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Madre hot: El enemigo en casa (2)
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Mi padre cogió en brazos a Bea como quien toma una pluma de ave, tan ligera de peso era la novia de su hermano. Seguí sus pasos aturdido por lo que acababa de presenciar en el dormitorio matrimonial, y asombrado por la fría reacción de mi progenitor ante un hecho verdaderamente escandaloso: había descubierto el lado lésbico de su esposa -o sea, mi madre- y, en vez de enloquecer de furia y montar un espectáculo de escándalo y emprenderla a ostias, había optado por aguardar y tomarse la revancha de manera calculada. Es cierto que la venganza es un plato que se sirve frío.

Arrojó a Bea sobre la cama de mi dormitorio, el mismo lecho que compartíamos desde hacía semanas cuando mi madre le impidió tener relaciones (ni por delante ni por detrás) a causa de piercing clitoriano que caprichosamente se había colocado sin consultar con nadie, salvo con el propio encargado del "Tattoo-shop", que tan bien la aconsejó… y tan bien se la folló. Bea aún estaba desnuda y portaba en la mano sana el consolador de mi madre con el que había experimentado tanto placer pese a tener un coño casi infantil. La muy zorra no mostró contrariedad o enojo alguno; se dejaba llevar en todo lo que mi padre urdía en su cabeza calenturienta y su polla aún más calenturienta. Yo me posicioné calladamente en el otro extremo del cuarto; mi pija estaba empalmada a más no poder.

Papá se quitó el calzón y quedó completamente desnudo. No tardó mi padre en introducir su cabeza entre los muslos escuálidos de la joven. Lamió su concha depilada hasta hacerla hinchar y mojarse por la excitación. En pleno goce, la muy zorra me dirigió una mirada y se abrió de piernas todo lo posible para que yo no perdiese absolutamente nada de aquel momento.

-Tócame las tetas -me imploró al rato.

Mi padre abandonó por unos momentos las lametadas vaginales, alzó la cabeza y vio complacido como su cachorro se había quedado en pelotas y se incorporaba a la orgía que se avecinaba.

-Magréale esos melones para calentarla todavía más -me dijo antes de volver al cunnilingus.

Sentí cómo los pechos de Bea crecían todavía más a medida que le pellizcaba los pezones, y cuando la muy furcia empezaba a gritar de placer al sentirse objeto de dos machos, opté por introducirle mi polla en la boca; no fuera que aquellos alaridos despertasen a mi hermana, cuyo cuarto estaba contiguo al mío y la pared era muy delgada.

La polla de papá estaba en su máximo esplendor. No se la había visto tan firme y erguida ni durante las mejores felaciones y pajas que por caridad filial le había hecho alguna de las noches que dormía conmigo, al tiempo que él simulaba soñar como un angelito. Me ofreció intercambiarnos en los lametones, de manera de que yo pasé a comerle la chucha a la zorra y él a bombearle su polla en la boca.

Papá temía correrse antes de meter la verga dentro de aquel coño goloso, tal era el hambre de fémina que tenía acumulada desde hacía semanas, así que me pidió que cesara en el cunnilingus. Estaba yo en disposición de cederle aquel agujero de placer para que desfogara, cuando me dice:

-Álex, vete a mi cuarto y en la mesita de noche coge la caja de preservativos. Y no despiertes a tu madre.

-A mí me folláis sin condón, que soy alérgica al látex -interrumpió Bea-. ¿No pensarás que tengo alguna enfermedad venérea?

-¿Cómo alérgica al látex? Pues este dildo bien que te lo metías hace un rato, golfilla -contestó mi padre señalando el consolador.

-A mí tú no me llamas golfa -responde airada Bea-. Golfa será la puta de tu mujer, que si yo te contara…

Como una descarga eléctrica me recorrió el cuerpo. Lo que faltaba era que mi padre se enterara de uno de los cuernos que le había puesto mi madre; que Bea le contase cómo se la mamaba al tío Edu en el hospital. Ya era suficiente que hubiese cachado a ambas gozando como perras en celo. Intervine a tiempo para que aquel increíble trío -una de mis fantasías inconfesables- no se descompusiese:

-¿No conoces la "marcha atrás", papá?

-Estoy más salido que un mandril. No creo que sea capaz de sacar la polla a tiempo.

-Pues Álex sí que supo cuando me folló en el hospital -sentenció la muy zorra.

-¿Que te has follado a mi hijo? Si yo creía que Álex aún era virgen y que esta era su primera vez. Que yo, como un buen padre, lo iba a iniciar en los placeres de la jodienda, como mi padre me inició a mí llevándome a una casa de putas cuando recién tenía…

Bea no le dejó terminar su perorata:

-Y bien que me folló -la muy perra me guiñó un ojo-. Y no es de extrañar porque tiene una verga más grande que la tuya.

Papá montó en cólera pero la calentura le podía más. Cogió a la mujer, le separó las piernas y le metió sin miramientos todo el dildo en la concha. Los gritos lastimeros de Bea se convirtieron en gemidos placenteros. Yo contemplaba la escena a punto de correrme, me apretaba los huevos para mitigar la excitación. Mi padre sudoroso la bombeaba rítmicamente con el consolador.

-Tienes el coño como una vaca recién parida -sentenció al fin-. Aquí entran dos pollas al tiempo.

Mi padre, más tranquilo al ver como gozaba la muchacha, paró en el mete-saca del artilugio XXL, se tumbó de espaldas y la puso encima para ser cabalgado. No hizo falta que me hiciera observación alguna. Aún penetrada con la pija de papá, en aquel coño también entraba mi polla. Y así fue como los penes del padre y del hijo se juntaron y frotaron entre ellos dentro de aquella vagina resbaladiza por los fluidos internos. Un placer nunca soñado me transportó a la gloria durante aquellos movimientos acompasados. Papá mordisqueaba los pezones de Bea, yo la abrazaba por la espalda. No tardó mi padre en berrear como un animal. Sentí su eyaculación abundante y caliente en mi verga. Pero la muy zorra aún pedía más, no le habían sido suficientes la media docena de orgasmos que le habían proporcionado dos cipotes juntos en su vagina.

-Álex, te lo suplico, fóllame y hazme gozar como hiciste el otro día en el hospital, mientras tu tío Edu nos miraba y se corría sin tocarse -dijo la ninfómana después de que mi padre cayese a un lado exhausto por la descomunal descarga.

Y con sumo gusto me propongo rematar la faena, pues yo todavía no me había corrido. Se espatarró ante mí, chorreando todavía su concha rasurada la leche de mi padre, y me dispuse a penetrarla de nuevo yo solo, esta vez en la postura del misionero. Procuraba retardar mi eyaculación para que aquella mujer tan complaciente alcanzase también el clímax. En esas estaba cuando de repente veo que mi padre, ya recuperado de su descarga y de nuevo parado como un caballo, se incorpora, monta sobre mí… y me empieza a dar por el culo.

Nunca creí que una verga, del tamaño que fuera, pudiese entrar en mi ano. Pero la polla de mi padre entró sin mayor dificultad. Cuando la noté bien adentro mi miembro se puso aún más grande y duro, efecto de la presión en la próstata, según me enteré más tarde. Este falo mío, contundente como una roca, sí lo debió notar la Barbie anoréxica y de tetas como peras gigantes, porque empezó a gritar de placer como una posesa.

-¡Más, más, más, Álex amorcito…! -gritaba ella.

-¡Más, más, más, papaíto…! -gritaba yo.

-¡Pues toma más, más más…Tenía una deuda contigo, hijo de la gran puta!  -decía mi padre mientras inundaba mi orto con su lefada, mientras nos corríamos los tres al tiempo en una orgía desenfrenada e irrepetible.

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