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Madre hot: De viaje con el enemigo (2)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Continuamos el viaje. La cabeza estaba a punto de explotarme después de la conversación con Tony.  He pasado de golpe de amenazador a amenazado. Mal sabía este malnacido que su aventura con mi madre no era nada nuevo para mí. Es más, había participado placenteramente de ella agazapado debajo de la cama, corriéndome como un animal varias veces mientras él la taladraba con su descomunal falo y ella perdía sus papeles como esposa, madre y jefa suplicando más y más verga hasta sentir dentro la leche abundante y caliente de aquel vulgar semental. Claro que estaba dispuesto a callarme como una puta por la cuenta que me tenía. Es más: lo acontecido aquella tarde en la cama matrimonial, y hasta los cuernos que lucía papá, me producían un regusto agridulce indescriptible que mantenía mi mente en un continuo estado de excitación.

-¿Ves esas mujeres apostadas a lo largo de la carretera, Álex? Son putas.

Efectivamente, en las proximidades del pueblo donde pararíamos el camión para repostar y comer algo se iban alternando un considerable número de prostitutas que, con sus vestidos y maquillajes provocativos y sus gestos llamaban la atención de los camioneros y de algún otro conductor de automóvil.

-Esa es Berta; tiene el coño como un acordeón. Esa otra es Lina, demasiado gorda para mi gusto. La mulata no recuerdo cómo se llama, pero es cubana y se mueve encima que da gusto…

-¿Te las conoces a todas? -pregunto.

-Y tu papá también, chaval.

-¿Que mi padre es putero?

-No lo sabes tú bien. Claro que la mejor puta la tiene en casa -se carcajea hasta enervarme de nuevo.

-Tranqui, chaval -me dice al verme acalorado- ¿No dijiste que eras virgen?

-Yo no dije semejante cosa, mamarracho -mentí.

-Mejor. Así no estarás nervioso cuando te folles a una de esas.

-¿Vamos a parar para chingar? Si se entera mi padre, te mata.

– No lo creo. Ya te dije que papi no desaprovecha los pocos viajes que hace. Pararemos cuando veamos alguna que me guste para ti. Porque dinero traes, ¿verdad?

Bien sabía el hijoputa que llevaba conmigo una buena cantidad. Me empezaron a sudar las manos ante esta situación imprevista. ¿Qué hacer?

-Sandra, muy vieja para ti. Jasmine, la muy guarra me contagió un herpes hace dos años… Ya está, ahí la tenemos: ¡esa chinita, que es nueva!

Nos internamos los tres en el bosque. La tal chinita era en realidad filipina. Menuda, rostro delicado, melena negra… Tony le mandó sacarse la camisa y mostrarnos sus pechos: pequeños, casi infantiles. Lejos de incomodar a mi compañero el tamaño noté cómo se excitaba; la entrepierna de su pantalón abultaba considerablemente.

-¿Te gusta? -me dijo.

Callé. La muchacha ya se había desnudado por completo. Tony extendió sobre la hierba una mugrienta manta de viaje que llevaba en el camión.

-Toma un condón -me dijo el chófer ofreciéndome uno suyo.

Yo estaba bloqueado. Ya la putilla se había esparramado sobre la asquerosa mantita, dejando ver su coño sonrosado.

-¡Una chucha sin pelitos, como de una nena, como a mí me gusta! -dijo mi compañero-. Pena que el polvo te lo vaya a echar este pipiolo.

Estoy más empalmado que un burro. La excitación es tal que si me toco un poco allí mismo me corro.

-Este condón no me vale. Es muy grande para mí, me queda flojo.

-¡Jajaja! Un mini-polla como tu padre. Hazlo sin condón.

-Ni por asomo, no vaya a pegarme una sífilis o el sida.

La muchacha se hace cargo de la situación. Se ofrece a hacerme una felación. Tony se aleja a una distancia prudencial fumando un cigarrillo pero sin perder de vista la escena. Me arrodillo sobre la manta con los pantalones y calzoncillo bajados y la oriental comienza su trabajo de bombeo bucal con delicadeza.

Estamos en plena mamada, yo transportado a la gloria con aquellos lengüetazos a lo largo de toda mi verga y huevos, esforzándome por no venirme demasiado pronto (lo que faltaba es que Tony me tildase además de eyaculador precoz), cuando veo al empleado acercarse con toda su herramienta fuera. En verdad que solo había visto semejante miembro y semejantes pelotas en las pelis porno; a su lado, cualquier mandigo se quedaba atrás. Me asaltó la imagen de mi madre penetrada sin piedad por aquel vergón y, perdiendo el control, me corrí en la boca de la chica.

-¡Tú tener que avisar si te ibas a correr! ¡Yo no querer tragar leche!

-Tú lo que vas a tragar es esta polla en tu coñito, princesa -irrumpió Tony mostrándole su gigantesco cipote inhiesto mientras se colocaba el preservativo. Y poniéndola a la fuerza a cuatro patas dirigió el miembro a la vulva lampiña.

-Tú no poder meter eso en mi coño, es muy grande -gritó la infeliz.

Tony ensalivó la goma a la altura del glande, abrió la raja y escupió dentro y empujó con fuerza. La muchacha gritó de dolor mientras yo asistía atónito a la escena.

-La vas a reventar, hijo de la gran puta  le dije-. Déjala en paz.

-Va a gozar como una perra, como gozó tu madre. -Y me apartó de un manotazo haciéndome perder el equilibrio.

Ya había introducido todo su monstruoso miembro en la concha de la filipina. La bombeaba sin piedad mientras pellizcaba sus pezoncitos. Ella había dejado de gritar y ahora gemía…

-Mira como disfruta mojada con sus fluidos -me decía después de cambiarla de postura varias veces y observar yo desde el suelo cómo los cojones golpeaban la chucha produciendo un chop-chop-. Y se hacía la estrecha. Este polvo no lo va a olvidar en su vida como no lo olvida… ya sabes quién, jajaja.

Tony aún intentó meter la polla en el ano de la muchacha, pero pronto desistió. Aquello era misión imposible por mucho que se empeñase. Terminó sacándose el condón y corriéndose sobre sus tetitas.

Mientras el gran follador se recomponía me acerqué a la chica y le di el dinero acordado y una buena propina. Pero Tony al acercarse a recogerse la manta le arrebató el dinero de la mano. "Tendrías que ser tú la que me pagases por el polvo que te eché, y la mamada del chaval sale gratis, que pronto terminó", le dijo en tanto yo desconcertado fui incapaz de reaccionar. Volvimos raudos a la carretera para subir al camión mientras la putilla se cagaba en nuestros muertos y el cabrón de Tony se desternillaba de risa.

Cae la noche. Por no fuera bastante el cúmulo de nuevas experiencias, a Tony y a mí nos toca compartir cama en la pensión. El hostal de carretera estaba hasta los topes y solo quedaba una habitación con cama doble. Cenamos y, al observar que Tony se quedaba de copas con otros choferes, yo me retiré al cuarto a poner en orden las ideas por todo lo acontecido aquella mañana en el bosque. Llamé mentalmente mil veces hijo de puta y otras lindezas a Tony, por lo que le había hecho a la putilla, a mi madre, a mi padre… Pero en el fondo no dejaba de admirar su descaro y desparpajo en la manera de andar por la vida. Y su brutal sexualidad. Me duché y me metí en la cama. Pese a que había eyaculado en la boca de la filipina, me sentía muy excitado, ya tenía de nuevo repletos los huevos. Quizás me aliviase y conciliaría mejor el sueño haciéndome un pajote. En esas estaba cuando apareció Tony en el cuarto tambaleándose, más borracho que una cuba. Cayó redondo sobre la cama. Contemplé el cuadro. Quizás aquel animal necesitaba una lección. Lo desnudé sin que los bruscos movimientos para sacarle zapatos, chaqueta, camisa y pantalón lo despertasen. Boca abajo estaba el zote roncando como una morsa moribunda. Reparé en su cuerpo. En la espalda tenía unos arañazos, sin duda de las uñas de mamá al alcanzar el clímax la muy zorra. "No me extraña que guste a las mujeres", pensé al ver su porte atlético y proporcionado. Pero centrémonos. "La venganza es un plato que se sirve frío", me vino sin querer el viejo refrán.

Le saqué los calzoncillos y quedó al aire un buen trasero de glúteos poderosos. "Dos buenos caparazones", que escuché en algún lado. Separé sus nalgas y dejé a la vista el orificio anal. Un dedo entró sin dificultad. Menos mal que tenía el ano limpio, si no no sabía si sería capaz de seguir con tan especial incursión. Lubriqué con saliva mi pene, me puse encima… y lo penetré sin dificultad ("Ventajas de tener mini-polla", pensé). Comencé el vaivén en el virginal orto de nuestro empleado todo lo que quise. Por momentos él mascullaba algo en sueños pero no ofrecía resistencia; todo lo contrario, mi banana (que sea dicho de paso, es normal tirando a grande) entraba y salía sin ninguna dificultad. Al momento de correrme dentro, en medio de un inmenso y novedoso placer, aún tuve tiempo de gritar: ¡Por mi madre, por mi padre, por la putilla, por la madre que te parió!

Lo cubrí con una manta y me eché a dormir satisfecho de mi venganza. Y mañana Dios dirá.

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