Contengo el fuerte impulso de echar la cabeza hacia atrás y apretar fuerte los ojos y, en su lugar, me obligo a mirar la escena con la escasa luz que entra por la ventana de mi cuarto. Se la ve preciosa así: Sus dos ubres bamboleándose al son del vaivén de su cabeza con sus manos sobre mi cintura a modo de ejes. Sus ojos se clavan en los míos con expresión decidida. Sé lo que está intentando hacer: que no rompa con ella. Lo que Susana no sabe todavía, es que mamarme la polla como una auténtica cerda no le va a funcionar (esta vez).
Mi decisión estaba ya tomada antes de bajarse del tren en la estación. De hecho, si acepté este trabajo en Málaga ha sido en gran medida porque era una manera de poner kilómetros de distancia entre esa relación tóxica y yo. Y sí, quizás sea un poco cobarde; pero es que realmente no me siento con las fuerzas necesarias para pasar por todo el drama que sé de sobra que supondría decírselo, de modo que pensé (equivocadamente) que lo más fácil para ambos sería optar por la clásica estrategia del fundido a negro.
Pero se ve que ella no estaba por la labor de permitirlo sin luchar. Supongo que pensaría que le sería difícil encontrar a otro tío que soportase sus putas neuras como yo lo había hecho durante algo más de un año. Y por ese motivo había insistido tanto en venir a visitarme, por más que yo intenté disuadirla una y otra vez a lo largo de la semana.
Para colmo, su empecinamiento me iba a obligar a perderme el plan de quedar con los compañeros del departamento a tomar unas cervezas, entre las cuales estaba una chica preciosa que me había entrado por el ojito y a la que pensaba tirar fichas aprovechando la reunión lúdica. Pero cuando Susana quiere algo no pregunta, simplemente informa: “Ya he comprado el billete y es que… tengo muchas ganas de verte, hace semanas que te fuiste y cada vez hablamos menos porque parece que nunca coincidimos, así que me escapo a verte y punto”.
Por lo menos me hará una mamada como la de la última vez, pensé mientras la esperaba en la estación con una mezcla de pereza y fastidio. Estaba convencido de que esto sucedería porque hará unos cinco meses tuvimos una bronca especialmente fuerte (de normal discutimos varias veces cada semana) y, si a día de hoy aún seguimos juntos, fue únicamente porque, cuando intuyó que la idea me rondaba por la cabeza (de tonta no tiene un pelo), decidió firmar un armisticio invitándome a su casa a cenar, emborrachándome con cerveza en la sobremesa, tumbándome después en su cama infantiloide plagada de peluches que siempre me dio un poco de mal rollo, sacándome los gayumbos al mismo tiempo que los pantalones y situándose a los pies de la cama para empezar a devorármela con un ansia inédita mientras me masturbaba sujetándola en diferentes posiciones con ambas manos.
De vez en cuando se la sacaba de la boca y la daba un par de grandes lametones desde los huevos hasta la punta y hasta se la restregó por la cara, embadurnándose de una mezcla de líquido preseminal y su propia saliva. ¿Qué puedo decir? Me encantó su forma de quemar naves; es que ni siquiera la retuvo el hecho de que sus padres durmieran en la habitación de al lado o que su habitación no tuviera cerrojo. Es cierto que en el fondo de mi ser estaba convencido que lo nuestro nunca podría funcionar, pero me lo hizo tan jodidamente morboso y delicioso que estuvimos bien durante un tiempo después de aquello.
Lástima que sólo lo hiciese cuando le veía las orejas al lobo la hija de puta; si me hubiera regalado una de esas cada semana desde que empezamos a salir, quizás las cosas hubieran sido diferentes. Pero claro, el “pequeño” problema es que a Susana no le gusta el sexo en realidad. Imagino que será por todos esos estúpidos complejos que la impiden hasta mostrarse desnuda ante mí, su propio novio, que la desea, a plena luz. Que a ver, sí, es cierto que es bastante gordita, pero tampoco una exageración, no sé. Tiene sus buenas lorzillas en la barriga, como sucesivos flotadores apilados y dos buenos jamones por piernas llenos de estrías, un culazo bastante fofo y caído… pero también tiene una cara dulce y bonita que le pega mucho con sus redondeces, unas tetazas como gigantescos flanes coronados por un delicioso pezón, siempre duro, emergiendo de su gran aureola y, en conjunto, su cuerpo a mí se me antoja proporcionado, armonioso, y MUY follable, al menos para quien no sea un obseso de la delgadez normativa. O quizás no tenga nada que ver con aquello y todo venga de los abusos sexuales que sufrió por parte de su ex siendo adolescente.
El caso es que en todo el tiempo que llevamos juntos, las veces que hemos “hecho el amor” (como ella lo llama) se podrían contar con los dedos de las manos: siempre pasa algo, o bien le duele la cabeza o está triste o está muy cansada, o ha tenido un día de mierda y sólo quiere dormir, etc. e incluso las pocas veces que los astros se han alineado y por fin he logrado que se abra de piernas para mí, ella ha demostrado ser lo más soso en la cama, empezando porque su coño apenas se lubrica (hubiera sido prácticamente imposible penetrarla de no ser por el lubricante del preservativo) y acabando porque salirse del misionero fuese poco menos que algo impensable. Por estos y otros muchos indicios, con el tiempo, he llegado a sospechar que para ella el sexo sólo es algo instrumental, es decir, que ni fu ni fa, pero es como si hubiera comprendido que es algo que puede utilizar expresamente como medio para conseguir lo que ella siempre busca desesperadamente: mimos, abrazos, cariños, caricias, que le dore la píldora y le diga palabras bonitas de amor al oído demostrando todo el afecto que siento y lo especial y única que es. Y lógicamente yo no estoy por la labor. No porque no me guste todo eso, sino porque joder, también me suele gustar FOLLAR con mi pareja y empotrarla en todas las posturas posibles del jodido Kama Sutra.
Mirado bajo esta luz, lo sorprendente es que luego sea capaz de mamarla de esta manera, como una autentica profesional desatada en su día más inspirado. La única explicación lógica que le encuentro es que la vez anterior decidiera ponerse a “estudiar” porno para saber exactamente lo que debía hacer y cómo hacerlo y, en vez de armarse del deseo que a cualquier otra chica podría despertarle pensar en chupar una buena polla, ella se armase de esa férrea determinación que otorga el saber que estás haciendo lo que sea necesario para alcanzar tu objetivo.
Y vaya si lo consiguió. Pero ahora está haciéndolo de nuevo y yo alargo mi brazo para acariciar su pelo hasta posarla, acompañando los movimientos de su cabeza, pero sin necesidad alguna de presionarla hacia abajo contra mi miembro porque, de verdad que da gloria verla mamar, me trae a la mente cuando esta misma tarde la llevé al buffet libre y la vi hacerlo a dos carrillos y sin cortarse de nada. La “sutil” diferencia reside en que la comida sí que le gusta y la disfruta, mientras que mi polla, en cambio, la acoge entre sus labios con la misma precisión con la que el mercenario sostiene su arma más letal: Es “trabajo”. Zorra 007: Tiene una polla y sabe cómo usarla.
Y quizás sea sólo trabajo, pero debo reconocer que es un trabajo bucal de primera. Tanto que no puedo evitar entrecerrar los ojos de vez en cuando en el momento de sentir que ella aprieta más sus labios estrangulándola duro resbalando con su baba; o cuando sus rollizos mofletes se contraen al succionar. O en el roce duro de sus dientes contra mi glande, ejecutado deliberadamente y con extremo cuidado para no lastimarme. Me recreo en los sonidos sordos que emite su boca al chupar y rechupetear y noto que no voy a aguantar mucho más. Comenzamos a entrar en mi momento preferido, enturbiado quizás por la nostalgia de que esta vez tengo claro lo que va a pasar. La vez anterior no lo sabía: simplemente me deje ir y permití que pasara sin tener ni idea de cómo podía tomarse que le llenase la boca de mi lefa sin haberlo hablado antes ni haberla avisado.
Por suerte, ella reaccionó con mucha naturalidad: se la saco para tragarla discretamente (sin dramatizar el momento de hacerla pasar por su garganta, más bien fue casi como si por un momento buscase dónde escupirlo y, al no encontrar nada a mano, hubiese llegado a la conclusión de que la solución más sencilla y limpia era hacer glub y para dentro, como si fuera un jarabe). Luego siguió mamando recogiendo los restos de corrida que habían rezumado en ese medio tiempo (quizás porque temía que pudiera mancharle sus sabanas y, total, ya de puestos…), hasta que se me quedó chica dentro de su boca. En fin, lo que está claro es que ella también sabe de sobra cuál va a ser el desenlace, porque noto como su mamada va in crescendo. Contengo los gemidos que me nacen de la garganta para que sea lo más por sorpresa posible y… Dios, justo mientras lleno nuevamente su boca de ceda golosa de semen y ella se lo come (esta vez sin sacársela de la boca ni dejar de mover su cabeza adentro y afuera en ningún momento)… reconozco que me invade una profunda e inmensa tristeza pensando que… esta… va a ser la última vez que Susana me haga derretirme.
ESTE será el último momento en que su lengua va a saborear mi semilla. Estoy viendo diluirse los últimos instantes en que mi polla recibirá el calor de esa boca de zorra, pringada de mi blanca, abundante y espesa simiente. Nunca más, esos ojos me mirarán desde ahí abajo con esa expresión triunfante y satisfecha, creyendo que por haberme hecho gozar como nunca, ahora me tendría donde quería.
Luego todo empezó a suceder muy deprisa: se la sacó de la boca con un sonido hueco de vacío, volvió a subirme el gayumbo, se acurruco a mi lado, dándome la espalda y me pidió que la abrazase en cucharita hasta que nos quedamos dormidos. Al día siguiente, mientras estaba a punto de llegar su tren de regreso y nos besábamos a modo de despedida, adopté un tono grave y le dije que “acabo de darme cuenta que no volveremos a vernos hasta por lo menos un mes, como pronto, y la verdad se me está haciendo muy cuesta arriba, estoy llevado la distancia peor de lo que pensaba, así que… creo que lo mejor es romper antes de hacernos daño”.
Ella me montó una escena espectacular delante de todo el mundo, me insultó y me llamó de todo, descargó sus puños con rabia contra mí, interrumpida por el tren que ya se iba y al que subió llorando. Nunca más volví a saber de ella. Pero el recuerdo de esa boca tragona me acompañará por siempre, Alba. No sé si te jodería saberlo o te daría igual, mi amor, pero Susana, la tarada de mi ex que tanto odiabas, es la bicampeona indiscutible a la competición de la mejor mamada de mi vida, y a bastante distancia de tu mejor intento.
Por ese motivo, aunque te quiero más que he querido a nadie nunca, aún a veces me masturbo recordando esta escena, especialmente desde que ya no me tocas ni con un palo. Ojalá quisieses arrebatarle la medalla de oro. Ojalá lo hubieses querido en algún momento. Y ojalá aún tengamos una oportunidad para que cambies de opinión y sea tu boca la que recuerde.