Uds. que son del interior, parece que se la pasan bomba, mejor que los que somos de aquí.

–Pero Leo, a ti no te invitamos porque como tú tienes novia aquí, no pensamos que te gustaría la idea de ir de parranda con nosotros. –Le trato yo de explicar con intenciones disuasorias.

–Pues ya está decidido. En la próxima salida estás invitado Leo, sin falta. –Le dice Manolo de sopetón.

–No se preocupen que yo me encargo de inventarle algún cuento a mi novia. –Y así quedamos para la próxima salida. Y él más contento. Pero yo me quedo con algunas dudas: ¿Habrá sido una manifestación de celos de Leo conmigo? ¿O con Manolo? ¿O con los dos? ¿Habrá sospechado algo? No queda otro remedio que esperar a la próxima salida.

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